Claudia Piñeiro: “En casi todas mis novelas en las que hay adolescentes o niños hay una mirada acerca de la hipocresía del adulto”.

En esta segunda parte de la entrevista que Mario Méndez le realizó a Claudia Piñeiro el 20 de septiembre en La Nube, la autora recorre su obra novelística, analiza las características del género policial y cuenta su experiencia con las adaptaciones cinematográficas de varias de sus novelas. Sobre el final, tras la intervención de lectores que la han leído en escuelas, vuelve a la Literatura infantil y juvenil.



Mario Méndez: En alguna entrevista dijiste que hay algo que se mantiene en casi todas tus novelas: el suspenso. En Elena sabe, a pesar de que no es una novela policial, el comienzo parece del género. No voy a hacer spoiler por si no la leyeron, pero de entrada, Elena sabe que la muerte de su hija no es un suicidio sino un crimen que hay que investigar. Y vas metiendo al lector en esa certeza de Elena.

Claudia Piñeiro: Con el policial, me pasa que cuando empiezo una novela no sé si va a ser policial. Con Las viudas de los jueves, pasaba lo mismo.

Alvar Torales: ¿Sería policial Las viudas de los jueves?

CP: Yo creo que mi única novela policial es Betibú. Y que las demás tienen elementos de novela policial, sin llegar a serlo. Eso es lo que yo creo. Lo que pasa es que después viene la editorial, vienen los festivales de novela negra que te llevan a pasear por el mundo y que te dicen que tu novela es policial, y vos decís que sí. (Risas). De todos modos, los límites del policial se corrieron. Las novela que ganaron el premio de la Semana Negra de Gijón, que es el más importante de policial en lengua española en los dos años anteriores, Yo quiero ser Johnny Tunders, de Carlos Zanón y Subsuelo, de Marcelo Luján, son novelas donde hay violencia, suspenso pero no son novelas del tipo del policial que tenía que responder la pregunta sobre quién lo mató y por qué. El policial fue corriendo los límites: siempre hay violencia, puede haber líneas de suspenso…

Asistente: Perdón, también en muchos casos describen el contexto, el país.

CP: Sí. Yo creo, como dicen Mempo Giardinelli y muchos autores, que la novela es la que más se acerca a la descripción de la sociedad.

Asistente: Está Wallander, que describe la realidad de Suecia, que no es tan idílica como todos pensamos…

CP: Mankell en Suecia o Petros Markaris en Grecia, claramente están hablando de la sociedad. Para contar un crimen, uno tiene que contar sobre la sociedad en la que se comete. Las sociedades se cuentan por sus crímenes. Los asesinatos que aparecen en las novelas de Wallander, por ejemplo, en Asesinos sin rostro, en una de esas zonas rurales típicas de él aparecen dos viejos asesinados, y la mujer antes de morir dice “Extranjero”. Y en la investigación de la muerte de ellos se termina apropiando la novela, de la caza de brujas de extranjeros. Para dar cuenta de lo que es la discriminación y la xenofobia con los extranjeros en Suecia. O en el caso de Markaris, él pasó por novelas que hablan de la tremenda crisis griega, y ahora son novelas que hablan sobre la corrupción, porque fue lo que vino después de la crisis. Y lo que es interesante de las novelas de él, es que empezás a leerla, aparece el asesino, y el asesino es un refugiado. Entonces el suspenso no pasa por quién mató a esa persona, sino por qué la mataron, y por qué hay un tipo que dice que él lo mató, cuando en realidad, diciendo eso, a lo mejor le dan plata parea salvar a su familia. Hay otro detrás del que lo mató. Por eso, el suspenso ya no es saber quién lo mató, sino por qué hay uno que carga con la muerte. Eso es contar la sociedad. Yo creo que esto siempre ha sido así, y que nosotros leemos policiales viejos, y no sabemos exactamente lo que estaba pasando en la sociedad. Algunos dicen que si uno supiera las cosas que pasaban en la época de Agatha Christie, también encontraría cosas que pasaban en el momento.

AT: Siempre dudó de los extranjeros Agatha Christie.

CP: Seguramente tendría que ver con su momento histórico. Hay una novela de Horace Mac Coy, que se llama ¿Acaso no matan a los caballos?, en la que se comete un asesinato en una pista de baile, en la que hay un concurso del que participa mucha gente. Un concurso de baile tipo Tinelli pero sin cámaras, en el que alguien tiene que ganar. En realidad, lo que está denunciando es que había como una explotación de esa gente a la que hacían bailar horas y horas hasta que se desmayaban. Estaba denunciando una cuestión social de ese momento. Como nosotros no la conocemos, decimos que es un policial… pero creo que el policial siempre dio cuenta de la sociedad. Dice Daniel Link, en un texto que se llama “El juego de los cautos”, sobre Chandler, que la literatura es una máquina de armar preceptos, y que no da cuenta tanto de cómo es la sociedad, sino de cómo la sociedad se ve a sí misma. NO necesariamente es el estado de las cosas, Sí, cómo nos leemos nosotros como sociedad. Me fui un poco de la pregunta, retomo. Cuando empiezo a escribir, no pienso en que estoy escribiendo una novela policial, pero empiezo y lo que se me mete siempre, porque es una de las obsesiones, es la muerte. Entonces aparece un muerto, y si aparece un muerto aparece el enigma y la búsqueda de la verdad. Y eso me lleva al policial. Me tengo que hacer cargo de que hay una línea de la novela que tiene que responder a esa pregunta. Cuando escribí Betibú, la pensé de entrada como policial, y en Una suerte pequeña hice lo contrario. Hay un muerto, pero no hay que averiguar quién lo mató. Es psicológico, es de otro tipo. Quise correrme de esa zona de confort, porque yo creo que voy al policial porque es una zona de confort, que en la estructura narrativa te indica hacia donde tenés que ir. Cuando estás escribiendo otro tipo de novela, no necesariamente sabés hacia dónde tenés que ir. Los límites son más difusos, y uno puede perderse para un lado o para el otro. En el policial, tenés el camino un poco trazado. El correrte de ahí, es intentar no sentirte protegido por la estructura e intentar, igual, contar un relato. En Las maldiciones hay una muerte. La muerta es la mujer del jefe del partido político, pero lo único que hace es ser una muerta que molesta. Le pasan por el costado, pero a nadie le interesa demasiado saber quién la mató, y por qué. Se muestra un estado de cosas en el que a nadie le interesa saber la verdad. Lo que les importa es que no moleste para la próxima campaña política. Me parece que lo que sí está muy presente en todas mis novelas es la muerte.

