Gabriela Margall: “Para mí la Historia es presente. Cuando estoy investigando estoy construyendo una historia”
En esta segunda parte de la entrevista Gabriela Margall nos habla de la
figura de la mujer en la historia, de como se la consideraba, hasta legalmente,
un ser “emocional”, que no podía decidir por sí misma, y de las mujeres que se
rebelaron contra esa situación, como Mariquita Sánchez, heroínas que a Gabriela
le ha interesado rescatar y destacar en nuestra Historia. Y eso le da pie para
hablar del género que ha elegido y en el que descuella: la novela histórica
romántica.
Mario Méndez: Hoy me describías la figura de la mujer, que están
muy bien contada en varias de tus novelas, como un ser frágil, al que no se le
permite expresarse y pensar… más decorativo que otra cosa. Y reproductivo.
Gabriela Margall: Absolutamente. Era la ideología de la época. La
mujer era un ser frágil, al que no se le podía permitir tomar decisiones. De
hecho, queda así establecido y escrito en el Código Vélez Sarsfield, en el que
la mujer queda reducida a un infante, o a un ser incapaz, que no puede tomar
decisiones.
MM: ¿Eso es en 1880?
GM: Principios de 1870. Había cosas que, por ejemplo, Mariquita
Sánchez podía hacer, que después de la sanción del Código Vélez Sarsfield no
puede hacer. Es un retroceso. No digo que las mujeres antes del Código tuvieran
vía libre para hacer lo que quisieran, pero ahí queda establecido por escrito,
que la mujer era como un infante, una incapaz. Es muy interesante ese período,
ver cómo se justifica la ideología. Hay médicos incluso que dicen que las
mujeres tienen el cerebro más pequeño, y que entonces son más frágiles, más
emocionales. Las mujeres eran emocionales. Esa es la gran afirmación. Entonces,
por ejemplo, no se puede dejar en manos de la mujer la decisión de casarse.
¿Cómo le vas a dejar elegir, si va a elegir “emocionalmente”? La mayoría de
edad de las mujeres era a los veinticinco años, cuando había dejado atrás la
edad en la que se suponía que debía casarse. En cuanto una mujer menstruaba, ya
podía contraer matrimonio para la normativa. A principios del siglo XIX sobre
todo. Chicas de catorce años, casadas.
MM: Ese salto brutal entre la nena libre y el encorsetamiento
cuando menstrúa.
GM: Justo ahora salió un libro sobre la menstruación. Y a mí me
encantó verlo, que al final alguien se haya ocupado de historizar eso. Yo no
encontraba material, era algo de lo que no se hablaba. No existía la
adolescencia tal como la consideramos ahora. En ese momento, cuando una chica
tenía su primer período, era la indicación de que ya era fértil, de que ya
podía casarse, y de que podía ofrecerle a la familia aquello que debía
ofrecerle, que era la descendencia, y en ese sentido, la mujer era
reproductora. Era un cuerpo que venía a reproducir a la familia. Como también
tenía esas emociones frágiles, que debían ser dirigidas, tenían esa cuestión de
la mayoría de edad. Y la decisión matrimonial pasaba por los padres. Hay
mujeres que se oponen. Mariquita, sobre todo. Es mi ídola. Tengo una novela
sobre ella. A comienzos del siglo XIX había una ceremonia alrededor del
casamiento que se llamaba “los esponsales”. Venían los representantes de la
corona a preguntarle a la niña si quería contraer matrimonio. La niña de
catorce años decía que sí, por supuesto. Y Mariquita dijo que no.
MM: ¿Buscó la protección del virrey para eso?
GM: Cuatro años después. En realidad la busca Martín, porque ella
como mujer, como niña, no puede acceder al virrey.
MM: ¿Martín Thompson era argentino?
GM: Sí, hijo de inmigrante, pero sí. Y los padres de ella, cuando
se arma el escándalo en 1801, (estamos hablando de una de las familias más
ricas de Buenos Aires en ese momento), la encierran en la Casa de Ejercicios
Espirituales, que todavía está en Independencia entre Salta y 9 de julio. Era
el lugar en el que se encerraba a las chicas que se portaban mal en esa época.
Niñas que se escapaban con algún señor… Porque esto hay que tenerlo en cuenta.
Era una sociedad represora con la mujer, pero estas tenían voluntad propia y en
ocasiones se escapaban. Había mujeres casadas que a veces eran metidas en esos
lugares por sus maridos. Y eran celdas.
MM: ¿Tenían la potestad de hacer eso los maridos?
GM: Obvio. Sí, eran dueños, eran los representantes legales. Había
un espacio que se dejaba a la libre interpretación, que es el lugar de la
viuda. La viuda, por haber sido una mujer casada, ya tiene otro status. Y tiene
un status libre, entonces podía realizar actividades comerciales que al marido
le habían quedado pendientes, podría hacer alguna actividad comercial… la mamá
de Mariquita queda viuda es la que tiene que ir ante el Virrey. Va recontra
caliente, a declarar ante el virrey en contra de los deseos de su hija. Y lo
que hace Martín Thompson en 1804 es un Juicio de Disenso, que es plantearle al
virrey que él quiere casarse con Mariquita y que la madre no se lo permite. En
ese momento el virrey empieza a intervenir en cuestiones civiles. La llaman a
declarar a la madre, y manda una carta en la que dice que se opone como madre,
y como dueña del destino de su hija, al matrimonio con Martín Thompson. Parece
que esa esquela no vale, y la llaman a declarar de nuevo. La señora copia la
esquela, y abajo pone un escrito en el que dice que parece que su escrito
anterior no fue leído. Piensen que esta señora estaba hablándole a la máxima
autoridad del Virreinato del Río de la Plata, desde un lugar maravilloso para
mí, que es el de madre. “Yo tengo potestad sobre esta chica, y no el virrey”. Y
explica con mayor detenimiento por qué Thompson no es conveniente para su hija.
Ella dice que es porque es un marino, que se va a gastar toda la plata, no va a
poder dedicarse al comercio… y hace una pregunta que para mí es maravillosa,
“¿Qué dije es Thompson que no puede ser reemplazado en el corazón de mi hija?”
Dice Magdalena Trillo, la madre, que no se opone a que se case. Que a lo que se opone es a que se case
con Thompson. Hace una larga explicación y dice: “Incluso si se ha producido el
desfloramiento de la virgen.” Es tremendo. La está mandando al frente a
Mariquita, yo creo que algo debe haber pasado ahí. Y dice que no le importa, y
que no quiere que se case con él. El
virrey es Sobremonte, es una de las primeras decisiones que debe tomar como
virrey del Río de la Plata, y falla a favor de Mariquita Sánchez y Martín
Thompson.
Álvar Torales: Castelli que era tan liberal, tenía un problema con
la hija…
GM: Tiene un problema con Angelita. Se opone tremendamente.
Castelli es uno de los revolucionarios más radicales de la Revolución de Mayo,
es el que va a hablar con Cisneros para decirle que la cosa se termina, y que
ahora gobierna la Junta. Uno esperaría de él unas ideas más progresistas, y sin
embargo…
AT: Le duele porque es enemigo de él.
GM: Claro. La chica se escapa con el muchacho y terminan casándose.
MM: Rivera deja entrever una cosa medio incestuosa…
AT: Hace lo mismo en El
farmer.
MM: También.
GM: Lo incestuoso de Rosas y Manuelita creo que es más una leyenda
unitaria que otra cosa.
MM: ¿Y lo de Castelli?
GM: Tampoco. Castelli estaba muy enfermo en ese momento. Tenía un
cáncer de lengua…
MM: Toda una paradoja… el orador de la Revolución…
GM: Históricamente es maravillosa. Es casi una metáfora. A veces la
historia nos da esos momentos. Uno se sorprende cuando conoce esa historia de
Castelli, piensa que debería ser una historia más progresista, con ideas más
liberales respecto de la mujer. Y no.
MM: Es que es más fácil para afuera.
GM: O plantearse lo que es la ideología patriarcal. Somos todos los
hombres iguales…
AT: En el caso de Castelli me parece que hay una razón personal, le
duele que sea su enemigo.
MM: ¿Por qué? ¿Quién era?
GM: Era pariente de Saavedra.
AT: Su enemigo político.
GM: Claro, sí.
MM: Hoy te comentaba lo de las Vidas
perpendiculares de Ana María Shua, cuando hace la biografía de Mary
Shelley, la autora de Frankenstein.
El padre era un libertario socialista, con ideas súper liberales, y cuando Mary
se quiere ir con Shelley (porque el apellido que ella usa es el de Percy, el
poeta), se pone de la cabeza. Se lo prohíbe, y se acabó la liberalidad, el
socialismo…
GM: Sí, eso tiene que ver con la ideología de la época, y con el
peso que tiene el patriarcado. Lo pongo también en Los que esperan la lluvia, al final, (no les voy a contar cómo
termina), hago un recuerdo que yo tengo de la secundaria. Yo estaba en los
últimos años, y estaba mirando un acto sobre la Revolución de Mayo o del 9 de
Julio, de los chiquitos de la primaria, y veo una nena que hacía de negrita,
con la carita pintada, que tenía un pañuelito atado en la cabeza, que era,
claramente, la bandera de los Estados Unidos. Esa imagen está muy presente en
la novela. Pero yo digo, en cuanto a la igualdad, cuando en la escuela nos
enseñan la Revolución de Mayo nos enseñan la libertad, la igualdad, el ideario
de la Revolución Francesa, nos enseñan el tema de la Asamblea del año XIII, y
la libertad de vientres… Pero en realidad, la esclavitud como tal en la
Argentina, se termina con la Constitución de 1853. Lo que hace la Asamblea del año
XIII es una declaración de principios que no se cumple. Si se estudia la
Historia argentina… no hay país hasta después de la batalla de Pavón, en 1861.
Estamos hablando de 1810-1860. Hay sesenta años de esclavitud en el Río de la
Plata. Hay un momento en el que Rosas elimina la trata de esclavos. Por eso en
parte tiene el apoyo de la población africana. Lo que no significa que no
siguieran entrando esclavos al territorio de la Confederación Argentina, porque
Rosas gobernaba sobre Buenos Aires. La federación es una entidad de estados
autónomos con sus propios gobiernos. Y seguían entrando a través de Brasil, que
mantiene la trata. Entonces, la esclavitud en la Argentina se declara abolida
cuando Buenos Aires jura formalmente la Constitución de 1853, después de la batalla de Cepeda, en 1859.
Mientras tanto, ahí estaban los esclavos. Hay un mito sobre que los esclavos
desaparecieron con la fiebre amarilla, con la Guerra del Paraguay… En realidad,
no es cierto. Los afrodescendientes han sido invisibilizados, se fueron yendo
de Buenos Aires. Queda mucho descendiente de africanos en San Telmo, hay muchas
llamadas de candombe. Hubo una a principios de noviembre y va a haber otra a
principios de diciembre. Hay toda una recuperación de esas raíces africanas,
que han quedado en San Telmo, Montserrat… Es cierto también que parte de la
población de origen africano fue carne de ejércitos revolucionarios y fue parte
de las guerras civiles. Hay parte de población afrodescendiente que no sabe que
lo es. Pero hay parte de una recuperación y de estudio de los africanos que es
parte de lo que yo trabajo en Los que
esperan la lluvia.
MM: Lo del liberto.
GM: Exactamente. Él se compra su libertad. Me gustaba la idea de
trabajar la Revolución de Mayo, como una libertad que hay que comprar, en el
sentido de que hay que trabajar por esa libertad. Por eso hablaba de 1810-1861…
hay cincuenta años de ¿Qué es esto? Cómo se construye este país que va a ser
Argentina.
