A los 93 años murió Andrea Camillieri
Ayer, a los 93 años murió el representante más
popular de la novela negra italiana, Andrea Camillieri. Famoso por su personaje
del comisario Montalbano (nombre inspirado por su amigo Manuel Vázquez
Montalbán), Camillieri trabajó además como guionista, director de teatro y de
series televisivas. Publicó su primera
novela El curso de las cosas, en 1978. En
1980 Un hilo de humo, y dejó de publicar hasta 1992, año en el que se
editó Una temporada de caza. En 1994 se publicó La forma del
agua, que fue la primera de las novelas de la saga del comisario Montalbano,
que son en total veintiséis. La serie inspirada en las novelas, fue
supervisada por él. En 2013 ganó el premio Pepe Carvalho, que ya habían ganado
autores como Petros Markaris, Michael Connelly y Henning Mankell. En el año
2015, Salamadra publicó en un solo tomo,
las tres primeras novelas que tienen a Montalbano como protagonista. En
esa oportunidad, Andrea Camillieri escribió el prólogo que en su homenaje, compartimos
a continuación.
Este volumen comprende mis primeras tres novelas con el
comisario Salvo Montalbano como protagonista, publicadas entre 1994 y 1996.
Todo surgió a raíz de una novela «histórica» que había
empezado a escribir en 1993 y que se editaría años después, La ópera de
Vigàta. Mientras trabajaba en aquel libro me di cuenta de que mi forma
particular de contar una historia era, por así decirlo, bastante desordenada.
Me explico: todo lo que había escrito hasta el momento había
nacido de un fuerte impulso (el recuerdo de un hecho que me habían contado, un
episodio histórico...), y siempre había comenzado a componer mis narraciones
partiendo precisamente de esos impulsos, de esas ideas, que luego, una vez
acabada la novela, no conformaban ni mucho menos el primer capítulo, sino que
encontraban su lugar una vez que la trama estaba encauzada. Al final, el primer
capítulo al que metía mano acababa siendo el quinto o el décimo, a saber.
Así fue como me hice una pregunta: ¿era capaz de escribir una
novela empezando por el primer capítulo y siguiendo el hilo, sin saltos
temporales ni lógicos, hasta el último? Me contesté que quizá lo sería si
lograba adentrarme en una estructura narrativa lo bastante sólida.
Llegado a ese punto, me vino a la cabeza un texto de Leonardo
Sciascia sobre la novela negra, sobre las reglas que debe respetar un autor
policíaco. Al mismo tiempo, recordé una afirmación de Italo Calvino, según el
cual era imposible ambientar una novela negra en Sicilia. Y de ese modo decidí
aceptar un doble reto: contra mí mismo y contra el iluso de Calvino.
De todas maneras, antes de poner negro sobre blanco
reflexioné largamente sobre la elección del protagonista, del investigador.
Tenía ya mucha práctica con el relato policíaco, porque, en
calidad de delegado de producción de la rai, había sido, entre otras cosas,
responsable de todo el Maigret televisivo y de una serie de Sheridan. Y también
había dirigido otras producciones policíacas. Pero, por encima de todo, me
había influido la manera que tenía el dramaturgo Diego Fabbri de adaptar a la
pequeña pantalla las obras de Simenon: las desestructuraba como novelas y las
reestructuraba como guiones para la televisión. Estar a su lado era como ir al
taller de un relojero y verlo desmontar un reloj para volver a montarlo
adaptándolo a una caja nueva, con otra forma.
Estoy convencido de que allí aprendí ese arte y, sin darme
cuenta, lo guardé en un rincón. En consecuencia, mi investigador se perfiló
enseguida no como un detective privado o un «husmeabraguetas», como los llaman
los americanos, sino como un policía institucional, como un inspector o un
comisario. ¿Por qué no un suboficial o un oficial de los carabinieri? Durante
mucho tiempo estuve tentado de elegir como protagonista a un subteniente de ese
cuerpo, puesto que precisamente uno había sido el investigador de mi primera
novela, El curso de las cosas.
Al final me decidí por un comisario porque me pareció que
estaba menos obligado a someterse a determinadas reglas de comportamiento de
las que los miembros del cuerpo de carabinieri no pueden prescindir.
