Del ministerio de la verdad
La
guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza. Estas frases son
anverso y reverso del doblepensar que destruye la lógica y el pensamiento. En el natalicio del
escritor británico George Orwell, Libro de arena publica una nota sobre la ficción política distópica, 1984, publicado entre 1947 y 1948, luego del fin de
la segunda guerra mundial.
Por Matías Serrano*
El
mundo ha colapsado. La dominación se ha expandido a todos los rincones del
universo humano y en un movimiento paradójico su significación ha implosionado.
Parecería que ya nada queda por fuera de lo que se dice. Por fuera de lo que
los medios dicen. En la era de la información cada signo se ha convertido en
expresión de su propia naturaleza, y así en la reducción de las posibilidades de clasificar
un hecho bajo las categorías de lo verdadero y de lo falso. Eso es viejo. Lo público y lo
privado encuentran desdibujados sus límites, que transforman lo más lejano de lo otro en lo más próximo de lo propio. Los asuntos privados son de dominio público. La sociedad, convertida en escena teatral
de un simulacro de sociedad, parece repetirse en un círculo sin salida. Sus instituciones,
devenidas en pantomimas de instituciones han consumado su fin, han llegado a su
término. El hombre ya no está en el centro de la escena. Fuera de foco, es más
bien su víctima y también su victimario, pero en cualquier caso es un
fantasma de lo que se propuso ser. Hace rato, en la literatura de anticipación
se conjugan los elementos que señalan la creciente y opresiva complejidad de la
fantasía de la libertad en la que vivimos. Autores como Huxley, Bradbury, además de Orwell, han incursionado en este terreno en el que se exhibe la mirada
desencantada del mundo. Presa de sí, el ser humano ha perdido su soberanía. La era
del dominio por el dominio es la que se eleva como sueño que suplanta el sueño
de la creación y de la libertad, tanto colectiva como individual. Es la era del imperio del mundo. Pero el hombre es el gran ausente. La distopía ya no es una clase de ficción, ni siquiera un modo de pensamiento; es
la cara visible del mundo real, y la realización del mundo profetizado en 1984, de George Orwell. Winston Smith,
su protagonista, habita un Londres dominado por el Gran Hermano y el partido
único. El “diálogo” disrruptivo en que entran, el personaje individual con el
sistema social, analiza e indaga en el funcionamiento de toda dictadura. De los
totalitarismos de izquierda como de los de derecha. Aunque en su momento las
analogías con el comunismo estalinista resultaran evidentes en el texto, dada
la trayectoria vital del autor, hoy leemos otras cosas que nos pasan en la vida
civilizada democrática occidental. Ese quizá sea el mayor legado de su obra y
un propósito no pensado que hoy cumple. El relato del perfeccionamiento del
control basado en falsear la realidad y manipular la opinión pública, vuelto
realidad. Después de todo, aquello de lo que no se habla no ha existido, lo que
no tiene palabra no tiene recuerdo posible o puede ser trocado por otro, según la conveniencia y oportunidad. Y cuál
otra es la lógica de los medios de comunicación, sino la de instalar las
agendas que gobiernan nuestras vidas cotidianas. La tentación de hacer esta
lectura es tan fuerte que es parte ya de nuestro sentido común. Pero no es
menos válido el ámbito de pensamiento que abre como espacio posible para la
libertad. Por eso la importancia de Orwell, por eso la celebración del mayor de
sus textos, 1984; porque su peculiar
visión, hoy ya generalizada, no desaparezca del recuerdo.
*Matías Serrano: vive en Almagro, es estudiante de Comunicación social, nada disfruta más en la vida que viajar, y conocer otras formas culturales. En sus ratos de ocio se dedica a consumir teatro, cine y literatura.
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