Félix Bruzzone: “En todo o casi todo lo que yo escribo está la situación del personaje buscando a sus padres”
En esta
segunda parte de la entrevista que le realizara Mario Méndez, Félix Bruzzone
opinó acerca de cómo se ha tratado el
tema de la dictadura, la represión y los desaparecidos en la literatura en
general y en la infantil y juvenil en particular, habló de los
condicionamientos y las negociaciones en las editoriales y, entre otras cosas,
nos contó de la búsqueda realizada en su incursión en el libro álbum. Tras la
partida de Félix, los asistentes del ciclo intercambiaron las opiniones que les produjo la lectura del autor.
Mario
Méndez: De la literatura que se ha escrito acerca de la dictadura, la
represión, los desaparecidos: ¿hay algo que te guste especialmente, con lo que
te hayas sentido identificado, o conmovido, o no?
Félix
Bruzzone: Cuando escribía 76
tenía algunas referencias que no eran especialmente de la literatura argentina,
y otras que sí. Por ejemplo, hay un cuento de Martín Rejtman que es mi ídolo
literario, que se llama “Algunas cosas
importantes para mi generación”, que está en Rapado, su primer libro, donde aparecen unos personajes que van por
la ciudad un poco errantes, como la mayoría de sus personajes, pero de fondo
aparece uno de los levantamientos carapintadas. En ese tratamiento de lo
histórico en ese cuento, para mí había como una clave, Ahí es lo más evidente
que veo en Rejtman, en general, en sus cuentos me parece que de fondo está eso
de qué pasó después de la dictadura. Porque si bien los cuentos de Rejtman se
publican en los noventa, son de su propia experiencia juvenil que es en los
ochenta. Todo ese desencanto, toda esa errancia, todo ese no saber qué hacer
con esas cosas, y la ausencia de esos temas graves de nuestra historia, me
parecía que había un tratamiento posible y muy interesante. También estaba La novela del terrorista, de Daniel
Guebel que me parecía que a su manera trabajaba de algún modo sobre las
consecuencias de la dictadura, sin nombrarla o nombrándola ficcionalmente, de
manera muy alejada… La novela de Bolaño que se llama Estrella distante… Todas
novelas en las que se veían las consecuencias de, más que la dictadura en sí.
En Estrella distante hay un personaje
que persigue y no se sabe hacia el final si no captura y mata a un ex represor.
Él no fue víctima directa, sino que persigue a este personaje que tiene una
serie de conductas bastante increíbles, y una errancia bastante rara a través
del mundo occidental. Ahí me parecía que había una posibilidad de narrar todo
eso desde el “después”. Había visto “Los
rubios”, que ya no es literatura, sin entenderla demasiado, la entendí
mucho después de haber escrito 76. Yo creo que había material. Por eso no me
parecía tan distinto ni sorprendente lo que yo mismo estaba haciendo, porque en
un punto, lo que yo hacía no era más que narrar mi experiencia, desde mi punto
de vista. Lo que empecé a entender después, fue que no era solo eso, sino que
era narrar cierta experiencia que no estaba del todo contada, que es la de la
mayoría de la comunidad, que es la de saber que eso estaba ahí y no haber hecho
demasiado. En el caso de 76 eran dos
hijos que tenían sus papás desaparecidos pero no buscaban tanto, no iban a
fondo. Se desentendían del problema, pero a la vez el problema estaba ahí y
estaban a dos aguas todo el tiempo. Y es un poco lo que nos pasa a todos en
general, que estamos, sabemos, escuchamos hablar, pero el compromiso es tenue o
hay una negación. Lo cual es razonable, porque son hechos demasiado
traumáticos, pero no estaba narrado así, me parece que ahí estaba la novedad.
MM: Para
volver un poco a la literatura infantil y juvenil, ¿has leído algo de la manera
en que la LIJ argentina se acercó a estos temas? ¿Algunas de las novelas, o
libros de cuentos de autores de LIJ?
FB: Leí El mar y la serpiente, de Paula Bombara…
MM: ¿Piedra, papel o tijera, de Garland?
FB: No.
