Cecilia Pisos: "Yo trato de no hacer bajada de línea pero sí abrir una ventanita a través de la ficción."
La segunda parte de la entrevista con Cecilia Pisos comienza con una revisión de su trabajo en prosa para seguir de cerca la relación de los textos con lo lectores infantiles y juveniles. En la charla la escritora hizo hincapié en la influencia de las lecturas en el mundo de los chicos, la conexión estrecha con los temas que a ellos les preocupan, las cosas que les pasan, además de la importancia de la mirada y presencia adulta, en particular la de los docentes que trabajan con los textos. En el final del encuentro, la autora leyó un cuento inédito, para deleite del público: "Hacia una montaña pintada de azul".
MM:
Vamos
a pasar de la poesía a la narrativa, porque hay mucho para hablar y no nos va a
dar el tiempo. Tenemos acá unas cuantas novelas. Presté una de las que hablé.
Así que debe tenerla alguna compañera, y es Dominó.
Me llamó la atención cómo sabés tanto del dominó. ¿Existe algo de todo eso? Les
confieso que no me puse a resolver los problemas planteados.
Asistente
(maestra Patricia): Yo sí. (Risas).
MM:
Te
cuento, Cecilia: Marcela y Patricia son maestras paralelas de sexto grado, una
de Lengua, la otra de Matemática. Y una convenció a la otra y trabajan las dos
con el libro…
Asistente
(maestra Marcela): Nos costó muchísimo conseguirlo.
CP:
Pero
se consigue. Lo que a veces pasa con los libros de algunas editoriales es que,
periódicamente, retiran todos los ejemplares de las librerías para hacer
inventario y después los liberan. A veces, lo que pasa es que justo uno va a la
escuela en ese momento en el que “tienen prisioneros” los libros. Nosotros, los
autores, hablamos para que esta situación se resuelva porque nos produce muchas
incomodidades. Cualquier cosa, chiflan, y nos lo cuentan a los autores, así
podemos dar aviso en la editorial.
MM:
Hay
una mala costumbre, no de Pablo, que es un buen librero, pero sí de otros, que
cuando no tienen el libro dicen que está agotado. Y la verdad es que el noventa
por ciento de las veces no está agotado para nada. No hacen el trabajito de
llamar a la distribuidora y a la editorial y pedirlos. Pero los libros, en
general, no se agotan. Ojalá se agotaran tanto. Contanos algo de Dominó.
CP:
Dominó lo
escribí cuando estaba viviendo en México. Cuando vivía en México y en Canadá,
hacía algunos trabajos para Argentina, pero tenía mucho más tiempo libre. Tenía los chicos muy
chiquitos que iban a la escuela. En un principio estábamos los cuatro solos.
Hasta que uno hace amigos y redes, lleva un tiempo. Tampoco somos de mirar
mucha tele. Esa es nuestra perdición: en casa, somos de jugar. Yo tengo muchos
libros con juegos. Basta para mí, basta
para todos, Rompecabezas, Venía un
barquito… muchos. Y en ese momento nos llamó la atención que en muchos
bares de México, así como acá se juega al ajedrez o al truco, se juega dominó.
Y se juega con unos dominós más grandes, de hasta doce puntitos. Se necesita
una mesa grande, o hay que tirarse en el piso. Mi marido consiguió uno de esos,
y entonces, todas las noches, en casa, jugábamos los cuatro al dominó.
MM:
¿Hasta
doce números?
CP:
Sí,
sí, se les “caen” los puntitos a las fichas casi, los dibujan muy apretaditos.
Y hay un montón de figuras que se hacen porque hay un aparatito que se compra,
y se forman trencitos, uno va poniendo fichas en distintos lugares. Bueno, nos
quedamos enganchados con el juego. Y yo empecé a investigar el origen del
dominó, a ver si había partidas en Internet. En esa época, había muchas menos
cosas que ahora, pero sí había partidas en Internet. Había gente que se
dedicaba a hacer figuras de dominó con las fichas que después se deshacen
precisamente con “efecto dominó”, había maravillas. Entonces se me ocurrió ir
por ese lado. Porque además yo quería hacer en este libro algo que hice
después, en Este campeonato apesta,
en el que abordo la cuestión del “fútbol obligatorio” que existe en nuestra
sociedad. Yo soy madre de un “no tan futbolero”. Recién ahora, que es
adolescente, mi hijo le está encontrando el gustito al fútbol. Con lo cual,
padeció bastante. En general, veo que si los chicos no siguen la corriente y
eligen algo distinto, tienen algún problema. Yo he tomado varias veces el tema
del chico al que le gusta algo que no le gusta a todo el mundo. En Dominó, el juego del dominó mismo me dio
la forma de la historia, y parte de la trama, porque el protagonista, Mariano,
está como a dos puntas con el papá y la mamá que están separados: tiene la
posibilidad de estar en una u otra, como una ficha de dominó, pero en cada
jugada solo puede estar en un lado. Y también está esa cosa, de que al comienzo
de la novela el protagonista está fuertemente angustiado por esas decisiones
que él cree que debe tomar. ¿Con quién me quedo? ¿Con mi papá o con mi mamá?
