Laura Devetach: "Yo tengo la suerte de que me publican poesía. Pero no es así con la mayoría de la gente."
Nada más necesario que el
encuentro, nada tan sustancial como los encuentros. Reunirnos, compartir, da
sentido a todas las otras acciones cotidianas. Y qué mejor forma de encontrarse
que con la excusa de hablar de los libros y de lo que sus autores tienen para
decir de ellos. El ciclo “Encuentros con autores de literatura infantil y
juvenil” estrenó su octavo año de entrevistas en La Nube, el 13 de abril de 2015,
con la presencia de la reconocida escritora Laura Devetach. En la entretenida y amena charla que mantuvo con
Mario Méndez y el público, la autora habló de sus inicios como escritora y su experiencia universitaria, de los prejuicios que rodeaban en ese momento el
trabajo relativo a la escritura para niños; también contó acerca de su íntima
relación con la música a través de la poesía, reflejada en el disco Quiensabe, y aportó su mirada acerca de la relación entre escritores e ilustradores. Además, relató
anécdotas de su infancia, del trabajo y relación personal con Gustavo Roldán,
de los momentos difíciles vividos durante la dictadura, de su participación en
Billiken y, por supuesto, de su obra.
Libro de arena publicará
la segunda parte el viernes próximo.
Mateo
Niro: Buenas
tardes, otra vez. Gracias por acercarse. Seguramente para la mayoría de ustedes
es ajetreado hacerse un tiempito para conversar con el otro sobre estos temas,
tan importantes y tan vigentes. Hay que hacerse lugar para venir acá. Eso habla
muy bien de ustedes, porque tienen (tenemos), ganas de reflexionar sobre un
tema y compartir esas reflexiones. No sólo está el ánimo de aprender de uno, y
de entusiasmarse con la reflexión propia, sino, generosamente, aportarle esa
reflexión al otro. Si no, uno se quedaría en la casa, leería estas cosas, y
pensaría únicamente para sí. Esto, no solo habla de ganas de ser mejores sino
también de crecer comunitariamente. Así que muchísimas gracias por eso. Antes
que nada, queremos nuevamente agradecer a Pablo Medina, a Ana, su hija, y a
toda La Nube, por abrirnos otra vez las puertas para nosotros, que sin ningún
tipo de necesidad de quedar bien, o compromisos, nuevamente Pablo y Ana dijeron
que sí, que hagamos estos encuentros acá. Hace varios años que lo hacemos. Ya
es como nuestra casa, pero sin pagar los impuestos. (Risas). Otra vez muchas gracias. Para los
que no la conocían esta es una de las más hermosas bibliotecas de niños y
jóvenes, no solo de América Latina, sino de muchos países de América. Digamos
del mundo, Pablo, ya que estamos. (Risas). La otra cosa que quería decir, por
eso es un día de fiesta, nuevamente, es que hoy empezamos un ciclo más de estos
encuentros con escritores de la literatura infantil y juvenil. Quizás con uno
de los lujos más importantes que nos hemos dado, Mario, que es el de tener a
Laura para charlar, para compartir, para conocerla más, aunque por suerte la
conocemos bastante a través de sus libros. Comenzar un ciclo con Laura es como
que te invite a jugar Messi a patear penales. Estamos más que contentos. Y
tercero y último, por mi parte, quería decirles que los que organizamos estos encuentros, juntamente con
La Nube, es un Programa que está cumpliendo casi once años, dependiente del
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, del Ministerio de Cultura, que trabaja
en le promoción de la lectura a través de las bibliotecas comunitarias que son
pequeños espacios en comedores, hospitales, centros penitenciarios, clubes, etc.,
que fomentan la lectura. Muchos de ustedes trabajan en algunos de estos
espacios. La idea de estos encuentros es,
justamente, la de juntarnos con quienes trabajan en esas bibliotecas
comunitarias, o quienes, en su situación hogareña, o porque son docentes también
tienen ese ánimo de promover la lectura. Porque uno puede pensar en una
biblioteca con un lugar en el que hay libros, y hay un intermediario, un
promotor, alguien que presenta un libro a su lector. Dentro de ese Programa,
nosotros venimos haciendo junto con Mario, con Julián que está ahí, con Lorenzo
que está colaborando, estos encuentros de los que ustedes están participando
hace bastante tiempo. Ya hace un tiempo, un año o un poquito más, estábamos
tomando un café, y hablando de los encuentros, y creímos que era importante que
estos, los que se hicieron y los que van a hacerse, perduraran. Que aquellas
personas que vinieron los revivan, y que las que no vinieron sean testigos como
si estuvieran estado. Y hoy tenemos el gusto de presentar este libro, Entrelíneas,
en el que están veinte de las entrevistas que se hicieron en los últimos años,
con veintiún escritores (porque hay una entrevista en la que hubo dos
escritores). Para los que nos gustan los libros es un motivo de fiesta, que
haya salido esto con lo que soñamos, pero, como dice en el Prólogo, es un libro
colectivo, es un libro que hicimos todos. Hoy, este encuentro con Laura, está
escribiendo seguramente el segundo de los libros, de este “manual” de la
literatura infantil y juvenil. A Mario no le gusta pensarlo así, pero la verdad
es que es un manual oral, un reconocimiento a quienes en las últimas décadas
fueron protagonistas de la literatura infantil y juvenil. Es un libro que se va
a presentar formalmente el próximo martes, a las 19 hs, en la Casa de la
Lectura, en la calle Lavalleja al 900. Están todos invitados. Igualmente, le
digo que cando termine esta charla, hay un montón de libros de Laura para quien
los quiera adquirir, también está este libro para quien lo quiera, y de esta
manera, están colaborando con La Nube, que además de ser un lugar precioso
donde hay muchísimas actividades, también es una librería en la que se puede
comprar cualquier libro. Muchísimas gracias, nuevamente. Dejo al gran timonel
de estos encuentros, Mario, que es un gran amigo, un genio, maestro, escritor,
como todos saben, editor, y, lamentablemente, hincha de River que es un defecto
que tiene. Como todas las personas perfectas, algún defecto tiene que tener.
