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Notas de un piletero sobre el waldorfismo argentino

Por Félix Bruzzone

El cuento por su autor

Este relato surge de compilar varias de las entradas de FB dedicadas a mis aventuras (reales e imaginarias) junto a una de esas clientas de verano (es verdad que limpio piletas, es mi oficio) que, por algún motivo, empujan al deseo de escribir. Todas estas entradas pueden encontrarse en mi último libro, Piletas, publicado por Editorial Excursiones, solo que desparramadas entre otras tantas que corresponden a otras tantas clientas que azotan mi imaginación.
Escribir sobre un oficio y sus avatares sirve para muchas cosas. Debería haber espacio, en todo lugar de trabajo, para que puedan darse este tipo de expresiones. Por varios motivos. Fundamentalmente, porque es una actividad que hace tomar otra conciencia de lo que uno hace y permite imaginar todo eso de otra manera, y proyectarlo también hacia otro lugar. En mi caso: hacia la construcción de un libro. Pero no es esa la única posibilidad. Los escritores pensamos mucho en convertir todo en libros porque fuimos paridos por libros y tenemos la necesidad de parir otros tantos. Los que fueron paridos por una llave francesa o por una pico de loro seguramente puedan transformar sus fantasías en otras tantas herramientas. Mejores, o peores, no importa: nuevas herramientas o nuevas formas para herramientas ya conocidas.
También, todo esto de escribir durante algunos años sobre mi oficio me permitió entrar a cada pileta que tengo que limpiar con forma nueva yo mismo, con forma de personaje, con forma literaria. La escritura no es entonces un acto posterior a la experiencia dura del trabajo, sino que pasa a ser un acto simultáneo al del trabajo. Es una prueba muy recomendable, muy liberadora, es como estar en un escenario y ser la estrella de todos los que se cruzan a tu paso, y ser estrella de uno mismo. Y, lo más importante, no son necesarios los aplausos.