¿Qué hago? Mis amigos juegan al fútbol… Pero él ha empezado a jugar al dominó
con unos viejitos en un club de barrio, y le toma el gusto. No quiere dejarlo.
Y los viejitos lo enganchan para un campeonato. Me inventé un campeonato, con
sus instancias barrial, provincial, nacional, hasta que llega el internacional.
Cuando se los leí a mis hijos, que eran muy chicos los dos en ese momento, me
dijeron: “Mamá, acá te fuiste. ¿Cómo va a haber un Campeonato Mundial de
Dominó?” (Risas). Y yo no les hice caso. Porfié. Porque tenía escrita toda la
novela y ya estaba construida sobre los momentos de los campeonatos. Un día, el
libro ya había salido, (lo publicó Antonio Santa Ana, al que le había gustado
mucho, y que se encargó de cortarlo porque era más largo todavía), estábamos
comiendo en un restaurante, y de repente, ESPN empezó a pasar la final del
Campeonato Mundial de Dominó. Y yo les
dije a mis hijos: “¿Vieron cómo la realidad imita a la literatura?”. (Risas).
MM: Dos o tres cosas que surgieron de tu respuesta. Las charlábamos el lunes pasado. ¿Hay un cuento, Dominó, que después fue ampliado?
CP:
No,
el cuento no tiene nada que ver con la novela. Es anterior y pertenece a un
volumen, Basta para mí, basta para todos,
de cuentos sobre juegos, en el que los juegos son el tema y también la forma de
los cuentos.
MM:
¿No
hiciste ninguna relación?
CP:
No,
las historias son diferentes pero tomé el mismo principio del juego, y la
sensación del que está tironeado hacia uno u otro lado. Entonces, el
protagonista de ese cuento, que está animado también en una serie de Paka Paka,
es un príncipe que va a ver a la princesa y no se decide. Si va por un camino o
por otro, qué va a decirle y qué no… Como el cuento tiene un territorio mucho
más acotado, pude trabajar más el lenguaje. En la novela Dominó, las alternativas del juego de dominó están trabajadas al
nivel de la acción; en el cuento, a nivel
oracional: está hecho de puras oraciones disyuntivas. Me divertí mucho escribiéndolo. Es una cosa
que creo que la literatura tiene que hacer siempre, que es jugar mientras
cuenta. Para diferenciarse de la crónica o de algún otro tipo de discurso
narrativo, periodístico… aunque en el periodismo hay hibridación.
MM:
Uno
de los dilemas del protagonista de la novela Dominó es que en el fútbol a veces se cuelga y hace goles en contra,
y esa cuestión de que lo vean diferente porque juega al dominó. Esa cosa de
ralear al que es diferente es una especie de bullying. Hay una novela que
comentamos el lunes pasado que nos gustó mucho, que es Querida autora, en la que trabajás esto, en este caso con una nena.
¿Qué relación hay con la realidad? ¿Tenés ese trato con los chicos que te
escriben?
CP:
Sí,
y cuando salió ese libro, más, porque una de las “actividades” que se les
ocurrió a las maestras, y que no estaba en la guía propuesta por la editorial,
creo, fue que los chicos me escribieran a mí, la autora real de Querida autora. Y me escriben comparando
la situación con la de los personajes de la novela. Y entonces ponen: “Cecilia, ¿te das cuenta de que es
como en el libro? Yo te estoy escribiendo a vos como Luci le escribe a Felicia”. Me encantan esos mails, trato de
contestarlos rápido. A veces, con los de los grandes tardo un poquito, pero los
de los chicos los contesto enseguida, porque me gustan mucho. La novela está
basada en casos reales. Una vez fui a buscar a mi hijo a un cumpleaños,
estábamos con otra mamá y había una nena llorando. Entonces nos acercamos con
la mamá a consolarla, y cuando le preguntamos qué le pasaba nos dijo que “sus
amigas” le habían dicho que si no se convertía en su esclava, no podría estar
más con ellas. A mí me impactó la palabra “esclava”. En ese momento, tratamos
de resolver la situación con la mamá del que cumplía años. Por supuesto, como
en toda situación de bullying, los
episodios de mayor violencia son encubiertos, así que imagínense las caras de
santitas de las “acosadoras”. “Vení, vení, no llores más”, le decían. Yo tengo
un ojo clínico para detectar esas conductas y al verlas, pensé que si eso
quedaba ahí, la nena iba a seguir sufriendo. En ese momento me animé, porque la
maestra de Ignacio era muy piola y así, un día le dije que tenía que comentarle
algo, y se lo conté, para que se fijara si pasaba lo mismo que había pasado en
el cumpleaños. El tema es que cuando se da el bullying,
ocurre en territorios que se sustraen al ojo avizor del docente o del adulto.