Asistente: Es muy actual el tema, ¿no? (Risas).

AT: Hay una estructura mafiosa en Las maldiciones

CP: Hay una estructura mafiosa, sí. En la Argentina o en cualquier parte del mundo la política es un mundo difícil, y esa novela da cuenta de una política que se construye a partir del marketing, de la publicidad. Y eso pasa en todo el mundo. Macron por izquierda o Trump por derecha también son construcciones del marketing. Incluso en la Argentina, los partidos políticos tradicionales, cambian sus discursos y empiezan a decir cosas por recomendaciones que les dan desde el marketing o desde la publicidad
                              
MM: Hay una queja permanente del tío del personaje principal, Adolfo, que lo que quiere es recuperar la vieja política en el discurso.

CP: Yo creo que es el discurso, porque creo que de la política a nadie le gusta ninguna, ni la vieja ni la nueva. Pero el discurso sí. Como yo ahora estoy trabajando en un guion de una película de Alfonsín tengo que leer Muchos discursos de él, y son piezas literarias. Y seguramente debe haber otros políticos que deben tener discursos de ese tipo. Pero también escuchás algunos discursos políticos… no les pidas sujeto y predicado.

MM: Después nos contás un poco de ese proyecto mientras seguimos con las novelas. Betibú. Vos recién hablabas de meterse en la sociedad. Vos ahí volviste al country, ¿no?

CP: Fueron varias revanchas. Una era la del policial. A mí me dicen que escribo policiales, y nunca escribí un policial. Entonces esta va a ser policial. Y la otra, que ahora ya no, porque tengo muchas novelas, pero en otro momento, cuando alguien me paraba para decir que había leído mi novela, era Las viudas de los jueves. Y cuando mataban a alguien en un country mi teléfono empezaba a sonar a las cinco de la mañana, porque yo tenía que saber cómo podía haber sido que entraran al country, si robaban… Ahora todo eso se relajó un poco, pero en un principio “yo era la especialista en del country”. (Risas). Tenía dos alternativas: o no hablar más del country, o volver y redoblar la apuesta. La gran diferencia entre las dos novelas, es que Las viudas… está contado desde el punto de vista del que está adentro... En Betibú hay como una reiteración del que entra, entonces a todas las personas cuando entran les revisan en baúl, les revisan el bolso… porque los que cuentan son los “extranjeros” del lugar. Hay una gran diferencia en el punto de vista, que era lo que a mí me interesaba hacer desde el punto de visto del trabajo literario.

MM: Hay un crecimiento permanente de las restricciones para entrar.

CP: Es que eso fue así. Esos fueron lugares a los que la gente se iba porque quería estar más afuera, con una barrerita, y en la década del noventa empezaron a poner cada vez más restricciones de distinto tipo.

MM: Lo del seguro que contás… de si tienen la última cuota del seguro paga…

CP: Yo conozco mujeres que han ido a buscar a sus hijos a la casa de un amigo a la que fueron a jugar y no las dejan pasar porque el seguro está a nombre del marido. Eso tiene una explicación económica: ese lugar al que ellas tienen que entrar, no paga seguro contra terceros. Como tienen miedo de que pises a alguien y tener algún problema ellos, no te dejan pasar. Siempre terminan siendo razones económicas.

MM: Ya lo dijo Marx. ¿Nurit y Brena van a seguir? Porque en un momento escuché algo…

