Cecilia Pisos:"Si uno encara la poesía de la misma manera que encara una historia, está frito."
De cómo la vida nos sorprende, de cómo el camino se va haciendo en una dirección inesperada, de la vocación infantil por la poesía y el amor por la literatura, de todo eso habló Cecilia Pisos en la charla con Mario Méndez. Contó cómo su interés académico se transformó en su actual labor como escritora y editora, cuáles fueron sus primeros pasos en la escritura de textos infantiles y sus referentes en ese ámbito; habló acerca de las modas, los lineamientos editoriales, las exigencias docentes y escolares en cuanto a la producción de los textos y su presentación, entre muchos otros temas. Libro de arena publica la entrevista
a la escritora, realizada en La
nube, el 27 de abril último, como parte de los "Encuentros con escritores de Literatura Infantil y Juvenil" del ciclo organizado por el Programa Bibliotecas para armar. El viernes próximo saldrá la segunda parte.
Mario
Méndez:
Buenas tardes. Gracias por venir. Empiezo como siempre, pidiendo un merecido
aplauso para nuestra entrevistada, Cecilia Pisos… (Aplausos). Y también, como
siempre, empiezo leyendo la biografía, porque vale la pena contarla antes de entrar
en la charla. Cecilia Pisos es Licenciada y Profesora en Letras por la
Universidad de Buenos Aires. Ha sido docente de las cátedras de Retórica en la Facultad de Psicología de
la UBA, Literatura inglesa y Literatura Española II, en la carrera de
Letras, también de la UBA, y Auxiliar de Investigación, en el Departamento de
Investigaciones Filológicas de la Academia Argentina de Letras. Realizó
estudios sobre la lírica del Siglo de Oro, con beca del CONICET, en el Instituto
de Filología Hispánica de la UBA. Y publicó artículos en revistas de la
especialidad. Ha finalizado además una especialización en Gestión Cultural y
Políticas Culturales en la Universidad Autónoma Metropolitana, del Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes de México. Desarrolló tareas de autora,
coordinadora y editora para diversas publicaciones y editoriales, dedicándose
especialmente a los libros escolares y a la literatura infantil y juvenil. Ha
sido, asimismo, responsable por la Argentina de la Coedición Latinoamericana de
Libros para Niños y Jóvenes de UNESCO. Coordinó talleres de poesía para niños,
adolescentes, y adultos en diversas instituciones. Y sus poemas para adultos
han recibido premios en varias oportunidades. Su libro Como palabras educadas, fue publicado por Ediciones de Tierra Firme
a través de un subsidio de la Fundación Antorchas. Produjo y dirigió también el
site de Literatura, Zona de Letras, en el portal del
Ministerio de Educación. Publicó las series: Los Requetelibros 1, 2 y 3 y Panzarriba
1, 2 y 3 para primer ciclo de la Educación Primaria. Y es coautora de Proyectos con todos, premiado en la
Feria del Libro de Buenos Aires. Su poesía para niños puede leerse en Las hadas sueltas, Las brujas sueltas, Un
rey con 99, Dragones o pajaritos, Todos los ogros, El libro de los hechizos,
Una pregunta por punta, El pájaro suerte, En la soguita de un verso,
Soplacoplas… Y entre los cuentos y novelas, publicados en Argentina,
Ecuador, México, España. Alemania, se encuentran Maus y el ratón tigre, Un cuento por donde pasa el viento,
Rompecabezas, El té de la princesa, El rock de la princesa, No te acerques a
este libro, Salsa de Cuentos, Dominó, Una escoba para cada cosa, Las cajas
mágicas, Mientras dura el hechizo, ¡Basta para mí, basta para todos!, Las
temitas invasoras, Yo, mi perro, Querida Autora, La máquina de hacer los
deberes, y las series de aventuras de Juan
y Superfido y Ufagenial. Con Te lo cuento otra vez, en el que relata
de treinta maneras diferentes una misma historia, resultó finalista del
Concurso Internacional de Literatura Infantil Julio Coba, Ecuador. Como si no hubiera que cruzar el mar fue
seleccionado por un jurado internacional en los premios de Jaén en 2003, El té de la princesa fue finalista del Premio Barco de Vapor, en Argentina
en 2004, y Esto no es una caja, en
2011. Un cuento por donde pasa el viento
integró la lista de seleccionados de ALIJA en el 2005, y San Valentín de los
dientes fue título recomendado en 2010 por la sección mexicana del IBBY. Mar cruzado, publicado como libro en
2013, fue la primera experiencia de novela en formato blog, para jóvenes,
realizada por Alfaguara. Mucho. ¿No? Vamos a empezar por varias. Tenemos muchas
puntas para tirar. Se habrán dado cuenta de que al principio, cuando leí la parte
de la investigación académica de Cecilia, que fue investigadora del CONICET,
que ha trabajado en la Academia Argentina de Letras, es bastante original
conjugar esa parte de la investigación con algo de lo que nos venimos quejando
los autores de literatura infantil y juvenil, que es la poca cabida en la parte
académica. ¿Cómo pudiste conjugar eso?
Cecilia
Pisos:En
realidad, no lo conjugué, se fueron dando así las cosas. Cada vez estoy más
convencida de que hay cosas que la vida las decide por uno. La verdad es que yo
pensaba dedicar mi vida a las investigaciones académicas y a la docencia
universitaria. Esa era mi planificación cuando estaba terminando la carrera de
Letras. Y como me había gustado mucho Literatura Española ll, que es la que
corresponde a las obras del Siglo de Oro, intenté insertarme en la cátedra, en
las investigaciones que estaban en curso en ese momento. Y me presenté a las
becas de CONICET, donde me dieron directamente una beca de Perfeccionamiento.
Con eso, al no otorgarme la beca de iniciación previamente, me quitaron como
dos años de investigación. Entonces, tenía que apurarme mucho. Hay que
investigar, hacer cursos, escribir artículos…
En ese momento no tenía dinero, no podía viajar a España, y había solo
cuatro personas más trabajando sobre el mismo libro que yo, que era Las Rimas Humanas y Divinas del Licenciado
Tomé de Burguillos de Lope de Vega. Un libro de 1634, en el que Lope se
presenta como editor o antologador de los poemas de este alter ego o heterónimo que crea, Tomé de Burguillos.
MM:
Cuatro
personas en el mundo…
CP:
En
el mundo, sí. En España, en Estados Unidos y yo, en Argentina. A contrapelo de
la cátedra, porque en ese momento eran todos gongorinos. Yo era la única
lopesca. Cuando terminó esa beca, presenté mi informe, una cosa gordísima,
había investigado un montón, había logrado escribir algunos artículos que
publicó la revista Filología, estuve
en un par de congresos, acá, en Argentina, pero no podía ir a ningún otro lado.
Y en ese momento, se dieron algunas de
esas cuestiones que a veces se dan entre quien te evalúa y quien te
presenta o es tu tutor, y me dijeron que ahí, más o menos, se terminaba la cosa
con la beca. Que el trabajo estaba muy bien, pero que me faltaban cursos, antecedentes
para la siguiente etapa antes de la entrada en la carrera de investigador… Podía
presentarme pero no tenía mucha chance. Me acuerdo de que estaba con la persona
que me decía eso en el CONICET, yo tenía la cara cada vez más roja, las
lágrimas a punto de saltar, y la señora me decía que no era grave, que quizá estaba
escrito que yo tenía que hacer otra cosa. Yo estaba indignada, y le dije que
ella no podía saber que era lo que yo tenía que hacer o dejar de hacer. Me fui.
Y la verdad, es que ahora, mirándolo retrospectivamente, tenía toda la razón
del mundo esta mujer. Así que cada vez me resisto menos a las cosas, que pase
lo que pase. Y ahí empezó mi vida editorial, no de escritura porque yo venía escribiendo poesía desde los ocho años.
Para mí, la literatura era la poesía. Publiqué mi primer poema en Clarín a los dieciséis años. Fue muy
gracioso, porque lo mandé de puro kamikaze; yo iba al taller de poesía de la
SADE de Osvaldo Rossler. Era la más jovencita, era un taller para adultos. Me
llevaba mi mamá, era en 1980. Estábamos en plena dictadura, y la SADE tenía
vigilancia abajo, en la puerta. Mi mamá esperaba afuera, porque no quería
dejarme ir sola a la SADE, porque no sabía qué podía pasar. Rossler era
bastante temperamental, su taller de poesía era el menos conservador de la
SADE. Y ese año, se me ocurrió mandar un poema
que había hecho en el taller al suplemento de los jueves de Clarín.
Estaba Fernando Alonso como secretario de redacción, y me mandó una carta que
tengo, mecanografiada, en la que me decía que me querían conocer porque el
poema les había gusto mucho. Yo creo que querían cerciorarse de que yo fuera la
autora del poema. Fui, conocí el diario, y me dijeron que lo iban a publicar el
jueves siguiente. Imagínense que ese jueves, a
las cinco de la mañana estaba al lado del kiosco de diarios, esperando.
Y cuando llegué a la página del suplemento cultural y lo vi publicado, de
alguna manera se selló la cuestión.
MM:
Verse
en letra de molde…
CP:
Y
poesía, que es una costumbre que tenían antes los diarios. Publicar poesía. Ahora
no la publican.
MM:
Es
cierto. Y ¿cómo llegaste a la literatura infantil?
CP:
Yo
había hecho la carrera de Letras. Después de esa cuestión del CONICET, era la
época en la que me iba a casar y me había quedado sin trabajo. Tenía la cátedra
en la facultad, pero con eso no podía hacer mucho. Empecé a buscar trabajo otra
vez, y fui a las editoriales. Yo quería hacer algo relacionado con Letras.
Estuve un mes como secretaria del directorio de Kapelusz, pero la cuestión de
ser secretaria de los directores no tenía mucho que ver con los libros. Yo
había mandado mi currículum a todas las editoriales a las que se me ocurrió,
hasta que me respondieron de Hyspamérica, que lamentablemente, en el momento en
que yo entré, se estaba yendo a pique. Entonces me fui a trabajar a Avellaneda,
arriba de la planta, de la imprenta, que es adónde habían puesto las oficinas
de ediciones. Aprendí un montón de cosas ahí. Porque nosotros estábamos arriba,
editando, y abajo estaban imprimiendo. Y eso era muy interesante, y muy lindo.