Ella lo tomó muy bien; era una maestra muy inteligente, muy sensible, pudo
intervenir y se resolvió la situación. Pero yo me quedé con la idea clavada y para
escribir ese libro, fui recolectando información “de campo”. Por ejemplo, lo de
las nenas que tienen que pagar para entrar a un juego que se dice en la novela,
le pasó a la hija de una amiga. A mí me interesa, a veces, escribir esos
libros, no porque piense que la literatura vaya a resolver los problemas de la
vida real, porque no soy ingenua. Pero a mí me pasaba, cuando era chica, que
estaba en una situación parecida a la de un personaje que leía y que lograba
encontrar una solución a su problema, una salida o lo que fuera y eso me hacía
sentir cierto bienestar, cierto alivio. Por ejemplo, yo era fanática de los libros
de Louisa May Alcott. Las heroínas de
sus novelas, son chicas que luchan y consiguen lo que quieren. Yo creo que a mí
ese modelo me marcó para toda la vida. Yo quería conseguir cosas, pero sabía,
desde esas novelas, que tenía que luchar. Si yo encontré eso, ¿por qué no puedo
darle alguna pista al lector? Sobre todo, porque por lo que yo veo en las
escuelas, los chicos están muy desvalidos. Muy solos. Muy sin la charla de
algún adulto. Yo trato de no hacer bajada de línea pero sí abrir una ventanita,
ver qué puedo hacer con el personaje, y entonces, en esta novela está la idea
de encontrar algún adulto al que se le
pueda confiar lo que pasa. A mí me da mucha impotencia que se piense que
los problemas de los chicos son pavadas. Acuérdense de cuando eran chicos y
tenían un problema: era todo un mundo. Con este libro hice mucho contacto con
los chicos. En algunas escuelas es genial. En otras, a las maestras no les
gusta tanto porque empiezan a salir al sol los trapitos del aula. Hay que
manejar la situación, pero muchas veces ayuda a sacar cosas que estaban
ocultas. Y de alguna manera, posibilita trabajarlas.
Asistente:
Porque
si es la lectura la que los expone, el grupo se anima a hablar. Los anima.
Alguno que no iba a hablar o que no tenía palabras para decirlo, habla.
CP:
Sí,
hay mucho temor, y me parece que como docentes, como adultos, tenemos que estar
muy atentos. Le contaba a Mario que la otra vez fui a una escuela, y se me
acercó un nene que me preguntó si no estaba escribiendo algo sobre bullying como para quinto grado. Así,
con el nombre técnico, me lo pidió. Y cuando le pregunté si era para tanto, me
contestó que sí, y me miró con una mirada tan triste… Yo sé que la literatura
no es instrumental… Pero muchas veces siento la necesidad de hacer algo.
MM:
Claro,
lo dijo la compañera… la valentía de la maestra que se atreve a que esto se
escuche. Nosotros lo ponemos en juego…
CP:
…y
los maestros tienen que ser nuestros socios. Y los papás. Tenemos que
asociarnos los adultos con esto, porque se necesita más de un ojo atento.
MM: Decías que no son de ver mucha tele… Hay un cuento que nos gustó muchísimo también, que además mete el dedo en la llaga sobre la falta de atención… Esto no es una caja. La nena quiere jugar y la mamá quiere mirar la caja boba. ¿Esto ha circulado en la escuela?
CP:
Sí,
pero del lado de donde más recibo con este libro es del de los papás. Porque
viste que hay libros en los que uno toma partido por el niño, y en otros, por
el adulto. Tengo un libro que se llama Mientras
dura el hechizo, en el que quise
tomar partido por los padres, porque no soporto a los niñitos malcriados,
caprichosos. Es una cosa insoportable para mí. Entonces, los que vencen en esa
historia son los padres. (Risas).
MM:
Te
interrumpo, leo un poco del final, hago spoiler.
“El gigante suspira con alivio y deja el libro. Luego, prepara el tablero,
llama a la giganta y, mientras dura el hechizo, los dos se ponen a terminar esa
partida de tatetú que habían empezado antes de que Frida naciera”. (Risas).
CP:
El
disparador de esta historia fue una nena que hizo un berrinche en el
consultorio del dentista. Y en el caso de Lara, en Esto no es una caja, la nena tiene cosas mías de cuando era chica.
