Ennio Morricone o el silencioso poder de la música

A pocos días de la partida del gran Ennio Morricone, que se despidiera con una conmovedora carta, como lo fue su música, compartimos esta excelente nota, que recorre su vida y su obra y le hace un sentido homenaje.



Por Laura Inés Gutman*

Sentado en una sala de cine, un hombre recibe un maravilloso regalo. Una colección de besos cinematográficos hábilmente recortados y rescatados de la vigilante mirada de la censura. 
¿La música que suena en la sala, pertenece a la escena, a la película, o a la película dentro de la película? Así es como accedemos a ese poder silencioso de la música de habitarlo todo.
Ennio Morricone, al igual que Totó en Cinema Paradiso, con sólo diez años ya aprendería su oficio. 
Se matriculó en el Conservatorio de Santa Cecilia para estudiar trompeta y tres años más tarde fue elegido entre otros estudiantes jóvenes para formar parte de la orquesta de la institución. 
En 1943, viendo las impresionantes dotes de Ennio Morricone para la armonía, el profesor Roberto Caggiano lo animó a iniciar seriamente sus estudios en esa disciplina. 
Al completar el curso en sólo seis meses, le sugirió que encaminase su formación hacia la composición mientras se desempeñaba como segundo trompa en la orquestina de Alberto Flamini, en la que doblaba las líneas del primer trompeta, que no era otro que Mario Morricone, su propio padre.
Durante la década de 1950 completó su formación compositiva de la mano del gran Goffredo Petrassi. En 1955 comenzó a arreglar música para películas, actividad que interrumpió por el servicio militar. En 1958 aceptó un empleo como asistente de dirección para la RAI, pero el primer día de trabajo abandonó. En lugar de eso, y todavía influido por el vanguardismo de su maestro Petrassi, se matriculó en un seminario impartido por John Cage en Darmstadt, nueva escuela de experimentación en música que no trabaja con la forma musical, sino directamente con el material sonoro.
Mientras tanto el dinero venía de otro lado; sus arreglos para series de televisión.
Es difícil imaginar qué hubiera sido de la posterior carrera de Morricone si las circunstancias lo hubieran convertido en otro de los compositores italianos de vanguardia, como Luciano Berio o Luigi Nono, que triunfaron en el entorno de Darmstadt durante la década de 1960.  
En 1961, el mismo año en que nació su hija Alessandra, compuso su primera banda sonora para el cine, y al mismo tiempo, formaba parte del Gruppo Internazionale d’Improvvisazione.
La creciente actividad cinematográfica le haría abandonar a finales de la década la faceta académica de su producción, sobre todo a raíz del estruendoso éxito de la música para El bueno, el feo y el malo (1966), de Sergio Leone. Pero no por mucho tiempo, ya que después de veinte años de una intensa actividad que incluyó la pedagogía como maestro de composición y la producción de música cinematográfica, en 1983 se convirtió en miembro del Consejo de Administración de la asociación Nuova Consonanza, dedicada a la música contemporánea.
La obra maestra que supuso la banda sonora que Morricone compuso para la película La Misión, en 1986, cuyo argumento se basó en las reducciones jesuíticas en Paraguay revela no solo la mística relación de los guaraníes con la idea de la trascendencia, sino también el ideal de “una tierra sin mal” que les permitió incorporar las enseñanzas de los jesuitas a una cosmogonía propia. 
En la película se conjugan tres planos: el concepto de paisaje sonoro como el material sonoro de la música contemporánea, el concepto europeo de la retórica musical del barroco y la teoría de los afectos en música, y los elementos sonoros que aporta el andamiaje rítmico y melódico del lenguaje musical de los guaraníes. 
El compositor reconstruye mediante la arquitectura musical de la banda sonora de la película todo el esplendor del barroco americano. Sus espacios sagrados, su oratoria mística y profana, y la presencia imponente y desaforada de la naturaleza, la “Tierra sin mal” de los guaraníes. 
Morricone recibió en su vida un auténtico rosario de premios, homenajes y reconocimientos en forma de programaciones y ciclos de conciertos a lo largo y ancho de toda la geografía italiana. 
La culminación fue la concesión, por iniciativa del primer ministro Oscar Luigi Scalfaro, del título de Commendatore dell’Ordine Al Merito della Reppublica Italiana en 1995.
En la edición de los Oscar de 2007 recibió finalmente una estatuilla por parte de la Academia en reconocimiento a su inmensa carrera. Un premio que llegó cuando ya no lo necesitaba, pero que, según reconoció, “finalmente me lo quedaré”.

Fuentes bibliográficas:

Colombo, Emanuele (2019). El milagro de la música: una charla con Ennio Morricone *
Profesor asociado de DePaul University of Chicago. Director ejecutivo Journal of Jesuit Studieshttps://www.cpalsocial.org/el-milagro-de-la-musica-una-charla-con-ennio-morricone-3527

Martínez, Martín Páez (2016). Retórica en la música barroca: una síntesis de los presupuestos teóricos de la retórica musical. Universidad de Murcia, España. 

Morello, Gustavo (2006). La teología jesuítica y el espíritu del barroco. Una lectura de La modernidad de lo barroco, de Bolívar Echeverría, en Studia Politicæ, número 8, Córdoba: Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Córdoba.

Palermo, Miguel Ángel., De Hoyos, María., Chiappe, Aldo. Guaraníes su vida y sus Mitos. AZ Editora.

Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Ennio Morricone. En Biografías y Vidas.
 La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). 
Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/morricone.htm el 11 de julio de 2020.

* Laura Inés Gutman, Intérprete titiritera y de música popular. Licenciada por la UNA en Artes del Movimiento. Egresada del Teatro Colón en Regiè y de la Escuela de titiriteros del Teatro San Martín. Docente universitaria en la Licenciatura en Musicoterapia UBA. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia