Sandra Comino, Franco Vaccarini, Fabián Sevilla y Ariel Sevilla: “La guerra es la derrota del ser humano”

Después de dos años de virtualidad, nos volvimos a encontrar en persona, esta vez en la Biblioteca Roffo, sede de ALIJA. Fue una noche magnífica de reencuentro, con cuatro invitados que no tienen problema alguno a la hora de hablar. Y a los que da gusto escuchar, por cierto.


Mario Méndez: Buenas tardes, ¿cómo están? Muchas gracias por haber venido. Es toda una prueba esto de volver a la presencialidad después de dos años. Nada casualmente, la última entrevista virtual se la hice a Fabián, y la primera presencial la hacemos con Fabián, y además Ariel, que en la otra andaba por atrás de cámara, dando vueltas. Se lo veía que pasaba pero no se arrimó. Así que este desafío, más o menos viene saliendo, llenamos el auditorio. Muchas gracias, Paula, por ser tan buena anfitriona. Fíjense en el detalle, tenemos agua, tenemos los carteles, flores… muy lindo. Como saben también, este es el primer encuentro organizado de a tres, entre el centro cultural y biblioteca Roffo, que es la sede de ALIJA desde principios de año. ALIJA también participó, así que ahí tenemos una mesa, como diría Les Luthiers “en el hall del teatro”, para comprar los libros que ustedes gusten. Y Bibliotecas para armar, que hace dieciséis años que está promoviendo la realización de estos encuentros. Ha pasado mucha agua bajo los puentes. A Franco creo que ya lo entrevisté tres veces, a Sandra creo que tres también, Sandra me entrevistó a mí en uno de los encuentros… Muchas cosas han ocurrido y da gusto volver a encontrarse. Vamos al meollo de la cuestión. Con ustedes, Fabián y Ariel Sevilla, recién llegaditos de Mendoza. La semana pasada, ¿no?

Fabián Sevilla: Yo llegué el miércoles y ya empecé a recorrer escuelas. Ariel llegó el viernes y se sumó a la gira. Después de un fin de semana, de paseo, seguimos recorriendo escuelas a hablar con los chicos y las chicas sobre qué les había parecido Malvina. Historias en papel de chocolate, novela que coescribimos y que acaba publicar Salim Ediciones. 

Ariel: Fue un primer encuentro porque hasta ahora simplemente la recepción había sido la de la gente de la editorial, no teníamos esa parte de la recepción del libro que viene del lector y que nosotros tenemos cuando vamos a las escuelas o en la Feria del libro. Y queríamos escuchar la opinión de los chicos y chicas sobre una novela que resultó muy difícil de escribir: emocionalmente nos involucramos mucho con el tema y era un desafío porque todavía es un asunto muy doloroso para muchos argentinos. Tener la recepción que hemos tenidos ha sido una novedad, porque la novela fue pensada para lectores de once o doce años y nos enteramos de que hay escuelas que la están leyendo en sus cuartos grados. Y la leen con avidez, con mucha empatía hacia el narrador protagonista que es un chico de doce años. 

MM: Muy tímidos no son, porque no me dejaron ni presentarlos. (Risas). Se largaron a hablar. Fabián y Ariel Sevilla, autores de varios libros sobre los que ya les voy a preguntar, a cuatro manos. Y este que ya presentaron, Malvina. Historias en papel de chocolate, editado por Salim. Franco Vaccarini, autor de muchísimos libros y en este caso de Nunca estuve en la guerra, que yo tengo desde la primera edición, de Atlántida, de la colección Reloj de arena, ahora está en SM y después vaya a saber adónde va a estar, y Sandra Comino, que está haciendo su vuelta a las canchas…

Sandra Comino: Es la primera vez que estoy tan cerca de la gente. Yo me encerré…

MM: ¡Gracias! Y tengo Nadar de pie, en la edición de Libros del náufrago. Una muy linda editorial que ya no existe. 

SC: Tiene una bella tapa que hizo María Wernicke… La edición nueva tiene tapa de Mónica Weiss.

MM: Muy bella. Y ahora la novela está en Comunicarte, la editorial cordobesa. En orden cronológico, Nadar de pie ya tiene doce años. 

SC: Claro, 2010. 

MM: Fue antes de la efeméride. Nunca estuve en la guerra tiene diez. Ese va a ser uno de los temas para hablar, cuando se cumplieron los treinta años de la guerra de Malvinas. Y Malvina tiene días. 

Fabián Sevilla: Como libro, pero como proyecto tiene muchos años. Había empezado siendo un proyecto periodístico. 