Ahí éramos muy poquitos, estaba un chico en el archivo fotográfico, que era
impresionante, con miles de copias del Archivo General de la Nación. Ellos
querían reducir una obra del equipo de Félix Luna que habían sacado
anteriormente, a fascículos, para acompañar el diario Crónica. Ahí aprendí un montón de historia y de fotografía, y aprendí
un montón de cosas sobre edición, sobre la marcha. Y lo que descubrí, fundamentalmente,
fue que yo quería hacer libros para que le llegaran a la gente. Porque lo que me
pasaba con lo de Lope de Vega era que solamente le interesaba a cuatro personas
y quizás, a algunas pocas más… Empecé a editar esos fascículos, unos libros
chiquitos de historia argentina, que salían con el diario. Y un día en el
subte, sentado enfrente de mí había un señor muy humilde que tenía el diario Crónica con el librito. Yo era muy
escéptica con ese proyecto en ese momento. Pensé que el señor iba a dejar el
librito y se iba a poner a leer el diario. Y no. Para mi sorpresa, dejó el
diario a un costado, y se puso leer el
libro. Yo estaba sentada frente a él, y me dije: “Esto es comunicación”. Para
mí, los libros, la literatura, tienen que ver con la comunicación. Que al
lector le pase lo que sea, que le guste, que no le guste… Pero que se produzca una
conexión. Ahí me apasioné por la edición. Si yo no me dedicara casi
exclusivamente a escribir, en este momento estaría editando, tendría ese
oficio, como lo tuve durante casi diez años.
MM:
Este
fin de semana salió un trabajo dedicado a dos grandes editores, en la Ñ. Uno de
ellos era Roberto Calasso, que decía que el de editor es uno de los trabajos
más lindos del mundo. Pero todavía no llegamos a la literatura infantil.
CP:
Cuando
Hyspamérica se terminó de ir a pique dos años después, nos fuimos a pique todos
los que trabajábamos ahí. Como me veía venir la debacle, yo había empezado a
repartir mis datos, y en ese momento me llamaron de Aique. Estaba cerca de
Parque Centenario. Fui, y empecé como editora. Tenían un editor para primaria y
otra editora para secundaria, y yo era la editora de “proyectos especiales”.
Entonces, me caía cualquier cosa. Edité inglés, periodismo, una revista,
aprendí el oficio. Une vez que cumplí unos años ahí me especialicé en Primer
Ciclo, y empezaron a darme todo ese material a mí. Ahí empecé a leer obras de
literatura infantil. Justamente, el último proyecto que hice en Aique fue
adaptar la colección “Sopa de Libros” de Anaya, a una edición local. Salieron
dos libros y el proyecto quedó un poco trunco hasta que la editorial lo retomó
muchos años después. Ahí la conocí a Graciela Cabal, a Esteban Valentino, a
Laura Devetach… Ese proyecto fue mi primer contacto, en los ’90, con la
literatura infantil.
MM:
Directamente
por el lado editorial…
CP:
Sí.
MM:
Porque
en general, para el mundo de Letras, de la academia, no hay ninguna conexión.
CP:
Ahora
puede haber un poquito más. Puede haber cátedras que se ocupan, o seminarios… La
gente de Jitanjáfora en Mar del Plata, la gente de la Facultad de Humanidades
en la Universidad de La Plata.
MM:
Pero
cuando vos egresaste de Letras era inexistente.
CP:
Sí.
MM:
Y
de joven o adolescente, ¿habías leído algo de literatura infantil o juvenil?
CP:
Como
lectora, por supuesto María Elena Walsh y Elsa Bornemann, y alguito de Laura
Devetach. Recuerdo el cuento de La planta
de Bartolo, que me lo dieron a leer en la primaria, en tercer grado, en
1974, y me pareció maravilloso, muy diferente de todas las demás cosas que nos
hacían leer en la escuela. Pero fue debut y despedida; eso se acabó. Ya en la
secundaria, leí literatura española, medieval, argentina. Me acuerdo de que mi
papá era amigo del director de Plus Ultra, y cuando yo estaba en quinto año, me
consiguió un ejemplar del manual que había sido censurado, que tenía textos de
Borges, de Cortázar… Y entonces yo tenía el que nos habían mandado a comprar en
la escuela, y tenía el censurado. Y veía
las diferencias…
MM:
Somos
del mismo año, y me acuerdo de que tenía una profesora de Literatura, que nos
leyó uno de los cuentos menos comprometidos de Cortázar, y nos aclaró que ella
era de derecha pero nos leía a Cortázar. No dijo “de derecha”. “Yo soy de acá”,
dijo, y levantó la mano. Y nos leyó “La
isla a mediodía”. Igual, ya era el ’83 y estábamos llegando a la
democracia. Vos trabajaste en Aique, como editora de libros de texto, y
obviamente, como autora de poesía y de narrativa infantil, tenés un contacto
muy fuerte con la escuela. ¿Cuál es tu mirada de esto que llaman “la literatura
complementaria”, la que circula por la escuela?