CP: Tenía ganas pero siempre me aparece otra cosa. No sé. Puede ser. Nunca escribí una novela pensando en que iban a seguir los personajes. Me pasó con esos, que en algún momento me pareció que podían tener una vida posterior. Había empezado con algo que tenía bastante que ver, antes de Las maldiciones. Con el asesinato o lo que resulte de la muerte de Nisman.  Recién empezaba, y decidí no hacerlo, porque tenía cosas en común. Entonces lo dejé y empecé Las maldiciones. Pero ahí estaban de nuevo los personajes de Betibú. Ese año, que yo iba a escribir sobre Betibú y sobre Jaime Brena, Guillermo Martínez fue a Estados Unidos a dar un curso sobre literatura, llevó algunas novelas para trabajar, y entre ellas llevó Tuya. La tenía muy repensada porque había dado clases con la novela, y cuando volvió me preguntó si no se me había ocurrido que esa mujer podía volver. Y me quedé pensando y podría ser. Pero como esa mujer asesinó… ¿cómo vuelve? Le presenté la novela en el fin de semana a Reinaldo Sietecase, y es interesante. Él tiene tres novelas policiales. Tiene un personaje, Mariano Márquez, que es un abogado, Ese personaje, en la primera novela, que es Un crimen argentino, es un abogado asesino, mata a un tipo. Es un caso real, es un abogado que para cobrar una plata de un tipo lo mata, lo mete en una maceta, le tira un ácido y el cadáver se desarma. Entonces es como un crimen perfecto. No me acuerdo cómo, pero termina preso. En la segunda novela, que es A cuántos hay que matar, este personaje que está en la cárcel ya es mejor persona, y ayuda a vengar determinadas cosas. Y en la última, este abogado no es que hace justicia por mano propia, pero a ese que no podés agarrar, él va y lo agarra. Entonces yo pensé que, si Reinaldo pudo recuperar a un personaje que quemó un cadáver con ácido, yo a esa mujer la puedo recuperar. (Risas). Siempre está el tema de cómo generás la empatía del lector. Siempre está el problema de los malos. Una vez vino un tipo que se llama Mac Gee, que daba un curso de guion. Anda por todo el mundo y cobra fortunas. No sé si ustedes vieron una película que se llama El ladrón de orquídeas, El que da el seminario ahí, está inspirado en él. Los maltrata, pero todos quieren ir y pagarle los cinco mil dólares que vale la clase de dos horas. Este vino a la Argentina y creo que Polka hizo uno gratis para gente que había trabajado ahí, y yo fui. Y él explicaba esto de cómo hacer empatía con los malos, porque si no generás empatía el espectador se va del cine. Macbeth es un malo con el que uno puede sentirse identificado. Yo no haría las cosas que hace Macbeth, pero hay ciertas cosas de la ambición que pueden ser. Y la otra alternativa es la de construir “la saga del malo”, que sería la de Hannibal Lecter. Porque uno veía la primera película, “El silencio de los inocentes”, y vos querías que zafe. ¿O no?

MM: Te da risa cuando dice que tiene un invitado para comer…

CP: Y eso pasa porque lo rodeás de más malos que él. Porque él es un asesino serial, uno de él no pretende nada. Pero el juez es malo, los policías son malos… y de esos sí pretendés que sea buena gente. Vos lo rodeás de gente que es mala cuando debería ser buena. Por lo tanto, es mucho más mala todavía. Eso genera una cierta empatía. No quiere decir que vamos a ser Hannibal Lecter. (Risas).

MM: O Breaking Bad…

CP: También. Uno quiere que le vaya bien.

Asistente: No sé si viste, Claudia, una película que estaban dando en el Gaumont, de un muchacho que es autor de literatura infantil, y tiene el sueño de hacer un policial. Pero se lo lleva al editor, y lo saca corriendo. Él quiere que sea un asesino, y entonces cultiva marihuana en la casa, y la casa se inunda y entonces tiran soda cáustica, y los vapores de la soda cáustica le matan las plantas. Y al lado hay un hippie que se le mete en la casa, y al final, lo mata con una mini pymer lo pulveriza, lo mete en una bañadera y le tira soda cáustica. Había unas señoras mayores adelante, que no entendían mucho por qué estaban viendo eso. Y le falta la coartada, entonces aparece la novia de él. Y él no solo tiene relaciones, sino que sugiere que puede ser la asesina. Y resulta que él le había cortado un dedo, lo había tirado en el tacho de basura y se había olvidado…

MM: Contanos como se llama, pero no nos cuentes más la película. (Risas).

Asistente: Algo de las buenas intenciones.

MM: Bueno, en Tuya se cuenta eso…

CP: Sí, hay que buscar a alguien a quien se pueda culpar.

MM: La novela queda abierta. Él todavía no fue preso. Yo pensaba que, si vuelve, ella ya es abuela…

CP: No lo sé, no lo pensé, no sé si ella va presa. Él va, seguro.

MM: Ella dejó todo preparado para que él vaya preso. Aparte se lo merece… (Risas). Todavía no llegamos al cine. Sigamos con las novelas. ¿Cómo surge Las grietas de Jara? Es bastante inclasificable también…

CP: He ido a festivales de novela negra, y también he ido una vez a Frankfurt, a un festival en el que éramos autores que teníamos libros que contaban ciudades. Entonces, como acá hay un recorrido, por determinados lugares de Buenos Aires en los que hay edificios Art Nouveau…

MM: Está buenísimo eso del viaje. Hay que ir pensando… ¿Cómo surge Las grietas de Jara, entonces?

CP: En mi caso todas las novelas surgen de una imagen disparadora. No surgen a partir de una idea, porque me parece que es un concepto demasiado abstracto, Me parece que en la imagen hay algo de la categoría de los sueños, te aparece una imagen y vos no sabés cuál es la idea subyacente, pero hay un reto por el cual esa imagen apareció. Si la imagen se queda y me acompaña, empiezo a tirar de ese amasijo de cosas, para ver qué historia hay adentro, quiénes son esos personajes. En el caso de Las grietas de Jara, la imagen disparadora es la de ese arquitecto dibujando ese edificio de los sueños que sabe que no va a poder construir nunca, y que se paso, de reojo le está mirando las piernas a su compañera, y piensa que él no va a separarse, pero que si su mujer algún día se muere, a lo mejor se anima… Esa cosa de la insatisfacción permanente, pero en la que “si no pasa algo, voy a seguir así”.