MM: Que se iba a llamar…

Hermanos Sevilla (a la vez): Empanadas de krill. 

MM: Para los que todavía no la leyeron, porque es muy reciente, ¿por qué “empanadas de krill”? 

F.S: Porque en la novela hay un narrador protagonista que es un chico de doce años, edad que teníamos nosotros en el momento del conflicto de Malvinas. Y nuestra idea fue contar cómo un chico ve que este país entra en guerra. Un chico con cierta tendencia a la fabulación, y cómo de repente escucha hablar sobre los gurkas, y empieza a ver gurkas que caen y que van a cortarle las orejas. Ese narrador está basado en Ariel y yo, porque éramos chicos muy fabuladores, y de algún modo, la guerra encendió nuestra imaginación. Por eso nos propusimos escribir sobre cómo los chicos vivieron la guerra que se peleaba en las islas y fue también lo que nos quedó grabado. Y se hablaba permanentemente del krill. Se decía que era el alimento del futuro. Como propaganda de la dictadura para conseguir el apoyo de los argentinos hacia la guerra, a página completa en los diarios salían fotos del krill y parecía que era un bicho así de grande…

A.S: También te daban hasta la receta de las empanadas de krill. Parecía que iba a reemplazar a la carne de vaca. Con doce años, me tocó hacer una conferencia sobre las Malvinas y mi tema fue el krill. Y me quedó grabado. El krill y la empanada de krill.  Ese libro que íbamos a hacer con Fabián iba a ser una investigación sobre lo que la gente común recordaba sobre Malvinas, pero lo terminamos volcando en una novela. Justamente empieza diciendo “Krill, krill, krill, hasta antes del 2 de abril nadie sabía que existía un bicho así”. Y la gran desilusión de saber que ni siquiera era así…

MM: Y que nadie se acuerda.  

Franco Vaccarini: Es una suerte para las ballenas, que nadie se acuerde, porque es su principal alimento. 

FS: Ese narrador protagonista, que tiene una visión muy ingenua y fabuladora de la guerra de repente descubre una carta dentro de un chocolate, una carta para un soldado en especial. Y él siente que tiene que ir a llevarle esa carta. A partir de ahí se inicia un viaje en el cual esa ingenuidad se va a ir perdiendo. A la vez ese relato está atravesado por cartas que escribieron soldados desde el pozo de zorro en la isla Soledad, aportando un valor de verdad, de novela histórica, a la parte de ficción. Al final se produce una relación del personaje que tiene que ver con esas cartas. 

SC: ¿Usan algún recurso de humor en la novela? 

AS: Sí, al principio, el protagonista, Guillermo, que es como una síntesis de nosotros dos, pero mucho más delgado, (Risas) empieza siendo bastante gracioso, porque fabula. A medida que va viviendo su aventura, su viaje, se va dando cuenta de lo que pasa y va perdiendo esa inocencia respecto a su visión de la guerra. Al principio no se da mucha cuenta de lo que pasa y está muy entusiasmado porque va a luchar contra el pirata inglés...  Cuando a nosotros nos decían eso del pirata inglés, pensábamos en el pirata con un parche en el ojo y un garfio, como los de las películas…

MM: Además, hay más de uno…

AS: Hay más de un pirata.

Alvar Torales: ¿El viaje del niño hacia dónde es? 

AS: Hacia las Islas Malvinas para llevar la cartita que encontró en el chocolate. Nosotros hicimos un contrapunto entre esa ingenuidad que va perdiendo a lo largo de ese viaje que es imposible pero que él cree posible. A la vez, vamos insertando cartas que el soldado envía, a un determinado personaje, (no vamos a hacer spoiler), donde cuenta la verdad de lo que está pasando en las Malvinas. A través de esas cartas vemos la contracara del pescado podrido que nos vendieron a los argentinos. 

FS: El soldado aporta la crudeza de la realidad, de lo que pasó en las Islas Malvinas. Eso lo logramos después de charlar con varios ex combatientes durante muchísimos años como periodistas. Salió ese soldado que en la novela también dialoga con el chico: se llama “Zorro” y sintetiza un poco la voz de los ex combatientes, de los veteranos. Fue un desafío escribir esta novela; fue muchísima responsabilidad, para no meter la pata, porque es un proceso abierto todavía. 

AS: No queríamos “higienizar” el relato mostrando una visión no realista de la guerra. Esta es una novela realista. Entonces las escenas de las cartas son muy crudas. Incluso algunos que la han leído dicen que son muy fuertes. Sí, son fuertes, pero es lo que pasó. 