CP:
Creo
que hubo un cambio muy grande. Cuando nosotros íbamos a la escuela, todavía
había libros de lectura, que a mí me encantaba leer, pero uno se quedaba
siempre con las ganas, porque era un fragmentito. No está mal la idea de las
antologías; yo no estoy en contra de las antologías porque sirven para conocer
autores. Pero a veces, por la forma en que están hechas, son una especie de mutilación.
Creo que la escuela, ahora, les hace leer a los chicos cuatro o cinco libros
enteros por año, y quisiera saber si todos los papás de los chicos leen esa
misma cantidad de libros. Porque esa es la gran discusión que sostengo en este
momento y el gran enojo que tengo, a veces. Los maestros se pusieron las pilas,
los bibliotecarios también, los chicos están leyendo pero, ¿cómo es el rebote
en las casas? ¿Qué pasa cuando los chicos llegan a sus casas? Creo que habría
que trabajar, quizá desde la escuela… ¿Pero la escuela tiene que seguir
cargándose de tarea? Para mí, lo que hay que hacer ahora es llegar a los padres
a través de los chicos y hacerlos leer. Creo que hay un camino que se recorrió
y que tenemos muchos autores, ilustradores, editores… Ahora hay editoriales de
todos los pelajes. En la literatura infantil hay mucha mediación oral, muchos
especialistas. Es un campo muy nutrido. Casi ningún país de América Latina
tiene esto. No hay tanta variedad. Yo
viví en México, y viví en Canadá. Y en México, aunque la población escolar es
mucho más grande que la nuestra, hay menos autores locales; en general, en los
catálogos uno ve que importan autores muchas veces. Yo estuve entre el 2004 y
el 2006, y estaban empezando con la idea de las visitas de los autores a las
escuelas, como una cosa ultranovedosa.
MM:
Coincido
con vos. En Latinoamérica, la Argentina es el país con más cantidad de autores,
por lejos, y la cantidad de editoriales, también. Uno de los últimos que leí,
de los muchos tuyos que por suerte he leído, es Yo, mi perro, que está publicado por una editorial muy pequeña. Eso
ya me mueve a una primera pregunta. Vos estás publicada en
Alfaguara-Santillana, en SM, en Edelvives, en Sudamericana… ¿No tenés problema
con abrir a pequeñas editoriales?
CP:
Es
un poco lo que decía antes, uno va haciendo lo que puede. No es algo que uno
pueda planificar. Convengamos que hay muy pocos autores exclusivos de una casa
editorial. Contados con los dedos de una mano. Todos los demás tenemos que ir
viendo qué hacemos con los libros que escribimos. Y la verdad es que la
experiencia es interesante con cualquier tipo de editorial. No hay que tener
prejuicios. Uno a veces cree que una editorial grande puede hacer de todo,
y a veces eso no sucede. Porque como es
tan grande, mover los engranajes de la editorial por un solo libro es muy
difícil. Quizá una editorial chica tiene diez libros, y como son los diez
libros de los que va a vivir, los mueve más, y el libro que uno escribió tiene
otra circulación. Como los circuitos son distintos, como los lectores son
diferentes, a veces escribir para editoriales más chiquitas te da otra
libertad. Podés proponer algo que en una editorial grande no puede darse, no
porque el editor no quiera, sino porque ya tiene pautadas las colecciones que son
de determinada manera… No es que los editores sean cerrados, todo lo contrario,
pero las colecciones les vienen bajadas como son de la empresa. Esto lo digo
porque me pongo del lado del editor, porque lo fui. Uno hace lo que puede con
lo que tiene. Y trata de ser lo más creativo posible. Como autora, trato de no
tener prejuicios.
MM:
Acá
bromeás mucho con las palabras que se pueden decir o que no se pueden decir en
la escuela. En Yo, mi perro, ocurre
esto que hemos visto en películas fantásticas. El chico se mete en el cuerpo
del perro y el perro en el del chico. Los dos se entienden entre sí, pero salvo
los animales, nadie lo sabe. Y aparecen cosas con la caca y con el pis que la
escuela no puede incorporar. ¿Por qué será que la escuela se resiste a esto?
CP:
Porque
ensucia. (Risas). Les voy a contar una anécdota muy divertida, sin dar nombres.
