Guillermo Saavedra: “La literatura infantil es un universo literario per se, al que no hay que agregarle ni atenuarle ningún rasgo infantil”

El miércoles 18 de octubre, un día después de la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado, Guillermo Saavedra, que abrió el encuentro refiriéndose valientemente al caso, charló de este y otros muchos temas con Mario Méndez y el público reunido en La Nube. La charla pasó por la poesía, la edición, la historia, el teatro, el amor a la lectura, la infancia, la adolescencia, el barrio, la familia, la edición, el periodismo, la literatura infantil y también la política, porque Saavedra, intelectual comprometido y artista sensible, considera que en momentos como los que se vivieron en esos días “hay que estar muy atentos y seguir haciendo lo mejor que podemos, lo que creemos que sabemos hacer”.



Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? Es una gran alegría estar acá con Guillermo Saavedra, al que hoy le recordaba que fue el primero que me hizo a mí una entrevista, hace como veinte años.
Guillermo Saavedra: Mejoró tu suerte…

MM: Sí, ja. Guillermo, siempre al comienzo hacemos una lectura de la biografía.  Yo me anoté hacer una mezcla con los elementos de la parte “seria”, que están en Internet, y de la mucho más divertida que supongo que redactaste vos, en las ediciones de Loqueleo.

GS: Sí, sí.

MM: Guillermo Saavedra nació en Buenos Aires el 7 de octubre. Publicó los libros de poesía Caracol, que está en Último Reino, Tentativa sobre Cage, El velador… Es autor también de poesías para niños, de las cuales acá tengo tres, Cenicienta no escarmienta, Pancitas argentinas, y Mi animal imposible, que es el último. Es además, antólogo. Entre otras antologías, una de cuentos de mujeres. Como dice Pablo Medina fueron mujeres las primeras narradoras de literatura infantil, en la Argentina.

GS: Exactamente.

MM: Y una antología que yo siempre uso, porque tanto la selección como el prólogo son una maravilla, Cuentos de historia argentina de la que hemos hablado en otras charlas, que tiene entre otros, “Esa mujer”, “Las actas del juicio”…

GS: Grandes cuentos de la literatura argentina.

MM: Y un prólogo muy interesante, bastante irónico, con el tema del relato histórico banalizado.

GS: En un momento se convirtió en una moda. Cualquier hecho cultural puede convertirse en un producto de mercado, y se banaliza. No todo, porque todo forma parte del mercado, de hecho los buenos libros también lo son. Pero es cierto que en ese momento era exasperante, porque además, escritores que nunca se habían acercado, que no conocían ni siquiera el resumen Lerú de la historia argentina, se ponían a escribir cosas que no tenían entidad histórica ni literaria. Por otro lado, tenemos grandes narradores como Andrés Rivera, que ha hecho de la narración a partir de hechos históricos, altos hechos literarios.

MM: ¿Hiciste además una antología o una selección de cuentos de Rivera?

GS: Claro, yo tuve el altísimo honor de ser quien llevó a Andrés a Alfaguara. Yo era editor externo de Alfaguara, había tenido el placer de conocerlo a Andrés algunos años antes, de hecho él me pidió que escribiera la contratapa, que iba con firma, de la primera edición de La revolución es un sueño eterno, que había sacado una editorial pequeña, el Grupo Editor Latinoamericano, y cuando escribe El amigo de Baudelaire me pasa el original a mí. Yo lo leí esa noche y quedé enloquecido, es un texto breve de una intensidad… Ahí aparece por primera vez y de manera evidente en su literatura la preocupación histórica, pero ya con una carga de ironía y de distanciamiento. Él había escrito En esta dulce tierra, y La revolución es un sueño eterno, donde los protagonistas eran, por así decir, héroes positivos de la historia argentina, como Castelli o Gregorio Cufré, el personaje que se esconde en un sótano durante el rosismo. Pero en El amigo de Baudelaire, se empieza a permitir darle la voz a los explotadores, a los oligarcas, a aquella gente que hoy está en el gobierno, por ejemplo. Debo aclararlo, creo que hoy todos estamos teñidos por la gravedad y la terrible desgracia de la familia Maldonado, que este gobierno, si no propició, hasta el día de hoy y vaya a saber hasta cuándo se ha dedicado a encubrir de manera vergonzosa e inaceptable. Quería decirlo. Me parece que cualquier cosa que conversemos hoy está alcanzada por esa preocupación, por ese dolor, por esa rabia. Es de una gravedad que empieza por la desaparición forzada y la muy probable muerte de este muchacho, y continúa con toda una serie de operativos, operaciones y procedimientos, de enmascaramiento de la verdad de lo que está haciendo este gobierno desde que asumió. Y que encuentra en este hecho, una especie de siniestra frutilla.