GM: Es que es lo que más me gusta. Es lo que decía antes de
preguntarme cómo transmitir lo que amo. Es lo que amo. Me resulta fácil, es lo
mío. No sé cómo, no sé por qué, tampoco quiero buscarle demasiada explicación…
No, no extraño dar clase. Extraño dar clases en la universidad, a adultos. Dar
Historia a adultos es lindo. Vienen con sus ideas formadas, sus opiniones, es
muy lindo charlar. Al adolescente le cuesta entender el pasado. Es ahora, es
presente. No le interesan las “cosas de viejos”, se está construyendo a sí
mismo. Por eso, todo adolescente construye un lenguaje nuevo, que los grandes
no entendemos. No sé si han visto en las redes sociales, por ejemplo. Los
grandes estamos en Facebook. Los chicos están en Snapchat. Yo intenté, soy
bastante ducha en redes sociales, y no lo entendí. Cómo seguía a gente, como
hacer para que me siguieran. Lo entienden ellos porque es el lenguaje. El
adolescente está construyendo presente. ¿Cómo le explico esa historia, que para
él va a ser explicada con mucha solemnidad, con mucha distancia, con mucho
respeto…? “En la casa de Mariquita Sánchez se cantó el himno por primera vez”
(pone voz solemne). No. “Mariquita Sánchez, se puso re loca a los catorce años,
y les dijo a los padres que no”. Es otra forma de contar la Historia, pero
bueno, hay que hacer muchos saltos, de manera historiográfica, hay que hacer
mucho salto en la cabeza del profesor de Historia, hay que entrar por muchos
lados hasta llegar al adolescente. Es difícil.
MM: Yo creo que una vez lo conté acá, que tuvimos la resistencia de
profesores de Historia. Era una Feria, creo que en Berazategui. Y fuimos,
Emilio Saad, Laura Ávila y yo, que escribimos novela infantil o juvenil,
histórica. Tuvimos mucha aceptación de los estudiantes del profesorado, y
mucho, pero mucho rechazo de los profesores. Como que la historia no se enseña
con novelas.
GM: Claro. “Cómo te atrevés a meterte”. En mi caso es al revés. No
hablamos mucho del género de la novela romántica, pero la novela
histórico-romántica, es un género que específicamente se dio en la Argentina de
manera particular. Habría que estudiar, yo creo que al argentino le gusta mucho
la historia. Esto no se da en otras partes. En España la novela
histórico-romántica no tuvo la suerte que tuvo en la Argentina, o que tiene en
Estados Unidos, donde nace el género, pero que toma solo un período, que es el
período de Regencia, lo que toman de histórico es muy poco. En cambio, si uno
lee las novelas de Cristina Bajo tienen un contenido histórico espectacular,
con una investigación increíble. Cuando hay paneles de novela
histórico-romántica, yo vengo a ser la disruptora, porque yo vengo del otro
lado. Yo soy historiadora, y me defino como historiadora. Fui formada como
historiadora, y la Historia no me es ajena. Yo parto de la Historia para
escribir, y para mí ese es uno de los secretos de por qué gusta tanto cuando
escribo sobre Historia. Para mí, la Historia es presente. Cuando estoy
investigando estoy construyendo una historia. No es al revés, no es que quiero
escribir la historia de dos que se enamoran en el período de Rosas, uno es
unitario y el otro federal. No. Yo escribo al revés. Primero investigo y va
surgiendo a partir de ahí. Si investigo sobre el período de Rosas, veo una
figura que a mí me atrae mucho, que es la figura del intelectual de la
Generación del ‘37. Alberdi, Echeverría, Juan María Gutiérrez… verdaderos
intelectuales que intentan luchar a través de la palabra. Y esa es la figura de
Pablo en La princesa de las Pampas.
MM: Hacia afuera es federal, incluso es ahijado de Rosas, pero lee…
GM: A Echeverría, Félix Frías, José Mármol. Esa generación me atrae
mucho, quizá influida porque a Tulio Halperín Donghi, que le gustaba mucho. Es
una generación muy atractiva.
MM: Me reclamaste que hablemos de la novela romántica. Es un género
muy específico. Es como un doble género, y, acabo de enterarme, con menos éxito
en el mundo que en la Argentina.
GM: En algún momento intenté hacer como una historia del género
romántico. Siempre aclaro que no estamos hablando del romanticismo del siglo XIX
como movimiento intelectual, sino de la novela romántica como género popular.
Un chico conoce a una chica, hay un problema que los separa, pero la novela va
a terminar con ellos dos juntos, casados, con final feliz. Como la comedia
romántica clásica de Hollywood. El nacimiento de esta novela está identificado
en los Estados Unidos en los ochenta. Beatriz Sarlo tiene un estudio sobre ese
tipo de novelas a principios del siglo XX. Hace un estudio de por qué se las
lee. No es muy amable con el género, pero bueno, el estudio está hecho. La
novela romántica argentina actual, tiene su origen en la novela norteamericana
de los años ochenta. Y la primera que pone su pie es Cristina Bajo. Le da una
vuelta que nadie esperaba, (y menos el porteño centralista, porque lo hace
desde Córdoba) y hace una historia de amor en la Córdoba de 1820-1830. Ese
libro sale en 1995 o 1996, y es el primer punto de la novela romántica. Después
viene Florencia Bonelli, Gloria Casañas, yo… Gabriela Margall, Florencia Canale
se sumó como última voz, y es un fenómeno que yo no registro en otras partes.
Es España, la que tiene éxito es la novela romántica contemporánea. Para mí, el
género debería ser estudiado por alguien que no sea yo, no puedo con todo. Y
debería ser estudiado sobre todo el componente histórico. Si es novela
romántica, van a agarrar una de las novelas y van a saber exactamente cómo
termina, porque estamos dentro de un género popular que tiene ciertas
características.
Asistente: ¿María Dueñas sería un ejemplo?
GM: No. ES otro tipo de novela…
Asistente: ¿Y Almudena Grandes? ¿Tampoco?
GM: No estoy segura de que sea romántica.
