Malvinas: la mirada de la infancia

Malvinas es una herida que no cierra. En el terreno, la guerra se perdió, y Gran Bretaña consolidó y reforzó su presencia en las islas. En el marco de este conflicto de soberanía que no se resuelve, y que se llevó la vida de cientos de argentinos, a medida que pasa el tiempo cada quien reflexiona sobre lo que significó la guerra en ese momento. En esta nota, María Laura Migliarino nos relata su mirada sobre los hechos de 1982.


Por María Laura Migliarino


El 2 de abril de 1982 yo tenía siete años. 

A esa edad poco sabía de las guerras, de Gran Bretaña, de las Islas. Nada intuía sobre la dictadura, pero observaba. 

La guerra para mí fueron las tapas de la Revista GENTE, un semanario de interés general que por aquellos años era consumido por gran parte de la clase media de nuestro país. Recuerdo los títulos de las portadas que acompañaban a las fotos como estampas y nos hacían creer en la victoria que no fue: “Estamos en guerra”, “Estamos ganando”, “Vamos a atacar”, “¡Seguimos ganando!”.

La guerra para mí fueron Pinky y Cacho Fontana. Toda la familia clavada una tarde frente a la pantalla de ATC -hoy canal 7- mirando el especial “Las 24 horas de Malvinas”.


 

La guerra para mí fue el mundial de fútbol; una condensación de proclamas sobre la Argentina victoriosa recuperando las islas y la pelota. 

La guerra para mí fue mi abuela internada en el Hospital Muñiz, cuando mi mamá antes que ingresar a quirófano por una operación compleja le dijo:  

- Mamina, pensá en los chicos de Malvinas. 

Hoy -40 años después- los recuerdos de aquello que nos hicieron creer, duelen. Duelen las cartas para los soldados que nos pidieron que escribiéramos en la escuela. Duele Videla festejando los goles cuatro años antes. Duele la amputación de una pierna –las de los soldados, la de mi abuela-. Duele que el reclamo de Soberanía territorial argentina estuviese en manos de unos jóvenes combatientes sin preparación militar adecuada y a los que la sociedad –a su regreso- les dio la espalda. 

Hay muchas batallas por Malvinas y no hay un único modo de contar la historia. La mía, la que yo puedo contar, es la de una niña de siete años que veía soldaditos en las tapas de las revistas jugando a la guerra. 

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