MM: Justamente quería comentar para dar pie, pero me ganaste de mano y lo agradezco, que hoy me mandaste un mail más temprano preguntándome si haríamos este encuentro. Porque en estos momentos trágicos que está pasando la Argentina (algo así escribiste), me pedías que te perdonara la pregunta, pero que querías saber si lo hacíamos o no.

GS: Yo estaba pendiente de lo que me parece que estábamos pendientes todos: si las organizaciones de derechos humanos, que son las que naturalmente por la legitimidad de su representatividad en estas situaciones, convocaban o no a una marcha. Pero en cuanto Taty Almeida llamó a respetar la voluntad de la familia, y varios partidos de la oposición se adhirieron prudentemente, y respetuosamente, creo que lo único que nos cabe es estar muy atentos, y al mismo tiempo no hacerle el juego a esta gente, y seguir haciendo lo mejor que podemos, lo que creemos que sabemos hacer. En este caso, por ejemplo, estar acá. Agradezco mucho la sintonía fina, como decía una ex presidenta, en el caso. Y quería decir también que para mí es un enorme honor estar hoy aquí. Tengo un respeto tremendo por Pablo Medina, he tenido el honor de entrevistarlo hace mucho, cuando yo era joven y él también, cuando todavía la librería estaba en la calle Venezuela, y yo trabajaba en algún medio periodístico. Desde entonces me enamoré de su proyecto, aprendí mucho en su librería, y hoy espero aprender un poquito más.

MM: Me pusiste la vara muy alta, no sé si vamos a poder. Puede ser acá con la ayuda de los amigos, que todos aprendamos algo. Bueno, yo decía que quería leer un poco de la otra biografía que es la más jocosa.

GS: Es la verdadera.

MM: De ahí van a salir un par de preguntas. Que naciste el 7 de octubre ya lo dijimos, pero acá aclara que naciste muy pequeñito, cosa que después el tiempo desmintió.

GS: Sí, el problema es que ahora crezco a lo ancho. (Risas).

MM: Hay una cuestión que se repite. Que te gustan los libros es evidente, pero se repite en varias de las entrevistas que anduve pispeando, y es que te gustan mucho el flan y el fútbol…

GS: Sí, sí. Es que tengo algo con la “f”.

MM: Da la sensación de que jugaste al fútbol, o que lo intentaste al menos…

GS: Sí, creo que como para muchos chicos, y ahora felizmente chicas, de estos pagos, el fútbol es una cultura, entre muchas otras cosas. Que puede llegar a encubrir hechos tremendos, es un folklore que puede encubrir hechos de intolerancia, de violencia… Se han infiltrado las mafias de la política en el peor sentido, eso lo sabemos. Pero es también y sobre todo un deporte maravilloso, que tiene una gran teatralidad que pocos juegos tienen, porque el fútbol es como una obra de teatro. Yo he sido actor, me he formado bastante, después he trabajado como crítico de teatro, y durante diez años dirigí las publicaciones del Teatro San Martín. El teatro es algo que se hace en el momento, que transcurre en el tiempo, que nunca se sabe si va a salir bien o mal, por mucho que se haya ensayado, y el fútbol tiene mucho de eso. En el fútbol, durante muchos minutos no pasa nada, como a veces en alguna función de algunas obras de teatro. Yo lo he comprobado actuando, y muchas más veces como público. Las cosas no se alinean con la felicidad que es necesaria para que aparezca la realidad de una escena teatral. Y en el fútbol pasa lo mismo. Durante un partido, un equipo no juega a nada, y de repente se ilumina un Messi (gracias que lo tenemos nosotros), enhebra una situación en el puro y frágil presente, que nos regala belleza, que nos regala alegría y luz. El fútbol es complicidad. Mi viejo, que fue mi primer maestro en muchos sentidos de mi vida, y lamento no tenerlo ahora, fue mi maestro en la lectura, en la ética, en empezar a tener una sensibilidad frente a la injusticia social, y no aceptarla… y siempre me decía que el fútbol es popular porque es barato. Se puede jugar al fútbol en cualquier circunstancia, cosa que no se puede hacer con otros deportes que requieren de una mínima infraestructura. No se puede jugar al tenis sin una buena raqueta. Sin una buena pelota que pique bien y una cancha en condiciones. No se puede jugar al básquet si no se tiene un aro y una pelota más o menos parecida a la de básquet, ni al vóley. Pero al fútbol se puede jugar con una pelota de papel, con una pelota de trapo o con una hecha de medias. Y mientras haya dos, o tres o cuatro personas dispuestas a creer que están jugando al fútbol, en el Monumental, en la cancha de Boca o en Wembley, el fútbol existe.

Álvar Torales: Juegan todos: altos, petisos, gordos, flacos…

GS: Exactamente, es un juego inclusivo, democrático. Juegan los gorditos, juegan los flacos, por supuesto, juega el dueño de la pelota porque si no, no hay partido. Siempre ha pasado esto de que el capital impone sus condiciones. Y lo del flan… bueno… Cuando yo era chico tenía muchos problemas para comer, no me gustaba la comida salada, solo los postres, era ñañoso. Mi mamá era una extraordinaria cocinera, hacía unas salsas espectaculares. Y yo separaba todo y decía: “Tiene cosas”. Pobre mujer, tenía que poner la salsa en la licuadora hasta que no quedaba nada sólido. Y en esa época no había procesadoras…

MM: Eras un malcriado bárbaro, en esa época eran más duros…

GS: Sí, mis padres en cierto sentido me criaron como un malcriado. Y esto lo digo con cosas que seguramente van a aparecer en la charla, que tienen que ver con el amor a la lectura. El amor a la lectura y a los libros, me parece que a uno le llega como un acto de amor. Yo percibí en mi padre y en mi hermana mayor, Silvia, tanto amor por mí en la transmisión de la lectura, que aprendí a leer por amor a ellos. Freud decía que el chico deja de hacerse encima, no porque comprenda la necesidad higiénica y de salubridad de eliminar los desechos de su propio cuerpo. Porque el chico cree que forman parte de él, no quiere desprenderse de eso. Pero percibe en sus padres o en las personas que lo están cuidando un interés, una expectativa, una ilusión de que él resigne eso que él cree que es parte de su cuerpo, que empieza a dejar de hacerse encima por amor, no porque entienda que está mal, o que no le conviene. Y yo creo que no sabía qué era eso de leer y escribir, pero entendía que para mi padre y para mi hermana era importante. Mi madre fue siempre más intuitiva, más emocional, los diálogos con ella pasaban más por la cocina, por la sabiduría más silenciosa de los gestos, de las emociones, de la comida. Pero con mi padre  y mi hermana tenía un diálogo que me llevó a aprender a leer muy precozmente. Lo primero que leí fue la etiqueta del vino en la mesa. Y mi padre dijo: “Este muchacho va a ser muy inteligente y un borracho”. (Risas). En una de las dos cosas no se equivocó. (Risas). No voy a decir en cuál.