MM: Claro, en el sentido de que “chico conoce chica”…
GM: El centro de la novela romántica es que es una historia de
amor, la incorporación de lo histórico es una particularidad argentina. Esa
impronta se la da Cristina Bajo con La
Saga de los Osorio, que terminó
este año. Es retomada por Florencia Bonelli y por varios, entre otros yo, que entro
a la novela romántica conociendo la novela norteamericana, pero sin conocer a
Florencia ni a Cristina cuando empecé a escribir. Y creo que la parte histórica
es lo fuerte, y es la razón por la que tiene éxito. Creo que es algo que
alguien debería estudiar más. Cuando vienen a hacernos entrevistas… De vez en
cuando sale en algún diario de circulación masiva, alguna nota del tipo “EL
furor de la novela romántica”. Siempre salen esas cosas que hacen hincapié en
que son historias de amor, si tienen o no tienen erotismo… alguno sobre Cincuenta sombras de Grey… Olvídense. No
tiene nada que ver con esto. Ninguno hace hincapié en lo histórico. Me parece
que se están perdiendo una parte. Para mí, en la Argentina es novela romántica
histórica. De hecho, cuando publico El
secreto de Jane Austen, que es una novela contemporánea, para mí fue un
paso en el aire que por suerte tuvo éxito.
MM: Un poco disruptivo.
GM: Sí. Si bien “hay recursos”, diría Alma Maritano. Entonces la
protagonista es historiadora, se habla de Historia todo el tiempo, hay como una
vuelta de tuerca…
MM: Ya que te metés en El
secreto de Jane Austen, que es una de tus novelas más exitosas, está esta
cosa del alter ego. Por si no la leyeron, la protagonista, Laura, es una chica
de Isidro Casanova, o sea de La Matanza, que padece el ’96…
GM: Que es docente en Puán…
MM: Yo les contaba que me sentía muy identificado con la historia
del adjunto, y del JTP…
GM: Se pelean… Qué van a publicar, qué no… se preguntan qué van a
dejar en la fotocopiadora, qué van a poner en el programa…
MM: Las preguntas del parcial… Después Laura conoce a un escritor,
se presenta el conflicto, y la resolución. Cuando escribiste tu primera novela,
¿fue similar a lo que le pasa a Laura? ¿Tenías tantas dudas?
GM: No. Yo publico mis primeras novelas por Editorial Vestales, que
aparece como una de esas mágicas que a veces aparecen en el camino. Estaban
buscando manuscritos inéditos. No muchas editoriales lo hacen. Me puse en
contacto con ellos, envié algo que tenía escrito que al final no salió
publicado, y empezamos a trabajar sobre las Invasiones Inglesas. Y acá estoy.
Sí tenía las dudas de Laura por el inconveniente de escribir una cosa, y al
mismo tiempo tener que investigar y trabajar sobre otra. Y era muy complicado
para mí, porque tenía que hablar sobre el Código de Hammurabi, y después tenía
que ir a escribir sobre la época de Rosas. Era muy fuerte la brecha entre los
dos lugares. A Laura eso no le pasa, porque ella escribe sobre su propia tesis.
MM: Temas de género, de las mujeres y el poder.
GM: Exacto.
MM: Y ya que hablás de Vestales, y de tus primeros pasos, ¿cómo es
tu relación con la industria editorial? ¿Cómo fue el camino?
GM: El escritor que diga que tiene una relación sencilla con el
mundo editorial, está mintiendo. No le creo. Es una relación en la que uno
tiene que convencerse de que estamos tirando todos para el mismo lado. Tiene
que convencer al editor que es la cara de la editorial, de que todos tiramos
para el mismo lado. No solo tiene que pensar que esa es la novela que quiere
escribir, porque es la mejor historia del mundo (que es lo que uno siempre
tiene en la cabeza como escritor). También tiene que entender que hay un
mercado, que cuando uno escribe lo hace para un público en el que tiene que
pensar. Sobre todo, si uno mete los pies (como hice yo), en un género popular,
como el de la novela romántico-histórica. Uno tiene que ser consciente de donde
se está metiendo, porque si no se va a perder varias cosas.
MM: El mundo editorial, y el género, ¿es muy reacio a romper con la
expectativa del lector?
GM: Sí, sobre todo en el género romántico. Hay ciertas pautas que
cumplir. Si uno rompe con eso, el editor
primero va a resistirse, si uno viene con una posición agresiva. Con mi editora,
Silvia Itkin, nos preguntamos qué es lo próximo que vamos a hacer. Qué es lo
que a mí me gustaría trabajar. Ella lo evalúa como editora y yo como autora.
Cuál es el siguiente paso que a mí me gustaría dar como escritora. Eso es lo
que siempre nos preguntamos las dos. En tanto uno entienda eso, y no piense que
la editorial no lo cuida o no lo quiere… es una relación que uno tiene que
construir con su editor, cualquiera sea. Si se entiende así, va a ser más
fácil. No decir que la editorial no hace publicidad… Si ahora tenés las redes
sociales.. hacete publicidad. Hacete un Facebook, hacete un Twitter, hacé una presentación…
Yo era una mujer muy tímida, incapaz de hablar, mi primera presentación fue un
sufrimiento. La de Con solo nombrarte.
Encima estaba en lo que fue la primera legislatura de Buenos Aires, en la
Manzana de las Luces. Estaba ubicada en el lugar que había estudiado toda mi
vida y en el que transcurría la novela. Esos lugares que yo estudiaba, que eran
palabra, se volvían reales. Fue un gran sufrimiento, y para mí fue una gran
materia como escritora, tratar de ser lo más amable posible con el lector,
tratar de comunicarme con el lector, tratar de
escribir que la figura del escritor hoy, no es igual que hace treinta
años, sesenta o cien años. Hace doscientos años, Jane Austen moría, y excepto
su círculo íntimo, nadie sabía que había publicado novelas. Es más… su lápida
no dice que era escritora. Hoy uno va a presentaciones a que la mayoría del
público lo conozca, ampliar la cantidad de público… pero ese tiene que ser un
lugar en el que uno tiene que ubicarse. Si esperás que te lluevan críticas
buenas y que venga Clarín a hacerte notas, olvídate.
MM: ¿Y la situación que padecemos en la LIJ de considerarlo un
género menor por ser popular?
GM: Ah, sí. Pero me ha cansado.
MM: ¿Estás resignada a eso? ¿Te molesta? ¿Ya no te molesta?
GM: En un momento me enojaba mucho. En el momento del boom… aunque
uno después entiende que hay booms que no son tales. Leías comentarios que
trataban a las lectoras de estúpidas porque les gustaba leer historias de amor.