Mario, mucha suerte con estos encuentros.
Mario
Méndez: Muchas
gracias, buenas tardes. ¿Cómo están? Muchas caras conocidas después de unos
meses. La última vez fue los primeros días de diciembre del año pasado. Acá
estamos de vuelta. Y como bien dijo Mateo recién, recomenzamos los ciclos que
ya tienen ocho años (los primeros fueron en 2007), dándonos un lujo, porque
tenemos acá como invitada a Laura Devetach, para quien pido un gran aplauso.
(Aplausos). La verdad es que es un lujo, un orgullo, estamos muy contentos. Y
entre las muchas cosas que pensé para comenzar esta charla, primero, quiero
hacer un comentario sobre la biografía de Laura, aunque ya muchos de ustedes la
deben conocer. Nació el Día del Camino. No es poca casualidad…
Laura
Devetach: El
Día del Camino. Siempre lo digo.
MM:
Yo
lo sabía porque mi abuelo trabajaba en Vialidad, era día festivo). Laura nació el
5 de octubre de hace algunos años. Tiene más de noventa libros publicados.
Pueden asombrarse. Muchísimos de ellos, premiados. Muchos de ellos, como esta
joya que tengo acá que es La torre de cubos, la tercera edición de
Huemul, del año ’73, que fue uno de los libros señalados por el Proceso para
ser censurados por, entre otras cosas, exceso de fantasía. Eso casi se podría considerar un premio.
Cuando le comenté a mi hija Violeta, que va a séptimo, y llevó este libro tan
baqueteado la semana que se dedicó a hablar del Día de la Memoria, quedó muy
asombrada. “¿En serio vas a hablar con Laura?”. Es historia viva, La torre
de cubos. Además de los premios, Laura en este momento es nuestra
representante argentina ante el IBBY (Organización Internacional para el Libro Juvenil, la International
Board on Books for Young People), para ser considerada para el Premio
Andersen (Aplausos), premio que hasta ahora ha ganado una sola escritora
argentina, María Teresa Andruetto, y crucemos los dedos para que ahora lo gane
Laura. Sería muy merecido. Antes de empezar con las preguntas, este ciclo se da
el lujo, no sólo de comenzar con Laura Devetach, si no de continuar con cinco
autores muy importantes que vendrán después, que son Cecilia Pisos, Sandra
Siemens, que viene a la Feria desde Santa Fe y se queda un día más para la
entrevista, Isol, Inés Garland y Oche Califa.
Entre las cosas
de Laura que he leído, además de su literatura, hay una charla que ella dio
cuando le fue otorgado el doctorado honoris causa en la Universidad de
Córdoba. Ella comienza esa charla diciendo algo que subrayé: “Siempre empecé
mis comunicaciones con un poema o con un cuento”. Entonces hace un rato yo le
preguntaba si quería empezar así, para ir creando ese clima.
LD: Antes
quería decir algo. Veníamos hablando con Mateo hoy, de este encuentro y de
muchos encuentros y de la necesidad que hay de encontrarse. Últimamente, voy a
grupos, ya no doy charlas ni conferencias, sino este tipo de
“charlas-reportaje”. Y en general, la gente está con muchas ganas de reunirse.
No sé si es tan importante el tema de la literatura para chicos, pero cuando se
lo encara con cierta amplitud depara tantas sorpresas… porque nos lleva
ideológicamente, filosóficamente, a montones de lugares que nadie pensó. No es
solamente hablar de Caperucita y el lobo, sino que hay muchas otras cosas. Me
interesa decir que yo no tuve noticias que este Programa (y otros muchos que hay),
estén en manos de un grupo de muchachos. Porque la literatura infantil,
históricamente, venía de la mano de las mujeres. A mí me parece fantástico y
creo que las mujeres tenemos que tratar de acercarlos. Le contaba hoy a Mario,
todo lo que me significó a mí, con mis compañeros de facultad dedicarme a esto.
Porque fui, no digo la primera pero en
Córdoba, sí una de las tantas primeras
que nos interesamos en libros para chicos. Todos mis compañeros de facultad
eran varones. Raro en Filosofía y Letras, pero eso me pasó a mí. Era terrible
cómo me censuraban por ese tema. “Que era como desperdiciarse” decían. Yo había
publicado un libro de cuentos para adultos. También publicaba en los
suplementos literarios de los diarios de Córdoba. Lo de la literatura para chicos yo lo llevaba
muy adentro, porque fue en la época de mis hijos cuando empezaron a salir cosas
concretas. Cuando salió La torre de cubos, mis
compañeros me miraban con un poco de cariño y con un poco de distancia. Realmente fue muy extraño lo que pasó con ese
libro, porque está impreso en rotaprint,
humilde y artesanal. En aquel momento no había ni fotocopiadora. Y fue una
publicación que se impuso en Buenos
Aires desde Córdoba.