MM: Es muy extraño el personaje de Jara. Engañas al lector con Jara. Al principio uno piensa que es un viejo obsesivo, no un estafador. Uy, ya conté una parte… (Risas). ¿Vos tenías claro de entrada que Jara estaba preparando una estafa?

CP: Sabía desde el primer capítulo que Jara estaba muerto abajo del edificio.

MM: ¿Y que era tramposo?

CP: A mí me gustaba que todos los personajes fueran más o menos. Incluso el protagonista. A mí no me gusta usar la palabra crítica, pero en un mundo en el que las reglas las ponen los otros, tienen tantas trampas para todos… bueno. Yo también soy un tramposo. Las reglas que nos rigen también son tramposas. ¿Cómo te defendés en un lugar así? Es bastante cruda en ese sentido, por eso pensé que la próxima tenía que ser un poco más feliz. (Risas).

MM: ¿Y cuál vino después?

CP: Betibú, creo.

MM: Por lo menos termina con dos parejas establecidas. Hay una esperanza.

CP: Esta es más desesperanzada…

MM: Sí, porque como son como muy grises. Cuesta la empatía…

CP: No sé, creo que te podés identificar. Con el que más me identifico es con Pablo Simón. Creo que podés identificarte tranquilamente con una persona que tiene una crisis de mediana edad, que no sabe si quiere seguir en el matrimonio en el que está, en la profesión… Después termina haciendo otra cosa, pero con toda esa parte de la vida, para mí es absolutamente empático.

MM: Cada uno hace su lectura, pero en mi mirada, un tipo tan gris, tan perdedor, tan apocado, no lo relaciono con vos ni remotamente.

CP: No nos conocemos. (Risas).

MM: Es cierto. Touché. ¿Se está por hacer una película?

CP: Sí. La película ya está hecha. Se estrena el 18 de enero Pablo Simón es Joaquín Furriel. Y Jara es Oscar Martínez.

MM: ¿Y la arquitecta de las piernas largas?

CP: Es Soledad Villamil.



MM: Dan ganas de verla. Bueno, vamos en orden. Yo no había leído Una suerte pequeña, y acá la compañera me la trajo el miércoles pasado, me dijo que iba a llorar, y estuve ahí. (Risas). Volviste al suspenso, porque uno no sabe quién es él y no sabe qué es lo que pasó en esa vía, en ese paso a nivel.

CP: Cuando escribo una novela trato de superar algo que en las anteriores me pareció que podría haber hecho mejor. Es una cuestión personal, a lo mejor el lector no se da cuenta, pero es mío. Por ejemplo, en Las grietas de Jara, el desafío era contarlo desde la cabeza de un hombre, porque siempre me resulta más fácil contar desde la cabeza de una mujer, incluso en tercera persona. Viste que en Las grietas de Jara es una tercera persona, pero el punto de vista es de primera. Porque la tercera persona está muy pegada a Pablo Simón. Ahí estaba el desafío de meterme en la cabeza de un hombre que está con una crisis de mediana edad, que se ratonea con una mujer… Lo primero era ver si estas cuestiones de ratoneo son iguales que en las mujeres… dicen que somos tan distintos… Yo tengo dos hijos varones, estaba casada, después tuve otras parejas, tuve un hermano varón… más o menos una conoce la cabeza de los hombres, pero nunca se sabe. Quise preguntarle a varios, y el único que me dijo que sí fue mi hermano, que cada vez que teníamos que juntarnos me posponía la cita. (Risas).

MM: Hay un pacto no escrito, y no les vamos a contar. (Risas).

CP: Yo trabajé con un arquitecto al que le agradecí, que es el que me buscó los edificios. Le pedí que me buscara veinte para poder elegir cinco, y un día estábamos en el Hotel Castelar, porque íbamos a ir a hacer el recorrido de los edificios, y no sé por qué, le cuento que en Las grietas de Jara hay una escena en la que Joaquín Furriel está en el baño y se mira en el espejo, mientras hace pis en el mingitorio. Me preguntó si había un mingitorio y le dije que sí, Entonces me preguntó si había puesto la naftalina, y le pregunté qué naftalina. (Risas). Y ahí me dice que, si hay un mingitorio, hay naftalina. Yo no sabía que qué me estaba hablando, y llama a los mozos del Hotel Castelar que son como muy antiguos, y les dijo que queríamos ir al baño. Nos dijeron que sí, fuimos, y el mingitorio estaba lleno de naftalina de colores. Me dijo que además juegan con la naftalina. (Risas). ¿Cómo yo me puedo imaginar eso? Es imposible (Risas). Y después me mandó de regalo, como era el Mundial de Fútbol, unos cosos que se pegan en el mingitorio, con arcos de fútbol para acertar… (Risas). ¿Cómo hacés para escribir eso si no te lo cuentan?