La verdad es que no. No me acerqué a eso. Siempre tuve la sensación de que si
uno piensa estos tema “dirigidos a”, de alguna forma, cagó. (Risas). Si yo tengo que contarle la dictadura, o las
consecuencias de la dictadura, a un nene de doce, ocho, siete años es
complicado. Porque hay como una gran tendencia a bajar la línea. A decirles que
tengan claro que “esto está muy mal, esto está más o menos, y esto está bien”.
Ahí es donde creo que la literatura pierde. No digo que no sea necesario que
eso suceda, pero en mi concepción de la literatura hay una pérdida que es
irremontable. El libro de Paula, me parece que tiene esa cuestión claramente.
Más allá de que es bueno, es un libro que está muy bien… Yo no escribiría
directamente un libro sobre la dictadura, para niños, pensando en niños o algo
semejante.
MM: O
jóvenes, adolescentes…
FB: No.
Yo no lo haría directamente. Por lo menos ahora, no entiendo cómo sería posible
un libro así. No lo veo.
MM: Está
bien. Es polémico…
FB: Creo
que se podría tocar tangencialmente alguna cuestión, pero no más. La literatura
como bajada de línea, como enseñanza, como respuesta a determinado problema,
no.
Álvar
Torales: ¿En la literatura para adultos no se baja línea?
FB: También.
Ahora me tocó escribir un cuento para adolescentes. Para jóvenes de dieciséis
años. Lo entregué, y me hacen una devolución que es correcta, me piden que
saque tal y cual cosa… pero son justamente las cosas que lo “extrañaban” un
poco. Aparecía una relación entre un chico de quince que estaba a punto de
cumplir dieciséis, y quería aprender a
manejar con una nena de doce. Y había como una tensión sexual entre ellos y
demás. Yo entiendo que la pedofilia está mal, eso es algo que todos podemos
entender. Pero en la literatura no hay nada que esté mal. Creo que eso es algo
que tenemos que agradecerle a la literatura. Evidentemente, eso no va a estar
en el cuento. O en todo caso no se va a decir que tiene doce, se va a decir que
es más chica.
MM: Ese
es todo un título, Félix… En la literatura no hay nada que esté mal. El
miércoles pasado, cuando charlábamos con el grupo de gente sobre tu obra,
hablábamos de cierta incorrección política, incluso en Julián en el espejo. O en El
caballo de piedra. Es interesante. Quizás Pípala lo publica porque tiene
esta mirada que permite más extrañamientos, y que en otra editorial no
pasarían. Por ejemplo, cuando la madre dice que si Julián no aparece pronto,
cuando aparezca le va a sacar las tripas, en otra editorial quizá te habrían
dicho que esa frase no va porque es demasiado agresiva, demasiado fuerte,
aunque sea una frase que se dice normalmente. Y en la LIJ estamos peleando
siempre con lo que está mal y lo que está bien y si la literatura lo acepta o
no lo acepta. Son condicionantes.
FB: Y
bueno, hay otra literatura llamada infantil que avala este tipo de cuestiones.
Una crueldad extrema…
MM: Sí. Hansel y Gretel, lo que quieras…
FB: Entonces
es un poco incomprensible que ahora, en el siglo XXI, suceda esto. Claro… hay
una serie de discursos que apuntan a que los niños no deben estar expuestos a
este tipo de cosas que tienen que ver con conductas o formas de ver el mundo
que son bastante negativas. Que una madre que piensa que al hijo puede sacarle
las tripas es un horror, y que hay que tratar entonces de que los niños no
tengan exposición a esto.
MM: Y
vos, como escritor, ¿cómo reaccionás ante la indicación del editor que te pide
que saques una parte?
FB: Y…
hay que poner en la balanza. Hay que ver. Si el cuento de todos modos sigue
teniendo la extrañeza que a mí me apetece, saquemos que tiene doce y pongamos
que es más chica, por ejemplo. Igual, si sabemos que él tiene quince, ¿cuánto
más chica puede ser?
MM: Catorce
y medio. (Risas).