Ese tema de acercar las dos partes del mundo,
mujeres y varones, a la literatura para chicos, es sumamente importante.
Cualquier tema se enriquece con el intercambio de puntos de vista. Ahora, por
suerte hay muchos actores.
MM:
Comento,
antes de pedirle a Ana que ponga un disco, que también hay en la mesa en la que
Pablo atiende, un CD hermosísimo que se llama ¿Quién sabe?, que editaron
unos amigos de Laura de Córdoba, y que además de los poemas musicalizados de
Laura, tiene esta hermosa cajita. Laura me había dicho cuando hablamos por
teléfono, de empezar escuchando un tema. ¿Cuál?
LD:
El
primero.
MM:
El
primero: Dos viejos y una canasta. Mientras lo preparan, comentanos. No
es tu primer disco…
LD:
No,
yo trabajaba con Canela, hacía libretos para su programas de televisión, y
también hacía canciones. Después me vine
para Buenos Aires y quedó ahí. Incluso en este disco que se llama Quiensabe,
hay una de esas canciones interpretada hoy
por los músicos que editaron el disco. (Se escucha la canción, hay
aplausos).
Ese poema
pertenece al libro Canción y pico. Con este disco, lo que me interesa
destacar, es que este, para mí, es un momento sumamente afectivo. Un amigo de Córdoba, Mariano Medina, músico,
cantautor, promotor de la lectura y miembro de CEDILIJ, me dijo de hacer este disco hace como
dos años. Acepté. Y me olvidé. Un día, el año pasado, me dijeron que querían
hacerme escuchar lo que habían hecho. Se vinieron en auto con los instrumentos,
el guitarrista Guillo, Cecilia que toca el cello, y Mariano. Estuvieron un día
en casa y trabajamos, corrigiendo, escuchando…
Hicimos tantas cosas que yo ya ni me acuerdo.
Mariano, que es increíble, había puesto el
grabador. Grabó todo lo que dijimos. Y por otro lado, me hizo leer a mí algunos
poemas, porque decía que no era fácil musicalizarlos sin escuchar el tono que
le daba la autora. No los vi más. Cuando este verano fui a Córdoba, como suelo
ir todos los veranos, a las sierras, cae Mariano, con el dibujante de esta
cajita, con los músicos, y una pila de discos. Yo no lo podía creer. Me pongo a
escucharlos, y resulta que ¡aparezco yo! diciendo poemas. Así que en el disco
van a encontrar mi voz. Se ve que eligieron lo que salió menos peor. (Risas).
Además de esta camada joven que pertenece a CEDILIJ, había en Córdoba un dúo maravilloso, que se llamaba Nora y Delia.
Con la diáspora se fueron del país. Delia quedó haciendo música en México y
Nora volvió. Acá pone su hermosa voz en
una o dos canciones. Cuando yo la escuché, fue una sorpresa. Lo mismo Paco
Giménez, que trabajó conmigo en televisión y que es director de teatro y
cantante. Hace poco estuvo en Buenos Aires, él también entró como cantante en
el disco. ¿Cómo hicieron para pescarlo? Lo cierto es que a mí me devolvió un
mundo. Los más lindos recuerdos del pasado. Del pasado esto es lo rescatable. Del
presente este es el momento y este es el producto.
MM: Los chicos del grupo musical son Guillo Bonaparte, Mariano Medina y Cecilia Raspo. Son del MOMUSI de Córdoba. Bueno, acá está. Es un proyecto hecho a pulmón, y vale la pena apoyarlo.
LD:
Sí,
lo repartieron por distintos lugares y lo van vendiendo. Les va muy bien.
MM:
Bueno,
¿qué nos vas a leer?
LD:
No
sé… Yo le decía a Mario, que este libro, El enigma del barquero, me
gusta mucho. Los autores a veces tenemos libros que nos gustan más o menos. Y
aunque se vendió y lo tiene mucha gente, no es un libro como La torre de
cubos o como cualquier otro. No es conocido. Son todas historias de chicos
que trabajan. Voy a leer uno. Tiene unos dibujos muy hermosos que hizo
María Rojas, la hija de Oscar Rojas, el
dibujante. Ahora no sé nada de ella, vive en España. Voy a leer “Chipas”.
La vieja hundió los dedos en el almidón de mandioca.
Siempre le quedaba una sensación de caricia.
Estrelló después los dos huevos puestos por su
gallina colorada. Agregó agua, sal y grasa. Y fue armando tortitas del largo de
la mano de un niño. En el corazón les puso queso. Las horneó y las llamó por su
nombre:
-Chipas. ¡Ligerito, con las chipas!
Llamó a la muchachita, también por su nombre:
-¡Blanca, ligerito Blanca!
Pero en realidad todos la conocían, así nomás, como la chipera.
La muchachita camina con un canasto sobre la cabeza. Es un sombrero de ala anchísima que la encierra en un círculo. Está cargado de chipas que el sol conserva calientes.
La muchachita anda con vaivén de hamaca. Sus pies se abren dentro de la alpargata y dejan una marca en la calle polvorienta.
Fue por el polvo y por las moscas que la muchachita tapó la montaña de chipas con una servilleta bordada.
