Niñez en Uruguay

Para cerrar el recorrido por la literatura uruguaya, Libro de Arena comparte con sus lectores un texto de Diego Di Vincenzo, en el que destaca la importancia del Uruguay en su vida, y se refiere además a sus lecturas juveniles de las grandes voces de la literatura uruguaya.

Ph: Francisco Gilges

Por Diego Di Vicenzo*

Uruguay fue una presencia permanente en los primeros años de mi vida, por lo menos, desde que esa palabra parecida a Paraguay, y que siempre era ejemplo de triptongo en las explicaciones escolares, se la oí a mis padres. Hablaban siempre de Montevideo, porque había sido el lugar que eligieron para la luna de miel. Hay fotos que lo atestiguan, todas en blanco y negro, retratando la ciudad de Onetti a mediados de los sesenta.

Cuando leí ese poema adolescente de Idea Vilariño (Ya no) –tal vez un texto cuyo impacto haya sido solo comparable al de Puedo escribir los versos más tristes esta noche, de Neruda-, con el mito de que lo había escrito para Juan Carlos, me puse a indagar en esa relación terminada, cuyo texto hubiera querido yo también merecer, y me enteré de que vivían a unas pocas cuadras en Montevideo, el uno de la otra. Supe, además, que ese vínculo fue una suma de padecimientos y que no hacía más que alimentar el mito de los amores contrariados, al que tanto culto rindió Occidente, para desdicha de los amantes: Una noche me llamó desesperado para que fuera a verlo. Yo estaba con alguien que me amaba y lo dejé por ir a pasar una noche con él. Y recuerdo que lo único que hicimos fue ponernos de espalda, leyendo un libro él, y yo otro. A la mañana siguiente le agarré la cara y le dije: sos un burro, Onetti, sos un perro, sos un camello. Y me fui (Dominguez, Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti ).

Sin embargo, para enterarme de estos pormenores de la vida amatoria, aunque no para empezar a vivirlos, hubo que esperar hasta los 18. Antes, Uruguay había sido una presencia permanente por los uruguayos de la tele: por Espalter, por Almada, por Acher, por Redondo... por el hombre de las mil voces: D´Angelo. “Ya comienza Hiperhumor, es la vida, hecha color. Siempre por este canal...”: puedo cantarla hasta el final. Me encantaba el sketch de las Rivarola y el del gran Toto Paniagua.

Y también Uruguay (o por lo menos, Melo, una de sus ciudades más importantes... Melo, palabras tantas veces copiada en las carpetas) porque fue la ciudad de origen de Juana de Ibarbourou. Tengo muchos recuerdos de lecturas escolares de Juana de América. Recuerdo, en particular, La mancha de humedad, que tuvo especial resonancias en mi mente de niño al sentir la desazón de la niña por el fin de ese mundo de ensueño. No era difícil imaginarlo desde el piso alto de mi cama marinera y con los ojos hacia el ángulo oscuro en el que podía yo también imaginar el espectáculo del cuento. O Tilo, de mi libro de quinto: En el umbral de mis recuerdos de infancia, guardián y fiel hasta más allá de la vida, está Tilo, mi fiel perro.

Unos años después habré leído el famoso poema de La higuera “áspera y fea”. En mi casa había una, y si bien es cierto que los higos no me gustaban, no la consideraba fea por eso, pero sí áspera en sus hojas, en particular, cuando trepábamos a los techos en verano y las hojas puntiagudas nos tocaban la espalda desnuda. A los 15, dictaminé con soberbia, mientras que íbamos a tomar el 184 después del colegio, que El vendedor de naranjas era un poema que, aunque ingenuo e infantil, celebraba curiosos deseos, y de toda índole, no solo frutales:

Muchachuelo de brazos cetrinos
que vas con tu cesta,
rebosando naranjas pulidas
de un caliente color ambarino;

Muchachuelo que fuiste a las chacras
y a los árboles amplios trepaste
como yo me trepaba cuando era
una libre chicuela salvaje;

Ven acá, muchachuelo; yo ansío
que me vuelques tu cesta en la falda.
Pide el precio mas alto que quieras.
¡Ah, qué bueno el olor a naranjas!
(...)

Las otras ocasiones de mi infancia en las que Uruguay tuvo cita fueron en primer año de la escuela secundaria. Me dieron a leer dos narraciones de Mario Benedetti: el del payaso en el circo (Esa boca) y el de la sirvienta (Corazonada). Sin embargo, antes, incluso, de Onetti y de Felisberto, leí La tregua, una novela que está entre los textos que me decidieron por la literatura como compañera de vida. Esa novela tiene el mismo y particular talento para retratar el tedio, la rutina, la vida sin emociones... que Whisky, la película de 2004 escrita por tres uruguayos (Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella y Gonzalo Delgado Galiana), una de las historias más simples que haya visto, pero con una maestría inigualable para contar el aburrimiento.
Después vino Onetti, claro, pero ese es otro asunto.


*Diego di Vincenzo es profesor en la escuela secundaria y en la universidad. También es poeta desde hace muchos años. La mención de los años no es para dar a entender con eso que tenga muchos libros publicados, sino para señalar que no para de escribir, no solo poesía; también escribe clases, materiales de enseñanza, crónicas, artículos de opinión en medios digitales, artículos académicos y narraciones que oscilan entre la ficción y el periodismo. Durante quince años estuvo al frente de equipos editoriales educativos, equipos con los que pensó maneras creativas y novedosas, pero también exigentes, de enseñar lengua y literatura con materiales creativos, tanto en papel como en formatos digitales. No “se dedicó” solo a la literatura o al lenguaje. Cree que el saber humano es tan vasto y tan interesante, que es una picardía enorme ocuparse “solamente” de una cosa. Entonces, también se dedicó a estudiar, en algunas instituciones o en forma personal, cosas tan disímiles como cocina, cata de vinos y whisky, economía, marketing, psicología de grupos, lógica y filosofía, y pensamiento analógico. También es actor de formación. En este momento, estudia las relaciones entre la mente, y el lenguaje y la literatura o lo que, dicho en términos académicos, sería “cognición y usos estéticos del lenguaje”.

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