FB: No
dejan de ser eufemismos. Me da la impresión de que si lo lee un chico de
quince, puede pensar aun en menos de doce años. Lo que lo vuelve más extraño
aun, entonces en ese sentido yo lo negocio. Había otras observaciones puntuales
en ese cuento. Este lo había mandado para una antología. Yo había mandado uno
que ya tenía escrito, que está en 76,
que es de dos chicos de nueve, diez años que compran por primera vez una
revista porno. Está toda la peripecia para ir a comprarla… Y lo primero que me
dijo la persona que me había convocado a participar de la antología, que no es
la que decide, sino la que simplemente selecciona a los autores, fue que estaba
buenísimo, pero que el solo hecho de que apareciera la palabra “teta”, (y
además aparecen partes de cuerpos, como descuartizados, porque la revista se
daña porque se moja, entonces queda una teta, un culo…).
MM: Es
un rompecabezas.
FB: Sí.
Además el narrador del cuento asume que ahí hay una posible imagen de su madre
que está desaparecida, y se arma una cuestión sobre lo que está pensando el
personaje acerca de esas mujeres desnudas en esas revistas. No solo las mujeres
desnudas para el porno, sino que es su propia madre. En todo ese complejo de
imágenes, la palabra “teta” no funcionaba, y me dijeron directamente que no,
sin siquiera habérselo dado a la editora. Me vino bien, porque en definitiva
escribí otro, que también me gusta y ya está. La verdad es que mi acercamiento
a la LIJ, no tiene tanto que ver con ese tipo de literatura. En un momento,
descubrí que contarles cuentos a mis hijos era una experiencia literaria para
mí y para ellos. Para toda la familia. Perder esa experiencia me parecía una
lástima. ¿Cómo hacer para que no se pierda? Escribamos un libro. ¿Era posible
para mí, que soy un autor para adultos, escribir un libro para niños? Yo vi
claramente que no. No podía, entre otras cosas por esto que te estoy diciendo.
Entonces, ¿qué hacía? Recurrí a un formato que no conocía que es el del libro
álbum. Entendí que todo lo que uno expresa oralmente en el momento de contar un
cuento, podía ser sustituido de algún modo en la ilustración. Lo que me parecía
cuando me sentaba a escribir cuentos para niños, era que faltaba un montón.
Toda la interacción que hay con ellos cuando los cuento oralmente, no está, en
la escritura se pierde inmediatamente. Me parecía que de algún modo la
ilustración podía sustituir esa experiencia, venía a completar eso. Por eso
probé con el libro álbum. En realidad, lo que me interesa, más que la LIJ, es
ese objeto, que repone una experiencia literaria, más que componer una
literatura.
MM: Ese
es un tema del que también hablamos con la gente el miércoles pasado. Es
curioso lo que mencionás, y te voy a hacer una pregunta que nos quedó
pendiente. En los dos Julianes… que
vos denominás libro álbum (también se lo llama libro ilustrado, hay toda una
discusión sobre eso), hay dos ilustradores diferentes. ¿Vos sentís que se
repuso esa interacción con el lector, que se daba en tu casa con los chicos?
FB: Creo
que no se repuso, pero que sí se generó un espacio donde la lectura del cuento
deja de ser solo eso, y puede ser algo más. Por el hecho de que está también la
ilustración. Eso habilita que cuando uno lo lee necesita completar algunas
cosas, y eso lo hace la ilustración, y uno en la propia narración del cuento.
Correrse un poco del lugar del texto como algo fijo.
MM: El
dibujo lo moviliza, lo abriría…
FB: Sí,
de hecho en Julián en el espejo, hay toda una zona, que cuando nos sentamos a
discutir qué pasaba, cuando Julián estaba adentro del espejo, y tiene sus
aventuras. La editora me preguntaba qué pasa cuando Julián se mete en el
espejo, y yo le dije al ilustrador que se lo imaginara y lo hiciera él. Yo ni siquiera quise escribirlo. Quedó en
manos de él, armar eso…
MM: Esa
cosa como onírica…
FB: Un
poco lo que pasa en ese libro tan famoso… Donde
viven los monstruos. Hay toda una parte que es la fiesta monstruo, donde no
hay narración. O hay narración pero está ilustrada. Uno se la imagina.
MM: La
otra pregunta que teníamos es cómo viviste esto de dos ilustradores tan
disímiles para un mismo personaje, que es una cosa no habitual.
FB: Eso
fue más decisión de Clara Hufman, que es la editora. Cómo yo no conozco el
paño, no sabía a qué ilustrador llamar, ni mucho menos. Ella me dijo que
hiciéramos que cada Julián tuviera un ilustrador distinto. Como algo distintivo
de la colección. Y arrancamos con estos dos.
