La novela histórica, los libros a pedido y la literatura en el aula
En el Programa Bibliotecas para armar dedicamos este mes a la revolución. Por ello, invitamos a Mario, autor y compañero del Programa, a hacer algunas reflexiones sobre El aprendiz, novela que escribiera en el marco de un proyecto editorial que celebraba el bicentenario de la Revolución de Mayo.
Por Mario Méndez
A mediados de 2009, casi en las vísperas del bicentenario de la Revolución de Mayo, muchos autores de literatura infantil y juvenil fuimos convocados por la –por entonces– editorial Alfaguara infantil y juvenil –ahora llamada Loqueleo– a escribir acerca de la fecha que se avecinaba.
Creían, en la editorial, que el momento era muy propicio, y no se equivocaban. Ese aniversario fue festejado ampliamente en todo el país, y en las escuelas los libros que circularon sobre el tema, tanto de esta editorial como de las demás que también idearon propuestas similares, tuvieron mucho éxito. Y no solo ese año del aniversario, sino después, lo que es una alegría: la novela histórica, válida en sí misma, desde luego, puede funcionar, además, como una herramienta que facilite la llegada de los chicos a la Historia con mayúscula.
Ese año del bicentenario se publicaron, entre otras, las novelas El secreto del tanque de agua, de María Inés Falconi, que al igual que Diario de un viaje imposible, de Ana María Shua y Lucía Laragione se convirtió en una saga con dos y tres títulos respectivamente; La revolución, de Ricardo Mariño; El rastro de la canela, de Liliana Bodoc, Un cuento de amor en mayo, de Silvia Schujer. Junto a estas y otras novelas aparecieron antologías de cuentos, como La última rebelión y otros cuentos con historia e incluso obras de teatro, como Las empanadas criollas son una joya, de Adela Basch. Dos pequeñas polémicas se pueden relacionar con lo antedicho, dos polémicas que a veces circulan entre los que escribimos, especialmente los autores de la LIJ, y entre algunos docentes, tanto maestros como profesores de Historia. La primera de ellas, histórica podría decirse, es acerca de si es válido escribir libros a pedido. La segunda, si está bien que la literatura se “use” en el aula (ay, sí, sé que ese término provoca resquemores, y por eso mismo, con cierta malicia, lo utilizo) como herramienta que ayude a aprender otros temas. Yo tengo mi posición tomada en las dos cuestiones.
Entre todas estas obras mencionadas anteriormente, en 2010 también apareció mi novela El aprendiz. Yo me había propuesto que los próceres relevantes en mi relato no fueran, necesariamente, los más conocidos. No quería que mi historia girara en torno a Moreno, Belgrano o Castelli, por ejemplo, y me acordé, entonces, de Vieytes, de quien solo sabía que había tenido una jabonería (la famosa jabonería de Vieytes) donde algunos patriotas revolucionarios se reunían a confabular para derrocar al virrey y terminar con el poder de España en estas tierras. Me enteré, investigando y también recurriendo a la novela histórica como una fuente (leí Vieytes, el desterrado, de Francisco Juárez) que el jabonero había sido, antes, periodista y propietario de un diario, que no había tenido hijos, que había sido un hombre justo. Todos esos ingredientes me sirvieron para que don Hipólito Vieytes, el periodista devenido jabonero, el revolucionario, funcionara como una especie de padre adoptivo de mi Saturnino “Nino” Caridad, el huérfano, el aprendiz que primero quiere aprender a leer y escribir y termina siendo un aprendiz de revolucionario.
Nino y Lucía, la pareja de protagonistas de mi novela, son el eje de una historia de amor enmarcada en la Revolución de Mayo. Escribí –a pedido– una novela histórica, de aventuras, de amor. Lo hice, desde luego, convencido de que los pedidos, cuando se conjugan con los propios intereses, funcionan perfectamente como consignas de trabajo, como acicate, y no desmerecen en absoluto el producto final. ¿O acaso –por no recurrir a cientos de ejemplos literarios– deberíamos despreciar los frescos de la capilla Sixtina, porque Miguel Ángel los pintó a pedido de un Papa?
Estoy convencido de que muchos lectores se acercaron a la Historia así como también disfrutaron de la historia ficcional que me pertenece, porque he tenido la suerte de encontrarme con lectores niños, adolescentes y también adultos que terminaban sus estudios, o incluso, como hace muy poco, que habían leído la novela en la materia Didáctica de la Lengua, preparándose para ser maestros. Y creo, también que es este un recurso muy válido para que los docentes y sus alumnos recorran la historia. Lo vi en mis visitas a escuelas y profesorados y lo viví en una inolvidable mañana, cuando un grupo de adultos muy mayores, junto a algunos adolescentes que terminaban la primaria, llegaron de Mar del Plata para un “viaje de egresados” de solo un día, y recorrieron conmigo la Manzana de las luces, y después, en un incómodo Mac Donald (pequeña paradoja) conversaron conmigo sobre la novela.
Y lo que es todavía más importante, utilicé el recurso, como maestro, muchas veces. Con mis alumnos de sexto grado leímos, entre otros, La maldición del virrey, de Carlos Schlaen (que nos visitó en mi grado) y esa lectura me sirvió para motivar la investigación sobre las invasiones inglesas, sus causas y consecuencias, la vida en el virreinato y un montón más de cuestiones históricas. Y para disfrutar de buena literatura, desde luego.
El aprendiz
Mario Méndez
Loqueleo, 2016.
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