SC: Por eso te preguntaba lo del humor. 

AS: Al principio, pero hay un momento en el que se corta porque el personaje pierde la inocencia. Y se da cuenta de que la realidad le pasa por arriba. 

SC: (A Vaccarini) Es lo mismo que le pasa a tu personaje… Perdón…

MM: Yo me voy a ir un rato… (Risas). 

SC: A mí la novela de Franco me gustó mucho, porque hay una idea de romantización de la guerra, al principio, y después se vuelve cruda. Me parece que es eso de que la literatura rescata la vida cotidiana de la guerra. De lo terrible que es la guerra, y que afortunadamente, o desgraciadamente, la vida, por otro lado, sigue. Lo cotidiano está, por eso digo lo del humor. Porque tu novela también tiene pinceladas de humor.

FV: Sí, sí. Cuando hablaban del humor, a mí me sirvió sacar una carta (hago esta digresión y volvemos). Una amiga mía, Daisy May Queen, que después fue una locutora famosa y ahora tiene un restaurante vegano en la India, mandaba unas cartas hermosas. Yo quemé todas mis cartas. Como la sección de la revista Humor. “Quemá esas cartas”. Me enviaron muchísimas cartas al servicio militar, amigas sobre todo. Y de algún amigo. Del colegio. Y las quemé. Eran ciento veinte cartas. Y una se salvó, y era una de Daisy, que me sirvió, porque la dividí en partes (era muy larga) y la convertí en cuatro cartas para alternar entre capítulos. Una gracia ingenua, inocente, sirvió para darle un poco de humor y aire al drama, como para recuperar el aliento. Todavía me sonrío de las pavadas que Daisy era capaz de escribir

MM: Es muy interesante. Ya que estamos ahora con Nunca estuve en la guerra, que por ahí no todos la leyeron, acá en esta mesa estamos con distintas miradas. Sandra hace un regreso...

SC: Que también es una carta. Mirá la importancia de las cartas…

AS: Es que las cartas fueron un símbolo. Las que no llegaron nunca o las que se encontraron en chocolates revendidos.

MM: ¿Puedo hablar de algo? (Risas). 

AS: Es que vos invitaste. (Risas). Lo que pasa es que la mentira que nos vendieron acerca de la guerra, está movilizada a través de cartas. 

SC: El compromiso de la gente que se creyó lo que nos decían los medios… Yo me acuerdo que escribíamos. Armábamos las cajas (yo lo hablo con los chicos como si fuera algo que pasó hace cien años), con cigarrillos, chocolates, las bufandas… 

Asistente: Yo me acuerdo de que escribí una carta, y lamento mucho que pedí la carta que le mandé a un soldado. Y el soldado me contestó… Yo la carta la perdí, hice como dice Franco, “se terminó”. Pero al soldado lo conocí personalmente. 

MM: Las cartas eran y son centrales en las tres novelas. Incluso (volvemos a lo del principio), vos tenés a tu personaje llegando a las Islas. Y es un personaje que tiene una relación directa con un soldado caído y además, con el abuelo. Franco, que “nunca estuvo en la guerra”, de alguna manera sí estuvo, porque era colimba. Esa parte es la biográfica…

FV: Sí, es mi novela más biográfica. 

MM: Estuvo ahí, a punto de que lo movilizaran y recibiendo a los soldados que volvían.

FV: Estuve en Puerto Belgrano. 

MM: Incluso, ya que Sandra habló del humor, una de las partes que siempre comento, cada vez que hablo de esta novela, es cuando Francisco deja rengo a un pibe con una inyección…