MM: ¿Y
pudiste trabajar con ellos? Contabas que a Pablo Berra le dijiste que se lo
imaginara. ¿Con Germán Wendel hubo trabajo en conjunto?
FB: Con
Germán nos juntamos y trabajamos dos o tres veces. Con Pablo existió esa
libertad sobre lo que pasaba con Julián adentro del espejo. Como Germán viene
de la pintura es más literal en sus ilustraciones. El texto dice que sale un
conejo del espejo, y en la ilustración sale un conejo del espejo. Entonces
tratamos de ver en qué momentos la cosa no era tan literal. Clara y yo le
insistíamos para fijarnos en las cosas que contaban algo más que lo que cuenta
el texto. Lo que creo que en un momento logró claramente, cuando Julián empieza
a cabalgar en su caballo y le pide ir a buscar al papá… Lo cuento por si
alguien no lo leyó. Es el cumpleaños de Julián, los papás se fueron a trabajar,
nieva mucho afuera. Él tiene un perro, y sabe que nadie va a ir a hacerle
ningún festejo ni nada, (el perro le regala una sandía y se va), y entonces él
decide agarrar el espejo y pedirle que le regale cosas. Y todas las cosas que
pide, se van. Entonces decide pensar algo que se quede quieta y pide un caballo
de piedra, una estatua. Y cuando aparece y él se sube, el caballo cobra vida y
sale por la ventana. Y entonces él le pide ir a ver al papá, Y como el caballo
no entiende bien, empieza a hacer otras cosas que no son precisamente ir a
buscar al papá. En un momento, piensa que Julián le está pidiendo una papa,
entonces busca en la nieve y saca una papa. Entonces, Germán dibujó esto: a
Julián sacando una papa. Cuando vi ese cuadro, dije que ya estaba, que había
entendido todo, porque lo que en realidad quiere es que sus papás estén con él.
Y está frente a una papa… Toda esa peripecia en la que el caballo no entiende
muy bien lo que tiene que hacer, y hace cosas distintas de las que Julián le
pide, es larga. Hay un solo momento en el que le pide la papa. No es lo
central. Sin embargo, Germán agarró ese momento y lo eligió para la
ilustración. Me parece que en ese momento se logró algo, un reforzamiento del
texto, que no estaba en texto mismo, y que para mí, aunque no lo hice, es lo
que hubiera querido hacer. Interpretó perfectamente mi cuento. Eso, como
experiencia, me dejó bastante turulato como escritor, cómo alguien viene
realmente a completar lo que vos hacés.
MM: Transmite
la soledad este dibujo, ¿no?
FB: En
todo o casi todo lo que yo escribo está esa situación. El personaje buscando a
sus padres. Sea o no con el tema de la
dictadura. Una relación difícil con los padres, siempre hay algo ahí con la
cuestión de los padres. Dónde están… qué pasa, etc. y con esta ilustración, ya
está. Me retiro. Me retiro de la literatura. Ya lo hizo Germán Wendel por mí.
(Risas).
MM: No,
no te retires que te queremos seguir leyendo. Que Germán dibuje, pero vos
seguí. Nos queda poco tiempo, daría para mucho más. El tema de tu trabajo de
piletero que es tan particular y a todo el mundo le llama la atención. Que dio
tanto jugo: Barrefondo, y ahora las
crónicas que salían en diarios, en tu Facebook, y mucha gente las seguía. Barrefondo… una curiosidad que teníamos
en la charla del miércoles… toda esa jerga extrañísima, es “mandioca” o
“mandarina”… ¿tiene algún asidero real, o es algo tuyo?
FB: Las
dos cosas. Algunas cosas son así, y otras no. Cuando me propuse construir la
lengua de ese personaje, dije que eso iba a ser un punto fuerte de la novela.
