Saer, la rosa real de lo narrado
Eligió vivir en París y escribir sobre asuntos que hacen a la literatura argentina, o su mirada es necesariamente integrante de la literatura argentina, de lo regional que hay en lo literario; en todo caso, poco importa. Contentos, diremos que Saer es parte de nuestro patrimonio cultural y literario. En la semana
especial dedicada a Juan José Saer, Libro de arena publica
una breve semblanza del escritor argentino que nació en Santa Fe, lugar en el
que situó gran parte de su obra, junto con el texto "El arte de narrar".
Por Cecilia Galiñanes
Muchos
escritores, probablemente todos, argüirán los críticos literarios, manejan una
teoría de la escritura, que incluye una teoría del sujeto, del escritor y su
papel, de lector y su papel. Una teoría de la comunicación del arte literario, de
la construcción de la realidad que proponen sus textos, de cómo se sostiene con la sola ayuda de la palabra; una teoría de la lengua
que hablan sus textos, del código que cifra el mensaje y de las posibilidades
de desentrañar ese código, del modo en que su
lengua entiende a la lengua; y así
podríamos seguir enumerando el resto de los elementos que configuran el
conocido circuito de la comunicación. Los escritores escriben desde una
concepción, más o menos conciente, que involucra todos estos factores, y que
suele ser consecuente con el punto de vista desde donde se paran para hablar
por escrito. Ese conjunto completo al que podemos llamar poética es un conjunto
de reglas, como las reglas de un juego, que se aplican en cada partida y que
hacen que jugar tenga sentido. No todos los escritores hacen un uso sistemático,
elaborado deliberadamente, ni explícito acerca de ese repertorio de reglas en
que se amparan. Saer, entre su legado literario, ha dejado por escrito su
propia teoría de la escritura. Es uno de los autores literarios que ha mostrado
su gusto e interés por señalar cuál es su personal concepción respecto del arte
de escribir. No solo ha escrito poesía, prosa, cuentos y novelas, textos cuyos
títulos son conocidos y han tomado peculiar notoriedad aquí y en el mundo, sino
también libros de ensayos sobre la escritura literaria, como El río sin orillas: tratado imaginario,
1991; El concepto de ficción, 1997; La narración-objeto, 1999; Trabajos, 2005.
Nació en 1937 y murió en 2005. Además
de escribir se dedicó a la docencia, lo llamaban “el turco”, todos sus rasgos
delataban su procedencia; sus padres eran inmigrantes sirios. Y por la docencia
siguió ese trazo viajero inscripto en su historia familiar. En 1968 se instaló
en Francia, donde enseñó en la cátedra de Literatura Latinoamericana en al Universidad de Rennes, escribió El limonero real,
Cicatrices y el resto de su obra en
prosa (las novelas: Nadie nada nunca, 1980; El entenado, 1982; Glosa, 1985; La ocasión,
1987; Lo imborrable, 1992; La pesquisa, 1994; Las nubes, 1997, Lugar,
2000). Su primera novela, Responso, publicada en 1964, y la siguiente La vuelta completa,
las escribió en Colastiné, Santa Fe. Como así también los libros de cuentos: En la zona, 1960; Palo y
hueso, 1965; Unidad de lugar, 1967;
La mayor, 1976, que son previas a su
partida. La poesía fue marginal en su escritura, aunque en ella se encuentra
también reflejada su inquietud sobre lo que es la ficción. En El arte de narrar, 1977, un poema
homónimo nos hace observar cómo se resuelve la tensión entre la realidad y la
ficción, bajo la forma opuesta del falso recuerdo y la memoria verdadera que inventa la escritura. En él se encuentra contenida su teoría del objeto:
El
arte de narrar
Llamamos
libros
al
sedimento oscuro de una explosión
que
cegó, en la mañana del mundo,
los
ojos y la mente y encaminó la mano
rápida,
pura, a almacenar
recuerdos
falsos
para
memorias verdaderas.
Construcción
irrisoria,
que horadan los ojos del que lee
buscando,
ávidos, en el revés del tejido férreo,
lo
que ya han visto y que no está
Porque estas horas
de
decepción, que alimenta la rosa
del
porvenir donde la vieja rosa marchita
persevera,
no quedarán
tampoco
entre sus pétalos,
flor
de niebla, olvido hecho de recuerdos retrógrados,
rosa
real de lo narrado
que
a la rosa gentil de los jardines del tiempo
disemina
y devora.
Juan
José Saer
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