Yo tenía un abuelo que me hacía juguetes artesanales. Se iba a una maderera,
pedía los restos y se sentaba a jugar conmigo. Él era reciclador. Tapitas de
yogures, frasquitos de redoxon… Yo me divertía muchísimo con mi abuelo. Esta
cosa de usar las cajas para jugar, también la hacía. Era un clásico. Y esta
historia surgió un día en el que yo estaba en la pileta del club, mis hijos
andarían por ahí, y llegaron los chicos de la colonia. Como siempre, estaban
los que no se querían meter al agua. Entonces, el profesor, “de castigo”, los
dejó en una punta, aislados, lejos de los que nadaban. Solo tenían sus
toallones. Los otros se divertían en el agua. Primero, se recontra aburrieron, durante un largo rato.
Charlaban, se molestaban, se pegaban… De pronto, uno dijo: “¿Dale que esto era
una veterinaria?”. “Bueno”, le dijeron los otros, “Nosotros éramos los perros”
(Risas). Chicos de nueve o diez años. Tres eran los perros, y el otro era el
dueño de la veterinaria. Y cada una de las toallas era como la jaulita o el
espacio del perro. Estuvieron jugando toda la hora que duró la clase de
natación. Y a mí me pareció una maravilla. Cuando uno a veces tiene mucho, no
puede inventar nada. No puede desear nada. Como estos estaban en el límite del
aburrimiento, tuvieron que hacer algo. Y lo lograron.
MM:
Además
logra que la madre deje la tele. Hay mucho recurso de lo maravilloso-fantástico
en casi toda tu literatura, ¿no? Te gusta mucho.
CP:
Me
gusta. Un día, cuando mi hijo Ignacio estaba en tercer grado me dijo: “Mamá,
basta de princesas”. Así se iba a llamar El
rock de la princesa, pero me pareció muy fuerte. Él me dijo que tenía que
escribir sobre la vida real. Y ahí empecé a escribir los libros de la serie “Juani
y SuperFido”. Es una serie medio desopilante. Es un chico de quinto grado con
su mascota, SuperFido, un perro
chihuahua, su mamá, su papá, el director de la escuela, la maestra, su mejor
amigo Fede, la chica de la que está enamorado… Le construí un universo
cotidiano de una escuela cualquiera de Buenos Aires. Pero igual siempre le
pasan cosas desopilantes. No di con el realismo que “tenía que lograr”.
MM:
Los
“pulóveres cariñositos” no son muy realistas.
CP:
No.
MM:
Ya
que mencionás a Juani y SuperFido, y recién El
rock de la princesa, estas son sagas, ¿verdad? Se me ocurre que El té de la princesa, no fue pensado
originalmente como saga…
CP:
No.
Lo presenté uno de los primeros años del concurso El Barco de Vapor, de SM, y
quedó finalista. No tenía pensado nada…
MM:
Recuperaste
el personaje…
CP:
Sí,
me lo pidieron. A veces, cuando el personaje por alguna razón es exitoso, las
editoriales lo piden. Así, después de El
té…, vinieron El rock… y El terror de la princesa, este a pedido
de los lectores.
MM:
En
cambio, UfaGenial ¿surge como un
proyecto de saga? ¿Pensaste en un personaje para seguirlo?
CP:
Estas
dos series, Juani y SuperFido y UfaGenial, sí, porque en ese momento en que estaba viviendo
en Canadá, experimenté con mi hijo menor la estrategia principal que se utiliza
allí para enseñar a los chicos a leer: leer. Entonces, leen todo el tiempo.
Leen con la maestra, con la bibliotecaria, pueden llevarse libros… En primer
grado tenían que llevarse un libro a casa cada día, de la biblioteca del aula,
y la tarea era leerle ese cuento a alguien de la familia, la madre, un hermano,
a quien fuera. A veces había papás que íbamos voluntarios al aula, y los chicos
hacían cola y nos leían. Había mucha variedad de materiales para leer y entre
los recursos, una de las cosas que era muy importante para los chicos que
estaban aprendiendo a leer, en segundo y tercer grado, eran las series, en las
que uno seguía a un mismo personaje en diferentes aventuras. Yo tenía mi
prejuicio con respecto a las series, porque, justamente, pensaba que eran algo
hecho “en serie”. Entonces observé el comportamiento lector de mi hijo, y él seguía
los libros de una serie. Ese seguimiento lo llevaba a leer y a leer, y leía
cada vez un poquito más. Entonces, la serie no va a ser la gran obra de la
literatura universal pero va a ser algo que le va a servir. Uno lee muchas
cosas que quizá lo ayudan a leer mejor otras, aunque no tengan un valor
literario maravilloso. Como yo soy cabezona, igual quise construir una historia
única, no adocenada dentro de cada libro de la serie. Pero sí, en su conjunto,
los libros fueron pensados como parte de una serie. Y UfaGenial más, porque trabajamos mucho con Carlos Pinto, que
ilustró todas las locuras que a mí se me ocurrieron. Y otras que se le
ocurrieron a él.
MM: El lunes hablábamos y yo les mostraba el del cumpleaños. En el que además e incluyen temas de juego, de chistes a resolver… Eso lo trabajaste con el ilustrador…
CP:
Sí,
y con la editora que es María Amelia Macedo, que es un amor de editora, súper
minuciosa.
MM:
¿Está
funcionando? ¿En la escuela?
CP:
Sí.
En realidad, algunas escuelas lo adoptan porque las maestras trabajan cómic. Y
otras veces, los chicos los compran y los coleccionan, porque lo que tiene toda
serie, es el costado consumista que es lo que a mí no me gustaba. Pero si
pensamos que La Comedia Humana salía
como serie o que las novelas de Dickens o Dumas salían como folletín… Con las
series, los chicos siguen leyendo.
MM:
Esa
es la idea. Hay otra saga, en la que está esta novela que a mí me gusta
muchísimo, que se llama Como si no
hubiera que cruzar el mar, que desde lo argumental es muy interesante, y desde lo textual, el trabajo con los capítulos. Uno
con la voz de la protagonista y otro con la de la bisabuela. ¿Dónde abrevaste
para esta novela?
CP:
Esa
novela la escribí el enloquecido año en el que me estaba yendo a vivir a
México. Una decisión, más que nada laboral, por el trabajo de mi esposo. Como
mi trabajo en ese momento era “portátil” (estaba escribiendo para la revista Genios, y publicando algunas otras cosas),
podía seguir haciéndolo. Mi preocupación mayor era el impacto que podía tener ese
“trasplante” de país en mis hijos, y en los abuelitos. Yo me la bancaba pero
pensaba en qué les pasaría a ellos. En un momento, me di cuenta de que me había
hecho problemas al divino botón, porque los chicos no tienen tantas vueltas
como uno. Durante todo el año que duró la mudanza (desde que nos dijeron que
teníamos que irnos hasta que nos fuimos pasaron casi nueve meses), estaba muy
angustiada haciendo trámites y tenía que procesarlo de algún modo. Trámites de
la escuela, de la casa… infinitos. Y trabajaba. Ese año escribí El té de la princesa. Y ese mismo año escribí
el libro Proyectos con todos, para
docentes, con Silvia Hurrell. Las dos teníamos chicos chiquitos y escribimos
todo el libro sin reunirnos ni una vez… Y en medio de ese caos y de esos otros
trabajos de escritura, empecé a escribir Como
si no hubiera… Esa es la explicación de por qué los capítulos son tan
cortos. Era lo máximo que yo podía escribir cada día. Y cuando estaba por la
mitad de la historia de Carolina, que en realidad es una mezcla de mi hija, de
mí y de mi mamá, se me vino la figura de mi abuela, y pensé que ella había
hecho lo mismo y en peores condiciones. Y me vino, tirando de la piolita del
recuerdo, la historia de mi abuela. Ella era una gallega muy callada, que había
sufrido mucho cuando era joven, y trabajó muchísimo acá en Argentina. Mi abuelo
también era gallego, pero era muy alegre, era todo lo contrario. Costaba que
ella te contara algo de cuando era chiquita, de su tierra. Pero a fuerza de
mates y persistencia (yo era la única nieta mujer), en mi adolescencia, antes
de que se muriera, lo logré. Entonces para escribir este libro fui recuperando
algunos episodios de su vida. Y hubo cosas que inventé por cuestiones de la
trama, pero buena parte de la historia de mis abuelos es esa.
MM: Es fuerte también lo de la discriminación. Muchas veces parece que eso se olvida, como que somos un crisol de razas y todos fueron recibidos con los brazos abiertos. A la protagonista la joden bastante…
CP:
Sí.
En las obras de teatro de la época, como las de Vaccarezza, aparece la figura
del porteño que gasta a los que hablan mal que vienen de otros países…
MM:
Y
después esta novela sigue con Mar cruzado,
que es cuando la protagonista vuelve desde Madrid para la Argentina. Y de eso
quería preguntarte cómo fue la experiencia de trabajar en un blog, con Alfaguara.
CP:
La
verdad es que Fernanda (María Fernanda Maquieira, editora de Alfaguara) me
venía pidiendo que escribiera la segunda parte. Cuando todavía no estaba en la
Argentina, le decía que no sabía cómo era la cuestión, porque no había vuelto.