Un poco nace ahí la novela, con esa lengua, más que con la anécdota, más que
con el espacio o con la profesión o su historia personal. Nace más que nada en
esa lengua. A esa lengua le inventé una historia, porque él la hereda de Yuyo,
que es un ex compañero de trabajo que murió. Otra vez el tema de los padres, o
de la herencia… ¿qué cosas hereda uno de los demás? Lo que este personaje hereda, y gracias a eso
narra toda la novela, es esa lengua. Me parecía que ahí había algo que parecía
funcionar. Y también esa concepción de la lengua, que no es estrictamente lo
que usamos todos, sino que cada uno, de alguna forma inventa su propia lengua.
Y me parece muy necesario que así sea, que uno no tenga que andar recurriendo a
las palabras de los otros, mucho menos a las de sus padres, para poder hablar y
decir lo que a uno le parece. Esas ideas son las que están detrás de la
construcción de esa lengua, de ese personaje. Obviamente no están explicitadas
en la novela, o si lo están, lo están tangencialmente, pero lo que había un
poco en el fondo, era eso. No era tanto un juego como el que uno puede ver en
Cortázar o en otros autores que también inventan lenguas para sus personajes,
sino una idea más relacionada con esto, con qué es lo que se hereda, qué es lo
que uno construye, qué es lo que uno es, a partir de cómo habla.
MM: Está
bueno. Eso es otro título que nos has dado. Otra cosa, viste que el policial
cada vez tiene límites más lábiles, ¿no? ¿Tiene un costado policial fuerte Barrefondo?
FB: En
su origen sí, la idea era que fuera un policial más de pulso. Pero me ganó un
poco mi propia lengua literaria, que impide todo tipo de acercamiento a algo
consolidado, y terminó abriéndose mucho más. Ganó mucho un personaje que yo ni
me lo esperaba, Andrés, que es un cliente de Tavo. El que escribe poemas y a la
vez también tiene su propia lengua. Muy banalizada, supuestamente. Él es poeta,
publica sus propios libros de poesía, hay una referencia a ese mundillo
también. Hasta cierto punto es un policial. Cuando hablaba con Leo Oyola, que
tiene Sopapo y Bolonqui, me decía que
lo que había hecho estaba buenísimo.
MM: Leo
estuvo acá, en este Ciclo.
FB: Leo
es un referente del policial negro, clarísimo.
MM: Y
con límites extraños.
FB: Sí,
totalmente. La verdad es que me sentí muy bien cuando pasó eso, porque cuando
encaro un género tan consolidado tengo muchas dudas, Incluso cuando hice los
libros de Julián, que son literatura para niños, sentí una gran inseguridad con
esas cosas. Igual las hago. Hay que hacerlas.
MM: Hay
que hacerlas, sí. Un poco la respuesta ya estaría, pero en las tres novelas, Los topos, Las chanchas y Barrefondo, la decisión del final es
dejar una cosa totalmente abierta.
FB: Sí.
No sé si fue una decisión, o si fue un poco… “Decidan por mí”, para los
lectores… “dónde cierra esto”…
MM: Un
corte un poco a lo Arlt. Hasta acá llegamos.
FB: Un
poco sí. No sé… Yo sé que si hoy me
siento a ver cada texto mío, hago otra cosa bastante diferente. Ahora que doy
talleres, y que tengo una noción más clara de cómo son las estructuras
narrativas, no sé si haría esto mismo, con estos temas, y teniendo ya tan
asimilados estos personajes, estas tramas. El problema es que lo que me pasa a
mí, es que necesito organizar un poco esa trama, pero en el momento. Hay escaso
tiempo para concretarla. Sea porque me lo pide la editora, sea porque yo me lo
impongo, porque me aburrí y quiero empezar con otra cosa, hay un momento en el
que pienso: terminó acá. Listo, ya, se publicó y chau. En un punto entiendo que
hoy, trabajando de nuevo con esos personajes, y esas tramas, si me sentara
probablemente haría otra cosa. Pero evidentemente, no es lo que me salió con
estos textos. No sé en adelante qué pasará. MI editora me dice, que tendría que
escribir una novela “de premio”. Consistente. Que cierre. Quizá algún día pase,
sí.
MM: O
sea que tampoco te atás a la inconsistencia.
FB: No,
para nada.
MM: Sos
inconsistente con la inconsistencia. (Risas).
FB: Está
muy bien eso.
MM: Yo
seguiría, pero son las siete y cinco, sé que te tenés que ir… No se vayan, que
les leo, algo. Despedimos a Félix con un gran aplauso. Realmente la pasamos muy
bien.
