130 años del nacimiento de Eugene O'Neill

Hoy se conmemoran 130 años del nacimiento del gran dramaturgo estadounidense Eugene O'Neill. Recordamos algunos momentos importantes de su vida, entre los que se encuentra el tiempo que vivió en la Ciudad de Buenos Aires.



Por María Trombetta

Eugene O’ Neill nació en el hotel Barret House de Broadway, el 16 de octubre de 1888, y falleció también en un hotel, el Shelton de Boston, el 27 de noviembre de 1853. Fue el iniciador y propulsor del teatro norteamericano, su máximo dramaturgo y ganador del premio Nobel de Literatura en 1937. Además, ganador de cuatro premios Pulitzer por sus obras Más allá del horizonte, Anna Christie, Extraño interludio y Largo viaje Hacia la noche. En sus treinta años de vida creativa completó por lo menos los borradores de 62 obras. Escapando de un padre severo y un matrimonio apresurado, su espíritu aventurero lo llevó a pasar una temporada en Buenos Aires, antes de consagrarse como escritor.

El padre de O’Neill, James, que había nacido en Irlanda y emigrado a los Estados Unidos con sus padres y hermanos, a los veinte años se convirtió en actor y llegó a ser un comediante de cierto talento. El éxito comercial que obtuvo representado El Conde de Montecristo en una adaptación melodramática de la novela de Alejandro Dumas le deparó enormes auditorios, obligándolo a seguir representando el papel durante veintinueve años. Este conformismo le proporcionó bienestar económico, pero una frustración como artista que le envenenó la vida. Conoció luego de una función a una de sus espectadoras, Mary Ellen Quinlan, una mujer agraciada y tierna, amante de la música y ferviente católica, con quien se casó. Eugene fue el tercer hijo de la pareja, concebido como “reemplazo” de un hermano mayor fallecido a los dos años de edad.
La familia vivió entre las bambalinas de los teatros y los hoteles en los que se alojaban durante las giras. Eugene cursó sus estudios elementales en colegios católicos como pupilo, con la lectura como único consuelo. A los veinte años, luego de haber sido expulsado de la Universidad de Princeton por problemas disciplinarios, no encontraba su rumbo en la vida: sólo sabía que ya no le interesaban las escuelas y bajo la constante ‘guía’ y acompañamiento de su hermano Jamie descubrió lo que sí le interesaba: la lectura, las mujeres y el alcohol. Pasó los siguientes seis años embarcado o sumergido en alcohol en distintos bares de Nueva York, Honduras, Buenos Aires y Liverpool.
Casado en secreto, a punto de ser padre y a instancias de su progenitor, que lo alentó a marcharse, el por entonces ignoto marinero Eugene O’Neill, llegó a Buenos Aires el 10 de agosto de 1910, a bordo del bergantín noruego Charles Racine. Ese primer viaje como marinero y su residencia en Buenos Aires le dejaron un profundo amor por la vida marítima y mucha letra en cuanto a situaciones y personajes que luego aparecerían en sus obras teatrales.
Después de alojarse en el Hotel Continental de Plaza Constitución, se sumergió en el mundo de las recovas de Paseo Colón y agotó rápidamente los sesenta dólares que le había regalado su padre antes de zarpar. Más tarde, O’Neill diría: “Entré en Buenos Aires como un caballero, y terminé como una piltrafa en las dársenas del puerto”.
Consiguió algunos empleos ayudado por los miembros de la comunidad norteamericana residentes en Buenos Aires, pero su pequeño sueldo se consumía en los boliches y burdeles de Paseo Colón. Terminó durmiendo en los depósitos de las dársenas del puerto, sin esperanzas de mejorar su situación laboral, y con los primeros síntomas de una tuberculosis de la que le llevaría años recuperarse emprendió el retorno a casa.
En 1912, durante la internación de seis meses para reponerse de su enfermedad, descubrió su verdadera vocación artística, dedicándose a la lectura de Strindberg, Yeats, Lady Gregory, Brieux, Hauptmann, Ibsen y Shaw, como también a sus padres filosóficos, Nietzsche y Schopenhauer. También fueron importantes sus lecturas de textos no-dramáticos como los de Joseph Conrad, Jack London, Guy de Maupassant y O.Henry. Según su testimonio al recibir el premio Nobel de Literatura, en 1937:  "Fue [después de leer las obras de Strindberg], cuando comencé a escribir en el invierno de 1913-1914, lo que me dio por primera vez -más que ninguna otra cosa- la visión de lo que podría ser el teatro moderno, y lo que a mí mismo me inspiró e impulsó a escribir para el teatro".
Sin embargo, sus primeros esfuerzos como dramaturgo resultaron en melodramas torpes que parecían responder más a la herencia de vaudeville paterno y con un estilo más narrativo que teatral; pero que tuvieron como novedad los personajes -prostitutas, vagabundos, marineros- y temas -la injusticia divina- que hasta ese momento habían estado presentes en las novelas norteamericanas, pero no se habían considerado apropiados para los escenarios.
Para 1920, cuando estrenó su primera obra larga, Más allá del horizonte, el joven dramaturgo ya tenía una reputación. La obra impresionó a los críticos por su trágico realismo y le hizo ganar su primer Pulitzer y la atención del público. A partir de ese momento O’Neill entró en un período de gran productividad, y fueron surgiendo, en rápida sucesión, las obras que proyectaron su nombre más allá de los Estados Unidos: Anna Christie, El deseo bajo los olmos, A Electra le sienta el luto.
O'Neill murió convaleciente de una dolencia semejante a la enfermedad de Parkinson, lo que le impidió escribir durante los últimos años de su vida.

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