Era respirar y decir “Bueno, listo, es una opinión”. Como las editoriales son
empresas, tienen que entender que son empresas, y apuntan a un mercado, se
dieron cuenta de que las novelas vendían. Y creo que empezó a cambiar mucho la
manera de ver la novela romántica. Y creo que ya no es un boom, creo que ya
está instalada, y creo que en la Argentina es romántico-histórica y hay que
considerarla como tal. Ahora me enojo menos. También ya estoy grande, hay
enojos que uno se agarra y otros que no.
MM: Hay que dosificar los enojos…
GM: El peor insulto que me ha llegado fue de otra escritora (no digo el nombre) de otro género menor, o
que fue considerado menor hasta hace un tiempo… que creo que fue por su lugar
de escritora. Nunca me llegó un comentario despectivo directo de un escritor.
Siempre de escritoras a las que por ahí no les gusta el tema de lo romántico,
no les gustan “estas novelitas”. Estábamos en la presentación de un libro, me
miró y me dijo que yo escribía novelas como Florencia Bonelli. Le dije que como
Florencia no, porque soy otra persona, pero que sí, que escribía novela
romántica. Y me preguntó si yo escribía novela romántica porque me gustaba o
porque me pagaban. Un amor… Creo que ese fue el peor insulto que recibí. Lo
digo así rápido porque uno no entiende por qué es un insulto. Estaba
considerando que yo escribo todo esto porque me pagaron… No. En realidad yo
escribo porque me gusta, no me van a forzar a escribir nada que no me guste.
MM: ¿Y te gustaría probar cambiar de género? (Risas).
GM: No llego a fin de mes. Tendré que vender mi cuerpo. (Risas).
MM: ¿Te da ganas de escribir otra cosa?
GM: Yo digo siempre algo: siempre voy a escribir sobre el amor. Por
eso termino en el género romántico. Porque escribir sobre el amor es lo que me
gusta. El tema es que no siempre me gusta escribir historias de amor que
terminen bien. Hay dos lectoras que si les recuerdo otras de mis novelas me
tiran con algo. Lectoras que saben que tengo otros gustos (soy fanática de Star
Trek), me han propuesto que escriba una historia de amor espacial.
MM: Podría ser, en el futuro…
GM. Todo puede ser. No sé si la cuestión sería salir del género,
porque en cierto modo siempre tuve como un piecito afuera…en el género, pero
mirando otros lugares. Los que esperan la
lluvia, por ejemplo, tiene relación
con una canción de Calamaro, que está todo el tiempo relacionada, o El secreto de Jane Austen que es una
novela que habla con otra novela, que está hablando con otra autora, que al
mismo tiempo es casi una autobiografía, o un juego en el que me muestro y no me
muestro. Es mi vida y no es mi vida. Yo tengo treinta y seis, vivo en La
Matanza, di clases en la Universidad… Es una novela romántica, pero al mismo
tiempo, trasciende. Eso es lo que a mí me gusta. Seguir en el género porque me
encanta, pero a la vez… Kartun dice algo… experimentar. Experimentar es salir
del perímetro. Los más experimentales, que salen muy lejos del perímetro, son
los más difíciles de entender, o son los que rompen con todo. A veces uno puede
experimentar, salir un poquito del perímetro, volver, y eso es lo que a mí me
gusta. Saber qué puedo hacer en esta novela, que sea diferente, que esté dentro
del género, pero que también lo rompa.
MM: ¿Se bancaría el mundo editorial específico “chica conoce
chica”?
GM: Me lo han preguntado y me lo han propuesto. Creo que no sería
yo la escritora. Creo que sí hay novela romántica entre chicos, y es bastante
común en Estados Unidos, que es la cuna de la novela romántica. Estoy
convencida. Tendría que haber un mercado. Y es muy feo, cuando uno está rodeado
de libros a los que ama… pero el mundo editorial es un mundo de venta y de
mercado. Habría que ver si hay mercado para eso. Uno puede escribir “chico
conoce chico”, o “chica conoce chica”… hay que ver cómo lo recibe ese público.
Sé que hay personas que han puesto personajes secundarios que tienen que ver
con eso. Y que han sido bien recibidos. No sé si el personaje central sería
asumido como tal. Ahí pondría mi pregunta.
MM: ¿Y Juvenil? ¿No se te ha ocurrido escribir específicamente para
el lector joven?
GM: Viste que te conté mi anécdota con Alma Maritano que es mínima
y que es central en mi vida. Me encantaría. No sé, creo que estoy
contradiciendo todo lo que dije antes, me encantaría. Le tengo mucho respeto a
todo el mundo de escritores de literatura infantil y juvenil. Me encanta lo que
hacen. No sé si podría hacerlo yo. Creo que no me siento a la altura, porque
para mí es tan importante la literatura infantil, o la literatura que yo leí
cuando era chica, que no sé si podría alcanzar a Lewis Carroll. Me pongo un
tope complicado. Sé que me gustaría escribir algo alguna vez. A veces me piden
recomendaciones para regalar para el día del padre, o de la madre y sobre todo
para el día del niño. Y siempre recomiendo Alicia
a través del espejo, de Lewis Carroll, y lo recomiendo para un lector ya
entrenado. Porque es un libro complicado. Cuando leí que Borges lo citaba dije:
“¡Vamos! Borges y yo estamos en la onda!”. A mí me gustaría escribir para ese
lector entrenado.
MM: El “young adult”, como dicen los yanquis…
GM: No necesariamente. Yo era una nena de ocho o diez años, que me
había leído todo.
MM: Esos son excepcionales…
GM: A esa excepción me gustaría escribirle alguna vez.
MM: Es un lindo desafío.
GM: Me gustaría escribir un libro para ese lector al que no lo
convencés con “cositas”. Menciono Alicia
a través del espejo, porque Alicia en
el país de las maravillas no me gusta tanto. Y no me gustaba tanto cuando
era chica. Y porque después lo descubrí en Silvina Ocampo, en Cortázar, en
Borges… Qué bien entrenada que estaba en ese momento para leer algunas cosas.