Allá va con un nido cargado en la cabeza.
Lleva un pie de madera, patas tijeras, para apoyar el canasto. Navega cimbreando por la calle.
El viento levanta una punta de la servilleta blanca. La muchachita se para un minuto debajo de un árbol y dos langostas verdes se descuelgan sobre los panes.
Festejan su casamiento, saltan y se adormecen sobre una chipa.
Y el pájaro de oro que se desprende del sol ve aquel nido cargado y llama a la pájara que está impaciente por poner, para que anide y deje allí su huevo.
Las chipas están calientes. El sol está caliente. El pájaro y la pájara se echan sobre el huevo.
La muchachita sigue su camino, canturreando, abanicándose con una hoja de zapallo.
Los alguaciles, con sus caras de helicópteros, ven de lejos la servilleta blanca. Nunca habían visto una nube por el lado de arriba. La nube se mueve, como si cubriera pájaros. Hay olor a comida en la nube. Van a ver qué es.
Un Pombero sombrerudo del tamaño de un gorrión, que fuma un gran cigarro, siente el olor de las chipas. Salta y se zambulle en el canasto que cada vez pesa más.
La muchachita acomoda el cuerpo como una caña. Se seca el sudor con un pañuelo.
Pero ya va llegando a la esquina de la plaza.
La hoja de zapallo y el pañuelo están marchitos.
La muchacha apoya el pie de madera que sostendrá el canasto y, sin desarmar el eje se su cuerpo, descarga.
Estas siestas de sol se le meten en los ojos, le calientan la cabeza.
Levanta la servilleta blanca y no sabe si los pájaros de oro que salen volando son dos o son tres, y también saltan langostas duras como la fruta del aromito. Y una bandada de alguaciles y un Pombero del tamaño de un gorrión que le echa humo a la cara.
Salen disparados, explotan como cohetes en Año Nuevo, revolotean y después se esconden, pero quedan rondando.
La muchachita siente que le chistan, le silban, susurran, la llaman. También la tocan.
-¡Chipas calientes! -grita, porque ve unos turistas que pueden comprarle. -¡Chipas calientes!
Un hombre y una mujer se acercan con sus anteojos negros y su cámara de fotos.
El pájaro de oro pasa en vuelo rasante y roba un pelo a la muchachita. Las langostas, otra vez entre las chipas, hacen un escándalo frotándose las alas con las patas. Los alguaciles la rodean, la marean en silencio.
El Pombero asoma y silba, asoma, silba y le levanta la falda, la pellizca.
La muchachita los espanta con un gesto de risa, vigila de reojo, le tira patadas. Y de pronto gira y revolea al aire la servilleta blanca, levanta remolinos para que las chipas no se le llenen de gente de la siesta y le arruinen la venta.
-¡Qué gracia tiene! -dicen los turistas.
Y sacan la foto de una muchachita con la falda al aire, bailando el sol, bailando la siesta, bailando vaya a saber qué cosas." El enigma del barquero – Editorial Sudamericana
-Chipas. ¡Ligerito, con las chipas!
Llamó a la muchachita, también por su nombre:
-¡Blanca, ligerito Blanca!
Pero en realidad todos la conocían, así nomás, como la chipera.
La muchachita camina con un canasto sobre la cabeza. Es un sombrero de ala anchísima que la encierra en un círculo. Está cargado de chipas que el sol conserva calientes.
La muchachita anda con vaivén de hamaca. Sus pies se abren dentro de la alpargata y dejan una marca en la calle polvorienta.
Fue por el polvo y por las moscas que la muchachita tapó la montaña de chipas con una servilleta bordada.
Allá va con un nido cargado en la cabeza.
Lleva un pie de madera, patas tijeras, para apoyar el canasto. Navega cimbreando por la calle.
El viento levanta una punta de la servilleta blanca. La muchachita se para un minuto debajo de un árbol y dos langostas verdes se descuelgan sobre los panes.
Festejan su casamiento, saltan y se adormecen sobre una chipa.
Y el pájaro de oro que se desprende del sol ve aquel nido cargado y llama a la pájara que está impaciente por poner, para que anide y deje allí su huevo.
Las chipas están calientes. El sol está caliente. El pájaro y la pájara se echan sobre el huevo.
La muchachita sigue su camino, canturreando, abanicándose con una hoja de zapallo.
Los alguaciles, con sus caras de helicópteros, ven de lejos la servilleta blanca. Nunca habían visto una nube por el lado de arriba. La nube se mueve, como si cubriera pájaros. Hay olor a comida en la nube. Van a ver qué es.
Un Pombero sombrerudo del tamaño de un gorrión, que fuma un gran cigarro, siente el olor de las chipas. Salta y se zambulle en el canasto que cada vez pesa más.
La muchachita acomoda el cuerpo como una caña. Se seca el sudor con un pañuelo.
Pero ya va llegando a la esquina de la plaza.
La hoja de zapallo y el pañuelo están marchitos.
La muchacha apoya el pie de madera que sostendrá el canasto y, sin desarmar el eje se su cuerpo, descarga.
Estas siestas de sol se le meten en los ojos, le calientan la cabeza.
Levanta la servilleta blanca y no sabe si los pájaros de oro que salen volando son dos o son tres, y también saltan langostas duras como la fruta del aromito. Y una bandada de alguaciles y un Pombero del tamaño de un gorrión que le echa humo a la cara.