¿Qué rasgos característicos debía tener ese personaje? Tengo
que confesar que los vi claros desde el principio: debía ser un hombre
inteligente, fiel a su palabra, reacio a los heroísmos inútiles, culto, buen
lector, que razonara con sosiego y que careciera de prejuicios. Un hombre al
que se pudiera invitar tranquilamente a una cena familiar. Un hombre que
«cuando quería entender una cosa, la entendía», como escribí ya en el primer
libro.
Tenía pensados dos nombres: Cecè Collura y Salvo Montalbano,
ambos muy comunes en Sicilia. Elegí ponerle Montalbano en agradecimiento a
Manuel Vázquez Montalbán, ya que su novela El pianista me había sugerido la
estructura definitiva de La ópera de Vigàta.
Una vez que aclaré esas cosas, escribí mi primera obra
policíaca ateniéndome a las reglas que me había impuesto (de hecho, el primer
capítulo comienza al amanecer y así sucedería en todas las entregas
posteriores). La editorial Sellerio la publicó en 1994 con una cubierta
exquisita.
Tras haber superado con claridad el primer reto, el que me
había puesto a mí mismo, y muy probablemente también el segundo, el de Calvino,
mi impulso inmediato fue dejarlo ahí.
No le hice
caso porque no estaba completamente satisfecho con cómo había quedado la figura
del comisario. Tenía la impresión de que no lo había dibujado del todo, de que
había antepuesto la labor de investigador, pasando por alto algunos aspectos de
su carácter.
En resumen,
me parecía que sólo lo había resuelto a medias. Y dejarlo a medias me molestaba
mucho. Siempre intento concluir lo que empiezo.
Así pues, por una especie de escrúpulo artesanal, decidí
escribir una segunda novela sobre aquel comisario y terminar mi breve carrera
de escritor de género negro.
Creo que, ya desde las primeras líneas, hay algo que
enseguida salta a la vista, una diferencia sustancial entre la primera novela y
la segunda: en una, el amanecer lo ven dos basureros, mientras que en la otra
lo ve Montalbano. Así sucedería en todas las novelas posteriores.
Cabe señalar que, a
partir de la segunda entrega, todo lo que ocurre se ve a través de los ojos de
Montalbano, tenemos siempre el punto de vista de una cámara subjetiva; es
decir, no sucede nada ajeno a él: o lo ve o se lo cuentan. De ese modo, el
lector siempre tiene en las manos las mismas cartas que el comisario.
Decidí que también la segunda novela debía centrarse en una
investigación sui géneris: si el primer caso se basaba en esencia en un delito
de imagen, el segundo iba a centrarse en la memoria, en un crimen sucedido
muchísimos años antes y ya prescrito. Con la publicación de aquella segunda
novela, El perro de terracota, en 1996, daba definitivamente por
concluida mi incursión en el campo de la narrativa policíaca.
No obstante, y por motivos que aún hoy me resultan
inexplicables, el personaje cosechó un gran éxito. Y no sólo eso: su éxito
sirvió de acicate para mis obras anteriores, hasta el punto de que la editorial
Sellerio tuvo que reeditarlas.
Empecé a recibir decenas, centenares de cartas que me
invitaban, más o menos perentoriamente, a seguir escribiendo sobre Salvo
Montalbano. También es cierto que el personaje no necesitaba el respaldo de los
lectores para hincharme las narices constantemente. Empezó a aparecérseme
incluso cuando menos convenía, apremiante. Había leído que determinados autores
decían estar obsesionados con algunos de sus personajes y lo había achacado a
una afectación literaria.
Sin embargo, constaté que aquello podía suceder de verdad.
Acabé en la absurda tesitura de sólo poder pensar en una
novela «histórica» con la condición de pensar al mismo tiempo en un nuevo caso
de Montalbano. De otro modo no podía seguir adelante.
Y así me vi «obligado» a escribir, y además con cierta
urgencia, la tercera novela, El ladrón de meriendas, en la que
favorecí un aspecto del comisario completamente personal.
Una vez más, me hice ilusiones de haber puesto punto final.
La verdad es que no me apetecía ser escritor de novela negra, y menos de una
serie con un mismo personaje.
Sin embargo, fue como echar gasolina al fuego.
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