Día nacional de las afroargentinas y los afroargentinos
Por Laura Ávila
Cuando era chica me gustaba tanto leer, que cuando se me terminaban los libros agarraba los manuales viejos de mi mamá. Los leía mientras tomaba el mate cocido, me los sabía casi de memoria. Había uno de cuarto grado, el Manual del alumno bonaerense, que me gustaba más porque tenía viñetas de la historia. En ese libro tuve mi primer encuentro con las niñas de Ayohuma.
El texto decía que tres mujeres les habían alcanzado agua a los soldados heridos en una batalla que perdieron las fuerzas de las Provincias Unidas. Estaba ilustrado con un dibujo más o menos parecido a este:
Eran mujeres lánguidas y blancas, que como ángeles socorrían a soldados tan blancos como ellas. Por ningún lado en el manual figuraban los nombres de esas mujeres, ni por qué les decían niñas si eran minas grandes, ni de dónde habían salido, ni qué hacían en la guerra.
Quedé obsesionada con ellas. Me sonaban más al delirio febril de alguien que a una verdad histórica.
De grande las empecé a buscar en los documentos. El general Lamadrid había estado en Ayohuma y contó que en esa batalla, sucedida en el Alto Perú en 1813, hacía un calor terrible y los soldados de su tropa llevaban horas parapetados para evitar la metralla de los cañones enemigos:
“Es digno de trasmitirse a la historia una acción sublime que practicaba una morena” recordaba Lamadrid, “hija de Buenos Aires, llamada tía María y conocida por madre de la Patria, mientras duraba este horroroso cañoneo como a las 12 del día 14 de noviembre, con un sol que abrasaba. Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas en lavar la ropa de la mayor parte de los jefes u oficiales, pero acompañada de ambas se la vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban a la cabeza.”
Esas mujeres les dieron el agua a los soldados, desafiando el ataque realista. Y ni eran niñas ni blancas, sino mujeres hechas y derechas, negras, afroargentinas. Estaban ahí porque eran cuarteleras de ese ejército, organizaban el tema de la ropa, las provisiones, atendían a los heridos y mantenían la dignidad de los contendientes, además de ser capaces de agarrar una bayoneta y mezclarse en el entrevero sin dudarlo.
General Lamadrid |
Muchos años de escuela nos blanquearon a esas mujeres de Ayohuma. Nos las pintaron como heroínas griegas, en un campo de batalla donde se olvidaron de dibujar a los batallones de castas que participaron de todos los combates por la Independencia.
Al mismo tiempo, había escenas de larvado racismo en nuestras vidas escolares. Si yo decía en el colegio que tomaba mate cocido con tortilla en vez de chocolate con galletitas me miraban raro. A mi amiga Popa le cepillaban el pelo enrulado hermoso, africano, que tenía, en un intento por dejárselo lacio, para que no desentonara con las demás.
Cómo me hubiera gustado saber entonces que las Niñas de Ayohuma eran negras.
Hoy creo en esta María de Ayohuma. María porteña, cuarentona y veterana, a la que llamaban tía los soldados, que seguro serían tan negros como ella, porque es cosa de afros decirles tíos a nuestros mayores queridos. Muchos investigadores la relacionan con María Remedios del Valle, una liberta que acompañó al primer ejército del Norte porque habían reclutado en él a su marido y a sus hijos. Dicen que María Remedios empezó parchando uniformes y terminó siendo nombrada capitana por Manuel Belgrano, que perdió a su familia en las batallas y que se quedó en el Alto Perú, enfermera y parte de la infantería.
Ojalá haya sido la misma María, esa afroargentina de Ayohuma que le dio de beber a los hombres de Lamadrid.
Cuando terminaron las guerras de la Independencia, María Remedios volvió a Buenos Aires. La habían herido en las contiendas, no podía trabajar, así que se puso a mendigar en el atrio de Santo Domingo. Allí la encontraron sus antiguos compañeros de armas. Dicen que un día se cruzaron con el general Viamonte, a la salida de la misa. Ella se acercó y lo agarró del brazo. Él la reconoció al momento y se condolió de verla tan empobrecida, pero María le contó que había ido mil veces a golpear en la puerta de su casa y que la habían echado sus sirvientes.
“Yo quiero solo lo que es mío”, le dijo con calma, sin agachar la cabeza.
Viamonte, del que puedo hablar mil cosas malas, al menos tuvo la decencia de presentar su caso en la legislatura. María Remedios del Valle tuvo su abogado blanco, que pidió para ella una pensión militar, porque había sido capitana.
No tenía papeles para comprobar sus acciones. Mostró su cuerpo, intervenido por seis heridas de guerra, cicatrices de azotes y metralla que vivían con ella y que daban testimonio de su participación en la historia.
Nunca supimos si le efectivizaron esa pensión, aunque consiguieron que se la otorgaran, además de encargar su biografía y un monumento que jamás se realizaron, al menos no en el Siglo XIX.
Agrupación Misibamba, afroargentines del tronco colonial. Fuente: APU |
María Remedios murió el 8 de noviembre de 1847. Para subsanar tanto blanqueamiento, tanta negación que empezó en 1880 y siguió a través de todos los manuales escolares, de la literatura, de la enseñanza de la historia, de la publicidad, de los discursos de los presidentes y de la negación o el miedo de ver nuestros propios rasgos afro en el espejo de un mundo blanco que nos inventaron, este es el día que elegimos para celebrar la afroargentinidad. Que sigue viva y presente desde antes de ser un país, hasta estos días, que son más nuestros que nunca.
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