MM: Bueno, nosotros tendríamos que hacer tantas preguntas de cosas que no nos van a decir…

CP: Cuando Mauricio Kartun hizo la presentación de Elena sabe, dijo que sentía como una invitación para que un hombre entre en un baño de mujeres, y era como espiar las frases escritas ahí. Me pareció una buena definición. Pero en esta quería que el suspenso fuera psicológico, íntimo, de cámara, no de orquesta. Fue intentar eso. Que se mantuviera el suspenso, pero sin recurrir al policial

MM: Es una novela muy emotiva, por eso lloró acá la compañera, que además recomendó que leyera una nota que escribiste sobre los hijos en tránsito. Los que tenemos hijos adolescentes estamos preparándonos para eso. Contalo vos. ¿Qué es lo de los hijos en tránsito?

CP: Es una nota que salió en Clarín el verano pasado, que habla de esa situación de espera que tenemos los padres, cuando nuestros hijos que ya son grandes siguen viviendo con nosotros. Es más una cohabitación… todavía no se van a vivir solos. Compartimos el lugar, pero no te avisan si vienen a comer ni a dormir, no te avisan si van a venir para Navidad, entonces uno está con una espera del hijo en tránsito que produce cierta angustia. En la nota la mujer dice que era más fácil cuando tenía que preocuparse por si tenía el barrenador o la palita. No ahora, que estoy esperando a que me llamen de no sé dónde a ver si llegaron. Es el tránsito entre que viven con vos y que se van a ir. Y está la angustia de que sabés que eso se desarma y que al final van a irse.

MM: La nota es muy linda. Se la puede googlear, y se encuentra en la Web, “Hijos en tránsito”... Bueno, la última y la más política. Las maldiciones. Te metiste con esta cosa de La Plata, que yo desconocía, Es así, lo investigaste.

CP: Sí, incluso puse el nombre de muchos de los libros que leí sobre La Plata, porque hay mucha información. Cuando empecé a escribirla, también apareció una imagen disparadora. El jefe de ese partido político y su joven asistente, en ese duelo dialéctico que se da en una playa, en la que después de dos años el jefe le dice para qué lo tomó. Eso no estaba claro, finalmente se lo plantea y el muchacho tiene que decidir si le hace caso o no, en toda esa dialéctica del amo y del esclavo. Esa era la imagen disparadora. Después se empezó a meter el mundo de la política porque uno empieza a escribir un mundo y te subsume, porque es un mundo que tiene mucho para contar. Yo quería que este político tuviera un proyecto de ley que quisiera venderle a todo el mundo, y que detrás del proyecto hubiese una cuestión personal, no el bien común. “Lo hacemos porque dividir la provincia de Buenos Aires es lo mejor”. Y que eso no tuviera que ver con la corrupción, porque cuando entra, solamente habla de eso. Este tipo tiene el proyecto de dividir la Provincia de Buenos Aires. Te lo vende como una cuestión demográfica y social, y en realidad lo que le pasa es que cree en la “maldición de Alsina”, que es la maldición de los gobernadores, que dice que ningún gobernador de la Provincia de Buenos Aires será presidente de la Argentina. Como él quiere ser gobernador, y después presidente, se quiere sacar La Plata de encima. Se saca ese pedazo, quiere ser gobernador y después presidente. Trabaja además eso de la magia y el poder. Cuántos presidentes o políticos estuvieron relacionados con brujos… López Rega, la bruja de Franco, la de Chávez. Hay muchos políticos que han estado cerca de cosas esotéricas o mágicas. Me parece que tiene que ser un lugar de mucha soledad, donde si viene alguien y te dice que te quedes tranquilo porque las runas dicen que va a ir bien, debe ser bárbaro. (Risas). Porque no tenés ninguna certeza acerca de muchas cosas. Además, al meterme con La Plata empezaron a aparecer un montón de cosas mágicas que se relacionan con la ciudad, y que no estaban previstas. Es una ciudad que tiene un montón de mitos atrás, ES una ciudad que se fundó desde la nada, entonces, a partir de eso, hay un montón de historias. Desde el lugar desde el que sale el primer plano, que algunos dicen, de una novela de Julio Verne. Aparecen cosas que nadie sabe si son o no son así, pero que para la literatura son algo hermoso. Si después no era cierto, no importa. Pero hay un montón de anécdotas, incluida la maldición. No sé si ustedes saben que el mito dice que el día de la fundación, Dardo Rocha ya estaba peleado con Roca. Quería ser el sucesor, pero Roca no le daba mucha bolilla. Hacen la fundación y Roca no va. Sarmiento tampoco. Se la frustran políticamente, pero estaba previsto un banquete y un asado para el pueblo que había ido en tren hasta Tolosa, no hasta La Plata; cuando llegan para comer el asado, resulta que estaba podrido; la gente estaba enojada; se querían volver y perdieron el tren, no sé qué pasó, y fueron a buscar a esta bruja que se llamaba La Tolosana, que vino a hacer una maldición. Giró alrededor de la piedra fundacional en el sentido contrario al de las agujas del reloj, orinó, y dijo que ningún gobernador de la Provincia de Buenos Aires iba a ser presidente de la Argentina. No sabemos si dijo gobernador/gobernadora. (Risas). Creo que ahí puede haber una veta. Ese es el mito. A partir de ahí, ningún gobernador lo fue, excepto Duhalde, que no lo fue por el voto popular sino en el contexto del 2001. Hay un brujo de esa época que se llamaba Zárate, que fue y que hizo un contra conjuro, y dice que Duhalde llegó gracias a eso. Yo lo entrevisté. Viste que hay dos entrevistas, una a Ricardo Alfonsín, y otra a Duhalde en el contexto de la novela. Hay una periodista que los entrevista y que les pregunta qué opinan de la división de la Provincia de Buenos Aires y qué opinan de la maldición de Alsina. Yo los entrevisté y les hice unas preguntas; les dije que iban a ir a una novela, a una ficción, pero que sus preguntas iban a estar respondidas como ellos lo hicieran. La respuesta que está ahí, es la que ellos me dieron, pero no existe ese proyecto de ley. Había otros, hasta el de ese chico que andaba con Xipolitakis Ottavis. Lucas Llach, antes.

