Una aproximación al terror dentro de nuestra Literatura para niños y jóvenes

En este mes en que el Laboratorio de Análisis y Producción de LIJ se dedicará al Terror (y en especial a una de sus variantes, la Leyenda urbana), el autor y editor Mario Méndez, coordinador del Laboratorio, elaboró esta síntesis, un acercamiento que no pretende ser exhaustivo, pero que espera brindar un panorama. 

Ilustración: Leicia Gotlibowski

Por Mario Méndez


Podríamos considerar al terror como una variante de la literatura fantástica. Esa es la mirada de Bioy, Borges y Silvina Ocampo, y así lo plantean en su famosa Antología. O bien lo podemos ver como una forma de la literatura maravillosa, como lo clasificaría Todorov. En todo caso, el terror es una de las expresiones literarias más antiguas de la humanidad, que seguramente empezó en las cuevas que habitaban los primeros hombres y que hoy está presente en los gustos de nuestros niños y jóvenes lectores, no falta jamás en los fogones, en las piyamadas si a alguien se le ocurre contar cuentos y –muy fuertemente- en las elecciones literarias de los chicos. Es un género que se podría definir, de una manera sencilla, por su finalidad: provocar el escalofrío, la inquietud o incluso el miedo en el lector, definición que no excluye que los autores tengan otras pretensiones artísticas y literarias.

Veamos como define el género Graciela Repún en el prólogo al libro Un mes después, antología de Cuentos de terror de la editorial Amauta: “En una sociedad acostumbrada a la noción de peligro, el miedo funciona como sistema de alarma; advierte y pone en evidencia las amenazas y riesgos reales que nos rodean y también, los fantasmas y monstruos ocultos que acechan desde nuestro propio interior, desde nuestra irracionalidad.

Tal vez esta sea la causa de que la literatura de terror tenga cada vez más adeptos.  La desean los fanáticos que quieren sentir, desde un lugar seguro, un miedo pautado pero intenso y provocador. La aprecian los educadores por su capacidad catártica de descargar angustias personales y como factor de ayuda, consciente o inconsciente, planteando otras conductas, equipando con nuevas soluciones. Y la valora cualquier lector que disfruta de un relato bien contado, de esos que cuando terminan dejan más preguntas que respuestas”.

En nuestro país, el gran precursor es Horacio Quiroga. Cuentos como “El almohadón de plumas”, que según dicen es el primer cuento de vampirismo escrito en Sudamérica, o “La gallina degollada”, que es de un terror más realista, buen ejemplo del que quizás sea el más duro de los terrores, ese que está ahí, en lo cotidiano. Y menciono a estos dos cuentos porque los Cuentos de amor, de locura y de muerte, allá lejos y hace tiempo, cuando yo era un niño de séptimo grado, por ejemplo, se leían en la escuela primaria. Hoy, tal vez con sensibilidades diferentes, estos cuentos han quedado para los adolescentes, para los chicos más grandes. Otro autor argentino, apellido importante de nuestra literatura, que recorrió el género y que es muy habitual hallar en libros de textos, es Leopoldo Lugones. Sus famosos cuentos “Yzur” o “El escuerzo”, por ejemplo, de un horror similar al que producen algunas de las obras de Edgar Allan Poe, aparecen en los manuales y las antologías que conocemos. Yo recuerdo, hablando de antologías, haber leído “La escopeta”, de Julio Ardiles Grey, en una antología literaria de la editorial Estrada, en la secundaria. A mí me quedó grabado desde la adolescencia, tanto que tomé la idea prestada para mi cuento “La pasajera”, del libro Noches siniestras en Mar del Plata. Y no hay casualidades: el cuento de Ardiles Grey es una recreación moderna de una vieja leyenda medieval. A mí me había quedado el horror que produce la idea de volver a casa y que hayan pasado veinte años. Otra historia que me quedó de la niñez, de otro precursor, es la del Ahó Ahó, que José Antonio Ramallo incluyó en Cuentos y leyendas de la selva guaraní, una vieja edición de Plus Ultra que me regalaron a los nueve o diez años. En esta colección andan algunos de los seres más terribles de la mitología guaranítica, como el Yaciyateré, La yarará cuzú o Urutú, y el mencionado Ahó Ahó. También buscando en leyendas antiguas escribí mis Bestias ocultas, e incluí al temible Ahó Ahó. Estas búsquedas son muy frecuentes y muy efectivas en los cuentos de terror de nuestra LIJ. En el célebre Socorro Elsa Bornemann tomó algunas historias japonesas y lo mismo hicieron Ana María Shua en libros como Planeta miedo o Los devoradores, y su amiga Lucía Laragione en Tratado universal de monstruos y Amores que matan.