(Aplausos).
FB: Muchas
gracias. Realmente, me gustaría quedarme pero tengo cosas que hacer. Mándenme
algo, preguntas por mail si quieren, o en mi Facebook…
MM: Gracias
de vuelta, y hasta pronto. Bueno, yo tengo ganas de leerles. Espero que ustedes
tengan ganas de escucharme. Les voy a leer Julián
y el caballo de piedra, que dio tanto para charlar. Estoy mostrando las
ilustraciones. Después, Natacha, que es ilustradora, si quiere, nos dirá algo.
Julián y el caballo de piedra.
Era el día del cumpleaños de Julián. Afuera nevaba,
y todos los caminos estaban cortados. Su
papá se había ido a trabajar a la fábrica de
botellas de plástico. Su mamá se había ido a
trabajar a la fábrica de tapitas para botellas de
plástico.
Su perro le había regalado una sandía, y se había
ido a dormir al ropero. ”Tengo frío”, había
dicho.
Como nadie iba a ir a su casa a visitarlo ni a
regalarle nada, buscó su espejo y decidió que iba a
hacer magia.
“Abracadabra. Que de este espejo tan viejo, salga
un conejo”, dijo
Ya preparaba otro pase mágico, cuando el espejo se
iluminó como un relámpago. Y salió un
conejo.
El conejo dio unos saltos en el lugar, abrió la
ventana, y se fue.
“Una ilusión”, pensó Julián mientras cerraba la
ventana para que no lo tapara la nieve.
Probó otra vez.
“Abracadabra, abracadabra, que ahora del espejo
salga una cabra”, dijo.
Salió entonces del espejo una cabra, que también
abrió la ventana, saltó, y se fue.
“Otra ilusión”, pensó Julián. Aunque lo raro era
que la ventana se había abierto de nuevo.
Entonces la trabó mejor, y volvió con sus palabras
mágicas.
“Abracadabra. Que se éste espejo gigante, salga un
elefante”, dijo. Un elefante salió del
espejo. Intentó abrir la ventana, pero no pudo.
Pidió permiso, metió un poco la panza, abrió la
puerta, y también se fue.
Julián seguía sin creer en lo que veía. No podían
estar saliendo animales del espejo. Tampoco
tenía mucho sentido que los animales se metieran
así como así en medio de una tormenta de
nieve.
Probó un último truco. Esta vez nadie se iba a
escapar.
“Abracadabra. Que de este espejo de agua, salga una
estatua”, dijo. La estatua apareció. Era
un caballo blanco que se quedó quieto en medio del
cuarto.
Julián se acercó y lo tocó. Era de piedra dura. Un
liviano escalofrío le recorrió la espalda y los
brazos. Nunca había querido un regalo tan
verdadero. Y se lo había hecho.
¿Quién se lo había hecho? No quiso investigar.
Después de regalarle el caballo el espejo había
perdido brillo, y parecía una pared de ceniza.
Hablar con él y seguir pidiéndole cosas iba a ser
como hablar con una bolsa de cemento o una montaña
de cascotes.
Julián se subió al caballo. Era su cumpleaños, y
ahora quería tener una aventura de jinete
valiente. Su deseo era tan grande que una vez que
estuvo bien afirmado, el caballo cobró vida,
se paró en dos patas, y salió por la ventana.
La nieve ya no caía. El caballo cabalgaba a toda
velocidad. El cielo se había abierto y la luz
bajaba al ritmo de los cascos del caballo contra el
hielo. Parecía que en cualquier momento
saldrían plantas y flores de la nieve. Pero así
como el cielo se había abierto, se volvió a cerrar, y
la tormenta recrudeció.
El caballo corría rapidísimo. Y Julián le pidió si
podía llevarlo a la fábrica de botellas de plástico
donde trabajaba su papá. El caballo, un poco sordo
por el viento blanco, entendió que Julián
quería una botella de plástico. Y entonces se paró
en seco, escarbó en la nieve, sacó una
botella, se la dio a Julián, y siguió su carrera
como un rayo.
Julián entonces se acercó más a la oreja del
caballo, y le dijo que no quería una botella, sino ir a
la fábrica que las hacía.