Asistente: Vidal también lo tiene.

CP: Seguramente. Porque muchos entran por La Matanza… parecería que dividir La Matanza es el punto político. Cuando los entrevisté. Los dos me dijeron que no creían, pero yo tenía un artículo del diario La Nación, de un discurso de Duhalde en Bahía Blanca, cuando se presenta a elecciones y no lo votan, en el que pide que lo ayuden a romper la maldición de los gobernadores. Cuando le dije eso, me preguntó donde estaba y le dije que en Internet, me dijo: “Bueno, en Internet hay cada cosa…”. (Risas). No le dije que era del diario La Nación. No digo que él crea en eso, pero sí que a veces los políticos trabajan con eso. Eso lo de Levi Strauss en La magia y el hechicero: si la gente cree que la magia va a funcionar, la magia funciona. También a veces los políticos apelan a que el oreo crea que la magia va a funcionar.



AT: A mí me desasnó esta novela, porque yo siempre cuestionaba esa maldición pensando en Mitre. No sabía que era a partir de Alsina.

CP: Lo que pasa es que Mitre fue gobernador antes de la Constitución de 1853. Vale para los gobernadores posteriores a esta Constitución.

AT: Igual es anterior.

CP: Es anterior, sí. Y Alsina también es anterior. Porque él tampoco pudo, pero él es anterior a esta maldición de los gobernadores. Hay una confusión en el nombre.

MM: Sí, pero queda lindo “La maldición de Alsina”.

CP: Sí queda mejor que la de los gobernadores. Después supe que estaba también la maldición de los presidentes cordobeses: ninguno terminó el mandato. Y cuando fui a presentarla a Perú me dijeron que ellos tienen la maldición del alcalde de Lima, que ninguno llegó a presidente.

MM: Todos tienen alguna maldición detrás. Está bueno el título, Las maldiciones… Y el personaje del asesor, ¿es claramente Durán Barba?

CP: Es cualquiera de esos. Ahora Cristina también tiene un asesor, que es un catalán. Yo creo que hay algunos que se muestran más. Durán Barba se muestra más porque está vendiendo su producto permanentemente. Hay otros que se muestran menos. Alfonsín tenía a David Ratto. No se lo puede comparar con lo que hace Durán Barba, porque son otras épocas, pero “todos han tenido su Durán Barba”, por decirlo de alguna manera; me parece que es un personaje interesante, porque se muestra más, es más impune para decir las cosas, entonces cuando estaba escribiendo la novela, a veces había declaraciones que él hacía que era para agarrarlas y ponerlas ahí, tal cual. Me pasaba mucho también, cuando la estaba escribiendo que en un momento, cuando se hace cargo de ser padre de un hijo, pasó lo de Scioli con el embarazo de esta chica. Cuando Scioli reconoció lo del embarazo, creo que fue con Rial, dijo: “Ahora me hago cargo de las cosas que hice mal…”, y cuando termina dice que eso lo va a ayudar para luchar por un país mejor. (Risas). Es lo mismo que el Facebook de Rovira. Yo no sé quién es el Durán Barba de Scioli, pero hay alguien que va y le indica que diga eso.

MM: Bueno, antes de darle pie a los compañeros que quieran participar, nos queda el cine. Vos sos guionista. ¿En cuántas películas participaste?

CP: En ninguna.

MM: ¿No te dejaron? ¿No quisiste?

CP: No quise. Por un lado, me aburre volver a trabajar sobre algo que ya trabajé. Me dan ganas de escribir otra cosa. A veces los directores vienen con su guionista, no es que siempre tuve la oportunidad. No me interesa mucho, al revés de amigos míos que quieren estar porque tienen miedo que les cambien algo. Yo prefiero entregarlo y dejar que hagan lo que tienen que hacer, porque el traspaso al cine es una cosa muy distinta. A veces uno tiene que cortar y sacar cosas, que es difícil cuando estás tan comprometido con la novela. Me pasó cuando fue Las viudas de los jueves, que Marcelo Piñeyro, que para mí es un director extraordinario y que hizo el guion con Marcelo Figueras, en una de las primeras reuniones que tuvimos me dijo que quería avisarme que la parte de Romina y Ramona, que es la chica adoptada, iba a sacarlo, porque esa historia era tan potente, que si la dejaba tenía que ir a contar eso. Que no podía contar las dos cosas en la misma película. Claramente tiene razón. Pero mucha gente que había leído el libro fue a ver la película y se enojó porque no estaba eso. Es difícil tomar la decisión de sacar algo, y para uno, como escritor, también. Querés que entre todo, y a lo mejor si entra todo es peor. Es difícil. Yo prefiero confiar en el director y en el productor, y en que ellos hagan la lectura que quieran. El proceso es así: vos leés el guion, si no estás de acuerdo con algo que te puede mancillar podés decirlo, y lo toman o no. Lo que no podés es invalidar, porque es una industria en la que hay mucho dinero, imaginate que si cada escritor va y dice que quiere que le cambien una palabra, se complica todo. Lo que te queda por contrato, es definir cómo figurás. Si no estás de acuerdo, figura como “Basada en la novela de”. Si no te gusta mucho dice “Versión libre de la novela de”, y si no te gusta nada, no te ponen, no te nombran.

