100 años del nacimiento de Olga Orozco

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Olga Orozco, una de las voces poéticas más importantes de la literatura argentina del siglo pasado. Nació en Toay, La Pampa, pero vivió en Buenos Aires desde los dieciséis años. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es una de las representantes de la generación del 40, junto a Enrique Molina, Manuel J. Castilla y Juan L. Ortiz, entre otrtos. Se la considera además, una de las  referencias del surrealismo en la poesía argentina. 
Entre sus obras más importantes pueden mencionarse Las muertes (1952), La oscuridad es otro sol (1957), Cantos a Berenice (1977), y También la luz es un abismo (1995). Entre los muchos premios que recibió, se destaca el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe "Juan Rulfo", que le fue otorgado en 1998, un año antes de su muerte.
Cantos a Berenice es un poemario que le dedicó a su gata, y para homenajearla, elegimos acercarles el Prólogo de la primera edición, y dos poemas.


A modo de presentación
Me gustan los perros. Tenía perros cuando chica pero realmente el animal que ha estado más cerca de mí fue un gato: Berenice. Estuvo conmigo quince años y medio y creo que teníamos una profunda telepatía, pero tampoco podría decir que fuese un animal. Era mi tótem. Tenía en el paladar el círculo oscuro que tienen los animales sagrados en Egipto. Caminaba retrocediendo como los que ven fantasmas y creo que a veces hasta me dictaba lo que escribía. Además, me trataba como si fuera una reina. Podía entrar alguien en la habitación y ella no le hacía el menor caso, se quedaba en su canasta, pero entraba yo y se ponía de pie. Yo canto muy mal, por dentro me siento un ángel pero por fuera sueno a perro; pues bien, en casa había de pronto una reunión en la que otros cantaban, y cantaban bien. Berenice permanecía inconmovible, en la lejanía; pero en cuanto yo daba la primera nota, aparecía Berenice y hacía acto de presencia durante toda mi actuación. Cuando yo terminaba, recién se retiraba. Cuando yo trabajaba y tenía un horario para levantarme o me quedaba dormida, Berenice me tiraba de la manta a la hora señalada; se trepaba a la cama y yo me despertaba como con un zorro alrededor del cuello. Le escribí un libro cuando murió, los Cantos a Berenice, que son diecisiete cantos.

(Extraído de Travesías (Sudamericana, Buenos Aires, 1997). Conversaciones entre Olga Orozco y Gloria Alcorta, coordinadas por Antonio Requeni)

No estabas en mi umbral 
ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la
nostalgia y que presagian niños o animales hechos con la sustancia
de la frustración. 
Viniste paso a paso por los aires,
pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso
de lobos
enmascarado por los andrajos radiantes de febrero. 
Venías condesándote desde la encandilada transparencia,
probándote otros cuerpos como fantasmas al revés, 
como anticipaciones de tu eléctrica envoltura
—el erizo de niebla, 
el globo de lustrosos vilanos encendidos, 
la piedra imán que absorbe su fatal alimento, 
la ráfaga emplumada que gira y se detiene alrededor de
un ascua, 
en torno de un temblor—.
Y ya habías aparecido en este mundo,
intacta en tu negrura inmaculada desde la cara hasta la
cola, más prodigiosa aún que el gato Cheshire,
con tu porción de vida como una perla roja brillando 
entre los dientes.

17 

Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las
bujías en el amanecer 
y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, 
déjame en el aire tu sonrisa. 
Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos 
y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada
noche del adiós: 
un ojo en Achernar, el otro en Sirio,
las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros 
planetas, 
tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente 
ablución,
en su Jordán de estrellas. 
Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz, 
algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis 
palabras. 
Pero déjame en el aire la sonrisa: 
la leve vibración que ahogue un trozo de este cristal de
ausencia,
la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón, 
una tierna señal que horade una por una las hojas de este
duro calendario de nieve. 
Déjame tu sonrisa 
a manera de perpetua guardiana, 
Berenice.




Cantos a Berenice
Olga Orozco
Sudamericana, 1977.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre