Ernesto Cardenal, uno de los grandes poetas místicos de la humanidad,
Ayer murió Ernesto Cardenal, poeta y sacerdote nicaragüense. Fue, además, una figura central de la revolución en 1979. Compartimos esta nota de Página 12, en su homenaje.
Por Silvina Friera
El predicador con
austeras sandalias de pescador y boina negra, que contenía su pelo blanco y
rebelde, fue uno de los grandes poetas místicos de la humanidad. Desde una
estética de la economía verbal que mezcla las poéticas de los antiguos latinos,
la de los indígenas precolombinos, los chinos y japoneses -además del hondo
sentimiento bíblico de los Salmos y el Cantar de los cantares-, su palabra va
al hueso de lo sensible para comunicar más y mejor. “¿Qué hay en una estrella?
Nosotros mismos. Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta estuvieron
en las entrañas de una estrella. Somos polvo de estrellas (...) De las
estrellas somos y volveremos a ellas”. Viene a la mente estos versos de la
Cantiga 4 titulada “Expansión” de Cantico cósmico de Ernesto
Cardenal, el gran poeta y sacerdote nicaragüense que murió a los 95 años en
Managua.
Cardenal fue ministro
de Cultura de la revolución sandinista y una destacada voz de la teología de la
liberación, que será recordado por creer en la revolución, el marxismo y el
cristianismo contra viento y marea, una especie de suprema “herejía” acaso
ratificada por la amonestación en público que recibió del papa Juan Pablo II.
“La poesía ha sido mi
vida. Soy poeta, sacerdote y revolucionario, pero la primera vocación con la
que nací fue con la poesía. Si algún impacto tiene mi obra es por razones
extraliterarias. Yo no soy grande como escritor, pero es grande la causa que
inspira mi poesía: la causa de los pobres y de la liberación”, resumió Cardenal
el sentido de su existencia que comenzó en la ciudad de Granada (Nicaragua), el
20 de enero de 1925. Una influencia capital para este sacerdote y monje
trapense comprometido con la liberación de los pueblos, sin duda, ha sido el
descubrimiento de la poesía norteamericana y en particular el hallazgo de la
obra de Ezra Pound, a quien Cardenal tradujo al español, después de su
permanencia en Nueva York, entre 1948 y 1949, como estudiante de la Universidad
de Columbia. De Pound tomó un recurso que “consiste más que en un collage, más
que en la cita de un trozo de rango poético, en una sabia redistribución de la
prosa del historiador o del viajero hasta que alcance un nivel lírico o épico.
Sus poemas son así,
bellos y vastos documentos ajenos cuya gracia está en los cortes y en las
junturas”, planteó Pablo Antonio Cuadra. El propio poeta, en una conversación
con Mario Benedetti, admitía la influencia de Pound, que le hizo ver que “no
existen temas o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean
propios de la poesía”. “Todo lo que se puede decir en un cuento, o en un
ensayo, o en una novela, puede también decirse en un poema. En un poema caben
datos estadísticos, fragmentos de cartas, editoriales de un periódico, noticias
periodísticas, crónicas de historia, documentos, chistes, anécdotas, cosas que
antes eran consideradas como elementos propios de la prosa y no de la poesía”.
A fines
de la década del 40 viajó por París, España e Italia hasta que en 1950 regresó
a Nicaragua y empezó a escribir sus poemas, esos que por su tono pausado
inauguró lo que la crítica denominó “tendencia neorromántica”. Su maestro, el
poeta nicaragüense José Coronel Urtecho (1906-1994), le enseñó “las técnicas de
una poesía de periodista, escrita con imágenes no con metáforas, directa y
concreta de cosas reales y la vida ordinaria”, según confesó Cardenal.
En 1954 participó del
movimiento conocido como la “Rebelión de Abril”, que intentó acabar con la
dictadura de Anastasio Somoza. Pero el intento fracasó y terminó con la muerte
de muchos de sus compañeros y amigos. El poeta decidió ingresar a la abadía
trapense de Nuestra Señora de Getsemaní (Kentucky, Estados Unidos) en 1957,
donde Thomas Merton fue su maestro de novicios y mentor espiritual, aunque por
problemas de salud, Cardenal se fue del monasterio y continuó sus estudios
religiosos en el Monasterio Benedictino de Cuernavaca (México). “Su trabajo
poético –explicaba Merton– estuvo bastante restringido en el noviciado.
Escribió tan solo las notas más sencillas y prosaicas de su experiencia, y no
las desarrolló en forma de ‘poemas’ conscientes. El resultado fue una serie de
sketches con toda la pureza y el refinamiento que encontramos en los maestros
chinos de la dinastía Tang. Jamás la experiencia de la vida de noviciado en un
monasterio cisterciense había sido dada con tanta fidelidad y, al mismo tiempo,
con tanta reserva. El calla, como debía, los aspectos más íntimos y personales
de su experiencia contemplativa y, sin embargo, esta se revela más claramente
en la absoluta sencillez y objetividad con que anota los detalles exteriores y
ordinarios de esta vida. Ninguna retórica del misticismo, por muy abundante que
fuera, podría haber jamás presentado tan exactamente la espiritualidad sin
pretensiones de esta existencia monástica tan sumamente llana”.