Y cuando volví me lo pidió otra vez. Me resistí un par de años más, porque me
costó mucho más la vuelta que la ida. Reacomodarnos nos costó mucho más. Uno
cambia, se vuelve otro. Y en esta historia pensé en los modos de leer que se
están dando entre los adolescentes, y probamos por ahí. No es que yo fuera
escribiendo a medida que se colgaban los capítulos en el blog. Yo ya tenía todo
el esquema de la historia, y un buen colchón de capítulos hechos y corregidos
con Lucía Aguirre, la editora. Se abrió el blog, y se iban colgando tres
capítulos por semana. Y los lectores podían interactuar como si fuera un blog
real, dejando comentarios. Pasaban cosas curiosas. Algunos comentaban la
historia como historia. Entonces, se dirigían a mí. Ellos podían decir lo que
querían. Entonces decían: “No hagas que se enamore de Fulano”. Otros les
hablaban a los personajes, porque cada capítulo de esta novela es una entrada
de blog de la protagonista, y luego, el resto de los personajes, comenta. Los
conocemos a través de sus comentarios. Se dieron distintos niveles de diálogo.
Algunos les hablaban a los personajes…
MM:
¿Y
vos contestabas?
CP:
Trataba
de meterme lo menos posible. Estaba muy asustada. Yo no tenía Facebook… Si
ustedes ven hoy día mi Facebook van a ver que está completamente amurallado. Le
tengo pánico. En ese momento, en la editorial me abrieron un perfil de
Facebook, y no fue que escribieron un montón de lectores. Escribieron algunos,
fue algo manejable. Los editores monitoreaban. Se leía mucho, pero no todos los
que leían, escribían. Después, aparte del blog se les ocurrió armar la página
en Facebook, para ir planteando algunas preguntas. Por ejemplo, está el
cumpleaños de quince de Carolina. Y empieza todo el debate acerca de si fiesta
o viaje. Y en el Facebook se les preguntó a los lectores qué preferían. Y esas
cosas que planteábamos así como más planificadamente, ellos no las respondían tanto en Facebook. Sin
embargo, en el blog sí se metían. A veces, se posteaban los temas musicales que
se mencionaban en el texto, absolutamente asesorada en esto por mi hija, o los trailers de la películas que comentaban
los personajes, como para que hicieran una experiencia más interactiva la
lectura la novela. Pero la comunicación con los lectores no pasaba tanto por
ahí sino por el blog, que tenía el texto pelado.
MM:
¿Y
cuánto duró la experiencia?
CP:
Tres
meses. De septiembre a diciembre se publicó así. En enero quedó la novela entera
colgada; a principios del 2013 salió el libro en papel, y la editorial la
levantó del blog. Quedó abierta la página del Facebook.
MM:
¿Te
gustó?
CP:
Sí,
fue muy interesante. Me confirmó eso de que quizá no hay que trabajar tanto
desde cosas más dirigidas con los chicos, sino ver qué pasa en instancias de
mayor espontaneidad.
MM:
Bueno…
tenemos un montón de libros de los que hemos hablado el lunes pasado, pero
además trajiste una bolsa con libros que acá, en Argentina se conocen poco o
casi nada, porque fueron publicados en España, en México… así que nos gustaría
que nos muestres.
CP:
Les
muestro. Y les traje un inédito para leer.
MM:
Bien.
Además las ediciones son muy buenas.
CP:
Algunos
son de Norma, porque al vivir en México, conocí a la editora mexicana.
Entonces, mi producción argentina de Norma, es distinta de mi producción
mexicana. El primero que saqué es Salsa
de cuentos. Son cuentos relacionados con contar cuentos. Hay una abuelita
que mientras está haciendo la salsa cuenta un cuento, y como está concentrada
en la salsa se equivoca. Esa era mi abuela.
MM:
¿Y
los ofreciste acá?
CP:
Viste
que en esta editorial se van intercambiando títulos entre los diferentes países…
depende de los editores. Este ahora se fue a Guatemala, y a Puerto Rico. Y el
que está muy viajero es Querida autora…
que se fue a Puerto Rico, Estados Unidos y México. Parece que el bullying no es un tema solamente
nuestro. Después, este, San Valentín de
los dientes, recibió el equivalente de la mención de ALIJA de acá, en México en el 2010. Habla de la
pérdida de los dientes. Me divertí mucho haciéndolo. Y está totalmente escrito
“en mexicano”, porque en esa época, en mi casa se hablaba bilingüe mexicano/
porteño. Mi hija fluctuaba todo el tiempo. Mi hijo era totalmente mexicano, era
más chico. Me decía: “Mamá, amárrame las agujetas de los tenis”. (Risas). Y yo
le decía: “No. Atame los cordones de las zapatillas”. Este, Bicho@zoo, también está conformado por mails que se mandan unos nietos y un abuelito.
