Los restos del día

Mientras atraviesa Inglaterra, Mr. Stevens recuerda su historia como mayordomo y reflexiona sobre los borrosos límites de su trabajo. Libro de Arena comparte un fragmento de Los restos del día, del reciente Premio Nobel, Kazuo Ishiguro.

“Levanté la mirada cuando vi que Miss Kenton se me acercaba. Cerré el libro y, apretándolo contra el pecho, me levanté.
-Miss Kenton-dije-, le ruego que respete mis momentos de intimidad.
-Pero… ¿por qué le da tanta vergüenza enseñarme el libro? Empiezo a sospechar que se trata de un libro algo picante.
-Miss Kenton, me sorprende pensar que sea capaz de pensar que en las estanterías de mi señor pueda haber “libros picantes”, como usted dice.
-He oído decir que muchos libros de autores eruditos contienen pasajes de lo más picantes. Claro que yo, personalmente, nunca he tenido el valor de comprobarlo. Pero permítme, por favor, que vea lo que está leyendo.
-Miss Kenton, le ruego que me deje tranquilo. Es increíble que insista en acosarme de este modo durante los pocos ratos libres de que dispongo.
Miss Kenton, sin embargo, siguió acercándose, y debo reconocer que me costaba decidir cuál podía ser el mejor modo de proceder. Por un momento tuve la tentación de meter el libro en el cajón de mi escritorio y cerrarlo rápidamente con llave, pero me pareció que podía resultar absurdo y un tanto teatral. Retrocedí entonces unos pasos con el libro todavía pegado al pecho.
-Por favor, enséñeme el libro- dijo Miss Kenton acercándose más- y después le dejaré que siga disfrutando de su lectura. A saber qué libro será, que lo esconde usted tanto.
-Miss Kenton, no me importa lo más mínimo que sepa usted el título de este libro. Lo que sí me importa por una cuestión de principios, es que se presente de este modo y me usurpe los ratos que tengo para estar solo.
-Lo que me pregunto es si se trata de un libro perfectamente respetable o si pretende usted impedir que me escandalice.
Y de pronto, con Miss Kenton ahí delante, parada frente a mí, algo cambió entre nosotros, fue como si de repente nos encontráramos en un mundo aparte. Creo que no es fácil describir exactamente lo que intento decir. Solo sé que a nuestro alrededor todo pareció enmudecer, y tuve la impresión de que la actitud de Miss Kenton había sufrido una transformación. Su rostro reflejó una extraña seriedad, y una expresión que me pareció la de una persona asustada.
-Déjeme que vea el libro, por favor.
Avanzó unos pasos y empezó a soltarme lentamente el libro de las manos. Consideré que lo mejor, mientras tanto, era que mirase hacia otro lado, pero al tener su cuerpo tan cerca solo podía desviar la mirada doblando el cuello de forma muy poco natural. Durante todo el proceso que me pareció larguísimo, conseguí mantener una postura, y finalmente la oí decir:
-¡Válgame Dios, míster Stevens! Pero si no es un libro nada escandaloso. No es más que una simple historia de amor.
Y creo que justo en ese momento decidí que ya había soportado bastante. No recuerdo con exactitud qué le dije, solo sé que le ordené que se marchase de mi despensa y di por concluido el asunto.
Supongo que debería añadir unas cuantas palabras referentes al libro sobre el que gira este incidente. Bien, es cierto que se trataba de lo que podríamos llamar una “historia sentimental”, una de las muchas que albergan la biblioteca y alguna de las habitaciones de los huéspedes, para distracción de las damas que nos visitan. Pero la razón por la que a veces me enfrascaba en esos libros era muy simple. Suponían un medio extremadamente eficaz de mantener y desarrollar mi dominio del lenguaje. Mi opinión, y no sé si también la de ustedes, es que por lo que respecta a nuestra generación se ha hecho demasiado hincapié en la conveniencia, desde un punto de vista profesional, de poseer buen acento y dominio del lenguaje. Es decir, han sido factores sobre los cuales, en ocasiones se ha insistido mucho, menospreciando cualidades profesionales más importantes. Yo, por mi parte, nunca he considerado que el buen acento y el dominio del lenguaje no sean atributos agradables. De hecho, he juzgado que era mi obligación el mejorarlos al máximo. Y para ello, un método rápido es leer, en los escasos ratos libres, un libro bien escrito. ES la política que he seguido durante varios años, y el libro que Miss Kenton me  sorprendió leyendo aquella tarde, era el tipo de libro que solía escoger, ya que son obras que están escritas en buen inglés, y contienen numerosos diálogos elegantes, de gran valor práctico para mí. Otros libros más pesados, libros más versados, digamos, aunque puedan permitir mayores avances, están redactados en términos que probablemente no me serían de tanta utilidad, teniendo en cuenta la clase de diálogos que, en general, pueda yo mantener con una dama o un caballero.
Nunca he tenido tiempo ni ganas de leer de cabo a rabo una de esas novelas; sé que la trama siempre era absurda, solo historias pasionales, y de no haber sido por la utilidad que ya he dicho, tenían para mí, no hubiera desperdiciado un solo minuto en estos libros.”



Fragmento del capítulo “Tercer día por la tarde - Moscombe, cerca de Tavistok, Devon,” en Los restos del día


Los restos del día
Kazuo Ishiguro
Barcelona, 1994.
Anagrama.

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