Simone de Beauvoir pregunta a Jean-Paul Sartre
Una de las parejas creativas más representativas del siglo pasado fue la de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Si bien la obra literaria de cada uno discurrió por carriles independientes, fundaron (junto con Merleau Ponty) la revista Les Tempes Modernes, publicación emblema de la izquierda europea. Por otra parte, se sabe que antes de publicar la obra de cada uno, se leían mutuamente y discutían aspectos estéticos e ideológicos con el otro. En el número 61 de la revista L'Arc, se publicó una extensa entrevista que Simone de Beauvoir le hizo a Sartre. Lo notable, es que en distintos momentos, formulaba la pregunta usando el "nosotros", y daba pie a que la respuesta complementara esa línea. De esta manera, nos asomamos a la "cocina", del pensamiento de una de las parejas de intelectuales más significativas del siglo XX.
(…)
—Para
volver al machismo, no deberíamos simplificar tanto. Después de todo, vos me
alentaste vigorosamente a escribir El Segundo Sexo; y cuando el libro estuvo listo aceptaste todas
las ideas que había allí, mientras que gente como Camus, por ejemplo,
prácticamente me arrojó el libro a la cara. Es más, fue así que descubrí el
machismo en un número de hombres a quienes yo consideraba genuinamente democráticos, tanto en materia de sexo como en relación a
la sociedad en su conjunto.
—Sí,
pero lo primero que debemos decir es que en nuestra relación siempre te
consideré como una igual.
—Yo
diría que jamás me oprimiste y que jamás reclamaste superioridad alguna sobre
mí. Para entender los matices de tu machismo es importante ver que jamás
mantuvimos las relaciones superior-inferior que son tan comunes entre hombres y
mujeres.
—Ha
sido a través de nuestra relación que he aprendido –que he comprendido– que
existen relaciones entre el hombre y la mujer que demuestran la profunda
igualdad entre los sexos. Yo no me considero superior a vos, o más inteligente,
o más activo, así que nos coloco en el mismo nivel. Somos iguales. Por extraño
que parezca, pienso que de alguna manera esto reforzó mi machismo, porque me ha
permitido volver a ser machista con otras mujeres. Sin embargo, la igualdad
entre nosotros no me pareció simplemente la igualdad accidental de dos
individuos, sino que siempre me pareció reveladora de la profunda igualdad de
los dos sexos.
—De
acuerdo. Lo dicho, aceptaste El
segundo sexo. Lo cual no te cambió totalmente. Acaso debería agregar que
tampoco me cambió a mí, porque pienso que teníamos la misma actitud en esos
tiempos. Teníamos la misma actitud en tanto creíamos que la revolución socialista
conllevaría necesariamente la emancipación de la mujer. Nos hemos desilusionado
desde entonces, porque hemos visto que las mujeres no son realmente iguales a
los hombres en la URSS, en Checoslovaquia o en cualquiera de los países
llamados socialistas que conocemos. Esto, dicho sea de paso, es lo que me
decidió, alrededor de 1970, a adoptar una posición abiertamente feminista. Lo
que quiero decir con esto es que debemos reconocer la especificidad de las
luchas de las mujeres. Es más, vos me seguiste por este camino, pero me
gustaría saber hasta dónde. ¿Qué pensás, ahora, a propósito de la lucha de las
mujeres por su liberación? Por ejemplo, ¿cómo pensás que se conecta con la
lucha de clases?
—Las
veo como dos luchas de diferente aspecto y significado, que no siempre se
mezclan. Hasta cierto punto, la lucha de clases se da entre hombres. Es
esencialmente una cuestión de las relaciones entre hombres, relaciones
concernientes al poder o la economía. Las relaciones entre hombres y mujeres
son muy diferentes. Sin duda hay implicaciones muy importantes desde el punto
de vista económico, pero las mujeres no son una clase, ni son los hombres una
clase en relación con las mujeres. Las relaciones entre los sexos son algo más.