No tiene un narrador. Los nietos acaban de perder, literalmente a su papá, que
es espeleólogo y desapareció explorando unas galerías subterráneas, después de
un derrumbe. El abuelo, que es entomólogo, los ayuda a los chicos, tratando de
distraerlos, y les enseña a hacer una
colección de bichos. Pero hay que hacerla bien para que los bichos no se
mueran, que tengan agua, alimentos. Así que estudié un montón sobre los bichos
para escribir. A mí me gustan también, no lo niego. Y los chicos van armando
ese zoológico, con las indicaciones que les va dando el abuelito a la
distancia. Hay un desenlace inesperado en el que intervienen las hadas,
también.
Y después tengo
estos otros libros de poesía. Este, El
libro de los hechizos, circula acá, pero esta es la versión hispánica.
Salió primero allá, y después yo misma lo traduje al porteño. En este, Soplacoplas, se me ocurrió hacer un
libro volviendo a esta forma tan linda y tan sonora que tenemos en la lengua
española, la copla. Por ejemplo, Copla
sin miedo: “Los fantasmas de la noche,/los
ves en la madrugada/y el susto que los sostiene/ es solo sábana blanca.”. A
ver otro… Son cortitos… Copla sin vergüenza:
“En la fuente un angelito/hace pis, nadie se enoja./ Y encima tiran monedas/por
si la suerte las moja”. (Risas). La idea es jugar con la riqueza sonora y
conceptual que tiene la copla. Después, este, Una pregunta por punta, es
un “preguntario”, al modo de El libro de las
preguntas de Neruda. Es un libro como de definiciones poéticas, o de preguntas
poéticas. Por ejemplo, Mediodía: “¿Qué tiene la luz que cae/ como lanza al
mediodía?/ Tiene celos del almuerzo/ y pincha, a ver si convidas.” Y este, Argentina, de la A a la Z se hizo por
encargo, con ilustraciones de Claudia Legnazzi. A propósito del tema de los
ilustradores, no nos hemos visto con Claudia en la hechura de este libro ni nos
hemos conectado nunca. La editorial es Everest, de La Coruña, y tuvo el
proyecto de hacer un libro de poesía por país. Y para el de Argentina me
llamaron a mí. Pero lamentablemente nunca llegó a venderse y a circular por
Argentina; sí sé que está en otros países de América. La verdad es que es una
lástima repetida porque a España tampoco llegan mucho los libros de acá.
CP:
Elegí
un cuento que no está publicado. Últimamente estuve escribiendo cuentos sobre
situaciones de lectura que no publiqué todavía. Cosas que me han contado
bibliotecarias, o docentes. Hay uno, del año pasado, que salió en Paka Paka que
se llama Las varitas mágicas. Y este
no es muy largo. Se llama Hacia una
montaña pintada de azul, y yo le puse una cita de Cesare Pavese, que no sé
si quedará cuando se publique.
Hacia una
montaña pintada de azul
Cecilia Pisos
De niño se
aprende a conocer el mundo no—como parecería— gracias al inmediato y originario
contacto con las cosas, sino a través de los signos de las cosas: palabras,
viñetas, relatos. Si nos remontamos a un momento cualquiera de conmoción
extática ante cualquier cosa del mundo, encontramos que nos conmovemos porque
ya nos hemos conmovido; y nos hemos conmovido ya porque un día algo nos apareció
transfigurado, separado del resto por una palabra, una fábula, una fantasía que
a ello se refería.
(Pavese, Cesare. El oficio de vivir. El oficio de poeta. Barcelona, Ed.
Bruguera-Alfaguara, 1979.)
Josué nació y creció en la Puna, en un pueblito que
termina donde empieza la montaña. Hace dos meses, los papás lo enviaron, junto
a su hermanita Marimari a vivir con los tíos de la gran ciudad.
Calladito y sin protestar, Josué se levanta todos
los días, se lava y se viste para ir a la escuela. Con paciencia y muy prolijo,
la peina con trenza a Marimari porque solo él sabe cómo la hacía su mamá en el
pueblo, le ha dicho su tía.
Luego del pan y el mate, los dos hermanos caminan
muy serios hasta la escuela. Josué vigila con ojo atento los autos, las personas.
Cuando tienen que cruzar, le aprieta fuerte la mano a su hermanita. En cambio,
muchas veces, entornando los ojos en medio de la vereda con sol, se recuerda,
corriendo hacia el cerro, despreocupado y suelto como el viento.