MM: Lo dejamos con final abierto. Da la impresión de que tu viejo era docente…

DS: No, no. Mi papá fue hasta sexto grado. Ustedes, que son de generaciones más jóvenes que la mía, tal vez no sepan o no recuerden que antes había Primero inferior, Primero Superior… Había siete años de escolaridad primaria, pero parecía que eran seis porque había dos primeros. Mi padre y mi madre fueron hasta sexto grado. Los dos eran de familias muy humildes. Mi padre, después de trabajar en frigoríficos, en verdulerías, en un montón de lugares desde los ocho o nueve años, heredó un reparto de hielo que tenía mi abuelo. Mi abuelo fue uno de los primeros repartidores de hielo. Iba a buscar el hielo con una chata a una fábrica de hielo que se llamaba “La Polar”, yo lo acompañaba cuando era chico, y venía con unas grandes barras de hielo. Luego, eso dejó de ser negocio porque apareció el hielo industrializado que vendían las estaciones de servicio. No fue por la heladera. Después de que apareció la heladera, se seguían vendiendo barras de hielo. Cuando eso dejó de ser una fuente de trabajo, mi padre, que tenía un camión y siempre había sido peronista (tenía una profunda convicción vinculada al primer peronismo, que fue el que le cambió su situación de vida, a él y a mi madre), sin embargo mudaba de noche a las editoriales del PC, que en ese momento estaban perseguidas por el peronismo porque estaban en colisión. Era un peronista muy abierto, un peronista guevarista. En la adolescencia se había hecho amigo de varias personas que estaban cerca de lo que había sido el grupo de FORJA, ese grupo de ex radicales que se sumaron al proyecto del peronismo. Scalabrini Ortiz, Jauretche y tantos otros. Y ahí descubre los libros. Y con los comunistas también descubre los libros. Luego se beneficia, como tantos de nosotros, con esos dos proyectos maravillosos que fueron Eudeba y el Centro Editor de América Latina, ambos del enorme Boris Spivacow. Entonces empieza a comprar libros y libros. Nosotros vivíamos en Pompeya, y había una puerta que separaba el dormitorio de mis padres. Era un barriecito de 1908 que todavía existe y que se llama Colonia Obrera de Nueva Pompeya, y era para familias humildes con muchos hijos, que era el caso de mi abuela materna. Mi abuela para nosotros era como la Edad Media, porque no leía, era de esas gallegas orgullosas de su analfabetismo, se negaba a que le enseñáramos a leer, teníamos que escribirle las cartas que mandaba a España. Entonces, la puerta que separaba el cuarto de mis padres del de mi abuela, que era viuda desde muy joven, estaba tapiada por libros, era una especie de barrera cultural, que mi padre oponía a la religiosidad a ultranza de mi abuela, a la que cada vez que yo le preguntaba algo le atribuía todo a Jesusito. Llovía, porque Jesusito hacía llover. Y mi padre se indignaba, porque si bien respetaba su sentimiento religioso, le parecía un poco oscurantista atribuirle a la religión cosas que tienen una explicación racional o natural. Luego tuvo que vender el camión, ya no podía dedicarse al reparto de hielo, encontró que por su formación autodidacta se había preparado muy bien para hablar y se convirtió en un gran vendedor. Entonces vendió de todo para distintas empresas. Vendió peines, baldes, productos de bazar, y se sentía culpable, porque decía que en una sociedad más justa, los intermediarios tenían que desaparecer, y él formaba parte de esa cadena de intermediaciones que encarecían innecesariamente los productos, pero decía que algo tenía que hacer. A veces hacía descuentos que no le permitían hacer, entonces duraba poco en una empresa y se pasaba a otra. Nunca tuvo un mango, pero me dio el tesoro más importante, que es esto.

MM: Un personaje.

GS: Sí, yo tuve un programa de radio durante ocho años, al que invitaba gente que había hecho algo por la cultura. Y después de sentirme bastante seguro, cuando el programa ya tenía cinco o seis años, un día se me ocurrió invitarlo a él, hacerle una entrevista a mi propio padre. Reconociendo lo que él había hecho por la cultura, porque él, además de lo que había hecho conmigo, convencía a sus amigos de que leyeran, se instruyeran, no votaran sin pensar. Todo lo que mucha gente está haciendo ahora, digamos. En otros momentos también había gente que votaba son pensar, o pensando mal o engañada. Mi padre siempre ha prestado plata que no tenía… Y cuando vino a la radio el pacto era que no íbamos a revelar quién era, para que no quedara esa relación empalagosa frente a los oídos de los oyentes. Era presentado como Juan Carlos sin apellido, y como alguien que yo conocía desde hace mucho. Y en ningún momento se pisó, aludía a nuestra relación de un modo ambiguo: “Vos lo sabés porque me conocés desde hace mucho…”. Y al final les aclaré a los oyentes que era mi papá.

MM: ¡Qué momento!

GS: Sí, fue maravilloso, porque además mi padre estuvo a la altura de cualquiera de los que pasó por ahí. Salvando las distancias, por lo de la calidad, pero por  el compromiso de él con lo que decía… Por ese programa pasaron Donoso, Fuentes, Dino Saluzzi, Rivera, Piglia, Gerardo Gandini, Cristina Banegas, varios del mundo de la literatura infantil, así que para mí fue una satisfacción muy, muy grande.



MM: Qué bueno. Realmente, qué hermosa idea, qué lindo homenaje para alguien que lo merecía. Bueno, estudiaste Letras. ¿Sos Licenciado en Letras?

GS: No. Nunca pude terminar nada…

MM: Lindo título…

Asistente: Libros…

GS: Libros sí he terminado.  Y supongo que esta charla va a terminar también. No se preocupen. (Risas). No, me refiero a las instituciones. Yo fui a un colegio que tenía una especie de prestigio, mi padre me convenció de que yo era un niño prodigio. Mi papá, que así como dije las cosas buenas, era bastante mujeriego, me hacía faltar a la escuela porque decía que yo estaba adelantado. Entonces yo lo acompañaba a trabajar. Y a veces aparecía una situación de seducción de una mujer, y utilizaba mis supuestos talentos de niño prodigio, para seducirla. Ahora puedo comentarlo porque mi padre y mi madre fallecieron, lamentablemente.

MM: ¿Fuiste al Nacional Buenos Aires?

