94 años del nacimiento de Italo Calvino
El pasado 15 de
octubre se cumplieron 94 años del nacimiento de Italo Calvino. Nacido
circunstancialmente en Cuba, es una de las figuras más importantes de la
literatura italiana. Además de su obra de ficción, se dedico a la crítica
literaria, y en ese terreno dejó su ya insoslayable ¿Por qué leer a los
clásicos? Libro de Arena lo recuerda con dos fragmentos de Las ciudades invisibles,
una obra en la que, en una suerte de reescritura ficcional de los célebres Viajes, Marco Polo le describe las ciudades del imperio a Kublai
Khan.
LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 1
El hombre camina días enteros
entre los árboles y las piedras. Raramente el ojo se detiene en una cosa, y es
cuando la ha reconocido como el signo de otra: una huella en la arena indica el
paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua, la flor del hibisco el fin
del invierno. Todo el resto es mudo es intercambiable; árboles y piedras son
solamente lo que son.
Finalmente el viaje conduce a la
ciudad de Tamara. Uno se adentra en ella por calles llenas de enseñas que
sobresalen de las paredes. El ojo no ve cosas sino figuras de cosas que
significan otras cosas: las tenazas indican la casa del sacamuelas, el jarro la
taberna, las alabardas el cuerpo de guardia, la balanza el herborista. Estatuas
y escudos representan leones delfines torres estrellas: signo de que algo
—quién sabe qué— tiene por signo un león o delfín o torre o estrella. Otras
señales advierten sobre aquello que en un lugar está prohibido: entrar en el
callejón con las carretillas, orinar detrás del quiosco, pescar con caña desde
el puente, y lo que es lícito: dar de beber a las cebras, jugar a las bochas,
quemar los cadáveres de los parientes. Desde la puerta de los templos se ven
las estatuas de los dioses, representados cada uno con sus atributos: la
cornucopia, la clepsidra, la medusa, por los cuales el fiel puede reconocerlos
y dirigirles las plegarias justas. Si un edificio no tiene ninguna enseña o
figura, su forma misma y el lugar que ocupa en el orden de la ciudad basta para
indicar su función: el palacio real, la prisión, la casa de moneda, la escuela
pitagórica, el burdel. Hasta las mercancías que los comerciantes exhiben en los
mostradores valen no por sí mismas sino como signo de otras cosas: la banda
bordada para la frente quiere decir elegancia, el palanquín dorado poder, los volúmenes
de Averroes sapiencia, la ajorca para el tobillo voluptuosidad. La mirada
recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que debes
pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara, no
haces sino registrar los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas
sus partes.
Cómo es verdaderamente la ciudad
bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale
de Tamara sin haberlo sabido. Afuera se extiende la tierra vacía hasta el horizonte,
se abre el cielo donde corren las nubes. En la forma que el azar y el viento
dan a las nubes el hombre ya esta entregado a reconocer figuras: un velero, una
mano, un elefante...
LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 2
De la ciudad de Zirma los
viajeros vuelven con recuerdos bien claros: un negro ciego que grita en la
multitud, un loco que se asoma por la cornisa de un rascacielos, una muchacha
que pasea con un puma sujeto con una traílla. En realidad muchos de los ciegos
que golpean con el bastón el empedrado de Zirma son negros, en todos los
rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas en
las cornisas, no hay puma que no sea criado por un capricho de muchacha. La
ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente.
Vuelvo también yo de Zirma: mi recuerdo
comprende dirigibles que vuelan en todos los sentidos a la altura de las
ventanas, calles de tiendas donde se dibujan tatuajes en la piel de los
marineros, trenes subterráneos atestados de mujeres obesas que se sofocan. Los
compañeros que estaban conmigo en el viaje, en cambio, juran que vieron un solo
dirigible suspendido entre las agujas de la ciudad, un solo tatuador que
disponía sobre su mesa agujas y tintas y dibujos perforados, una sola mujer gorda
apantallándose en la plataforma de un vagón. La memoria es redundante: repite
los signos para que la ciudad empiece a existir.
Las ciudades invisibles
Italo Calvino
Minotauro, 1974.
Italo Calvino
Minotauro, 1974.
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