La historieta y yo


En este mes dedicado a la historieta les pedimos a varios autores muy relacionados con el género que nos cuenten su experiencia con el mundo de las viñetas. También se lo pedimos a Mario Méndez, compañero del Programa, que aunque no se dedica al género, tiene con la historieta una relación muy particular.



Por Mario Méndez

He sido y sigo siendo un gran lector de historietas: tengo con el género una larga relación, un cariño muy especial, que tiene que ver con mi formación como lector, desde muy niño, e incluso como escritor, en mi primera juventud.

A los cinco o seis años viajé con mis viejos a Chile, a Futaleufú, un pueblo pequeño, a la casa campera de mis abuelos maternos. Allí tuve el primer deslumbramiento con la historieta: conocí a Condorito, el personaje nacional chileno. Amé al protagonista, a su novia Yayita, al malvado Pepe Cortisona y a la banda completa de los amigos: Huevo duro, Garganta de lata, Comegato, el compadre don Chuma. Cuando volví a Mar del Plata, después de ese verano, mi amigo Eduardo, que también era hijo de inmigrantes (él de españoles, yo tengo madre chilena), me presentó a los españolísimos Mortadelo y Filemón: también me gustaron mucho, aunque no tanto como mi Condorito, al que quería como propio.

Después llegaron Patoruzú, Patoruzito, Isidoro. Lamento tanto no haberme quedado con las correrías, las locuras, las andanzas que inventaba Dante Quinterno para sus personajes entrañables. No tengo las revistas, pero las recuerdo bien: podría decir que, después de todo, sí me quedé con ellas.

Más adelante se sumaron las aventuras de las revistas de Columba: El Tony, D’Artagnan, Fantasía e Intervalo. El gran deslumbramiento fue el enorme Robin Wood, y sus personajes geniales: Nippur de Lagash el primero y más importante, pero también Mark (primera vez que oía hablar de mutantes), Gilgamesh, el inmortal (contacto inesperado con el poema inaugural de la literatura), Savarese, el policía más humano que alguna vez leí, a la altura de las creaciones de Chandler o Hammett.

En los primeros años de la secundaria, otros momentos claves: la aparición de la revista Fierro, una mirada completamente nueva; la lectura de Mafalda, y sus múltiples significados; la revista Hortensia, donde el deslumbramiento llegó de la mano del negro Fontanarrosa y sus dos personajes más emblemáticos: el Inodoro, ese gaucho sin igual, y Boogie el aceitoso. Tarde, porque no los conocí hasta los veintipico de años, leí fanáticamente las creaciones de Goscinny: Asterix, con Uderzo, y Lucky Luke, con Morris.

También tuve, ya de más grande, algunas experiencias como guionista. La primera de ellas, frustrada: llevé a la editorial Columba, que por ese tiempo languidecía, un guión que era un homenaje a Nippur, a Argón el justiciero, a Kabul de Bengala. No tuve éxito. Poco después, un amigo que estudiaba cine conmigo y que trabajaba el estudio de Leopoldo Durañona, me dijo que el gran maestro necesitaba guiones. No eran exactamente guiones, sino sinopsis, cuentos de una página, policiales unitarios, que él enviaba a la Editoriale Eura, italiana, para su aprobación o rechazo. Si las aceptaban, la Editoriale mandaba un fax con la aprobación, Durañona guionaba (o no, tal vez tenía tanto oficio que ni falta le hacía) y dibujaba. Y yo cobraba 100 algo, no me acuerdo si eran australes, pesos ley o qué moneda. Tengo todavía algunos originales, pero ninguna revista. Aprendí mucho escribiendo esos argumentos breves: varios de ellos, con el tiempo, mutaron en cuentos juveniles, policiales o de terror, que tuve la suerte de publicar.

Por último, algo más vergonzante, pero simpático, Leo Durañona me contactó con otro gran dibujante, Carlos Pedrazzini. Para él escribí algunos guiones de historietas eróticas. No era gran literatura, claro que no, pero la verdad que me divertía mucho escribiéndolas. Y aprendí, porque cuando me pasaba de literario, por así decir, Pedrazzini me corregía: “es para marineros turcos, Mario, menos poesía: más chanchito”, me decía riéndose.

La historieta y yo seguimos unidos. Ya no escribo guiones, pero sé que en algún momento volveré a hacerlo. Y leo y releo las historietas que más me gustan, de Mafalda a Inodoro, de Asterix a Perramus, de Chanti a Salas, de Enki Bilal a Art Spiegelman. De globito en globito, de dibujo a dibujo, siempre con placer.

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