Una vez me llamaron para encargarme textos para manuales. A mí me gusta hacerlo
porque es un ejercicio. Yo escribo mucho, a veces, cosas extensas, entonces,
cuando me piden un texto de una carilla, me dispongo a hacer el ejercicio. A
menos que el tema no me guste. Y me pidieron, entre otros, “un cuento con valores”. Y a mi juego me
llamaron. Por esos días, tenía un bebé con el que andaba con el cochecito por
todas partes y pisaba caca a cada rato con las ruedas. Andaba híper furiosa por
el mundo. Entonces escribí un cuento con valores pero con caca. Y esta fue la
respuesta que me dieron en la editorial: “Sí, sí, tiene valores, pero además
tiene caca. Y eso no puede ser porque cuando una maestra lo abra en un aula, va
a causar revuelo”. Los docentes aquí presentes me dirán si es verdad o no. Creo
que el revuelo dura un ratito y luego se sigue adelante. Me decían que podía
provocar un revuelo grande y perjudicar la imagen del manual. Ahí lo entendí,
porque en un manual de trescientas páginas, mi cuento ocupa una página. Es
lógico. No iban a jugarse. Igual, no me amilané y lo mandé a la revista Genios. Y como en las revistas los cuentos
“andan por el viento”, no quedan inmortalizados como en los manuales, me lo
publicaron, y Pez lo ilustró. Después, lo publicó Antonio Santa Ana, ilustrado
por Matías Trillo. Los dos ilustradores ilustraron la caca. Y nadie los retó.
MM:
¿Qué
libro es?
CP:
La caquita de
ese perro está
en No te acerques a este libro, de la
colección Torre de papel. Y es un
cuento que tiene un trasfondo más terrible, porque yo vivía a unas cuadras de
una escuela para chicos ciegos. A la tarde veía como los chicos estaban con los
maestros que les enseñaban a caminar. Y un día vi a uno de los chicos más
grandes, que se tropezaba con una botellita y se caía. Y me dio tanta bronca
que lo escribí por ese lado, quería crear conciencia de que no vivimos solos en
la ciudad. En el cuento, uno de los personajes que está a punto de pisar la
caquita de ese perro, además del viejito y de la madre con el cochecito es un
nene ciego. Fue eso más que la caquita. Se me mezclaron las historias, se me
cruzaron los cables. Y tengo varios textos con este tipo de palabras, porque
soy provocadora. Y parece mentira pero aun hoy en día, hay ciertas ferias del
libro escolares y ciertas escuelas, en
las que ciertos libros míos que contienen ciertas palabras como “caca” o
“pedo”, un poco escatológicas, prefieren no mostrarlos. Otras, sí.
MM:
Habrá
que seguir…
CP:
Yo
insisto.
Asistente:
Pero
es algo lógico lo escatológico en los chicos.
CP:
Es
una liberación. El último así “explosivo” que tengo es la historia de una princesa,
que está muy presionada por las obligaciones cortesanas, muy harta del
protocolo tipo Palacio de Versalles, hasta que un día, por fin, se libera, sale a bailar y se le escapa
un pedo. Me acuerdo de que lo leí por primera vez en la Feria del Libro
Infantil, en un ciclo de poesía que se hizo y después nunca más estuvo, ¿habrá
sido por este libro? (Risas). Y estaban las nenas delante de mí, repitiendo
todos los gestos de la princesa que yo iba haciendo mientras leía. Hasta que
recité una de las últimas estrofas: “Y en el final, parece, FlordeRosa,/ ganó
confianza, perdió de todo el miedo./Tanto que, a despecho de su nombre,/ hizo
una reverencia y… ¡salió un pedo!” Las chicas se quedaron quietas, congeladas
un segundo, y después se mataron de la
risa, yo seguí leyendo. Pero desde el fondo de la sala, los ojos filosos de las
madres, no se los puedo describir… ¿Cómo “una autora de libros para niños ha
dicho tal palabra delante de los inocentes pimpollitos?”. Y verlas escritas a
esas palabras, creo que es lo peor. (Risas) Tuve mi revancha con ese libro.
(Risas). En una escuela de Carmen de Areco. Estaba presente la inspectora del
distrito, y las maravillosas maestras de esa escuela, escenificaron el libro, y
hasta una nena se levantó el vestido, y del vestido salió un globo de helio en
forma de corazón que era claro, el pedo, “en carne y hueso”. Yo estaba feliz
pero miraba a la inspectora. Que después, al final, se rió. (Risas).
MM:
Esa
era una poesía, ¿no?
CO:
Sí,
es un poema narrativo que está en un libro ilustrado. Se llama Nube de corazón, a propósito. (Risas).
Ese libro tiene trampa, con la editora hicimos trampa. Le propuse que
estéticamente pareciera “de princesitas”, rosado, con una delicada nube en
forma de corazón en la tapa, que tiene su chiste después de haber leído el
libro. En ese momento, me acuerdo que le pusieron unos brillitos también. Yo
comprendo que hay mucha gente que se acerca a ese libro, y lo compra pensando
que realmente es de princesas (risas), pero mi objetivo era otro: “descomponer”
un poco la figurita de princesa para las nenas lectoras.
MM: Calculo que muchos de ustedes hacen lo mismo que yo; cuando compramos un libro nuevo, lo olemos. Con este no se puede. (Risas). ¿Por qué hay escritores y escritoras que escriben poesía, que tienen tanta dificultad para publicar (no es tu caso porque tenés mucha publicada), y por qué hay tanta dificultad para que la poesía circule en la escuela?
CP: Lo
que pasa en la literatura infantil, es lo que pasa en la literatura en general.
Yo siempre que estoy con un grupo, les pido a todos que me digan cuál fue el
último libro de poesía que fueron a buscar. A la biblioteca, a la librería. Si
fueron a la librería, ¿lo encontraron fácilmente? ¿Revisaron los catálogos?