GS: Claro. Fui al Nacional Buenos Aires. Me tocó una época terrible para cursar ahí. Terrible y no terrible, porque yo entré en el ’73, un mes antes de que asumiera Cámpora. Y en el ’73 y el ’74, fueron años en los que el Colegio era nuestro, realmente, y en el sentido más profundo. Se había implementado autodisciplina y no había problemas… Alguno se rateaba de alguna hora que no le gustaba y los celadores miraban para otro lado, pero en general nos comportábamos con notable madurez. Después vino el ’75, que fue un año muy duro, y ni hablar del ’76, ’77, y ’78. Yo, como tantos otros, he militado en agrupaciones estudiantiles de izquierda, y tengo la desgracia de tener muchos compañeros desaparecidos. Del Colegio y de la militancia. Yo sentí que la universidad era un trámite. Empecé estudiando Medicina, porque era el gran sueño de mis padres, sobre todo de mi madre, que era una enfermera vocacional, que no cobraba pero daba inyecciones en la villa. Pompeya está circunscripta por varias villas. Esa es otra cosa que quiero rescatar… Yo pude entrar al Nacional Buenos Aires sin hacer preparación para el examen de Ingreso (porque ni mis padres ni yo teníamos conciencia de lo difícil que era), con la formación que tuve en una escuela pública del barrio de Pompeya, la Escuela nº 17 del Distrito Escolar 5°, mis compañeros de aula eran los chicos de la villa que estaba cerca de La Quema de basura, la de la cancha de Huracán. Por supuesto, mi equipo. Y con chicos de la villa que está cerca de lo que ahora es la cancha de San Lorenzo que, por supuesto, no es mi equipo, y de la villa que está pegada al Riachuelo. El setenta por ciento de mis compañeros eran villeros. No había necesidad de ser políticamente correcto, porque naturalmente había una relación democrática entre nosotros. Siempre podía haber alguno que se descolgara con algún comentario racista, o jodido… Porque además la infancia es una época que está atravesada por la crueldad, y por la resonancia de lo que algunos chicos oyen en su casa. Mi madre daba inyecciones en todas esas villas y yo la acompañaba. Muchos años después me tocó militar en esas villas, y compañeros de militancia que eran de sectores más acomodados querían explicarme cómo había que entrar a la villa. Y yo no podía decir nada, porque uno no hablaba de su vida personal por cuestiones de seguridad.

MM: Hago un paréntesis por algo que escuché en la radio, que creo que te va a interesar, si no lo sabés ya. El jueves se estrena una película de unos ex compañeros míos de la Escuela de Cine de Avellaneda, Ernesto Ardito y Virna Molina, que se llama “Sinfonía para Ana”, y es sobre la militancia en esos años en el Nacional. Se filmó en el Colegio.

