La carta no tiene quien la reciba

En Libro de arena seguimos recibiendo textos en los que se relatan distintas miradas generacionales sobre la guerra de Malvinas. La semana pasada publicamos una colaboración que hablaba de la mirada de la infancia. Hoy, este texto de Marcelo Iconomidis profundiza en el recuerdo de un joven nacido en 1962. La narración da cuenta de las diferentes miradas de la familia de un conscripto, convocado para sumarse a las tropas que combatían contra Gran Bretaña en las Islas Malvinas.

Ilustración: Matías Zárate

Por Marcelo Iconomidis


Mercenarios de perfil bajo

(los únicos que los vieron 

ya no están)

Cuchillos fantasmales

cortando los sueños

¿Pero acaso nosotros

no veníamos del país de

las picanas sobre panzas 

embarazadas?

¿Quién le tenía que tener

miedo a quien?


"Gurkas" Gustavo Caso Rosendi


- Me voy a la mierda. Me rajo. Cruzo, clandestino por la noche, la frontera con Brasil.  Prefiero morir por la falopa enroscado en una palmera en Buzios que por el corchazo de un pirata.-

Quimera, idiotez, fantasía y demencia. Cualquier posibilidad era viable. Nada estaba en su lugar, como si el sitio adecuado para ser, existiera. 

Hacía más de un año que el Ejército Argentino retenía su documento de identidad. Aún no finalizaba el tiempo de conscripción. Rozaba el mes catorce y faltaba poco para la baja porque tenía "destino prefijado". El eufemismo que se utilizaba en la época para referirse al acomodo. 

Llegaba con los primeros y se iba con los últimos. Era su única certeza cuando la guerra comenzó y la carta llegó. La papeleta de convocatoria estaba en la oficina del Coronel con fecha y hora de presentación. Regresaba al cuartel que le había enseñado a robar, humillar, ser humillado y presenciar torturas. 

Esa noche, durante la cena familiar, la charla giró en torno a la situación epistolar. El hijo fumaba sin parar y no se quejaba por los dolores de la carne: era un soldado. El padre, heredero de un inmigrante escapado de la guerra, hacía ingentes esfuerzos por esgrimir discursos insustanciales acerca de la responsabilidad. Tenía la noble intención de proteger a su hijo de tomar decisiones equivocadas. La madre callaba y procesaba su dolor, perdida en las cartas que su hijo le había enviado sobre la instrucción de guerra. El hermano menor escrutaba la escena como reflejo de la confusión general.  

El retrato de una familia argentina como tantas otras, en medio del orden alterado de una paz que nunca existió. 

Los "señores del deber y el honor" se apropiaron de todo mientras implantaban el reino del terror, y convocaban a la defensa de una Patria que habían reducido a cenizas en la picadora de carne. 

La guerra terminó algunos días antes del reclutamiento. No hubo euforia ni decepción. Tampoco sobredosis, solo consumos moderados. Las balas se convirtieron en piedras sobre las autoridades castrenses en retirada. 

Malvinas volvió a estar en sintonía sólo cuando la historia y la política acomodaron las piezas fundamentales, que habían sido veladas por la altanería de la dictadura: el gobierno de Vernet, el alzamiento del gaucho Rivero, la usurpación británica de 1833 y la defección de Pinedo, el Operativo Cóndor en 1966, el colonialismo y la soberanía, el Imperio y la Nación. 

Necesitaban al Ejército Sanmartiniano pero llegó el Ejército de Las Tinieblas.

Los años posteriores a la guerra fueron devolviendo la esencia de una causa justa. No antes, porque cuando las retóricas vacías y las vaguedades ocultan lo indispensable, poco se puede reclamar. 


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