FV: Claro, porque era enfermero pero no había hecho el curso. (Risas). A mí me gustó mucho la enfermería, porque era más limpio. Le decían “marrones” a los oficiales. Porque eran médicos, u odontólogos, no eran militares de escuela… Incluso tenían un trato más benigno con los colimbas enfermeros. Yo empecé a ir a la enfermería porque era dactilógrafo. Quizá es el único título que tengo en mi vida. Y me sirvió para ir a la enfermería. Y ahí me las arreglaba para escribir poemas cuando nadie me veía. La vida era mucho mejor que volver a la tarde al batallón. Yo me empecé a quedar a la noche a dormir ahí. Con los enfermos en la sala de internación. Y un día el cabo Manrique, que era fanático del ajedrez, estaba jugando con un colimba de guardia y yo estaba ahí. Yo me iba quedando. Me tocó algún calabozo también por eso. Dependía del humor del oficial de guardia de la enfermería. El cabo Manrique estaba jugando con el enfermero de guardia y me ve y me pregunta: “Vaccarini, ¿usted sabe poner vacunas?” “No”, le digo. “Bueno, agarre esa almohada y practique”. Todo esto a la vista del pobre colimba que iba a vacunar. Y así fue. Agarré una almohada, me dio jeringas descartables… Porque en esa época estaba la otra que no era descartable, la de vidrio, que se esterilizaba… era tremenda, un cañón. Probé varias veces y después, con un algodón, había que marcar la zona en cuatro partes y tenía que ser acá, porque en otra zona lo podías dejar paralítico, porque había un nervio… La primera vez sentí une enorme responsabilidad, y es verdad que lo dejé rengo una semana. Con el tiempo, como siempre usaba las descartables, que dolían menos, me hice una fama de “mano suave”. Porque tuve que vacunar batallones enteros después. Contra el tétanos. A colimbas y suboficiales. Nunca hice el curso, pero a partir de esa noche empecé a hacer guardia yo también, y tuve que aprender a tomar la presión, a poner vacunas y a tomar la fiebre. Cuando la cosa se complicaba, ambulancia y al hospital naval. Nosotros estábamos en la enfermería de la FAPA, Fuerza de Apoyo Anfibio, Departamento Sanidad. Cuando escribí esta novela me di cuenta de que tenía que alejarme de los recuerdos, porque si no, nunca iba a poder escribirla. Y cuando la terminé de escribir, después de un proceso bastante tortuoso, me di cuenta de que toda la ficción que puse acá era real. Había cambiado algunas cosas, pero todo lo que cuento, pasó. 

Asistente: ¿Y por qué la escribiste? ¿Por qué necesitabas escribirla?

FV: Cuando salí en tren de Bahía Blanca a Buenos Aires (que tardaba dieciocho horas), me asombró no sentir la alegría que yo pensaba que iba a sentir, de volver a la vida civil. Estaba como anestesiado, después de catorce meses de colimba. Sí me había prometido escribir algún día una novela sobre Malvinas, como un homenaje para mis compañeros de generación. Para no olvidar lo que habían pasado y lo que habían tenido que vivir. Por los muertos, pero también por los vivos. Y por sus familias, sus madres, sus padres, sus hermanas… Y en el 2011 tuve un problema de salud y por una pirueta extraña del destino, me internaron en el Hospital Militar Central. En lugar del ir al Italiano, terminé ahí. Fue rarísimo, fue por algo de las obras sociales. Todos los hospitales militares se parecen. El de acá se parecía al de Puerto Belgrano. Tuve una pancreatitis, derivada de unas piedritas en la vesícula que no fueron detectadas a tiempo, pasé dieciocho días internado, alimentado por vía parentelar, literalemente comía por la sangre. Yo creía que mi vida recién estaba empezando, y aprendí de golpe y porrazo que no, que todo podía terminar. Cuando me repuse, me prometí que tenía que escribir los libros que tenía el deber de escribir. Para mí era mucho más divertido hacer un policial paródico, o ciencia ficción. Es mi vocación y me divierte, pero Malvinas… Contar la guerra no se puede. La guerra es caos, la guerra no se puede ordenar, y nunca llegás a expresar realmente lo que es. Por eso también cuesta tanto que los veteranos hablen de un modo orgánico, prolijo y ordenado. Alguien lo tiene que hacer, porque muchos de ellos no lo pueden contar. Y en ese momento, cuando estaba todavía en convalecencia, viene Jorgelina Núñez, que estaba haciendo una nueva colección en Atlántida que se llamaba Reloj de arena, sobre ficción histórica. “Malvinas”, dije yo. Fue así. Y ahí empecé a escribir sobre Malvinas. La anécdota es que, después, Atlántida empezó a los tumbos, y la pasé a SM. Y SM se tumbó. Así que este año espero que tenga una nueva editorial. Lo que sí puedo decir, de todo lo que cuentan del chocolate y eso, es que este libro me ha permitido encontrarme con veteranos, con oficiales, y también con el llamado chico del chocolate, que salió en la revista Gente, que es anestesista en el Hospital Italiano, hoy en día. Compartimos una charla en Venado Tuerto con el piloto Owen Crippa, que fue el primer aviador que descubrió la flota inglesa en Malvinas. Crippa estaba en un Aermacchi, que eran unos avioncitos chiquitos, italianos, que eran los únicos que podían aterrizar en Puerto Argentino. Porque los Súper Etendard y los Mirage salían del continente. Eran demasiado grandes, Entonces, este oficial, Owen Crippa, en un vuelo de reconocimiento en las Islas ve un Sea King, un helicóptero. Ve por primera vez al enemigo en el aire. Y el Aermacchi tenía unos cohetes pequeños. Lo apunta y por un momento ve a los ojos al piloto inglés. Él lo iba a derribar. Pero en un momento, por atrás de la sierra ve barcos, en doble fila en el canal.  Barcos, barcos, barcos grises. Entonces decide desviarse, no dispararle al Sea King, y en un vuelo rasante pasa entre los barcos, que no podían disparar porque si no se atacaban entre ellos, y cuenta veinticinco naves que habían llegado. Y él es el primero que informa que ya estaban acá. Poco tiempo después, él se retira de las Fuerzas Armadas, decepcionado, se convierte en un empresario bastante exitoso, y un día, en Italia, encuentra la dirección del piloto del Sea King, al que estuvo a punto de matar. Le escribe y el inglés le contesta: “Hola, estoy en Buenos Aires”. Él estaba en Italia. Y se hacen amigos, después. Es muy emocionante ese tipo de reencuentros, los sobrevivientes de bandos enemigos que se hacen amigos, unidos por la experiencia de la guerra. Yo pienso que es como una historia recurrente. Lo que está pasando ahora en Ucrania, entre hermanos, que se están matando. 

FS: Eso es para otra novela.

SC: Eso estaba pensando. Cuando se desgrabe ya tenés media novela…

FV: Por eso, este libro me ha permitido conocer a los verdaderos veteranos. El libro termina diciendo: “Ellos necesitaban abrazos cuando llegaron”. Y los escondieron. A los que estaban muy flacos los engordaron en los cuarteles para que llegaran hinchados y los escondieron. Primero, más allá de las justas pensiones, necesitaban el reconocimiento y el abrazo de todo el pueblo argentino. Y parecían leprosos. Porque en la derrota, parece que nos despertamos de una borrachera. Hay una frase muy linda de Walt Whitman, que no sé si la voy a encontrar pero yo la puse en Nunca estuve en la guerra. El capítulo es “La guerra es veloz”. Dice Whitman: “Mis marchas no suenan solo para los victoriosos, sino para los derrotados y los muertos también. Todos dicen: es glorioso ganar una batalla. Pues yo digo que es tan glorioso perderla”. Es la novela de una derrota, pero la derrota es de todos. De los ingleses, de los argentinos… es la derrota de la humanidad. La guerra es la derrota del ser humano, que sigue derrotándose todo el tiempo, matando hermanos. Mientras haya un asesinato permitido, legalizado a través del Estado, es porque seguimos siendo esos seres violentos y primitivos. En mil años, tal vez no haya guerras. Pero todavía impera esa lógica y es muy complicada de erradicar la violencia. 

AS: En este año del cuarenta aniversario de la guerra, escucho cada vez más gente que se anima a decir que hubo muertos de los dos lados. No solamente argentinos. 

SC: Bueno, está la novela gráfica de Raymond Briggs, que se llama El general extranjero de hojalata y la vieja dama de hierro, que yo la había traído para el curso que dictaba en esta biblioteca. Ahí es un inglés, el que narra, entonces hay un punto de vista diferente al nuestro. Pero es muy fuerte. Es para chicos y está ilustrada. La novela tiene partes en blanco y negro, en toda la parte de la guerra. Y caricaturas de los personajes, de Galtieri y de Margaret Thatcher con grises y rojos. Las ilustraciones son muy dramáticas Y cuando yo lo vi, hace un montón de tiempo, me di cuenta de que desde el punto de vista de ellos también es un dramón. La cuestión es donde uno se para para contar la historia, pero somos todos iguales. El sufrimiento nos une. 


AS: Lo que hemos notado es que desgraciadamente, lo que está pasando con los lectores jóvenes, que hace mucho que no veían una guerra, que hace mucho que no había una guerra…

SC: Que no te la muestran los medios…

AS: Los chicos de hoy, de trece o catorce años, no han visto una guerra. Lo de Medio Oriente o lo de Siria no es taquillero porque no ocurre en Europa. Sin embargo, hoy les hablás de la guerra de Malvinas y te dicen que es como lo que está pasando en Ucrania, y se interesan por las Malvinas. Lo veo en mis alumnos, lo vimos esta mañana en los chicos de dos colegios.