Es un lector muy escaso, un público muy chiquito, al que me encantaría acceder.
Pensá que es un proyecto que ni siquiera tiene un argumento. Me gustaría
escribir para esa niña que yo fui.
MM: Es un lindo título ese. Bueno, hablando de proyectos, pero
reales… ¿en qué andás?
GM: El mes que viene sale nueva novela. Mis lectores están
esperando. Porque no me dejan publicar nada. Mi editorial es muy mala, no me deja decir nada, porque terminé de
escribir la novela en enero. Estuve tranquila todo el año, hasta este último
mes en el que me pasa lo que me pasa siempre: no duermo. Yo no tengo hijos,
pero sé que el último mes del embarazo es… “Salí de una vez”. No duermo. Quiero
que esté y quiero que sea leído. Les voy a dar una primicia, pero ustedes no
pueden revelarla hasta el 25 de noviembre, en que ya pueden hablar sobre esa
novela. Escribí sobre Agatha Christie. Y escribí sobre una historia de ella que
no es muy conocida… sin embargo es vital porque es la historia de su segundo
matrimonio. En realidad ella se llamaba Agatha Miller. Nacida en Inglaterra. Se
casa con un señor llamado Archibald Christie. En Inglaterra y en Estados Unidos
se cambia el apellido del padre por el del marido. Ella empieza a publicar como
Agatha Christie, y en 1930 ya había publicado su novela más conocida, que era El asesinato de Roger Ackroyd, que tiene
mucho éxito. Pero todavía no es el gran momento de Asesinato en el Orient Express, Muerte en el Nilo, Asesinato en la Mesopotamia… todavía no había
llegado a eso, pero la novela fue un best seller. En esa época era una mujer
muy conocida. Tiene una hija con Christie, que se llama Rosalind. Y en un
momento Archibald Christie aparece con una amante. Y no solo con una amante
(cosa que ella dice que habría llegado a tolerar porque era una mujer
victoriana formada para eso), sino que le dice que quiere divorciarse. Ella
tiene una crisis tremenda, desaparece once días. No se sabía dónde estaba.
Aparece el auto, volcado. Finalmente aparece, se divorcia de Archie, y se
quiere cambiar el nombre. Se quiere sacar el Christie, y la editorial no la
deja. Porque ya era un nombre. Eran “las novelas de Agatha Christie”. En
realidad ella quiere usar el nombre de su segundo marido, Max Mallowan, que era
un arqueólogo mucho más joven que ella. Tienen una historia muy hermosa, que no
les voy a contar porque es la que está en la novela. Se conocen en 1930, en el
desierto de Irak, en una excavación arqueológica de la ciudad de Ur, que estaba
a cargo de Leonard Wooley, otro arqueólogo muy famoso. La historia me encantó
por varias razones. Porque era la historia de amor entre una mujer de treinta y
nueve años y un hombre de veinticinco… era una historia de amor diferente, que
me atrajo enseguida. Una mujer divorciada, una escritora famosa… y me gustó,
porque esa historia me la habían contado dos veces. Y yo nunca le había
prestado atención, porque mi titular de cátedra, cuando yo era docente JTP en Puán,
cada vez que hablaba de Max Mallowan y de las excavaciones que había hecho, se
daba vuelta y me decía que yo tenía que escribir la historia de amor de Agatha
Christie con Max Mallowan. Y yo no le daba pelota, estaba escribiendo de
historia argentina. Hasta que en un momento, hace dos años, me crucé con esa
historia que yo ya conocía, empecé a leer la autobiografía de ella, conseguí la
autobiografía de Max Mallowan, y me encontré con una historia de amor
increíble, entre dos personajes increíbles… Muy “yo”. Una escritora y un
arqueólogo… me encantó. Espero que les guste si se animan a leerla. Es también
la historia de un viaje en el desierto. Un viaje de cosas que yo amaba y sobre
las que hasta ahora no había podido escribir. Cosas que conocía más que la
Buenos Aires de Rosas, a veces. Yo podría escribir mejor la Babilonia de
Hammurabi que la Buenos Aires de Rosas. En este momento no, porque ya no sé y
hace tiempo que no trabajo Asiriología, pero hubo mucho placer en escribir esta
historia. Y hay una especie de cross over,
entre literatura infantil y literatura romántica, porque tengo una amiga que es
ilustradora infantil, Marcela Calderón, que por esas casualidades de la vida ha
sido la autora de un pequeño regalo que un día me entregó, y que se convirtió
en la tapa de la novela. Así que de alguna manera, ya estoy poniendo un piecito
en la LIJ. Ya veremos qué pasa en el futuro…
MM: Te esperaremos. ¿Alguien del público tiene preguntas para
hacer? ¿Álvar?
Álvar Torales: Ahí en ese doble género romántico-histórico la
pregunta sería por el verosímil. Si recurrís a investigaciones históricas o de
dónde lo sacás. Yo recuerdo haber leído a Jorge Castelli hablar sobre el tema.
Él decía, por ejemplo, que sí podía imaginarse una historia, un lance, un duelo
de amor entre el cadete San Martín por cuestión de polleras en Murcia, en el
siglo XVIII, y no podía concebir esa misma situación en 1807, simplemente
porque San Martín no estaba en Buenos Aires. Ese sería el núcleo de lo
verosímil para hacer una novela histórica.
GM: Justo es algo sobre lo que no hablamos. Yo a veces doy talleres
de narrativa histórica, en los que por lo general no pongo lo romántico. Vienen
mis lectores y otra gente que no. Y uno de los principales puntos que trabajo
cuando hago narrativa histórica, es el verosímil, y no el tema de la verdad
histórica. Ahí entran en colisión el tema de la historiadora y de la escritora.