El caballo, que ahora entendió que tenía que
fabricar una botella, volvió a parar. Fabricó una
botella de nieve, se la dio a Julián, y siguió su
carrera.
Julián insistió.
“¡Vamos a ver a mi papá!, le gritó.
El caballo paró, sacó del suelo una papa, se la dio
a Julián y siguió.
“¡Una papa, no! ¡Adonde mi papá trabaja!”
El caballo paró, sacó del suelo una navaja, se la
dio a Julián y siguió.
Enfurecido, Julián gritó: “¡No quiero una navaja,
una na-va- ja! ¡Quiero ir adonde mi papá tra-
ba-ja. Tra-ba- ja. Tra-ba- ja!”
Esto despistó al caballo. Nunca le habían separado
una palabra en sílabas.
Pero entendió que Julián quería algo más
interesante que una botella, una papa o una navaja.
Y que se quería divertir. Entonces sacó del suelo
una máscara de payaso sonriente, que de solo
mirarla ya daban ganas de reírse. Se la puso a
Julián en la cara, y siguió.
Se ve que era un caballo muy fuerte, porque después
de tanto correr bajo la nieve, podía seguir
corriendo y corriendo. Y ahora, además, se reía:
“¡Ja, ja, ja, ja!” rebotaban sus carcajadas en
las colinas blancas.
Por fin, casi sin querer, llegaron a la fábrica de
botellas de plástico. La tormenta acababa de
terminar, y el papá de Julián ya salía de su
trabajo como todos los días. No se sorprendió de ver
a su hijo montado al caballo blanco, y le pidió si
podía hacerle lugar para no tener que volver
caminando a la casa. También pasaron a buscar a la
mamá.
El sol caía en el horizonte del bosque y se rompía
entre los troncos de los árboles. El caballo
ahora iba despacio, y conversaba animadamente con
los papás de Julián. Al llegar, lo invitaron
a pasar un rato.
Antes de entrar, el caballo hurgó otra vez en la
nieve y sacó del suelo una vela. La prendió con
un chispazo que sacó de la boca, y se sentaron
todos a la mesa.
El perro se había despertado, y como no había torta
para la vela, la plantó sobre la sandía que
le había regalado a Julián.
Los papás, el caballo, el perro, la navaja, la
papa, la botella de plástico y la botella de nieve,
cantaron el Feliz Cumpleaños.
Julián estaba feliz. El caballo cantaba con la
máscara de payaso puesta y se moría de risa.
MM: Y
ahí termina.
Gabriela
Williams: Fabuloso.
MM: ¿Te
pareció fabuloso? ¿Por qué?
Gabriela
Williams: Porque me parece que por la construcción de este y de los pocos
cuentos que pude leer de él, esa es su búsqueda interna. La riqueza de él está
ahí, en esos personajes que construye, en esas cosas que se le van, en lo que
le queda, en lo que le espera… Ah… ¡me encantó el cuento!
MM: Tiene
una búsqueda muy consciente en su literatura.
Gabriela
Williams: Además, no le aparece lo que él busca. Y le aparecen otras cosas
que él transforma en interesantes. Termina siendo interesante aquello que
encuentra, que lo sorprende, que no es lo que esperaba. Por lo que escuché de
él de la papa se me ocurre esto.
MM: Tendrían
que venir los escritores a contarnos cosas antes de que agarremos los libros.
Yo les recomiendo, a los que no vinieron el miércoles pasado y a los que
vinieron también, Barrefondo. Es una
novela muy interesante. Por la construcción de la lengua que nos explicó, y el
episodio policial que no quise spoilear el
miércoles pasado. Con la realidad del policial argentino: comisarios que
liberan zonas, policías que saben quiénes son los ladrones, que aprietan al
piletero entregador… De Piletas leí
dos o tres crónicas. Se me ocurre muy interesante. Es lo último que publicó, y
son crónicas de su trabajo de piletero. Y después tiene Las chanchas y Los topos,
que son bastante extrañas, pero interesantes de leer también.
Asistente: Yo
leí 76, me pareció muy interesante.
MM: No
lo conseguí. De ahí leí los cuentos que encontré en la Web.