Salen disparados, explotan como cohetes en Año Nuevo, revolotean y después se esconden, pero quedan rondando.
La muchachita siente que le chistan, le silban, susurran, la llaman. También la tocan.
-¡Chipas calientes! -grita, porque ve unos turistas que pueden comprarle. -¡Chipas calientes!
Un hombre y una mujer se acercan con sus anteojos negros y su cámara de fotos.
El pájaro de oro pasa en vuelo rasante y roba un pelo a la muchachita. Las langostas, otra vez entre las chipas, hacen un escándalo frotándose las alas con las patas. Los alguaciles la rodean, la marean en silencio.
El Pombero asoma y silba, asoma, silba y le levanta la falda, la pellizca.
La muchachita los espanta con un gesto de risa, vigila de reojo, le tira patadas. Y de pronto gira y revolea al aire la servilleta blanca, levanta remolinos para que las chipas no se le llenen de gente de la siesta y le arruinen la venta.
-¡Qué gracia tiene! -dicen los turistas.
Y sacan la foto de una muchachita con la falda al aire, bailando el sol, bailando la siesta, bailando vaya a saber qué cosas." El enigma del barquero – Editorial Sudamericana
MM: Yo
iba a empezar por otra cosa, pero después de esta lectura, se disparan tantas
cosas… ¿Por qué será? Vos hablabas de El enigma del barquero, que es un
libro que te gusta mucho. ¿Por qué será que como autor, aquellos libros que uno
piensa que va a tener un éxito especial no lo tienen y a veces al revés? ¿Qué
será lo que ocurre?
LD:
La
verdad es que yo nunca pienso en el éxito. Empezando por el principio, con La
torre de cubos jamás se me hubiera cruzado que iba a hacer tanto jaleo como
se armó. Porque en ese momento se dividieron las opiniones, hubo problemas en
las escuelas. Y con El enigma del barquero, que acá dice que es a partir
de once años y antes era a partir de nueve, creo que lo de la venta tiene que
ver con la editorial, tiene que ver con los promotores, y con los editores.
Porque si los promotores no entienden bien un libro, o les parece que eso no es
un cuento para chicos, no entra como por un tubo. No llega a la maestra. Y
cuando llega, ahí tenemos otro tema. Porque hay maestras que son lectoras, por
suerte ahora hay mucho cambio en eso, pero hay otras que no. Entonces leen
esto, y está el “Pombero sombrerudo del tamaño de un gorrión” y no entienden
qué es.
MM: Hay también un exceso de fantasía (risas). Otra cosa que se cuela mucho en muchos de tus textos en prosa, es la poesía. Yo este cuento no lo había escuchado pero me anoté cosas… que las chipas tenían el tamaño de una mano de niño, el corazón de queso, el “ligerito” ese que dice la chipera. Siempre está la poesía en tu prosa.
LD:
Sí.
Estuve pensando bastante últimamente sobre eso, y creo que tiene que ver con el
haberse quedado pegado a la naturaleza, a la tierra, de haberse criado en el
interior. Yo estuve en dos interiores que me marcaron mucho. El Litoral y
Córdoba. Creo que es muy distinta la formación. No digo buena ni mala, sino
distinta. Por su amplitud y por las ventanas que abre. La formación de gente
que ha tenido contacto con la naturaleza y la que no lo ha tenido. No tiene que
ser necesariamente del interior. Yo tenía niñas en la familia a las que les
preguntaba si había florecido el jacarandá y no sabían lo que era un jacarandá,
viviendo en una zona que es puro jacarandá con lapachos. Depende también qué
sincronía, qué tipo de “casamiento” tiene uno con eso.
MM:
Ya
que mencionás esos dos interiores de los que venís, en el texto que dijiste en
la Universidad hablabas de tus orígenes: “Vengo de un padre extranjero,
ebanista, que tallaba la madera. Mientras tallaba solía decirme: “¿Ves? Lo
lindo es lo que va quedando cuando uno saca.” Y más adelante decís: “Mi
padre a su vez, venía de un padre campesino analfabeto que castigaba a su hijo
porque leía cosas como Sin familia, de Héctor Mallot, cuando llevaba a
pastar la vaca que era la fortuna de la familia”. Es importante porque en
tus textos siempre están presentes la poesía y el compromiso. Y después “Vengo
también de una madre que tejía con hilos, cosía y bordaba. Me enseñó aquello de
la paciencia, de las normas para poder crear, de los distintos puntos, y de no
dejar enredar los hilos”. Esto, que está muy presente en tu literatura, en
la tía Sidonia y en muchos otros personajes…
LD:
Para
mí, el problema de los hilos es una especie de tensión vital. Porque yo aprendí
a tejer, a bordar, pero no aprendí a coser, que era lo que mi mamá más quería.
Zurcía. En aquella época se zurcían las medias con un mate adentro. Me
encantaba hacer las tramas, en ese sentido era la artesana de la familia. Y el
hilo tenía mucho que ver con la vida. Los dedales…
MM:
Todo
cabe en un dedal…
LD:
Todo
cabe en un dedal, sí. Y una cosa muy fea que me pasó, fue como un accidente en
mi vida. Tenía seis años, y mi mamá se había obcecado en hacerme bordar
vainillas. Una cosa muy difícil. Hay que sacar hilitos de la tela, ir
separándolos, coserlos… iba quedando como un bordado transparente, se podía ver
detrás. Eso se hacía en pañuelos y en sábanas.
Asistente:
¿A
los seis años?
LD:
A
los seis años. Por eso voy a contar esto, que para mí es un accidente. Empezaba
la vainilla en una tela blanca de batista para hacer un pañuelo, en las horas
de “la labor” como decía la hermana Eladia,
porque yo estuve doce años en un colegio de monjas. Me llevaba la vainilla y me
cosía el dedo y me pinchaba… Ahí conocí el dedil, que es una cosa que usan los
sastres y las modistas para no coserse el dedo. Tenía lastimado el dedo de
pincharme. Y ¿qué pasaba?, tenía los
hilos muy largos porque no me gustaba enhebrar. Eso aparece después en La
loma del hombre flaco. Se me hacía semejante bollo en el pañuelo, de hilo
blanco, que empezaba a tirar de un lado y se me anudaba del otro. Cada vez
peor. Iba a la labor y no la sacaba. Y le monja decía: “¿Y, Devetach, dónde
está la labor?”. “Está, lo que pasa es que no la voy a sacar”. Llegaba a mi
casa llorando. Porque tenía miedo de decirle a mi mamá que tenía el bollo y
miedo de decirle a la monja. Alguna de las dos me iba a retar. O las dos. Así
fue. Hasta que un día no di más, me fui llorando como víctima, a decirle a mi
mamá que yo no podía desenredar eso. No era capaz de decirle que yo no quería.
No me animaba. Creo que mi vieja entendió, y a partir de ahí no me dio más
vainilla… hasta el año siguiente. (Risas). Entonces, los hilos tienen mucho que
ver en mi vida, pero de todas formas me gustan y me crean estos bollos. Hay que
tener mucho cuidado, para no hacer bollos.
MM:
Está
muy bien. Ese es todo un título para la entrevista. También decías en esa
charla que es súper jugosa, que venís de distintos libros, de distintos
cuentos, de los cuentos de hadas y de los de autores, como Mark Twain. De
Pinocho, de Dickens, de Foster, de Quiroga… Esos que son tus raíces
literarias, ¿los seguís leyendo? ¿Qué estás leyendo ahora?
LD:
Estoy
volviendo a esas cosas. Hace poco volví a leer El Conde de Montecristo,
los folletines, esas cosas. A mí me interesaba mucho la literatura que tenía
mucha observación. Por ejemplo, Quiroga tiene un lenguaje, en aquella época no
había mucha literatura infantil argentina. Era todo de España. Yo tenía una
“tía adoptiva”, unas amigas de mi abuela que tenían una librería. Curiosamente
a Gustavo, mi esposo, le había pasado lo mismo, en otro pueblo. Y ellas me
dejaban entrar a la librería y me la pasaba sentada detrás del mostrador
leyendo todo lo que encontraba, de literatura española. En aquella época
estaban los Cuentos de Calleja, todos los cuentos clásicos… pero claro…
todos de “tú”, Caperucita era “ducha”… Una vez leí Caperucita frente a
una amiga que me objetó que la ducha era para bañarse. Y yo le explicaba que
“ducha”, en español, significa “ser pícara”. Y ella no me lo aceptaba. Era muy
grande la diferencia que se daba. A Quiroga lo encontraba en la revista La
Obra. Porque mi tía estudiaba magisterio y la compraba y yo iba a buscar la
parte de castellano. Casi siempre había un cuento de Quiroga. Así que ahí leí
varios.
MM:
Quiroga
tenía un lenguaje cercano. Y ya que hablamos del lenguaje y de la literatura
infantil y juvenil, de la que ha sido una especie de padre para la Argentina,
Uruguay… para Latinoamérica. Hay una cosa que vos recordás en la charla, cuando
decís que tus pares, cuando estudiabas Letras, quizá cuando ya te habías
recibido, tomaban una prudente distancia cuando se enteraban de que te ocupabas
de escribir cuentos para chicos: “¿Por qué para chicos -me preguntaba esa
gente, académicos- pudiendo continuar con la literatura para grandes? O la
condescendencia: “Hacelo, pero conste que estás dejando de lado mejores
destinos”, te decían. ¿Qué pensarían hoy
si vieran que estás en época de cosecha?
LD:
Algunos
no se han enterado. (Risas). Otros ya se han ido así que no he tenido
posibilidad de intercambiar ideas. Para mí, el gran gusto, terrible gusto, fue
cuando mi marido empezó a meterse en literatura infantil. Porque él también era
de esas huestes. (Risas). Yo no lo convencí, él me decía cosas y yo trabajaba.