GS: Sabía, sabía, sí. Lo que pasa es que es un Colegio que da para todo. A ese Colegio fue también Hernán Lombardi, que era compañero mío, y Maco Somigliana, que era compañero mío también, y forma parte del Equipo Argentino de Antropología Forense, y parece que ahora está asesorando en el tema de la aparición del supuesto cuerpo de Santiago. También fue compañero mío aunque estaba unos años antes, Martín Caparrós, que hoy es una señora gorda (con perdón de las señoras gordas) que se indignaba de “las atrocidades del kirchnerismo”, en palabras de él, no mías, desde una columna del diario El País. Es un colegio que ha formado élites. De ahí salió Mariano Moreno y salió Firmenich, da para todo. Yo no me siento muy cómodo cuando voy a las reuniones de egresados. Aníbal Ibarra fue… en realidad no Aníbal, sino Vilma Ibarra fue compañera mía, no de división, sí de turno. En el Buenos Aires los vínculos entre los alumnos se hacen muy fuertes. De hecho, mis amigos más antiguos, además de algún amigo de la infancia en Pompeya, son amigos del Buenos Aires... Amistades que tienen casi cuarenta y cinco años. La adolescencia es una etapa fundamental. Haberla pasado en ese lugar, produce tanta identificación… Porque los chicos llegan al Buenos Aires como predeterminados a tener un espíritu crítico. Y ese colegio, a través de su historia, desarrolla a partir de los profesores, un espíritu crítico. Yo creo que lo que más aprendí fue eso: que un discurso, por más que venga de una supuesta autoridad, no necesariamente hay que aceptarlo como verdadero. Que todo discurso es revisable, cuestionable, que ninguna verdad es absoluta. Y esto, sin ser relativista, porque ninguna verdad es objetivamente cierta. Bueno…no te terminé de contar… Cuando salí del Buenos Aires, pensaba que podía hacer cualquier carrera. Empecé Medicina por amor a mis padres, y no era lo mío. Y sentí que yo podía ser un mal escritor, y le iba a hacer un daño emocional y momentáneo a algunas pocas personas que tuvieran la desgracia de toparse con mis libros, pero siendo un mal médico iba a ser más grave. Tengo mucho respeto por la función social de la medicina. Dicho sea de paso, sabemos que se viene ahora una reforma de Salud, también una reforma educativa y laboral que van a ser terribles. En países donde ya se han implementado, como en México o Colombia han destruido todo lo que del ’46 hasta acá se vino construyendo en la Argentina en términos de asistencialismo social. Esta engañosa CUS es una estafa, por la que la gente va a tener que pagar en el hospital público por cosas que durante décadas fueron gratuitas. Había que esperar, los hospitales estaban mal, pero el derecho estaba… Y empecé a estudiar Letras, pero sin demasiada convicción, porque al mismo tiempo me formaba como actor, escribía poesía, hacía recitales de mis poemas con música de un ex compañero del Buenos Aires, que sí estudió Medicina y es jefe del área de investigaciones del Hospital Posadas, no ha abandonado su trabajo solidario con el hospital público. Es un extraordinario médico y fue un gran músico también. Tengo mucho respeto por la docencia, casi tanto como por la medicina, pero me parece que son profesiones que ejercidas sin convicción pueden ser muy peligrosas, dañinas. Entonces entendía que una carrera como Letras forma para ser investigador o para ser docente. Uno no sale escritor de una facultad humanística. Puede serlo, pero también ha habido grandes escritores físicos, médicos o autodidactas, como fue mi propio padre que además era escritor amateur. Yo había empezado a trabajar en periodismo cultural. De modo que me dediqué a lo que ya estaba haciendo, que era el periodismo cultural, y luego me metí en el mundo de la Edición, que me parece que es lo más parecido a ejercer una función social. Creer que uno está en contacto con algo que vale la pena y que es un acto de egoísmo no compartirlo. Cuando yo recibí ese manuscrito de Andrés Rivera, me pareció un pecado que ese texto no lo leyera la mayor cantidad de gente posible. Desgraciadamente, los grupos editoriales no siempre priorizan ese valor social en la literatura, son antes que nada, empresas con fines de lucro. Pero por suerte están las instituciones como esta, esta gloriosa Nube… Alguna vez le voy a preguntar a Pablo qué expresa la idea de nube para él, curiosamente se anticipa en muchos años a la nube digital…

MM: Donde está toda la información…

GS: Esta nube, es una nube que ya trajo prosperidad. No una nube para tapar, ni una mera acuosa realidad.

MM: Y como editor, ¿trabajabas con literatura para adultos o ya trabajaste con literatura infantil y juvenil?

