60 años de la muerte de Manuel Altolaguirre

La Generación del 27 tiene figuras emblemáticas y reconocidas como Miguel Hernández, Federico García Lorca o Rafael Alberti. Hay además, una especie de “segunda línea”, de intelectuales que se dedicaron a la poesía, y también incursionaron en otros terrenos artísticos. Es el caso de Manuel Altolaguirre, (nacido en Málaga en 1905) que antes de escribir y publicar sus propios poemas,  fundó, imprimió y editó la revista Litoral, en la que publicaron sus primeros poemas los grandes autores del 27, y en la que también colaboraron Pablo Picasso y Salvador Dalí.
Cuando estalló la Guerra Civil Española  se sumó a la Alianza de Escritores Antifranquistas. Sus dos hermanos fueron fusilados: uno por los anarquistas, y el otro por el franquismo. Se exilió en 1939. Vivió en Cuba, y finalmente se instaló en México; allí se dedicó al cine y fue guionista “Subida al cielo” de Luis Buñuel, entre otras películas. Filmó “El Cantar de los Cantares”,(basada en los comentarios de Fray Luis de León) y pudo regresar a España para presentarla fuera de concurso en el Festival de San Sebastián. Cuando volvía a Madrid después del estreno, el 26 de julio de 1959, tuvo un accidente automovilístico que les costó la vida a él y a su esposa. Hoy se cumplen sesenta años de su muerte, y lo recordamos con dos de sus poemas.



Era mi dolor tan alto 

Era mi dolor tan alto,
que la puerta de la casa
de donde salí llorando
me llegaba a la cintura.

¡Qué pequeños resultaban
los hombres que iban conmigo!
Crecí como una alta llama
de tela blanca y cabellos.

Si derribaran mi frente
los toros bravos saldrían,
luto en desorden, dementes,
contra los cuerpos humanos.

Era mi dolor tan alto,
que miraba al otro mundo
por encima del ocaso.


Solo sé que estoy en mí

Sólo sé que estoy en mí
y nunca sabré quién soy,
tampoco sé adónde voy
ni hasta cuándo estaré aquí.

Vestido con vida o muerte
o desnudo sin morir,
en los muros de este fuerte
castillo de mi vivir,

o libre por los confines
sepulcrales de los cielos,
desgarrando grises velos,
ignorante de mis fines,

no sé qué cárcel espera
ni la libertad que ansío,
ni a qué sueño dará el río
de mi vida cuando muera.

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