¿Qué porcentaje de libros de poesía hay en los catálogos? Es como un círculo
vicioso. Vos acercás un libro de poesía a una editorial, y te dicen que los
maestros no quieren poesía. Y cuando vas a hablar con los maestros, te dicen
que no hay poesía. Uno no sabe. Es como el huevo o la gallina. En estos últimos años, sin embargo, hubo una
especie de florecimiento, aunque el porcentaje de publicación de la poesía con
respecto a la narrativa siempre es menor al 5% de lo publicado. Con teatro pasa
lo mismo. Incluso peor. Hay un problema para la lectura de la poesía: si uno la
encara de la misma manera que encara una historia, está frito. Cuando uno lee
una historia, se mete en un trencito que va pasando por varias estaciones,
introducción, nudo y desenlace. Puede haber variantes, pero siempre hay una vía
en la que uno se introduce, hay una comodidad en la que uno se deja llevar.
¿Por qué la gente mira tanto las novelas o
las series por la tele? Porque siempre aparecen los mismos personajes,
uno ya está instalado en ese mundo. Cuando uno lee cuento o poesía tiene que
acomodar la cabeza a cada rato a algo nuevo, porque el cuento es más corto, la
poesía es más corta. De un cuento a otro van cambiando los personajes, los
escenarios, las situaciones, y en la poesía, ni te digo: las palabras tiemblan.
Lo que hace la poesía es arruinar todas
las relaciones entre el lenguaje y las cosas. Y uno nunca sabe dónde está
parado. La famosa pregunta: “¿qué quiso decir el autor?”, es imposible de
contestar. No hay una figura de autoridad. Y hay maestros que sí pueden
trabajar con ese grado de incertidumbre en el que la poesía nos instala. Y hay
maestros que se sienten muy incómodos. Como todas las personas. Yo hablo de los
maestros, pero esto forma parte de todo. La gente mayoritariamente ve y lee
novelas, no va a recitales de poesía. Circulan más novelas porque la gente lee
más novelas. Y, sin embargo, hay un montón de movimientos alrededor de la
poesía. Claro, no impresos, orales. Hubo muchas acciones últimamente para
promover la edición de poesía, y me parece que está bien. Es como el cupo de
las mujeres en el Congreso. Este es un género desfavorecido. Pero yo creo que
no pasa por publicar más cosas, sino por sentarse con la gente a leer poesía. Y
a ver qué pasa. Puede que un primer libro no lo entiendan, pero hay que tener
paciencia. Vamos al segundo. Y a otro. Es una cuestión de capacitación y compañía.
Hay que leer con el que nunca leyó.
Asistente:
Pasa
lo mismo con las canciones… yo estoy dando poesía y les encanta.
MM:
En
general, los libros que llegan al aula, vienen con actividades, si no están en
un folleto aparte, o al final del libro, están en Internet. ¿Qué opinión tenés
vos de las actividades?
CP:
Yo
he tenido que hacer guías cuando trabajé en editoriales. Me he resistido a
hacer guías. ¿Viste que en un momento las editoriales empezaron a hacer las
planificaciones? Bueno, yo me negué, porque me parecía que era una falta de
respeto para el maestro. Un maestro tiene que saber dónde está plantado y
cuáles son sus chicos. Con respecto a las guías, mi posición es que están buenas porque uno se
entera de cosas y toma ideas de ellas. Pero no para seguirlas a rajatabla.
Porque puede haber actividades maravillosas y otras en las que se les piden a
los chicos que unan con una flecha el nombre del personaje con sus características
físicas. En general, lo que me parece que habría que hacer con los textos, es
una cosa muy libre, onda club de lectura, y ver qué tema suscitó en el grupo la
lectura del libro. Sí usar la guía cuando a veces se sugieren lecturas conexas,
que uno quizá no conoce, eso me parece absolutamente válido. Pero yo sé que hay
escuelas que compran determinadas colecciones, que atrás traen las actividades
y trabajan con eso en piloto automático. Si están cómodos enseñando de esa
manera, bien, pero a mí me parece un poco una estafa. Cuando era editora, no
hacía planificaciones. Podía dar sugerencias, pero no hacer planificaciones.
MM: Qué
bueno esto del club de lectura, esta idea de hablar de libros. Leemos,
charlamos, relacionamos con otros. Otra de las cuestiones que estuve viendo y
que charlábamos el lunes pasado con los concurrentes, es tu fuerte relación con
la ilustración. Hay varios libros que son libro álbum, o que están muy
ilustrados. Por ejemplo, Un rey con 99,
que tiene hermosos dibujos de Mónica Pironio, o este, con Pablo Bernasconi, Un cuento por donde pasa el viento, que
es una maravilla. ¿Cómo es tu relación en el trabajo con los ilustradores? ¿Has
podido trabajar codo a codo?
CP:
A
mí me gusta mucho trabajar con los ilustradores, pero a veces, no es posible.
Por muchas razones, ajenas a los autores y a los ilustradores. No sé si me
entienden… (Risas). Quedan pocos protagonistas. Creo que el texto puede ser de uno,
pero en el libro para chicos hay mucha gente que trabaja. Correctores,
diagramadores, ilustradores, editores. A veces, si es un libro relacionado con
acontecimientos históricos también se piden lecturas críticas de especialistas.