FV: Es la primera guerra sin mediación, se ve en Tik tok. Las otras guerras estaban mediatizadas. Quiero volver a Gustavo Vidal, el chico del chocolate.Para los que no recuerdan cómo fue, exactamente, lo cuento: nn chico manda, como tantos, una cartita a un soldado. La mamá la pone, amorosamente, abajo del papel de aluminio, Ese chocolate va, supuestamente, a las Islas. Pero un día un chico va a un kiosco en Rada Tilly, compra un chocolate, y cuando lo abre hay una carta para un soldado. Eso sale a la luz pública, la revista Gente va a buscar al chico este, lo encuentran, le sacan un par de fotos… Lo que nunca supo ese chico era que iba a salir en la tapa de la revista Gente. La anécdota es que después, el jefe del Ejército, Nicolaides, llama a los padres y les pregunta qué les pasa, qué problema tienen. Y le contestan que ellos lo único que hicieron fue mandarle chocolate a un soldado. Los llama porque supuestamente están haciendo lío, y se pegan el susto de sus vidas. 

FS: Por eso, durante mucho tiempo él no quiso ni hablar del tema. Igualmente, a nosotros, los chicos, cuando eso salió a la luz, nos quedó muy grabado.  Yo no entendía de qué se trataba, hasta que de grande entendí qué significó el descubrir esa carta. En un chocolate, y cómo quedó al descubierto la mentira.

AS: Yo sí lo entendí. Me acuerdo de que esta tarde, Mario, vos me preguntaste, por ese tono infantil, al principio, que le da un tono más realista. Como a mí me tocó dar la conferencia del krill, yo era un queso en la primaria, y la maestra que tenía con eso me quiso ayudar, y aparte me pasó la posta de liderar la colecta de cosas, y cuando me enteré sentí una gran desilusión. Con doce años sentí que me habían metido el dedo en la oreja. Lo tengo clarísimo.

SC: Y yo creo que uno escribe por esos impactos que te dan a lo largo de la vida. Por eso digo que lo de Malvinas tuvo que tener un contexto histórico para ser publicado. Porque al principio, cuesta escribir sobre lo que más nos duele. Con la dictadura pasó lo mismo. Tuvo que pasar un tiempo. Y los que estuvieron directamente involucrados tardaron más en escribir. Y primero escribe otra generación que lo vivió de alguna manera. Ustedes de chicos, nosotros de más grandes. Pero al principio la gente no estaba preparada para que se hablara, y más en literatura infantil, que entra en la escuela. Yo pululé durante muchos años con la novela. Y recién en 2010, cuando se empezó a hablar de Malvinas los editores empezaron a publicar. 


MM: ¿Desde cuándo estabas con la novela?

SC: Con la novela tardé como diez años, y tiene diez versiones. 

MM: ¿La empezaste en el 2000, más o menos? 

SC: No, antes. Antes. Lo que pasa es que transcurre en el ’98. Mi novela en un sentido es diferente, porque si bien habla de la guerra, hablo más de las mujeres que quedaron. Y qué hicieron. La protagonista de mi novela es la hija de alguien que murió en Malvinas, y su madre. Mavi y Gaba. La hija escribe una carta para tirarla en el mar en Malvinas, y narro viaje a Malvinas. Empieza cuando Mavi va a tirar la carta, pero hago una retrospectiva y se juntan los dos tiempos. En el ’98 se encuentran los restos, que no se sabe a quién pertenecen, y ahí me inspiro en una historia real, por la aparición de los restos de un aviador. Sin embargo ficcionalizo, porque mi novela no es una novela histórica. Es ficción con contexto histórico. Quería explorar la historia de la guerra, que era mi generación. Yo tenía mucho material y me acuerdo. Principalmente porque dos de mis amigas, una tenía al novio y otra al padre que habían ido al sur. Hago como un mix, y todo el tiempo uno va y viene del ’82 de la guerra al ’98 en la narración. 

MM: ¿El padre era militar de carrera?

SC: Yo necesitaba hablar un poco mal de la dictadura, pero desde lo cotidiano. De los militares de esa época.  Porque una de mis compañeras del profesorado (yo estaba estudiando magisterio en ese momento), era la hija del coronel de Junín. Y había otra que tenía el novio que era soldado en Malvinas. No era adolescente, porque ya estaba estudiando en el terciario. Lo que me hacía ruido era esa cosa de decir que se iba a ganar. Compré todos los diarios todos los días, y los guardé. No sé por qué motivo, porque en ese momento no pensaba que iba a ser escritora. Ni que iba a escribir una novela. Esos diarios los encuaderné…

