Cabeza de mujer
Una de las voces literarias más
importantes de los últimos años es la de Elena Ferrante. A su indudable talento
se le agrega el enigma sobre su identidad que a ella no le interesa despejar.
En esta nota, María Trombetta nos acerca la mirada de Ferrante en La
Frantumaglia, un libro en el que reflexiona sobre la escritura.
Por María Trombetta
La verdadera identidad de la
escritora Elena Ferrante se desconoce. Ya hace algunos años que sus libros son
famosos en el mundo entero, dos de sus novelas fueron llevadas al cine y la
saga “Dos amigas” fue adaptada como serie. Sin embargo, ella permanece anónima,
y muchas veces se habla más de ese hecho que de su propia obra. El libro La
frantumaglia -un viaje por la escritura- recopila cartas, apuntes y
entrevistas hechas estrictamente vía mail, en las que, entre textos bellísimos
de la autora, hay que soportar la insistencia de quienes la interrogan una y
otra vez sobre su nombre, su historia, los motivos por los que elige no darse a
conocer más que a través de su obra.
A quien le gusta
leer, el autor es un simple nombre. De Shakespeare no sabemos nada. Seguimos
apreciando los poemas homéricos pese a que lo ignoramos todo de Homero. Y
Flaubert, Tolstói o Joyce adquieren peso sólo si una persona con talento los
transforma en materia de una obra, una biografía, un ensayo brillante, una
película, un musical. Por lo demás, son apellidos, es decir, etiquetas. ¿A
quién iba a interesar mi pequeña historia personal si podemos prescindir de la
de Homero o la de Shakespeare? responde Elena, o como se llame, a uno
de sus interlocutores. Así se trate de una estrategia de marketing o del
genuino deseo de diluirse detrás de una obra que hable por ella, el asunto
vuelve una y otra vez: basta con googlear su nombre para que junto a él
aparezcan ocho de cada diez veces las palabras “misterio” o “enigma”. Los
investigadores afirman en ocasiones que es una conocida traductora, en otras,
periodista o docente universitaria. Y, claro que sí, también han dicho de ella
que es… hombre.
Las protagonistas de Elena
siempre son mujeres, que cuentan en primera persona sus conflictos. Mujeres que
parecen habitar en sus propios pensamientos, atravesando dolores extremos,
resolviendo como pueden las diferentes etapas de su vida, haciéndose cargo de
hijos y casas cuando los hombres se ausentan. Con todo lo que una mujer tiene
en la cabeza.
Mi madre me ha
dejado un término de su dialecto que usaba para decir cómo se sentía cuando era
arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la
herían. Decía que tenía dentro una frantumaglia. La frantumaglia
– ella pronunciaba frantummàglia- la deprimía. A veces le provocaba
mareos, le producía un sabor a hierro en la boca. Era la palabra para un
malestar que no podía definirse de otro modo, que se refería a una multitud de
cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro. La frantumaglia
era misteriosa, causaba actos misteriosos, era el origen de todos los
sufrimientos no atribuibles a una única razón evidente. Cuando mi madre ya no
era joven, la frantumaglia la despertaba en plena noche, la empujaba a
hablar sola y después a avergonzarse de ello, le sugería alguna melodía
indescifrable que cantar sin entusiasmo y que luego no tardaba en apagarse con
un suspiro, la impulsaba a salir de casa de repente dejándose el fuego
encendido, la salsa quemándose en la cacerola. A menudo también la hacía
llorar, y la palabra se me quedó grabada desde la infancia para definir, ante
todo, los llantos repentinos y sin motivo consciente: lágrimas de
frantumaglia.
Ahora es
imposible preguntarle a mi madre a qué se refería en realidad con esa palabra.
Interpretando a mi manera el sentido que ella le daba, de niña yo creía que la frantumaglia
hacía que te sintieras mal, y, por otra parte, que tarde o temprano quien se
sentía mal estaba destinado a convertirse en frantumaglia. Ahora bien,
qué era de hecho la frantumaglia, no lo sabía y no lo sé. Hoy en mi
mente hay un catálogo de imágenes que, sin embargo, tienen más que ver con mis
problemas que con los de ella. La frantumaglia es un paisaje inestable,
una masa aérea o acuática de escorias infinitas que se muestra al yo,
brutalmente, como su verdadera y única interioridad. La frantumaglia es
el depósito del tiempo sin el orden de una historia, de un relato. La frantumaglia
es el efecto de la sensación de pérdida cuando se tiene la certeza de que todo
aquello que nos parece estable, duradero, un anclaje para nuestra vida, pronto
va a sumarse a ese paisaje de detritos que nos parece ver. La frantumaglia
es percibir con dolorosísima angustia de qué multitud heterogénea elevamos
nuestra voz al vivir y en qué multitud heterogénea esa voz está destinada a
perderse.
La
frantumaglia. Un viaje por la escritura
Elena Ferrante
Lumen, 2003.
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