A mí, sinceramente, me hubiera gustado trabajar con los ilustradores mucho más
de lo que trabajé. Yo soy de las que no se desentienden del libro, debe ser por
mi pasado de editora. Una vez que lo entregué, sigo preguntando qué pasó. Acá, en
el auditorio, hay una editora que puede dar cuenta de cómo hemos trabajado con
ella y con el ilustrador, (se refiere a Verónica
Bondorevsky, editora de Atlántida que trabajó con Cecilia), pero la
verdad es que no es frecuente, aún en el caso de las editoriales que sacan
libros muy ilustrados. A veces, siento como que tienen miedo de que se
produzcan problemas entre el ilustrador y el autor. Entonces se paran en el
medio y te van dando información de a poquito. Me ha pasado, en algunos casos, que
no me dejaron ver hasta que el libro no estuvo impreso. Ahí, me pongo muy
pesada, muy moscardona, y me enojo, porque no puede ser.
MM:
Querés
ir viendo cómo va…
CP:
Claro.
MM:
En
general la ilustración es buena, pero está esa cosa como de no largar la
manija.
CP:
La
verdad, es que salvo en uno o dos casos, no he tenido malas experiencias. De todos estos libros, uno o dos casos es
poco. Cuando se dice que el autor y el ilustrador tienen que trabajar juntos se
habla de algo ideal… A menos que vos seas amigo del ilustrador, como me pasó en
este (Un rey con 99), con Mónica Pironio, ya que nos conocíamos antes del
libro, entonces las dos lo fuimos trabajando y después lo presentamos…
MM:
¿Y
proyectos previos terminados, como este con Mónica llevaste algún otro?
CP:
Hemos
llevado, con otros ilustradores, pero es bastante complicado. Es difícil,
porque hay muchos proyectos dando vueltas, no es fácil que lo acepten. Y los
editores también tienen sus preferencias y preservan su espacio de
intervención. En ese sentido, uno baja a tierra todo el tiempo.
Asistente:
¿Y
es muy variado lo que te piden que cambies? Las condiciones para publicar…
CP:
Nunca
me pidieron que cambiara cosas de ningún libro. Alguna cuestión menor de
estilo, o alguna incongruencia descubierta por el editor. Uno a veces está tan
metido adentro de la historia que se le pierde el hilo de algún detallecito.
Ahí, la lectura del editor es importantísima.
Asistente:
Me
refería a si hay modas, que han ido cambiando a lo largo de todos estos años,
desde que eras editora hasta hoy,
CP:
Sí,
hay modas, pero quizás más dentro de la edición, por ejemplo, con respecto a la
tipografía. Se pide mucho la mayúscula pura para los primeros grados. A veces,
en las escuelas se lamentan de que algún texto no está en mayúscula de
imprenta; entonces las editoriales van corriendo y lo “mayusculizan”, y es
comprensible. Porque la editorial tiene que vender. Pero esas son modas, porque
nosotros hemos aprendido a leer con todos los tipos de letra al mismo tiempo.
MM:
Con
esto hay un tema, y lo cuento desde el lado del editor: es muy difícil saber
qué es lo que quiere el público docente, porque el otro día, por ejemplo, en la
Feria del Libro vinieron unos editores chilenos a ver unos libros de Amauta que
están en imprenta mayúscula y me dijeron: “Ah, pero son todas letras altas.
Todo en altas no nos sirve”. Yo me lo había anotado entre las preguntas. Por
ejemplo, Maus y el ratón tigre, que
está en Los caminadores, de Sudamericana, está toda en imprenta mayúscula.
CP: Sí,
en la colección Los caminadores, de
Random House, esa es una de las características de la colección.
MM:
Y
sin embargo, hay escuelas de las “más progres”, que no quieren imprenta
mayúscula.
CP:
Porque
son más constructivistas y prefieren un texto “natural”, y no presentar un
texto especial. No es que yo esté en contra de las mayúsculas pero… En un momento, cuando
editaba primer ciclo, hasta la mitad del libro de lectura tenía que estar todo
en mayúscula pura y después se iban introduciendo las otras tipografías. Pero
eran cosas que cambiaban todos los años. Yo creo que los chicos aprenden de
cualquier manera. Les termina cayendo la ficha en algún momento, más allá de
las teorías y las metodologías. Por eso, la contrapartida de estas adaptaciones
a mayúscula de los textos es que encuentren los textos tal y como existen en la
vida real, no “fabricados”. Lo de las “letras altas” es muy de Argentina. Yo no
lo he visto en México, y menos que menos en Canadá.
Asistente
(Natacha Goransky, ilustradora): En Gran Bretaña tampoco. Yo
trabajé en una editorial inglesa, y cuando entré acá y vi los libros en
mayúscula, me shockeó. Y como ilustradora, hasta me parece que luce feo. No sé
hace cuanto que está dando vueltas esa teoría
MM:
Lo
curioso de esto es que yo, como editor, muchas veces no sé qué hacer, porque
hay escuelas o zonas donde te dicen que no, porque es imprenta mayúscula. Y
otros casos te lo agradecen y te dicen que, si no, hasta segundo grado no
pueden trabajar.