MM: No te puedo creer…

SC: Sí, los tengo todavía. Amarillos, viejitos, pero los tengo. Sobrevivieron a todas las mudanzas, y cuando me puse a escribir la novela (yo escribo sin pensar que lo voy a publicar, porque si no, no puedo escribir), y cuando iba por la tercera versión, más o menos, y en el ’96 en el Jardín de mi hija más chica, para el Día de Malvinas, va un soldado a contarles a los chicos sobre la guerra y era el papá de una compañerita de mi hija. Me empecé a relacionar con su familia, con su mujer, con su mamá, él empezó a contarme y me mostró las cartas, el diario… Y bueno, todo eso está en la novela. Después, hice como un mix cuando en el ’98 veo lo de los restos, lo pensé como recurso literario. Es más interesante contar esa historia. Porque que ahora te enteres de algo por un medio, es normal, pero en ese momento, no. Me acuerdo de la foto de la madre del piloto, en el diario. Y era una locura, en ese momento, tener noticias, de si era tu hijo, o no, por el diario. Eso fue lo que me impactó y después fui mechando. 

MM: Ustedes, Fabián y Ariel, hacen un salto con su novela. Esto no es spoiler tampoco. Pero me pareció muy interesante como recurso literario. Un giro. Porque ese viaje al sur, que más temprano preguntaban a donde era, se inicia en Olavarría y llega hasta Río Gallegos, o hasta Comodoro. Van a Río Gallegos pero no llegan. Ese viaje, de pronto se interrumpe. Y en el capítulo siguiente pasaron treinta y siete años. Eso es muy interesante porque además lo saca de eje. Ya no es Guille, el nene convertido en un señor grande, el protagonista, sino la sobrina. 

FS: El narrador deja de ser protagonista y pasa a ser de otro tipo, un narrador testigo. Es la sobrina de Guillermo, cuando él tiene cuarenta y pico de años, y nunca ha podido terminar ese viaje. Por eso, aunque quiere escribir una novela sobre eso, no puede. Esa sobrina adolescente, en 2019, un año emblemático porque se hizo el segundo viaje de familiares al cementerio de Darwin donde están enterrados nuestros soldados. Entonces hicimos un salto del ’82 al 2019. Qué le pasó a ese chico lleno de fabulaciones que quiso llegar y no llegó a cumplir con su misión, en qué se convirtió, cómo pudo llegar a cerrar eso que quedó pendiente pero visto a través de su sobrina de catorce años. Una de las cosas que vos dijiste recién, Sandra, era que querías hablar mal de la dictadura. Nosotros también queríamos hablar mal de la dictadura, pero también reflejar las posiciones sobre la guerra que tuvieron los argentinos y las argentinas adultos de entonces. Porque había gente que estaba en contra y había quienes estaban a favor.  

A.S: Por ejemplo, los abuelos de Guille, que vivieron la guerra Civil Española, uno es republicano y el otro es franquista. El abuelo republicano cree que la guerra es una causa patriótica. Mientras que el otro cree que es una cosa de Galtieri, que se quiere convertir en un Franco. Son tan complejos los personajes, que lo que hicimos fue pagarle una sesión a mi psicóloga, y llevarle los personajes. La psicoterapeuta iba tomando nota, para ver si los personajes eran verosímiles. Si en la psiquis de un pibe de doce años, treinta y siete años después, qué puede haber pasado. Fue bastante interesante, porque se dio un juego medio paranoico también… (Risas) pues estábamos hablando de personas que no existieron…

SC: Es la cocina de la escritura…

FS: La psicóloga tomaba nota y de pronto te decía “el abuelo tiene este asunto sin resolver”, o “en realidad, el abuelo, debería reaccionar de este otro modo”.

AS: Lo más complejo fue escribir el relato del soldado. Estaba en un pozo, con un FAL descompuesto, muerto de frío y de hambre… cómo llegar a entenderlo, qué le pasaba a una persona de dieciocho años en esas condiciones. Yo supuse que podía caer en un estado místico, ante el miedo, ante el frío, ante la falta de esperanza. Entonces nos ayudó mucho poder entender su psiquis para darnos cuenta que su peor enemigo era el miedo….