Porque la historiadora va a querer la verdad histórica, a pesar de que haya
sido cuestionada. Yo creo que sí se puede acceder. Pero la escritora, a la
verdad histórica tiene que hacerle caso hasta cierto punto. Y ahí aparece esta
palabra mágica que descubrí haciendo estos talleres de narrativa histórica, que
es “verosímil”. Hago mucho hincapié en que hay que hacerle creer al lector que
está en ese lugar, manteniendo la verdad histórica. Como vos decís… el cadete
San Martín podía estar en España a fines del siglo XVIII, pero no estaba en las
Invasiones Inglesas. Y a veces hay autores de narrativa histórica que hacen
cuestiones por el estilo. Y yo me pregunto para qué te metés con la historia si
vas a terminar cambiando la fecha de una batalla que yo sé cuándo fue. Por
ejemplo, la batalla de Chacabuco, de la que se cumplieron doscientos años este
año… Porque la historia no me da, la voy a hacer en 1815. ¿Por qué? En todo
caso, inventate una batalla propia. Yo lo hice en Ojos color pampa. La protagonista es una escritora que trabaja para
periódicos femeninos. Como no me coincidía ninguno, inventé uno que tenía las
características de los de la época, así como inventé un personaje, Pablo Evans,
que tenía las características del intelectual de la generación del ´37, pero
sin tomarme el trabajo y el problema, (porque puede ser un problema en el mejor
sentido), de trabajar con Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi o Juan
María Gutiérrez. El tema del verosímil es central en la narrativa histórica, es
esencial porque uno juega con lo real, la verdad, lo que efectivamente pasó,
pero efectivamente tiene que trabajar con la ficción. En definitiva (creo que
Noé Jitrik lo dice), es narrativa histórica, lo histórico es un adjetivo, uno
está trabajando ficción. Lo define como un oxímoron y a mí me encanta que lo señale
así, porque no son solo dos palabras o conceptos que se contradicen, sino que
hay una dialéctica. Dos conceptos que se contradicen y que generan uno nuevo.
Me parece que conviene a la tensión esa dialéctica. La narrativa histórica
tiene eso de potente. Y uno de sus pies centrales es el verosímil. Hay algunos
libros cuyo verosímil se cae. Cosas que no pueden pasar en cierta épica.
Mujeres u hombres haciendo cosas que no podían hacer, pensando cosas que no
podían pensar… No vamos a hablar de gente local… me paso el otro día, en el que
apareció en Netflix una serie muy buena que se llama Alias Grace, que está basada en una novela de Margaret Atwood. Para
mí rompe el verosímil terriblemente. Es una historia que ocurre a mitad del
siglo XIX, en 1850 o 1860. Aparece un personaje que es un doctor que trabaja y
que le pide a la protagonista (de la que tiene que hacer un diagnóstico para
ver si está loca), y le pide que hable de los sueños. Le dice que él sigue
corrientes que hablan de los sueños. Como si fuera un psicoanálisis. El
problema es que La interpretación de los
sueños, fue publicado en 1899. Es totalmente inverosímil que en ese
momento, un doctor estuviera pensando en términos de diagnosticar y entender la
psiquis de una persona en términos de sueños. Y hace mucho ruido, por lo menos
a la historiadora, y a la escritora de narrativa histórica que hay en mí. Por
otro lado la historia es muy linda, y la serie es recomendable.
Asistente: Sin embargo en las tribus la interpretación de sueños es
algo ancestral.
GM: Claro, pero es otra cosa. El personaje está pensado desde el
psicoanálisis. Es casi una caricatura de Freud. En algún momento le trae cosas
(una papa, una remolacha), para que ella asocie con algo enterrado. Se nota
demasiado ahí la postura, cuando no es necesario. No es históricamente real, porque
como vos decís, Freud no es el primero en interpretar los sueños, pero es el
primero en ponerle el cuerpo y en decir que ahí tiene una teoría. Y es a fin
del siglo XIX.
Asistente: Vos hablabas de la papa… hay un antropólogo, Motgan, que
tiene un estudio acerca de la cebolla, en mil ochocientos y pico, en
Inglaterra. Y hay toda una investigación…
GM: Puede ser. Es que están todos los primeros investigadores sobre
los que Freud trabaja cuando hace la interpretación de los sueños. Hay otro,
que es Charcot, que estudia a las histéricas. Todos “trabajamos sobre”, pero si
uno ve el personaje es una caricatura.
Asistente: Lo que pasa es que lo que ahí se invierte es que se pone
el foco en el paciente no en el profesional.
GM: Exactamente. Hay un montón de estudios, y uno puede encontrar
sus influencias en otros lugares, pero hablo precisamente de ese personaje en
el que el verosímil no funciona. Incluso antes hablábamos de un escritor, cuya
historia es casi inverosímil, y que si uno la pusiera por escrito no
funcionaría. Hablábamos de Martín, y de su abuelo luchador.
MM: ¡Ah, sí, tal cual!
GM: Si uno lo escribiera como una historia, te dicen que no puede
ser…
MM: ¿Se acuerdan de cuando vino Martín Sancia Kawamichi?
GM: O gente que en los talleres de narrativa te cuenta la historia
de su abuela. Primero fue a Nueva York, después bajó a Brasil, después vino a
Buenos Aires, de acá se fue a Chacabuco y de ahí a San Nicolás. Y ahí se
estableció y se casó. Es tan inverosímil comprar esa historia, es muy
complicado en términos de narrativa. Un editor te diría que la hagas venir
directo de España a Buenos Aires, de acá a San Nicolás y que ahí empieces la
historia. Por lo verosímil y o inverosímil.
MM: Que no tiene que ser verdadero.
GM: Exactamente. Son dos categorías distintas. El problema con la
narrativa histórica es que si te metés con lo histórico, te sostengas ahí.
Asistente: Creí entender los pilares que te llevan para adelante.
Uno es el amor y la otra es tratar de entender la estructura social. ¿Por qué
pensás que la novela histórico romántica no termina de tener éxito entre
nosotros un poco menos en España y un poco más en los Estados Unidos? Decís que
arrancaron en los ochenta, más o menos por ahí…
GM: Los estudios de género arrancaron en los ochenta. Yo tomo como
la primera novela histórico-romántica, de Cristina Bajo, no me acuerdo si es
del ’95 o ’96.