CP: Los
que conocen mejor el tema de los libros para la escuela son los promotores de
las editoriales. Saben que hay un libro que en una escuela va a ir bárbaro, y
en otra no, y por qué.
MM: Ya que mencionaste a Verónica de Editorial Atlántida, que vino a visitarnos, ¿este es tu último proyecto? ¿Una taza de duendes?
CP:
Sí.
MM:
Contanos
algo. No se los pude mostrar el lunes pasado…
CP:
Está
un poco en la línea de los poemarios que estoy haciendo. A mí me molestaba
mucho que los poemarios para chicos fueran tan distintos de los que son para
adultos. Que los libros para chicos fueran siempre como un popurrí. Como se
publican menos, una vez que publican un libro de poesía, se meten poemas de
toda clase y de todos los temas posibles. Así fue como saqué Las hadas sueltas, que fue mi primer
libro para chicos. Hice como un catálogo de hadas, con distintas formas, un
tanto libres. Y Canela, que fue la editora, me dijo que no podía haber hadas
sin brujas. En realidad, esta segunda colección de poemas también surgía de las
actividades que yo hacía con los chicos en las aulas: el combate de las hadas
con las brujas. Y así salieron los versos de Las brujas sueltas. Pero no puede haber brujas sin ogros…
Aparecieron Todos los ogros. (Risas).
Y también tengo uno de dragones y pajaritos, y resultó que a los chicos les
gustó acercarse a la poesía a través de esos personajes que ya conocían de los
cuentos maravillosos. Tuvieron muy buena aceptación, y tenía la deuda de los
duendes. En este libro, que lo trabajamos mucho con el ilustrador, que es
Federico Combi, hay poemas que son juegos visuales, parecidos al de encontrar a
Wally, en los que pasa eso con la ilustración y el texto, hay poemas que son de
métrica y versos libres, y hay otros que son rimados. Ese es otro de los
problemas con los que se encuentra el lector no habituado a la poesía. La rima
es una seguridad impresionante, pero a la vez, en algunos casos, en aras de la
rima se escriben cada cosas, que sería mejor no escribir. (Risas). A mí no me
gusta mezclar poemas sin rima y con rima, pero en este libro lo hice porque
pensé que a lo mejor, algunos lectores entran por el hábito de la rima, y se
quedan leyendo los que no tienen rima. Y hacemos un poco de educación poética.
MM:
Como
que “el que no tiene rima está mal”.
CP:
Claro.
Y además, algunos de los poemas de este libro son historias, son poemas
narrativos…
MM:
¿Son
duendes traviesos?
CP:
Lo
que nos encantó, a Vero y a mí, de las ilustraciones que fuimos viendo
aparecer, es que contrariamente a la imagen más común que uno tiene, de los
duendes como seres diminutos y traviesos, estos duendes son muy diversos. Y eso
nos gustó mucho porque van cambiando a lo largo del libro. Hay duendes que son
como muñecos; hay duendes muy flaquitos, muy poéticos, melancólicos. Y hay
duendes más circenses. Hay duendes diminutos, que viajan en copos de nieve y hay
duendes más grandes. Los que están en la cocina son chiquitos; otros, mayores, se meten en la fuente de la plaza… Hay como
distintas escalas.
MM:
Nos
vas a tener que leer uno.
CP:
¿Ahora?
MM:
Sí.
CP:
Bueno,
les voy a leer uno con rima y uno sin rima. Este no tiene rima pero si tiene su
ritmo, que está dado por los cortes, por la medida de los versos. Y es una
historia. Se llama Duende en el fondo del
mar. Habla del duende enamorado de la falsa sirenita.
Duende en el fondo del mar
El duende distraído
que cae en la pecera
hace boquear de asombro
al pez dorado.
Perdidamente
se enamora luego
de la sirena de plástico
del fondo.
Subidos a la falsa
gruta ambos
se casan con burbujas
y se besan.
Confeti de alga
les tira el pez dorado
y sin pausa y sin párpados
los mira.
Para el viaje de bodas
ya se espera
que el niño de la casa compre
ese viejo galeón
lanzaburbujas
que está de oferta
en la vidriera del acuario.
Y después, los
que son más cantaditos, que tienen rima, que vienen de a tres poemas por
página. Por ejemplo, el
Duende
de la rosa:
Hay un duende
que en la rosa
hace no sé bien
qué cosa
para que parezca
hermosa.
A ti y a las
mariposas.
El
duende de las piedras
Aparta las que son para montaña
de las que sirven para la rayuela,
las que molestan adentro del
zapato
de las que rompen ventanas cuando
vuelan.
(Y arroja siempre en cartas,
todo el tiempo al buzón,
las de forma más roja,
con todo el corazón.)
Y el Duende
del libro:
En frase oscura, sin temor, sale
al rescate,
con lámpara luciérnaga ilumina;
al punto más cercano te acompaña
y espera hasta que duermes o
imaginas.
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