HACE 45 AÑOS

En este mes que hemos dedicado a la revolución, Álvar Torales, desempolvó un texto amarilleado por el tiempo en el que escribió “La resurrección de Hiroshima” a pocos días de la masacre de Trelew, conmovido por el asesinato a mansalva de un grupo de presos políticos, de organizaciones revolucionarias, ejecutados en las puertas de sus celdas. Cuarenta y cinco años después, el autor considera que es un inmejorable momento para recordar este crimen que tuvo como escenario la Patagonia.



Por Álvar Torales

El 15 de agosto de 1972, prisioneros de distintas organizaciones guerrilleras en el penal de Rawson (Chubut) intentaron una masiva fuga al estilo de la que habían protagonizado los Tupamaros un año antes de la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo.
La versión argentina tuvo un éxito solo parcial y un final trágico. Fallas en la logística, desinteligencia con el apoyo externo impidieron el éxito total y solo seis miembros, los principales jefes, consiguieron huir. Estos fueron: Mario Roberto Santucho; Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna del ERP; Fernando Vaca Narvaja de Montoneros y Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las FAR.
Otros diecinueve compañeros alcanzaron el aeropuerto, pero ya era tarde: rodeados por tropas del ejército y la armada debieron rendirse, siendo trasladados más tarde, no al penal, sino a la Base Naval Almirante Zar. En el trayecto fueron acompañados, entre otros periodistas, por el abogado Mario Abel Amaya, que fuera años después salvajemente torturado y desaparecido.
Por ese entonces yo me encontraba trabajando en Jujuy, junto a mi primera esposa y su pequeño hijo, cuando escuchamos la terrible noticia; los diecinueve prisioneros habían sido brutal y cobardemente ametrallados en la puerta de sus celdas, dejando un saldo de dieciséis muertos y tres heridos graves. Fue tal el estupor que sentí, el sacudón anímico y mental que me produjo, que casi automáticamente me senté frente a la Olivetti y me puse a escribir.

45 AÑOS DESPUÉS
Aquel niño con quien convivía, y a quien quería y quiero como un auténtico hijo y que hoy, un verdadero hombre, me sigue llamando papá a pesar que hace ya muchos años el matrimonio con su madre se frustró, me sorprendió hace unos días alcanzándome una vieja y amarillenta carilla "¿Te acordás de esto?" me dijo. ¡Era aquel viejo escrito! Me emocionó releerlo y pensé que quizás inconcientemente elegí como narrador a un centinela porque yo había hecho el servicio militar en la Marina. Lo llamé “La resurrección de Hiroshima” porque entendí que así como el ataque nuclear a una población civil era el inicio de las guerras sin límite (hoy en los conflictos bélicos son muchísimas más numerosas las bajas civiles que las militares), la masacre de Trelew abría las puertas al terrorismo de estado más feroz que comenzábamos a sufrir. Pensé en corregirlo y ampliarlo, pero luego resolví que, por su contenido emotivo, diría de conmoción, era mejor transcribirlo tal cual lo escribiera hace tantos años.
LA RESURRECCION DE HIROSHIMA

De repente el fusil me pareció que era una banana, una golondrina, o qué sé yo. Debe haber sido por el gran relámpago, por la gran explosión, por el gran silencio. Tiene que haber sido por el choque sobrehumano, por el envión dantesco que me impulsó por los terrenos y las soledades de los dioses. De los dioses blancos y espectrales, dueños y hacedores del destino, fiscales y jueces del mundo, Matemáticos del Universo.
No sé cómo, pero yo estoy ahí. Estoy entre ellos y no me ven. O no me quieren ver. Da lo mismo porque yo sigo allí mientras ellos hablan. Hablan, ríen y deciden. Cantan, beben y deciden. Gritan, ordenan y deciden. Deciden, deciden.
Están todos mezclados en una confusión total; en una orgía de vino, de órdenes, de bigotes y de balas. Están todos mezclados. Los romanos, los griegos, los nórdicos y los argentinos. Los argentinos son los que más fuerte hablan y poco a poco se van imponiendo sobre los otros. Se imponen sobre todo por sus medallas y por su condición de hombres. Están en una fiesta-asamblea dispuestos a condenar y crucificar al maldito demonio barbado.
Estoy ahí entre ellos y no me ven. O no me quieren ver. Da lo mismo porque ahora todos giran en loco frenesí, como si fueran impulsados por una extraña fuerza centrífuga. Todos giran enardecidos lejos del centro. Devoran sus espuelas, blanden sus espadas y brindan por la muerte del maldito. Gritan, vociferan, claman en defensa del tradicional-estilo-de-vida-argentino-democrático-occidental-y-cristiano y clavan al lagarto en una bandera de sol radiante.
Entonces el más grande, el más fuerte, el más sabio, toma el Sable Corvo y con él señalando un destino grita:
-¡Nosotros somos fuertes, fuertes y decidimos, decidimos, decidimos!
Y el coro le contesta; “¡Decidimos, decidimos, oh Señor!”
-Como el herrero en el yunque ¡golpeamos para enderezar!
-¡Sí! -contestan- ¡Golpeamos, golpeamos, oh Señor!
-Y el vino que hoy bebemos, mañana alimentará nuestros hijos
-Sí deseamos vino para nosotros y para nuestros hijos. ¡Oh Señor!
-Y los dioses de los dioses nos eligieron dioses y dioses somos
-¡Somos, somos, oh Señor!
-Y la Libertad es nuestra hija y defendemos su virginidad del maldito barbudo
-¡Libertad, libertad, libertad!
-Y nuestros divinos poderes, y nuestros divinos hijos y nuestras divinas esposas necesitan orden. ¡Orden, orden, orden!
-¡Orden, orden, orden, oh Señor!
-Gritemos todos para que nos escuchen del más allá ¡Viva la Patria!
-¡VIVA LA PATRIA!

Y entonces salieron todos al patio y ahí estaba la Luna Roja de Roberto Arlt. Los dioses la escupen, la insultan y la maldicen. Pero la luna sigue iluminando la escena. Los dioses le hacen entradas de sable, aprendidos en la Escuela de Esgrima, y protegidos por el Escudo se encaminan por un corredor largo, oscuro, trágico.
Caminan, caminan por el corredor hasta el infinito cada vez más oscuro, y en el mismo infinito, el estruendo. El temblor, el hongo, los gritos, la Muerte.

*
                         
-¡Cabo de Cuarto! ¡Tiros en el pabellón de los guerri...!
-¡Cállese marinero y vuelva a su puesto, carajo! ¡Usted no escuchó nada!

*
El fusil es un fusil. Los dioses ya no están. La noche huele extraña y repugnantemente a muerte, a tortura, a dolor. Y la Patagonia vuelve a ser teatro y testigo de una nueva masacre.

Jujuy, agosto de 1972

Vaya como homenaje el nombre de las víctimas: Alejandro Ulla, Ana Villarreal de Santucho, Carlos Alberto del Rey, Clarisa La Place, Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Mena, Mario Delfino, Miguel Polti y Rubén Bonnet del ERP; Alejandro Kohan, Carlos Astudillo y María Sabelli de las FAR; Mariano Pujadas y Susana Lesgart de Montoneros. Fueron sobrevivientes: Alberto Camps de FAR asesinado en 1977; María A. Berger de FAR desparecida en 1979 y Ricardo Haidar de Montoneros desaparecido en 1982.


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