Asistente: A mí me parece que es probable que para los Estados
Unidos no haya sido una herramienta difusora, o nueva, sino que era una forma
más de ver la historia. Porque ellos incluso se permiten chascarrillos. Y me
parece que la sociedad española y la nuestra, atravesaron durante bastante
tiempo procesos represivos, que se destapan justamente en la década del
ochenta. Es muy probable que el público, ávido por conocer otras voces (porque
se escuchaban sobre todo voces masculinas, y calculo que también militares, acá
y en España) haya tomado a la novela histórico romántica como el ingreso de
voces que hablaban de “cosas que no había que hacer”. Y probablemente el éxito
venga de ahí.
GM: Es una parte. Creo también que después de la crisis del 2001
hay una vuelta a la historia, con figuras como Balmaceda o Felipe Pigna, a los
que uno va en busca de respuestas y a hacerles preguntas. Creo que en parte
también el fuerte contenido histórico en la novela romántica argentina, tiene
una densidad que en otros lugares no tiene. Y que me parece que también es una
respuesta al 2001. Una respuesta elaborada, tardía, pero que tiene que ver
también con una búsqueda de identidad de la mujer. Buscamos en el pasado, para
saber quiénes éramos. Si uno va al pasado para entender qué está pasando hoy
(porque el presente no es otra cosa que el resultado del pasado), la novela
histórica es una de las formas de ir hacia ese pasado. Creo que es un fenómeno
social, y por eso hago hincapié y me parece que está buena la idea de que haya
un público receptivo a ella. Yo estoy formada como historiadora, así que imaginate
que he leído de todo. Lo social me gusta mucho, confío en la Historia como algo
social, no como algo individual ni como una suma de individualidades. Por eso
me interesa incorporar la novela histórica, no como un boom, sino como algo
propio y lanzar la pregunta al aire de por qué tiene esa influencia. Una cosa
que quiero aclarar es que había mujeres escribiendo novela histórica antes. Yo
nombro a Cristina Bajo, que publica Como
vivido cien veces, porque para mí es el momento en el que nace la novela
histórico-romántica en la Argentina, que es un género aparte de la novela
histórica, en el que hay otras autoras: Silvia Miguens…
MM: María Sáenz Quesada…
AT: Araceli Bellota…
GM: Claro, pero ellas son historiadoras, no escriben ficción.
Aunque hayan escrito novela histórica, lo que estoy señalando es el nacimiento
de la novela histórico romántica. Yo quiero ser historiadora pero no tengo
tiempo para todo.
AT: Sobre lo romántico y la relación con lo social, hay una
colección de comienzos del siglo XX, que se llamaba “La novela semanal”, en la
que hay nouvelles, o cuentos largos
del tipo de “La vendedora de Harrods”…
GM: Creo que esas son las que analiza Beatriz Sarlo. Eran novelas
populares y eso es lo que estudia en El
imperio de los sentimientos. No es un análisis simpático el que tiene. Es
un análisis interesante, tengo el libro porque me llamaba mucho la atención
pero en un momento cuestiona por qué los lectores leen estas “novelas malas” si
saben que la historia no fue así. Ahora no están de moda, pero yo veía las
telenovelas con mi abuela, y yo sabía que no eran reales, pero me entretenía un
rato, me encantaba sufrir y llorar un rato con Verónica Castro. Después apagaba
la televisión y ya estaba. Porque ese es otro cuestionamiento que tiene la
novela romántica. “Piensan que el amor es no sé qué cosa”. Tranquilas, que ya
sabemos lo que es. Somos todos grandes.
Asistente: A mí me llamó la atención, no me acuerdo ya en qué
novela, que decía “literatura femenina”, esa catalogación…
GM: Bueno… como si los hombres no amaran. Ese es el tema. A veces
me preguntan por qué no hay hombres que escriban novela romántica. Habría que
preguntarles a los hombres.
MM: Con eso que dice Marcela, hablábamos del tema editorial, de
cierta elección de las estéticas, en las tapas. De las novelas que leí, la que
más me gustó fue El secreto de Jane
Austen, y la verdad es que la tapa produce cierta distancia. El tipo de
letra, la tacita…
GM: La letra cursiva… son cosas asociadas con lo romántico.
MM: Me parece innecesario. Porque la verdad es que leés la novela y
es buenísima. Te encontrás con esta meta novela de la historia dentro de la
historia, y yo no hubiera llegado si no fuera por el boca oreja y por la
entrevista y demás. Por la tapa no hubiera llegado nunca.
GM: Te cuento una anécdota al revés. Mi psicólogo recibe un día su
ejemplar de la novela. Y un día la estaba leyendo en la plaza, y apareció una
psicóloga, colega de él en la plaza que le preguntó qué hacía leyendo “eso”.
(Risas). Ni sé cuál de mis novelas era. Él me lee porque le gusta
efectivamente. Se supone que una psicóloga tiene que tener una mente abierta,
una apertura, sacudirse los mandatos patriarcales… “¿Qué hacés leyendo esto?”
MM: Convengamos en que la editorial no ayuda mucho con este tipo de tapas. (Risas).
GM: No soy yo. (Risas).
AT: Esa la leí, precisamente.
Ese ancho río entre nosotros
¿Por qué le pusiste ese título?
GM: Porque me gustó. Es una novela entre Montevideo y Buenos Aires,
y es una idea que me surgió la primera vez que fui a Colonia. De repente estaba
ubicada del otro lado, como cuando daba clase o ahora que estoy acá.
AT: Te marcaba un límite…
GM: Creo que en este caso nos está uniendo. Otra de las cosas que
me gusta hacer es interpretar elementos que a veces parecen agresivos. O que no
unen necesariamente. Como en Los que esperan la lluvia. Esperan la lluvia
para algo. Y en Ese ancho río entre
nosotros, está lo que une pero también lo que separa en cuestiones de amor,
que creo que no está mal, porque en el amor esas cosas pasan. Hay cosas que no
van a unirnos del todo. Hay que aceptarlas y superarlas. Y a veces nos separan
para siempre.
AT: ¿Vos sos casada? (Risas).
GM: No. (Risas).
MM: Bueno, la verdad es que lo menos que tenemos que hacer es darte
un gran aplauso. Muchas gracias.
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