FV: Totalmente de acuerdo con lo que decís de lo místico. Cuando yo salí del romanticismo de la guerra y vi chicos en brote… como un caso, el de Lisandro, que llegó un día a la Guardia, rompió el vidrio, lo tuvimos que llevar entre seis, darle un Valium endovenoso… Bueno, es uno de los personajes. Él había sido un veterano. Pero cuando empecé a escribir poemas, yo buscaba como un poco de calor en algo. Y como suele hacer un chico de dieciocho años, no quería reconocer ante mí mismo que la estaba pasando mal. Uno se adapta. A la noche jugábamos a las cartas, nos reíamos con los chicos que habían estado en el buque Bahía Paraíso, y el gobierno no les había dado la baja todavía. ¡Habían estado en la guerra y era septiembre, octubre, noviembre y todavía estaban cumpliendo el servicio militar! Estábamos en un contexto, ahora de grande me doy cuenta, bastante dramático. Con chicos que estaban heridos, o a los que les faltaba una pierna, o el que tuvo el brote que fue a le enfermería y volvió totalmente duro, por la medicación… Yo le escribía poemas a Jesús. Esto no lo dije nunca, no tengo nada contra Jesús, pero lo cierto es que yo no era, digamos, religioso… me acuerdo de que hablaba prácticamente como un monaguillo. 

AS: Fijate que hay mucho en común.

SC: Sí, podría ser una trilogía; estaba pensando eso. 



AS: Se repiten esas tres cosas: hambre, frío, miedo, y por ahí una tendencia a escaparse de algo insoportable y necesitar algo trascendental. 

FV: Yo tenía un amuleto, un libro de Sábato, Abaddón, el exterminador. Para aliviar un poco. (Risas). 

MM: Abaddón era un ángel…

FV: No tengo más esos poemas, porque uno de los oficiales más piolas de la enfermería, me dijo que había un cabo, también enfermero, que quería hacer méritos para estar en Inteligencia. Y que había visto que yo tenía sobre la mesa de luz un libro de Sábato, en el libro hay una parte sobre el Che Guevara, y me lo había secuestrado al libro. Entonces un día tuvimos una reunión con el cabo, yo lo confronté. Le pregunté por qué tenía mi libro. Tenía esa cosa rebelde de la secundaria, todavía. Al final me devolvió el libro, pero yo quemé todos mis poemas. También los místicos. Tenía miedo de que los leyeran. Entonces un día fui al baño y quemé todo. Siempre me las arreglé para escribir, incluso en la colimba. Por eso te das cuenta de que escribir es un acto que necesita tu organismo, más allá de que se publiquen después los libros o no. Yo necesitaba escribir. Me acuerdo de que en Navidad, inesperadamente, me dieron una licencia para ir a Chacabuco. Ahí vivían mis padres, en el campo. Y por única vez en la vida, los cuatro hermanitos Vaccarini varones, porque somos ocho, salimos juntos. A un baile. A rebotar, como decíamos. Porque no nos conocían las chicas de Chacabuco. Nos encontramos con Carlitos, un primo medio lejano, que tenía un retraso mental leve. Que se le notaba, pero él podía manejar, podía ir a los bailes… Y cuando mis hermanos lo vieron a Carlitos, “era un quemo”. Pero yo estaba evangelizado (Risas) y les dije algo así como que Jesús le haría un lugar… Mis hermanos me miraron… Les dije que Carlitos tenía que compartir la mesa con nosotros. Mirá cómo estaba afectado por ese estado místico. Hoy lo haríamos por otras razones, porque vivimos en una sociedad mucho más inclusiva. Por suerte. Me acuerdo de que en ese momento, Pino Solanas había estrenado en el exilio, en Francia, un documental que se llama La mirada de los otros. Hoy no se asombraría. Porque es lo que siente la persona que está en silla de ruedas o no puede caminar, frente a la mirada incómoda del que pasa al lado, del peatón o del paseante. Hoy en día no se nos ocurriría, o pasa menos. Una vecina del barrio, tuvo un accidente, está en silla de ruedas, y siempre charlamos cuando nos cruzamos, saca a pasear a su perro.

SC: Evolucionamos en algún punto.

FV: Yo me acordé por eso. Porque la ciudad estaba hecha para personas sanas, con dos piernas, dos brazos, todos jóvenes, que podíamos subir corriendo a un colectivo. Y resulta que hay entre un veinte o veinticinco por ciento de personas con problemas de movilidad. Ahora nos estamos en el mejor de los mundos, pero se hacen rampas. Yo ni debería decir lo de mi vecina, está mal, está muy mal que yo diga eso.

SC: Porque uno se deconstruye con el tiempo, Mario, nos vamos a cualquier lado. (Risas). Pasa con el tema del patriarcado. Uno se encuentra diciendo tal cosa, y piensa que no puede ser que esté diciendo eso. No deberíamos decir cosas con respecto al cuerpo del otro. Pero hace veinte años atrás, sí, y el bullying era por eso. Y sigue siéndolo. Ahora tenemos más herramientas como para pensar, más juicio crítico, y creo que en los chicos tiene que ver con la lectura de ficción en la escuela.


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