El terror o el miedo, o el suspenso, ha sido fuente literaria de obras de muchos autores importantes de nuestra LIJ. Franco Vaccarini trabajó el género en Mi herida zombi, Presencia y Ganas de tener miedo. Ángeles Durini, invitada al Laboratorio de Análisis y Producción de LIJ la vez anterior que trabajamos el terror, entre otros títulos lo hizo con Embrujos y Espíritus perdidos, además de ese homenaje a Drácula que es la saga de Demetrio Latov; Hugo Mitoire, hombre del litoral, con su saga de Cuentos de terror para Franco, siempre bordeando el horror, el recientemente ganador de un Destacado de Alija Hernán Galdames, con su Panick Attack, Carlos Schlaen (en la novela El tercer conjuro), Ricardo Mariño (Cuentos espantosos y La casa maldita) Jorge Accame (El puente del diablo, Ángeles y diablos) entre muchos otros han conquistar lectores y lectoras que gustan de asustarse.

Otras obras de terror en la LIJ que me gustaría mencionar son las de Olga Drennen, que además de ser una reconocida antóloga es la autora, entre otros, de los siguientes títulos que recorren el género: No grites, no podrán oírte, La trama del miedo, Wunderding y otros escalofríos, El señor de la noche y otros cuentos.

Las de Martín Sancia Kawamichi, premiado un par de veces en el concurso de Sigmar: Los poseídos de Luna Picante, 25 tarántulas y Todas las sombras son mías.

Las de Marcelo di Marco, publicadas hace algunos años en El quirquincho: La noche es un lugar solitario, Cinco genios del espanto, Te alcanzaré desde mi tumba.

Desde luego, no se pueden obviar las obras del especialista en leyendas urbanas, José Montero, autor que iba a ser el invitado presencial en este mes, que cuenta, entres sus muchos libros con los muy leídos Misterios urbanos I, II, III y IV, editados por la editorial Quipu.

Y entre los muchos autores que transitan o transitaron el género, podemos mencionar a Victoria Bayona (Los monos fantasma), Mercedes Pérez Sabbi (La hora del miedo y El miedo trepa a tu ventana), José María Marcos (Monstruos de pueblo chico y Frikis Mortis), Mariela Slosse (Espantados, El caso N 705 y Juegos macabros), Fernando de Vedia con sus Espantosas historias de Mortan Fosa, Pablo De Santis con el muy inquietante volumen de cuentos Trasnoche, para lectores juveniles/adultos o Fernando Sorrentino con Costumbres de los muertos y El regreso y otros cuentos inquietantes.

Para finalizar, una mención especial a la obra de Hernán Carbonel, autor de El chico que no crecía, de la editorial Galerna, quien hace una singular versión de las leyendas urbanas pero las ruraliza, como en el cuento “La chica del baile de campo”, en el que la muerta se presenta en un baile rural. Para hablar de este cuento, de este libro y de otras cuestiones relacionadas con la literatura, entrevistaremos a Hernán, escritor y periodista, el lunes 20 de julio. Será, claro, una entrevista virtual, por Zoom, ese nuevo modo de relación en un presente que, en algunos casos, si no es de terror es al menos bastante inquietante.  

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