Desaparecía por días de mi casa, porque estábamos preparando teatro o títeres
que me llevaba muchísimo tiempo. Por suerte, Gustavo era un tipo absolutamente
colaborador, muy sensible, teníamos muy buena organización con los chicos, así
que yo podía. Sin embargo cuando yo estrené esta obra, "El Petirilío y
etc. etc.” que nació de un personaje de los libretos de Canela… Después la armé como obra de teatro y se
estrenó en el ’67. Pero no se editó
hasta el año pasado, en Córdoba. Bueno, cuando se estrenó la obra, Gustavo no
fue. Ninguno de mis amigos fue. Fueron otros amigos que no eran estos. Y
después empezaron a entender y enterarse de cómo venía la cosa, porque además
se estrenó en lo que en aquel momento era el Teatro Rivera Indarte de Córdoba,
un teatro muy lindo. Y fue hermoso. Es interesante la entrada de Gustavo,
merece ser mencionado. Fue bueno sobre todo para él, porque él les contaba muchos
cuentos a nuestros hijos y cuando tuvimos que venirnos a Buenos Aires, también
de diáspora, porque en Córdoba estábamos en la Universidad, (la escuela de arte
donde yo estaba cerró, nos quedamos sin trabajo… él también), Buenos Aires era
más anónimo. Gustavo renegó de los libros, se dedicó a la carpintería, a hacer
muebles. Pablo tiene algunos muebles
hechos por Gustavo en aquel momento. Tenía las manos… Y eso en cierto sentido
lo salvó. Una vez, en la época de la dictadura, lo pararon con un Falcon y le pidieron
los datos y le preguntaron de qué trabajaba. Y él les dijo que era carpintero.
Le hicieron mostrar las manos y le creyeron. El mismo día, habían ido a mi
casa, que tenía libros por todos lados, y se llevaron uno muy lindo que se
llamaba Cine Social. Lamenté mucho perder ese libro.
A Gustavo, los
chicos empezaron a decirle por qué no escribía los cuentos que les había
contado y ahí empezó. Yo me moría de risa: “¡Ah! ¡Caíste!”. (Risas). Y empezó a
publicarlos en Billiken. Yo publiqué Monigote en la Arena, que tenía el
Premio Casa de las Américas, todo en Billiken. No había visto el libro, porque
me lo mandaron de Cuba en un sobre que llegó roto y vacío. Cuento por cuento, lo fui publicando en
Billiken.
LD:
No,
porque Billiken era una especie de isla en la editorial. Era un equipo hermoso
el de la revista. Mucha gente linda. No nos jorobaban para nada. Tuve un
problema en Córdoba cuando se nacionalizó el decreto. Porque se iba aplicando
provincia por provincia. Salió de Santa Fe, después fue a San Juan, Mendoza,
etc. Yo tuve la oportunidad de viajar a Alemania. Cerré los ojos y pensé en ir
o no ir. Consultamos con Gustavo, porque yo tenía miedo de salir y volver sola.
Me fui. Parece que esa salida removió cosas, y cuando volví, creo que al día
siguiente de mi regreso, salió en el diario el decreto nacional, y fue llevado
a Aníbal Vigil, nieto de Constancio. Un compañero me dijo que le habían pedido
un informe sobre mí. Le pregunté qué iba a poner y me dijo que no me
preocupara, pero que me avisaba. Entonces, inmediatamente pedí una cita con
Aníbal Vigil. Me citó para el día siguiente a las nueve de la mañana. Me fui,
con bastantes ínfulas, ninguna cara de víctima ni nada por el estilo, y le dije
que estaba sorprendida, porque no sabía por qué pedían informes sobre mí. Me
dijo que yo era comunista y eso no podía ser. Contesté que él sabía cómo eran
esas cosas, que lo único que yo hacía era escribir cuentos, tenía un libro que
había sido premiado en Cuba. Quizá por ahí venía el problema. Me retrucó que le
habían dicho que yo tenía un cuento en el que me ponía en contra de los
empresarios. Que es “La planta de Bartolo”. Entonces le pregunté si lo había
leído. Como me dijo que no, le pedí que lo buscara, porque era un libro muy
popular que tendría que estar en la biblioteca o en el archivo de la editorial.
Hizo llamar a la persona que yo creo que fue la que le llevó el recorte del
diario con el decreto, le aclaré que esa persona lo podía tener. Llegó esta
persona, de color blanco, diciendo que no, que él no tenía ese libro. Ahí
quedó.
Me paré para irme, y dije con muy pocas pulgas:
“Señor Vigil, como usted ve, no como chicos, no como empresarios, no tengo
armas. Billiken anda bien ahora porque Ud. tiene un excelente equipo”.
Se rió un poco, sorprendido. Me dijo que por
esa vez pasaba, pero que no volviera a aparecer como comunista en ninguna
parte. Así quedó aquella historia.
MM:
Lo
que pasa es que en “La planta de Bartolo” aparecían los soldaditos azules que
eran la policía…
LD:
Sí,
y el empresario…
MM:
Atacaba
a la propiedad privada. Les rompía el negocio.
Bueno, para finalizar con esta parte de la entrevista,
y con el discurso del día que te dieron el doctorado honoris causa, vos
hablabas de resumir tu comunicación en tres deseos, como en los cuentos… Los voy a leer para que me digas cómo te
parece que estamos hoy con respecto a eso. Decías: “Primero, que haya un lugar
curricular en la universidad para los que escriben, estudian y difunden
literatura para los niños”. Segundo: “Que la universidad forme lectores que
disfruten y se apasionen aun leyendo lo que no les gusta”. Y tercero: “Que la
universidad cree avales y legitimaciones para los libros infantiles”. ¿Qué ha
pasado con estos deseos?
LD:
Todavía
nada. Creo que hay una inquietud, pero en los claustros universitarios no está
ni como materia. Aunque sea como Seminario… En una época, acá hubo. Estaba Lidia
Blanco. En Córdoba, no. Hay una institución, el PROPALE, que depende de
Extensión Universitaria. Y ha hecho algunas cosas. Después, los que trabajan
mucho es la gente del CEDILIJ, y de
otros grupos, pero en la Universidad, no.