MM: ¿Cómo fue en cada caso?

CP: Siempre dejé completo.

MM: ¿”Basada en la novela”?

CP: Sí.

MM: En Tuya hacés un cameo muy divertido…

CP: Sí, porque en la segunda novela, Las viudas de los jueves, que fue la primera película, hay una película que se llama “El nadador”. La imagen disparadora son los cuerpos en una pileta, y estos cuerpos aparecieron en mi cabeza después de leer un cuento de Cheever que se llama “El nadador”, del que hay una película con Burt Lancaster. Cheever hace un cameo ahí… está vendiendo pochoclo o salchichas. Todos me decían que había querido hacer un cameo como Hitchcock, y en realidad yo tenía eso de Cheever y “El nadador”. Para mí, Cheever es un ídolo. Entonces, quedamos en que iba a hacer esa escena. No sé si fue la mejor escena elegida, porque ahí sí se iba a dar cuenta la gente de que la amante no era la que creía, y al verme a mí a lo mejor se distraían un poco. Pero bueno, tuve que ir a Ezeiza, a los camarines y pasarme el día en Ezeiza para una escena de medio minuto. La escena era así: el tipo se iba con la amante, y la mujer le va a llevar una carpeta, y ahí descubre que se está yendo con la amante. Y yo era una pasajera de ahí, de Ezeiza, que estaba con mi supuesto marido y me encontraba con una hija que estaba con alguien más, saludábamos y seguíamos. Para hacer esta caminata al lado de este señor, tenía que estar paradita… Y este señor no tenía la menor idea de quién era. Y entonces me agarró la mano cuatro horas. Y me preguntaba cómo llegaba yo a los castings. (Risas). Yo me sentía como cuando iba a los bailes y me preguntaban a qué colegio iba, No me daba para decirle: “No, flaco, soy la autora de la novela”. (Risas). Te diré que fue bastante incómoda. Y después, en “Las grietas de jara”, en una escena hago de empleada municipal, porque Jara va a la municipalidad a pedir un expediente y se lo doy. Ahí estoy pero se me ve menos.

MM: Esa no se estrenó todavía.

CP: No, el 18 de enero.

MM: Y en Betibú, no…

CP: No.

MM: Bueno, entonces estás conforme.

CP: Sí. Son todas adaptaciones muy distintas. En Las viudas de los jueves, Marcelo Piñeyro se apoyó más en los personajes, y menos en lo policial. Miguel Kohan en Betibú hizo al revés, se apoyó más en lo policial que en los personajes; en Las grietas de Jara pasa lo mismo, y en Tuya, como es una novela más corta, entró casi todo.

MM: Antes de dar el paso a las preguntas del público, hay una de la que no hablamos porque confieso que no llegué a leerla, que es Un comunista en calzoncillos. No sé si alguien que la haya leído quiere hacer una pregunta más pertinente que la mía, que sería de solapa nomás. ¿Quién tiene ganas de hacer alguna pregunta?

Asistente: Yo la leí y me conmovió mucho porque sentí que era su papá. No importa, no me cuenten si es o no…

CP: No, pero en la foto de la tapa somos mi papá y yo. Es la más autobiográfica, aunque miente en muchas cosas, y al principio hay una cita de Natalia Guinzburg, que tiene muchos textos personales que tienen mucha ficción, y que dice algo así como que esto es una novela y hay que leerlo como una novela; y que los huecos que la memoria no pudo completar, están completados con la fantasía. Si la curva dramática se te cae porque a veces la vida no es tan interesante, uno hace un toque para que lo sea. Pero es verdad que ese hombre es mi papá, que esa chica soy yo, que yo soy de Burzaco… Hay una pequeña historia, y después hay como cajas chinas que son esas estampas de mi papá y de mí. En la plaza de Burzaco hay un monumento a la bandera. Esto es real. Y todos los 20 de junio y 9 de julio íbamos a hacer la vuelta a la bandera muriéndonos de frío, y todos los años nos preguntábamos por qué estaba todo el mundo en Rosario, si este era el primer monumento a la bandera y nadie iba ahí a mirarnos a nosotros.

Asistente: ¿Es el primero?

CP: Sí. Después de que publiqué el libro, uno de Florencio Varela me dijo que ahí hay uno anterior. (Risas). Ahora nos peleamos con Varela por eso. (Risas). Pero el de Burzaco es anterior al de Rosario, seguro. Lo que yo inventé, es que hay una comisión de reivindicación del monumento a la bandera, que le está pidiendo al gobierno que en el próximo acto del 20 de junio vengan a Burzaco en lugar de ir a Rosario. Esto lo empiezan a hacer en el ’75, y entonces después de marzo del ’76 ya no tienen que pedírselo a Isabel Perón, sino a los militares. Y el padre de esta chica, al que no le gustan los militares, no quiere que ella vaya a desfilar aunque es la abanderada. Hay toda una cuestión sobre si tiene que ir o no al desfile. Toda esa parte de la comisión no existió. Pero podría haber existido, y muchas de las cosas que cuento, sí pasaron. No todas.