Notas de un piletero sobre el waldorfismo argentino


Rafael Yohai

Por Félix Bruzzone

4 de marzo de 2015
Hace una semana que me contrató Clienta-Waldorf. Once años de waldorfismo, según me dijo cuando me pidió que limpie su pileta todas las semanas. Su waldorfismo incluye, como es notorio, huerta orgánica, decoración en madera pintada, y colgante, en azulejitos reciclados y, fundamentalmente, paseos en tetas por el living. Ella y sus hijas, todas en tetas mientras el piletero les limpia el fondo de la pileta a las nueve de la mañana de un hermoso sábado de marzo. El reflejo del sol matinal, oblicuo, sobre los ventanales del living, deja ver: manchón de luz blanco y cegador, teta, manchón de luz blanco y cegador, teta... y así. Ya se pueden imaginar cómo va a quedar la pileta.
Termino de limpiar y ella se acerca con el pago. Por suerte para salir a la calle se puso una remerita.
–¿Leés italiano? –pregunta.
–...
–Por el libro –señala: sobre el tablero de mi camioneta, hoy, reposa Carrera y Fracassi, de Daniel Guebel.
–Sí, sí, un poco –digo– pero este libro... –empiezo a explicar.
–¡Qué lindo! –interrumpe y sonríe. –¡Te felicito! –pulgar arriba y se va.
Aprendizajes del día:
1 Daniel Guebel es un impresionante autor italiano.
2 El waldorfismo argentino sabe mucho de zanahorias orgánicas pero nada de literatura argentina reciente.
3 La desnudez no es un hecho en sí, es una composición de luces y sombras. (Salvo que toques.)
4 El waldorfismo no le teme a las luces y a las sombras.
5 A todos nos espera siempre una larga noche.
8 de abril de 2015
Son las 8 de la mañana. Clienta–Waldorf me abre el portón y se va a dormir.
–Cuando te vayas cerrá, dice.
–¿El pago?
–No pude pasar por el cajero, te doy la próxima.
Hoy no está en tetas. Remera algo traslúcida, nomás. En el jardín con esa remera, en la casa con esa remera. En la cama no sé. No importa que no me pague porque en la huerta tiene rabanitos y plantas de lechuga y quizá me pueda llevar cositas, ¿no? Sin embargo, hay algo todavía más importante: sobre una mesa de jardín forrada de azulejitos, reposa, olvidado, un diario íntimo. ¿Es de ella? ¿De alguna de sus hijas? ¿Lo voy a leer? Y... sí. Abro al azar y encuentro el dibujo de una sirena y al lado la frase: “Cola de pez no, de pescado”. Más adelante, una iguana y la frase: “Piel de secreto, espionaje”. Más atrás, un hombre bala: “Sin remos, alta en el cielo”. Y todo así, pero fechado y con anécdotas que acá no puedo contar porque los secretos son para dejarlos guardados siempre, no para andar ventilándolos por ahí. Ahora los secretos, además de estar en Clienta-Waldorf y en su diario, están en mí. Y listo. Enchufo la bomba y voy a la pileta. Empiezo a trabajar. Es un día tranquilo. La mente divaga y los secretos del diario empiezan a escaparse, como se escapan todos los días tranquilos. Como no hay nadie con quién hablar, no me contengo y le cuento al agua los secretos que acabo de leer. Ella los acepta. Es buena, el agua, y quizá también sea buena guardadora de secretos. Pero entonces tengo un deja vu, como si mis propios secretos se hubieran hundido en el agua, alguna vez, y ella de alguna forma pudiera revelarlos. Sufro. Me duele la panza. La mariposa del amor tiene alas de lata que se me hunden en el hígado, que se rompe y regenera, se rompe y regenera. ¿Los rabanitos y la lechuga calman algo de todo eso, alguien sabe? Cuando termino con la pileta arranco algunas plantas y me voy. El ruido del caño de escape roto de la camioneta tapa todos los pensamientos, y dejo de sufrir. Por algo nunca arreglé ese caño. El ruido siempre nos va a devolver el equilibrio.
15 de abril de 2015
Clienta-Waldorf me suspende el servicio de esta semana. ¿Pasó algo? ¿El agua te contó lo que le dije de tu diario? ¿Te ofendiste? Qué poco duramos, Clienta-Waldorf. No pierdo las esperanzas, igual. Perder las esperanzas es perder lo único que uno tiene, que es la esperanza.
22 de abril de 2015
Otra suspensión, y ya por la época del año pienso: Clienta-Waldorf no me va a llamar más, va dejar pudrir su pileta y me va a dejar sin trabajo todo el invierno. Nuevas conclusiones:
6 El waldorfismo argentino, más que creer en la manutención de las piletas, cree en su putrefacción.
7 Desperdiciar 50.000 litros de agua limpia al año dejándola pudrir no le hace mella al ecosistema, ni al acuífero guaraní, ni a ninguno de los latiguillos de los ambientalistas del Siglo XXI, porque si algo sobra en la Argentina es agua.
8 El trabajo dignifica. El trabajo de uno, el del otro no tanto.
9 Las conclusiones 7, 8 y 9 pueden ser falsas. Clienta-Waldorf solo suspendió mis servicios por un par de semanas, nada grave.
30 de abril de 2015
Querida Clienta-Waldorf:
Justo ayer, que me volviste a suspender el servicio semanal (ya son tres semanas seguidas, una eternidad para el rubro), limpié la gigantesca pileta que hay al lado de tu casa y al terminar me asomé a ver en qué andaba la tuya. Anda verde. Veo que la abandonaste, nomás. Abandonar a tu pileta es abandonarme a mí. Sufro mucho el abandono. Incluso el abandono de una pileta. Podés ser abandonado por muchas cosas. Pero ser abandonado por una pileta es como ser abandonado por tu madre. Me lo dijo una astróloga: Agua=mamá. Además hay un tema comercial: me habías dicho que mantenías tu pileta todo el año, ¿te acordás? ¿Vos pensás que sin ese dato yo hubiera accedido a todos los insufribles pedidos con los que casi me volvés loco este verano? Y ahora resulta que el dato era falso... O sea que además de abandonarme me engañaste. Bastante mal, eh.
Ayer, qué casualidad, también vi en la estación del tren a una parejita de adolescentes. Estaban sentados en un banco. Ella lloraba y balbuceaba reproches como los que ahora yo te hago a vos. Él no la tocaba, miraba al piso y cada tanto revisaba su celular. Cuando estaba llegando el tren, se levantó y se alejó un poco. Ella siguió llorando, sentada. Sin embargo, cuando el tren entró al andén ella cambió un poco la cara, se recompuso, se levantó, caminó para donde estaba él y antes de que se subiera al tren le pasó por al lado y siguió de largo, y se fue. Él tenía que tomarse el tren y lo único que podía hacer era ver como ella se iba. O sea que, en el último minuto, la abandonadora fue ella. Gran performance, la piba. La pollerita tableada, las piernas desnudas, la hermosa melena suelta en el viento, muchas cosas que él ya nunca va a poder tocar.
Así que sabelo, Clienta-Waldorf, yo soy esa chica de la estación del tren. Hacé la prueba de llamarme el verano que viene.
2 de septiembre de 2015
Me cruzo en la calle con Clienta-Waldorf (a esta altura habría que decir exclienta pero bueno, el tiempo pasa, las pasiones se calman, uno nunca pierde la fe). Por cómo camina hay que decir que está completamente trulada. Cada dos pasos levanta el pie derecho hasta tocarse el culo con el talón y gira la rodilla noventa grados con un movimiento de cadera que pretende ser un paso de baile, pero no es. La saludo. Me saluda. Está demasiado contenta. No sabe quién soy. Yo sí. Yo te vi en tetas, ¿te acordás? Y revisé el diario íntimo que olvidaste abierto en la página de los dibujos de ballenas y sirenas. En fin, no importa. Es como estar hablando con alguien a quien solo conocés de haber visto en bolas en una revista. El waldorfismo argentino tiene esa impronta revisteril. Vidas de revista pro vida sana que en realidad son caminatas por tru la lá, el país de no me acuerdo, donde viven los monstruos o la fábrica de chocolate. El waldorfismo, de hecho, nació en una fábrica. Estaba pensado para hijos de obreros, no para clasemedieros argentinos new age que no se acuerdan de su piletero porque su piletero es... ¿quién era? Pero bueno, todo se puede adaptar. Si a la segunda oportunidad la cosa no funciona, puede funcionar a la tercera, a la cuarta. La culpa igual no es del waldorfismo. Es de Don Torcuato, nuestro hermoso barrio clasemediero. Territorio ladino y arbolado. Aunque sobre todo ladino. ¿Cuántas veces los tanques de Campo de Mayo desfilaron por la ruta 202 rumbo al centro y todos se quedaron adentro tirando ramitas a la chimenea? Nadie se acuerda.
–¿De verdad no sabés quién soy?
–Ay, ni idea, ¿me decís?
–No importa, te dejo mi número.
–Perdoname, pero... ¿es un levante?
–Sí –digo mientras anoto nombre teléfono y profesión. –Tomá, llamame.
Me voy y me quedo pensando en si ella sabrá (o se acordará) qué es un “piletero”. Tendría que haber escrito otra cosa. Algo más claro, ¿no? Pero qué.
28 de diciembre de 2015
Hace varias semanas que volvió mi Clienta-Waldorf a la agenda. No escribí nada sobre ella porque estuve esperando la anécdota infalible. Pero como la anécdota infalible nunca llega... Vacié su pileta de 50.000 litros de agua verde bajo una de esas lluvias fuertes que hubo en estos últimos tiempos. Tapé bien la bomba y la dejé trabajar sola desde la mañana. Fue una forma de aprovechar el día perdido. A la tarde, cuando fui a buscarla, la pileta estaba casi vacía y la misma lluvia se había ocupado de enjuagarla y sacar todo el grueso de suciedad que se había acumulado durante el invierno. En pocas palabras: la lluvia había hecho casi todo mi trabajo. Me alegré, desconecté la bomba y me fui. Al día siguiente me acerqué a terminar. Rocié con ácido, cepillé. Un par de horas y listo. Después, Clienta-Waldorf me contó a qué se dedicaba. Como la lluvia había hecho mi trabajo, yo tenía tiempo de sobra y podía escuchar todo lo que ella quisiera decir. Me dijo que trabaja en reeducación alimentaria y me planteó un panorama alimenticio tan oscuro que cada dos o tres minutos de conversación daban ganas de suicidarse. Habló hasta de parásitos que crecen en el cuerpo y llegan a alojarse en el cerebro de los niños que consumen demasiada azúcar, modificándoles la conducta para siempre. ¿Qué niño no consume mucha azúcar?
–Hay mínimo una generación perdida –dijo.
–¿Otra más?
Es impresionante cómo uno encuentra generaciones perdidas a cada piedra que levanta del suelo. Los taxistas son especialistas en ese tipo de diagnósticos. Los remiseros también, pero no tanto. De hecho, hay muchos que todavía fuman mientras manejan, y si te subís después de las dos de la mañana hasta te pueden llegar a ofrecer. Pero Clienta-Waldorf tiene algo mucho más mesiánico. Habla del apocalipsis con tranquilidad y desapego, como si ni siquiera le importara tener razón. Es que la vehemencia es parte del gran mal, y ella nunca va a incurrir en eso. El mensaje es: morite, no hace falta ni que te lo avise. Lo bueno de que Clienta-Waldorf haya vuelto es que uno descubre que la verdad es sorda, y que si uno quiere acceder a ella tiene que ser así, medio sordo. Mientras tanto, es un alivio ver su pileta otra vez limpia, como la primera vez, espero que este verano le pongas bastante cloro, Clienta-Waldrof, así no nos peleamos y, quién te dice, hasta te dan ganas de mantenerla todo el invierno.

Fuente: Página/12

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