En otras palabras, hay dos líneas principales de lucha para los oprimidos: la
lucha de clases y la lucha entre los sexos. Por supuesto, ambas líneas a menudo
coinciden. Por ejemplo, hoy existe una tendencia a que la lucha de clases y la
lucha entre los sexos coincidan. Digo que hay una tendencia, porque los
principios de ambas luchas no están articulados de la misma manera. La esposa
del burgués y la esposa del trabajador no se oponen a lo largo de líneas de
clase precisas. La división de clases entre burguesía y proletariado sólo
alcanza a las mujeres en un plano muy secundario. Por ejemplo, es frecuente
encontrar relaciones entre una mujer burguesa y su sirvienta o su ama de llaves
que serían impensable entre un burgués propietario de una fábrica o un
ingeniero y el operario de una línea de montaje en la misma fábrica.
(…)
—Vos
podés ver una conexión entre la lucha de clases y la lucha entre los sexos
cuando las mujeres inician movimientos que implican demandas profesionales.
Conozco dos ejemplos de esto. Uno de ellos era una huelga en Troyes, hace dos o
tres años. Las trabajadoras que lideraban la huelga dijeron a los miembros del
movimiento de liberación femenina, de manera espontánea y muy vehementemente:
«Ahora que entiendo lo que significa rebelarse, no voy a ser pisoteada en mi
casa nunca más. Mi viejo [esposo] estará bien mientras no intente jugar al
capataz». Del mismo modo, las trabajadoras de Galerías Nouvelles en
Thionville, que realizaron una huelga muy combativa, expresaron algunos puntos
de vista extremadamente feminista, explicando que recién empezaban a tomar
conciencia de la doble explotación y rechazando ambos aspectos de la misma. En
tu opinión, entonces, ¿podemos concluir que esto es algo bueno para ayudar a
las mujeres a abrir sus ojos, aun a riesgo de crear una cierta tensión que
podría ser dolorosa para ellas?
—Por
supuesto. Me parece imposible esperar que parte de la población renuncie a una
de las luchas humanas esenciales. Dado que las mujeres son víctimas, deben
hacerse conscientes de ese hecho.
—Estoy
de acuerdo. Deben hacerse conscientes de ello, deben encontrar medios para
luchar y no deben sentirse aisladas en su lucha. Ahora, hay otra cuestión sobre
la que me gustaría preguntarte, una que me parece muy importante y que es
discutida en el movimiento de liberación de las mujeres: ¿qué relación debe
establecerse entre la promoción [advancement], si querés llamarlo así, y
la igualdad? Porque, por un lado, estamos a favor de una sociedad igualitaria y
a favor de abolir no sólo la explotación del hombre por el hombre, sino todas
las jerarquías, todos los privilegios, etc. Pero, por otro lado, queremos tener
acceso a las mismas calificaciones que los hombres, para empezar con las mismas
oportunidades, queremos tener igualdad de remuneración, las mismas
oportunidades de empleo, las mismas posibilidades de alcanzar la cima de la
jerarquía. Hay una cierta contradicción en esto.
—La
contradicción existe esencialmente porque hay una jerarquía. Si visualizáramos
un movimiento –como el que me gustaría ver– que deshiciera la jerarquía,
entonces la contradicción se desvanecería; en otras palabras, las mujeres
serían tratadas exactamente de la misma manera que los hombres. Habría una
profunda igualdad de hombres y mujeres en el trabajo, y este problema ya no
existiría. Pero tenemos que ver las cosas tal como son actualmente. Los hombres
mismos, hoy, son bastante iguales en puestos subordinados, trabajos que están
mal pagados o que requieren poco conocimiento especializado. Pero también hay
trabajos muy bien pagados, que confieren una cuota de poder y requiere un
cuerpo de aprendizaje. Me parece legítimo que la mayoría de las mujeres deba
unirse para obtener la absoluta igualdad de hombres y mujeres en el nivel donde
las jerarquías ya no existen, y, en otro nivel, en la sociedad actual, que
deban probar a través de los logros de algunas mujeres que son iguales a los
hombres, incluso en las carreras de élite.
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