GS: Con las dos cosas. Yo codirigía una revista de literatura que se llamaba Babel, que en su momento tuvo su importancia, su repercusión. Y en la última etapa de la revista, me distancié de los otros dos directores. Uno de ellos, justamente, es el señor Caparrós. Como la última etapa de la revista la financiaba una editorial muy buena, (dirigida por un tipo que falleció hace poco, se llamaba Gabriel Fontenla y nunca tuvo el crédito que se merecía) Puntosur, le dije que necesitaba trabajar, que no soportaba más a las personas con las que hacía la revista, que no estaba de acuerdo con lo que pensaban, ni con lo que querían hacer de la revista. Entonces le propuse que me pusiera una sillita, y así empecé a trabajar en Puntosur, leyendo originales, haciendo corrección de pruebas, y cosas de prensa. Como ese sueldo era muy modesto, también hacía otros trabajos pata sobrevivir. Yo había sido antes periodista en La Razón y en Clarín, en cultura, seguía haciendo notas, colaboraciones, prólogos, en un momento me llaman de Alfaguara, que era una constelación: era Taurus, era Aguilar, y era también la colección infantil. Yo estaba a cargo de un montón de cosas, porque éramos muy pocos: era mi jefe, Juan Martini, y yo, que tenía que hacer la prensa, corregir los originales, escribir las contratapas, hacer trabajos de producción y discutir el precio del papel. Y en un momento dado, como si fuera poco, me dieron la colección infantil y juvenil y me volví loco. Yo de chico no había leído libros para chicos, porque mi padre compartía conmigo los libros que a él lo fascinaban como adulto, entonces me leía a Vallejo, o a Lorca, o a Nazim Hikmet, un gran poeta turco comunista que murió en una cárcel y que le habían regalado estos comunistas cuyos libros él mudaba de noche. No me acuerdo del nombre de la editorial, porque eran muchas y eran clandestinas. Después, en el ’73 Perón se reconcilia con el PC, y éste se legaliza, pero habían estado proscriptos durante todas esas dictaduras, o durante los gobiernos civiles de esos años. Por supuesto que conocía los textos de María Elena, convertidos en canciones, que me llegaban, o El Principito, o alguno de esos grandes libros para chicos. Pero ahí descubrí un catálogo… Alfaguara ya tenía un gran catálogo de escritores extranjeros, que yo conocía por proximidad. Yo pertenezco a una generación, en la que felizmente se puso de moda la carrera de Ciencias de la Educación. Entonces, muchas de mis compañeras de facultad o de colegio, o simplemente compañeras de vida, siguieron esa carrera. Y fueron primero maestras o educadoras. Entonces yo estaba en contacto y sabía quiénes eran los escritores infantiles. A Graciela Cabal, Gustavo Roldán, o incluso Juan Sebastián Tallón. Eran autores que había leído, pero con los que no había tenido un contacto orgánico, incluso con los que eran contemporáneos míos, como Ricardo Mariño, Silvia Schujer y tantos otros y otras. Y ahí tomé contacto con autores como Roald Dahl, por ejemplo, Gianni Rodari, en fin, escritores de distintos lugares del mundo. Y ahí descubrí que la literatura infantil era un universo literario per se, al que no había que agregarle ni atenuarle ningún rasgo infantil. Y me enamoré. No pensé que yo iba a escribir algo para chicos. Escribí para chicos por una desgracia cercana, pero con final feliz, por eso la cuento. Una de las hijas de un gran amigo mío, también ex compañero del secundario, se enferma gravemente de leucemia y queda aislada. Yo era gran amigo de sus padres y una especie de tío de esas chicas, que eran tres. Y como estaba aislada por cuestiones de preservación, de higiene, de asepsia, digamos, y yo acababa de comprarme mi primera computadora portátil, les pregunté a los padres qué podía hacer. Y me dijeron que lo que ella más extrañaba del aislamiento era no poder usar la computadora. Y ellos en ese momento no tenían el dinero para comprarle una. Entonces le presté la notebook, y el día que se la mandé le escribí un cuentito en verso, que era la historia de un gato que usaba zapatos. Un gato muy coqueto que descubre que el único lugar en el que hace zapatos para gatos es en Turquía, entonces se va en una especie de viaje “a lo Manuelita”, a Turquía a conseguir zapatos. Y a la chica, parece que le sacó alguna sonrisa. Sus hermanas, que más allá de la enfermedad de su hermanita eran niñas, se pusieron celosas, entonces tuve que escribir para las hermanas. Como yo a ellas las llamaba “pancitas argentinas”, porque las corría por la casa haciéndoles cosquillas en la panza, el libro que está dedicado a ellas se llama Pancitas argentinas. Se fueron armando los poemas, y cuando me quise acordar, prácticamente había un libro.

MM: Acá está, Pancitas argentinas. Con los dibujos de O’ Kif, ¿no?

GS: Sí, tuve la suerte de que el primero y el tercer libro fueran con los dibujos de Alejandro, que es un genio.