MM: Veamos si todavía hay más preguntas.

AT: Sobre Las viudas… yo no vi la película pero voy a verla dentro de poco. Me llamó la atención, porque en el libro la historia de Romina y Ramona era muy importante.

CP: Él me explicó eso. Por eso, en la película Romina es una chica del country que no tiene ninguno de esos problemas. Esa historia no está. Hay otras cosas. Los personajes leen sofisticadamente. Mis personajes no lo hacían. Hay una sola cosa que para mí es importante y que cambiaron en la película y es el final. Marcelo Piñeyro perdona a los personajes y mi novela no los perdona. Hay una gran diferencia. Es lo único en lo que dije que no era mío. No es mi final. Porque en la novela hay alguien que es un asesino. Hay alguien que se quiere ir de la pileta y hay alguien que lo sumerge. En la de Marcelo, no.

AT: Además es todo trampa.

Asistente: ¿Puede hacer eso si el autor no lo permite?

CP: Yo leí el guion y no me di cuenta de que estaba así, no sé si hubo algún cambio. Igual no le hubiera dicho que lo cambie, pero le hubiera dicho que es ideológicamente diferente. Yo no perdoné a ese personaje y él lo perdonó. Pero no me parece grave.

AT: ¿Pero no lo denuncian?

CP: Sí. Lo demás es igual, pero una cosa es que vos sigas diciendo que es un pobre tipo, que mirá a dónde llegó…  y otra que no. No es lo mismo.

Asistente: Somos un grupo de docentes lectoras de Un ladrón entre nosotros, lo conocimos este año en la Feria del Libro, y después se lo regalamos a una compañera para el cumpleaños, no sé si se van animar a preguntar, pero las dos son de cuarto grado. Las dos tienen veinte chicos que identificaron a muchos de sus compañeros entre los personajes. La pregunta que teníamos cuando veníamos para acá, es en qué te inspiraste…

CP: Yo fui al colegio de ellas y espié por la ventana. (Risas). La verdad es que también escribí esa novela en la época en la que mis hijos tenían esa edad. No es que los chicos sean todos iguales, pero a veces los chicos, dentro de un grupo tienen roles parecidos. Uno es el líder, el otro es el tímido… sin ser las mismas personas, el rol que desempeñan en un grupo es parecido. Y esta cosa de que faltan elementos, también es eterna y pasa todos los años. Y las malas soluciones que proponen los adultos también es eterna. Me parece que esto se puede ir repitiendo... Cada tanto me llama alguna persona que quiere saber dónde se puede conseguir el libro, porque acaban de llamarla del colegio porque el hijo hizo no sé qué cosa, y quiere llevarle ese libro a la maestra para que lo lea. En casi todas mis novelas en las que hay adolescentes o niños, no sé si te fijaste, pero hay una mirada acerca la hipocresía del adulto sobre el niño. “A mí me dicen que no puede faltar una goma, y están haciendo un desastre por otro lado”. En casi todas mis novelas hay una mirada que comprende más la situación del niño, y de denunciar la hipocresía del adulto sobre esa cuestión. Eso pasaba en la época de mis hijos y va a seguir pasando.



Asistente: Soy lectora de todas tus novelas. Te digo que duran muy poco en la mano. Y las de los chicos también. Serafín también la leímos.

CP: Bueno, muchas gracias.

MM: ¿Tenés algún proyecto de literatura infantil o juvenil?

CP: En este momento no, estoy muy preocupada con sacar este guion. Para los libros que duran yo ahora estoy leyendo un libro bárbaro, que es Patria, de Aramburu, que es largo, así que te dura, pero además tenés desesperación por leerlo… Son 650 páginas, pero hace un desarrollo tan detallado de los personajes que parece que la novela volviera a empezar todo el tiempo. Está muy bien lo que es la grieta en el País Vasco, por el tema de la ETA. Es algo que se puede transportar a otros lugares, pero ahí fue con tanto drama y tanta muerte. Me acordé cuando me hiciste el comentario, porque pensé “qué suerte que este me está durando”.

Asistente: Yo soy profesor de adultos, y varias veces trabajé Tuya con los alumnos, que se enganchan. Quería preguntarte con respecto a Inés, ¿ella decide tomar venganza al final, o es algo que se desarrolla a medida que avanza la novela? ¿En un primer momento quiere ayudar a su marido?

CP: Yo creo que lo que ella quiere salvar es el statu quo de su matrimonio. Cuando se da cuenta de que no va más, ahí le da una bronca tremenda y quema las naves. Pero a mí me parece que si ella hubiera podido salvarlo, lo salvaba. Con respecto a los adultos, una de las primeras veces que me llamaron de una escuela, fue de la Escuela de la joya, que es una escuela de artesanos que de noche tiene una escuela para adultos, y ahí había un señor bastante mayor, que me dijo que lo había leído, y que era la primera vez en su vida que terminaba un libro, y que ahora sabía que podía leer otros libros porque iba a poder terminarlos. Fue muy lindo. A veces hay libros que sirven para entrar en la literatura y seguir otros caminos. Me pasó en otras escuelas de adultos.

MM: La verdad es que solo nos resta darte un gran aplauso.

CP: Muchas gracias.


Aplauso final.

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