Asistente: El
que él citó, el de la Playboy, tiene un nivel de vivencia de la intimidad del
chico, que es fabuloso. La manera en la que él puede describir ese tipo de
emociones, y lo correcto e incorrecto que es, de acuerdo a quién lo mire.
MM: O el
de las fotos. El protagonista va a la casa de un ex novio de la madre, a que le
muestre fotos. No termina en nada… Tiene esta cosa en la que todo es sutil
Asistente: Queda
una parte en la que hay un vacío.
MM: Algún
otro comentario… Natacha… de la ilustración o de lo que quieras…
Natacha
Goransky: No voy a hacer un análisis muy profundo. Lo primero que digo, es
que yo tenía una profe de ilustración, que siempre nos decía que tratáramos de
levantar los colores. Es como todo muy triste. El texto habla sobre un
atardecer, y acá ves todo siempre nublado. Habla del sol, y no ves el sol… Me
gustó que el caballo blanco se vea azul. Es hermosa esa composición, pero se
nota que es un pintor. Y hay algunas ilustraciones que dan mucho miedo también.
Pero se jugaron en la editorial, y eso es súper valioso.
Fernando: Cuando
aparece con el padre… al final, cuando sale de la fábrica… Lo que yo noto, es
que todas las desapariciones de las cosas que aparecen se van todas a la
izquierda… que es el pasado. Y a la derecha es un presente y un futuro. Las
tonalidades que usa son todas de clave baja, que significa todo lo que es
muerte. Eso lo vemos en películas como Delicatessen, por ejemplo. Usa verdes,
que si son de clave alta significan esperanza, por ejemplo. Y si son de clave
baja significan muerte y putrefacción. Lo mismo que los rojos: cuando son de
clave alta significan amor, pasión. Y cuando son de clave baja, se asocian más
con sangre. Para mí, lo que consiguió el ilustrador fue extractar la búsqueda
de él, y eso está en la papa. Esto lo pienso en base a la narración de su vida
y su búsqueda. Yo creo que el ilustrador captó todo eso. Lo captó a él. En todo
lo que contó está la búsqueda del padre.
Natacha: Hay
una estética parecida a la de Daniel Santoro. No sé si lo conocen. Usa una
estética peronista de los años cincuenta. Sale de la ilustración de esa época,
de los Planes Quinquenales, el chalet… Una estética muy particular de esa
época. Es excelente.
Álvar: Es
famoso uno en el que Evita está dándole chirlos a un bebé con la cara de Lenin.
MM: ¡No
lo conocía!
Asistente: De
todas formas, ahora a los niños creo que les gusta la estética gótica.
MM: Por
ahí a los adolescentes, pero coincido con Natacha en que acá, la editorial se
jugó a algo completamente no comercial. Para un niño pequeño, un padre, salvo
que sea muy vanguardista, o un tío que va a comprar un libro para el sobrino,
difícilmente elijan este. Por ahí eligen este otro Julián, que está lleno de
color, y con dibujos muchísimo menos “dark”.
Asistente: Yo
hablo a partir de lo que les he leído a mis hijos. Una cosa es lo que
imaginamos de ellos, y otra es a lo que ellos tienden… Tienen una tendencia a
lo siniestro, lo mágico…
MM: Sí,
por eso tienen tanto éxito los cuentos de terror…
Asistente: Exacto.
Entones yo no sé si llevamos a un chico a una librería… No sé si no lo elige… A
veces somos los adultos los que filtramos estas cosas.
MM: Sí.
Sin haberlo pensado demasiado, dije que un papá o un tío no lo compra. Capaz
que un chico lo elige.
Asistente: Yo
estoy segura de que mis hijos hubiesen mirado ese libro. No hubiesen mirado
nunca uno muy colorido. Recuerdo escenas en las que yo miraba una cosa, y ellos
miraban otra. Y es interesante esto que decís vos, porque el comienzo del
libro, qué el después da vuelta, es triste, por esa sensación de soledad y de
abandono.
MM: El
perro que le regala una sandía…
Asistente: Y
que se va a dormir. Se queda solo. Después hace una búsqueda más reciliente,
pero el inicio del cuento es triste.
MM: Es
verdad, es verdad. Bueno, Félix no se quedó hasta el final, pero hemos
aprovechado muy bien este rato, ¿no? Nos vemos la semana que viene.
Aplauso final.
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