MM:
Sigue
siendo mirada de reojo.
LD:
Sí.
Sin embargo, lo que es interesante (porque el pedido fue que estuviera la
literatura en las clases regulares), es que yo soy la Primera doctora honoris
causa de literatura infantil. A pesar de que siempre digo que literatura
hay una, tengo ese gusto. Y la nominación sale de Córdoba.
MM:
Los
deseos tienen que seguir esperando. Igual, hay un avance, un reconocimiento
público, aunque no tanto de la Academia. Acá tengo dos libros, para mostrar el
paso de las ediciones. Cuentos que no son cuento, con los dibujos
de Gustavo Roldán hijo, en El Quinquincho, en la Serie Blanca, hará unos
cuantos años, y la edición de Alfaguara, con los dibujos de Cubillas.
¿Cuál es tu
relación con el tema de la ilustración? ¿Qué pretendés cuando entregás un
libro? ¿Hay una intervención en lo que se va a ilustrar?
LD: Es
complicado y variado, según la editorial. Últimamente estoy tratando de no
hacerme problema por ese tema. Hay tensión entre dibujantes y escritores.
Tensión que yo veo inútil. Porque, en realidad, desconocemos al enemigo. Siendo
que se dan los derechos para que ellos ganen más, yo no tengo que pagarle al
dibujante, es la empresa la que debe hacerse cargo y no decidir sacar un
porcentaje al autor para, darle un porcentaje al dibujante. Me parece perfecto
que ganen por derechos si así lo quieren. En otra época, no les devolvían los originales,
les pagaban chauchas… Y para un dibujante es bueno tener los originales. Yo considero que hay libros que no necesitan
ilustración, y otros que sí. Estoy un poco necesitada de hacer el elogio del
texto. Que el texto se pueda leer sin que haga falta que nada lo comente. Y eso
es muy diferente de lo que hoy se llama libro álbum. Fenómeno, está la parte
del libro ilustrado y está la parte del libro que para mí es como cualquier
libro “para grandes”. ¿Por qué un chico de once años tiene que tener un dibujo?
Estos son dibujos preciosos, están muy de acuerdo al texto, pero yo creo que a
veces no necesitan dibujos. Sobre todo, si después esos chicos van a leer novelas.
La imagen está demasiado presente, más
de una vez, sin necesidad.
Asistente:
Limita
lo imaginario.
LD:
Claro,
pero por ejemplo, a mí me encantaba leer historietas. Siempre me gustó. Y me
encanta que esté en auge de nuevo. Pero está como siendo idealizada. Se la
lleva a un plano, en el que no puede reemplazar el texto de una novela, que no
tiene por qué ir siempre a la historieta. Quizá yo esté chapada a la antigua,
pero para mí hay que dividir las aguas en algunos momentos. Me parece muy bien
que haya historietas, y maravillosas tiras de humor (no voy a decir “cómics”).
Yo creo que Goscinny, Uderzo, Trillo, fueron gente que ha hecho cosas hermosas.
Sempé. Mordillo. Quino. Pero también tiene que estar el libro todo lleno de
letras.
MM:
Hablando
de “Todo lleno de”, Una caja llena de y otros poemas, que además tiene
las maravillosas ilustraciones de O’Kif,
pero quería referirme a ese prologuito muy breve pero muy contundente
que vos ponés: “Andar por los cuentos pareciera más fácil que andar por la
poesía. Y sin embargo, eso es mentira. Es un prejuicio, es falta de costumbre.
Por eso aquí va una caja abierta “llena de”. Para que ustedes prueben más y
pongan “sus”. Qué suerte si todo nos sale bien”. ¿Qué es lo que pasa con la poesía y la
escuela y este prejuicio mentiroso de que es más fácil andar por los cuentos
que por la poesía?
LD:
Yo
tengo la suerte de que me publican poesía. Pero no es así con la mayoría de la
gente. No sé si tal vez tendrá que ver con la calidad, puede ser… pero en
general, no se publicaba poesía, ni soñando. El primer libro de poesía que
publiqué es uno que ahora está incluido acá, que se llama Milongas tamaño
alpiste, en Sudamericana. Porque ahí hay una editora, Mariana Vera, una
persona amplia, que defiende muchas cosas, muchas veces las que se llaman
indefendibles. Y ella amplió las colecciones. Pero no siempre la poesía es
bienvenida. De hecho, de poesía para adultos, en este momento tengo cuatro
libros en un cajón. Las editoriales no publican poesía. Y los círculos de poetas
son pequeños grupos que se juntan entre ellos, publican y se leen, se comentan,
pero no se abren. Pero el mercado no
permite que la poesía entre porque dicen que no se vende, cosa que yo no creo
pero ¿qué vamos a hacer? Ese famoso mercado al que hay que encararlo algún día.
Cuánto hilo para cortar hay en esta entrevista! Jugando con este refrán que también encuentra eco en parte de lo que cuenta Laura y me hace sentirme identificada con ella porque también estudié en una escuela con monjas, en parte de mi historia y bordé vainillas. Pero a diferencia de ella, yo amo ese punto. Ja, ja, ja. Gracias Mario Méndez por este ciclo de charlas. Gracias por esta entrevista. Hermosa Laura, cuánto talento, lucidez, defensa encendida de una pasión...Abrazos.
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