Toda la mañana Josué escribe y hace cuentas en la
escuela, callado, sin borrar. En el recreo, siempre busca un lugar tranquilo. Y
allí, no importa si es la escalera o el pie del mástil, pasan ante sus ojos,
una por una, sus llamas. Josué tiene tanto silencio alrededor que nadie se le
acerca. Si alguien le habla, contesta con la cabeza. Y ya se sabe que con la
cabeza solo se pueden decir dos cosas: sí y no.
Cuando regresa a casa, por las tardes, ayuda a los
tíos a atender en la verdulería: elige las frutas y las verduras que le piden,
las pesa, las embolsa, anota en un papelito el precio, cobra y da el vuelto.
Cada vez que su mano roza una papa, un zapallo, si
cierra los ojos, le parece que toma de la patita a su perra Sarmienta. O que
acaricia la oreja de la Nube, la llama más clarita del rebaño.
—Este nene no habla—le dice un día la maestra a la
directora de la escuela.
—Su sobrino no habla —le repite ese día a la salida
la directora a la tía.
Y a la noche, la tía comenta triste con el tío: —No
habla el niño, dicen, en la escuela.
El tío se rasca la cabeza y dice: —En la verdulería,
tampoco.
Y los dos se quedan despiertos, pensando.
Pasan los días y pasan los días sin palabras. Sin
embargo, por donde mira la calle, Josué ve la montaña; por donde corren chicos, él ve andar sus
llamas; por donde se le aparece en la vereda un perro, solo ve a la Sarmienta
que le sale al encuentro.
Un sábado a la tarde, la tía le dice a Josué:
—Hay títeres en la biblioteca del barrio pero yo
tengo que abrir el negocio.
Josué lleva a su hermana; él está grande para
títeres y se queda en el fondo. Violeta, la seño de la biblioteca, lo invita a
sentarse entre los libros, a servirse una historia.
Josué dice que no con la cabeza. Violeta igual le
deja dos o tres libros sobre la mesa y se va con los chiquitos. Porque sí,
Josué toma un libro y empieza a pasar las páginas. El sol pega en la ventana y
ya se siente como a la hora de ir volviendo al valle…
Josué, sigue pasando por pasar las páginas hasta
que llega a una inesperada: en ella hay un chico, otro Josué, chiquito; va
detrás de unas llamas. Parecidas a las suyas pero del tamaño de hormigas; enfilan hacia una montaña pintada de azul. Y
hasta hay una, encaramada sobre las rocas de la cima, valiente y solitaria,
igualita a la Nube.
Al rato pasa la seño Violeta y le pregunta:
—¿Te gustó el libro de los camellos, Josué?
—No son camellos, seño; son llamas. Hay que
subirlas todos los días al cerro para que coman las hierbas. Y luego antes de
la luna, hay que bajarlas sin que ninguna se pierda. Por eso el niño va detrás,
contando…—dice sin darse cuenta y de un tirón Josué con una voz que se parece a
un trino.
La función terminó y todos se acercan a escucharlo.
Los más chiquitos lo rodean y él pasa las páginas de la historia y lee y
también cuenta otras cosas que no están escritas. Pero que él conoce muy bien
porque es igualito a ese Josué del libro.
—Aquí no lo pone pero estas lanitas de colores que
traen en las orejas son de la “señalada”, cuando las marcan para saber de quién
es cada llama. A La Nube, le puse vellón rojo y verde.
Josué se lleva el libro prestado. Contra el pecho
lo lleva: esa es su historia. Antes de salir, Violeta le regala un cuaderno:
—Escribí aquí todo lo que le falta al libro, así
después ponemos el cuaderno a su lado, en el estante.
Pero Josué, por el momento, no piensa todavía en
escribir nada. Lo que sí: no para de contar
a los chicos en el recreo,
a los clientes de la verdulería,
a los otros lectores en la biblioteca.
Unos días después, la señorita le comenta muy
divertida a la directora:
—Este nene ahora habla hasta por los codos…
Al rato, la directora llama por teléfono a la tía y
le dice:
—¡Mire que está charlatán este Josué!
A la noche, ya acostados, los tíos se ríen: —¡El
niño parece una cotorrita!
Y luego tienen que hacerlo callar a Josué, que
hasta dormido, sigue y sigue, ¡sigue contando llamas!
(Aplausos)
Esta es una
historia contada por una bibliotecaria de un centro comunitario. Cómo los
libros a los que uno les pone la voz, le dan la voz a otro. Me contó esta
historia y otras y me quedé impactada. No es tal cual… pero fue recibida por mí
y acá va de vuelta.
MM:
Muy
bella. Seguramente aparecerá en un libro
CP:
Ojalá.
MM:
Despedimos
a Cecilia con otro aplauso. Muchas gracias. (Aplausos).
CP:
Muchas
gracias a ustedes.
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