MM: Un poco “a lo Carroll”, contándoles cuentos a las niñas que te pidieron…

GS: Sí. Cuando escribí ese libro, a pesar de que pensaba que no estaba preparado para escribir para chicos, que no podía ponerme en la sintonía, que no me podía poner chico yo, digamos, descubría que esa posibilidad estaba a mi alcance. Porque no se puede escribir para chicos desde la posición del adulto, porque entonces uno se pone condescendiente. Uno cree que está en un lugar de superioridad, de madurez. Por supuesto que uno tiene herramientas que el niño no tiene, y tiene que tener ciertas precauciones, porque no todas las realidades, ni dichas de cualquier manera, es prudente ponerlas en contacto con chicos. Pero esto no quiere decir que los chicos no tengan una extremada complejidad, una capacidad de fantasía, de juego, de delirio, de sensibilidad y de disponibilidad casi natural, hacia lo que tiene que ver con lo justo, con lo verdadero, con lo noble, con lo leal, con lo solidario. Pero no hay que hacerse como chicos como dice Jesús en los Evangelios para poder interpelar a un chico artísticamente. En estas situaciones, uno tiene que asumir su posición de adulto, porque para algo estamos los adultos. Para cuidar a los chicos y para acompañarlos en el desarrollo de su crecimiento. Y me di cuenta de que a lo largo de mi vida, yo me había enamorado muy respetuosamente de los hermanitos menores de muchos de mis compañeros de secundaria, que además era muy común que en aquella época, en los ’70, esa clase media culta y próspera que mandaba a sus hijos al colegio, que los padres de esos chicos estuviesen separados y vueltos a casar. Para mí era una situación enloquecedora, porque llegaba a casas que tenían, para empezar, dos baños. Para mí era una especie de lujo asiático. Y aparecía una señora que parecía encantadora y era encantadora, y yo le decía a mi amigo: “¡Qué encantadora que es tu mamá!”, y me decía que no era la mamá, que era la mujer de su papá. Se podía ser la mujer del padre sin ser la madre… Era la mujer del segundo matrimonio. Y esas parejas volvían a tener hijos, entonces era muy común que yo tuviera compañeros de mi edad que tenían medio hermanos del segundo matrimonio de alguno de sus padres. De hecho, en la dedicatoria de mi primer libro para chicos está recordada esa especie de genealogía, de complicidades que yo fui estableciendo con los hijos de muchos de mis amigos. Primero, con los hermanos menores, y luego cuando mis amigos de toda la vida empezaron a ser padres (yo no tengo hijos), también. Hay mención incluso de juegos específicos que yo hacía con cada uno, juegos que yo les inventaba… un superhéroe que después descubrí que existía, y que pensé que había inventado, que se llamaba “el hombre de goma”. Un hombre elástico…

MM: Sí, hay una mujer elástica también.

GS: Sí, sí. Y hay un concepto espantosamente elástico de la verdad, que es el que tiene este gobierno, para decirlo de alguna manera… (Risas).

MM: La “posverdad”. ¿Octavio De Santis es hijo de Pablo?

GS: Claro. El “Oti”. Octavio, el Súper Héroe Sabio.

MM: Miré de costado. “A los todavía chiquitísimos… Octavio…”, mirá vos…

GS: Y Costanza Romana, que en ese momento era una bebé.

MM: ¿También es hija de Pablo?

GS: Claro, de Pablo con Ivana, su segunda mujer. Además, en una época fuimos concuñados con Pablo, porque yo estaba en pareja con la hermana de su mujer. Así que viví muy de cerca la infancia de Oti y de Cos. Y de tantos otros chicos… con el hijo de otro gran amigo que hoy es vice decano de Filosofía y Letras, Américo, que era fanático del básquet, y los padres le habían comprado un arito jugábamos a que éramos jugadores de la NBA. En esa época todavía no había aparecido Manu Ginóbili, así que yo, que no veía mucho básquet, me documentaba antes, porque él se ponía mal cuando yo nombraba mal a Scottie Pipen o Michael Jordan. Era un enano que medía cuarenta y dos centímetros y creía que era más alto que yo. (Risas). Y tenía que crearle la ilusión de que efectivamente, él era más alto y yo era bajito.

MM: Menos mal que sos actor… ¿Seguís haciendo teatro?

GS: En la vida. Cuando me persigue algún acreedor.

MM: Con los editores…

GS: Los editores son tremendos, pero los autores son bravos también eh… Los autores somos bravos. Yo tengo, no sé si la suerte, pero sí la particularidad de haber estado en varios lados del mostrador, porque he trabajado en librerías, he sido periodista cultural, he sido editor y autor… Entonces más o menos puedo entender las razones de cada parte. Hay un chiste que cuentan los editores, que dice que el autor, con su vanidad, va a almorzar con el editor y se pasa todo el almuerzo hablando de él. De traducciones que están haciendo de sus obras, y de que está terminando un nuevo libro, y que le hicieron una entrevista que salió ayer en tal diario y que cómo no la leyó… En algún momento el autor parece hacerse cargo de que no para de hablar de él y le dice: “Bueno, dejemos de hablar de mí, contame de vos, decime… ¿qué te pareció mi última novela? (Risas).

MM: Los autores y sus egos son un lugar común…

GS: Sí. También he escuchado decir a editores (a fabricantes de libros, el verdadero editor no lo dice)… alguno me ha dicho, en algún gran grupo editor con el que trabajé, que el negocio del libro va a ser perfecto cuando se logre eliminar la figura del autor. (Risas). Por cierto, muchos lo han conseguido, porque hay libros que parecen haberse hecho solos como salchichones…

MM: Es verdad.


GS: Girondo decía que un libro debe ser construido como un reloj y venderse como salchichón. El problema es que hoy tenemos muchos libros construidos como salchichón y vendidos como salchichón. 

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