Apegos feroces, o qué hacer con nuestras madres si no son feministas

Seguimos publicando textos que trabajan la relación entre la literatura y las mujeres. En esta oportunidad, Malena Rey nos acerca una reseña de Apegos Feroces, las memorias de Vivian Gornick.



Por Malena Rey*
¿Por qué me gustan tanto los libros de Vivian Gornick? ¿De qué manera me interpela esta feminista neoyorquina de ochenta y tres años en el presente al punto de leerla con voracidad? 
No es casual que con un feminismo activo como el que tenemos, revisemos el pasado encontrando joyas perdidas, eligiendo a nuestras precursoras. Y a Vivian Gornick fue el tiempo el que la puso en su lugar, porque Apegos feroces se publicó en 1987 y recién treinta años después fue traducido al español y adoptado por las lectoras como yo, que ahora lo hacen pasar de mano en mano. Es que estas memorias parten de la premisa de que toda feminista empieza por cuestionarse a sí misma. Y en este sentido, Gornick escribe con conciencia de clase (nació en una familia judía tipo del Bronx en 1935), y a partir de su experiencia de hija se autoexamina sin compasión. Nadie va a encontrar en sus páginas a una mujer moderna orgullosa y poderosa que cree tener la posta, sino todo lo contrario. Gornick no pretende enseñarnos nada, ni inculcarlos tal o cual conducta, sino que es gracias a la escritura que descubre qué le fue pasando a ella. 
Contadas a partir de breves escenas que de ninguna manera vuelven fragmentaria su escritura, las memorias de Apegos feroces desgranan situaciones de su educación sentimental, intelectual y de su abrazo al feminismo radical al tiempo que revelan la intimidad de una familia en un gran edificio de familias judías. Y entre vínculos enfermizos y punzantes, el más fuerte, ese “apego feroz” del título, es el que establece con su madre, una señora de atributos conservadores muy activos, sumados a la profunda depresión que experimentó por quedar viuda a los 46 años –cuando la pequeña Vivian tenía solo 13–.
Qué hacer con las madres es una pregunta que toda feminista alguna vez se hizo, sobre todo si no comparte con su progenitora la adhesión al movimiento, y en cambio debe batallar con una figura poco emancipada que prefiere el sometimiento a la libertad. En el caso de Vivian, su madre fue la típica ama de casa absorbida por la vida matrimonial, férrea defensora del amor romántico, que vio morir todos sus sueños y sus aspiraciones con la repentina viudez que nunca pudo superar. En cambio se transformó en una señora cínica, algo resentida, muy juiciosa y chismosa, que tiene en su hija a su principal aliada y a la vez a su más feroz enemiga. 
El relato de los años de la infancia en el Bronx, la formación de su sensibilidad lectora, la aparición de sus propios deseos y la pregunta sobre qué hacer con su vida para no terminar como su madre atraviesan Apegos feroces con una prosa esclarecedora, de esa que se presta al subrayado por los destellos de inteligencia. Y lo interesante es que no se trata de un libro necesariamente nostálgico sino que el pasado tiene un contrapunto con el presente, en el que esa madre ya anciana y su hija ya divorciada dos veces caminan por Nueva York deteniéndose tanto en una esquina o un bar como en un recuerdo tumultoso de ese pasado en común. Ellas intentan reconciliar sus vidas, buscar puntos de contacto, y una y otra vez, cuando parece que lo están por lograr, fracasan. 
Si en el centro de Apegos feroces está entonces la madre quejosa que se pasea con su hija, la contrafigura, o el tercer vértice del triángulo amoroso y pasional es Nettie, otra judía joven y pelirroja con una vida mucho más libre y disipada, que le enseñó a la pequeña Vivian que hay otros despertares menos prejuiciosos y más sensuales. La relación erótico-afectiva de Vivian con Nettie es tan clave que la marca para siempre. Otra clave es la muerte del padre y la aparición de distintas figuras masculinas que no terminan de conformarla. Y otra es el refugio en la escritura, que va encontrando de a poco su cuarto propio. Lo que tiene de bueno Apegos feroces es que ningún modelo le cierra del todo a Gornick: su camino es sinuoso, y se va perfilando a fuerza de decepciones propias y ajenas.
Gornick escribe para no convertirse en alguien como su madre, para no ser ella. Y sin embargo genera un efecto interesantísimo en quienes la leemos: hace que sus libros interpelen tanto a madres como a hijas. A Apegos los disfrutan mucho mujeres de distintas generaciones que se identifican tanto con la autora como con su progenitora y todas salimos fortalecidas de esa lectura. Empatizamos con los estragos que las maternidades hicieron en nosotras y a la vez con la emancipación crítica de las hijas. Nos reconocemos en esos apegos y en esos desapegos, en las frustraciones y en la soledad que implica ser una feminista actual que le hace espacio a sus problemas para aceptarlos y compartirlos.

*Malena Rey nació en Buenos Aires en 1983. Es licenciada en Letras por la UBA. Trabaja como editora en Caja Negra y como periodista. Da talleres literarios para niños y jóvenes. Desde 2019 tiene un ciclo de entrevistas con escritores y escritoras en el museo Malba llamado Conversaciones.


Apegos feroces
Vivian Gornick
Traducción de Daniel Ramos Sánchez y Prólogo de Jonathan Lethem.
Sexto Piso, 2017.

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