Influido
inicialmente por Rubén Darío, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Federico García
Lorca, pasó del poeta lírico y subjetivista, en sus comienzos, al poeta solar,
diáfano y de tono épico que impera en buena parte del conjunto de su obra. A
partir de que fue ordenado sacerdote en Managua, en 1965, enlazó e integró
escritura y militancia religiosa-política. En 1966, junto a Merton, fundó una
pequeña comunidad contemplativa en una isla del archipiélago de Solentiname,
donde se fomentó el desarrollo de cooperativas, se creó una escuela de pintura
primitiva y un movimiento poético entre los campesinos, además del trabajo de
concientización sobre la base del Evangelio interpretado revolucionariamente.
En poesía, publicó Hora 0 (1957), Gethsemani Ky (1960),
Epigramas (2001), Salmos (1964), Oración por Marilyn
Monroe y otros poemas (1965), El estrecho
dudoso (1966), Mayapán (1968), Homenaje a los
indios (1969), Canto Nacional (1973), Oráculo
sobre Managua (1973), Canto a un país que nace (1978),
Tocar el cielo (1981), Vuelos de victoria (1984), Los
ovnis de oro (1988) y Cántico cósmico (1989), entre
otros títulos.
Luchador infatigable
contra la dictadura de Somoza, colaboró estrechamente con el Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN). El 19 de julio de 1979, el día de la victoria de
la Revolución Nicaragüense, fue nombrado ministro de Cultura del nuevo gobierno
del FSLN, cargo que ocupó hasta 1987, año en el que se cerró el ministerio por
razones económicas. En 1983, cuando Juan Pablo II visitó oficialmente
Nicaragua, el pontífice –frente a las cámaras de televisión que transmitían a
todo el mundo– amonestó e increpó severamente al poeta y sacerdote, arrodillado
ante él en la misma pista del aeropuerto, por propagar doctrinas apóstatas
según la fe católica y por formar parte del gobierno sandinista. Cardenal
rompió definitivamente con el FSLN en 1994, en protesta contra la dirección
autoritaria de Daniel Ortega, y denunció la corrupción y apropiación de bienes
del Estado por parte de los líderes de la ex guerrilla. Posteriormente,
manifestó su apoyo moral al MRS (Movimiento Renovador Sandinista), fundado por
el escritor Sergio Ramírez. “Chesterton decía que el cristianismo no ha
fracasado porque no se ha puesto en práctica. Yo digo lo mismo del marxismo, no
se ha puesto en práctica. El cristianismo y marxismo se parecen en eso: son dos
proyectos que no es que hayan fracasado sino que no han sido realizados
todavía. Y yo sigo siendo cristiano y marxista”, subrayaba el poeta
nicaragüense. No perdía oportunidad de afirmar su convicción revolucionaria.
“La revolución es lo que nos ha hecho humanos, toda la humanidad ha vivido de
revolución en revolución, desde que empezó a hablar, que fue la revolución del
lenguaje, o el descubrimiento del fuego. Todo lo que la humanidad ha ido
adquiriendo ha sido por medio de la revolución”.
El poeta fue
rehabilitado por el papa Francisco en febrero de 2019, cuando le informó
del levantamiento de la suspensión ad divinis (prohibición de
administrar los sacramentos) que Karol Wojtyla le había impuesto en 1984. “Me
siento identificado con este nuevo Papa. Es mejor de cómo podríamos haberlo
soñado”, reconoció Cardenal.
Los premios se le
resistieron o se hicieron rogar bastante. Recién en 2009 obtuvo el Premio
Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en reconocimiento a su larga trayectoria
y obra poética, el primero que recibió quien hasta entonces se consideraba “el
poeta menos premiado de la lengua castellana”. En 2012, para atemperar esta
sentencia o prejuicio, le otorgaron el Premio Reina Sofía. “Los que administran
la literatura y la cultura no simpatizan mucho con la línea de mi poesía. Mi
poesía es una poesía muy democrática, yo me esfuerzo por escribir una poesía
que se entienda, una poesía del pueblo. Eso parece que no atrae mucho en
ciertos círculos académicos”, conjeturaba Cardenal. La última vez que estuvo en
Argentina fue en septiembre de 2013, cuando el Ministerio de Educación de la
Nación y la Editora Patria Grande –que ha publicado su Poesía completa en
tres tomos- le realizaron un homenaje. “Mi primer recuerdo no es escribiendo,
es haciendo un poema antes de poder escribir. Lo decía de memoria, creo que
tendría unos seis años. Así empezó la humanidad y así también empezó mi poesía
en la infancia -recordaba Cardenal a Página/12 -. La novela es
la épica actual. Y por eso la novela es muy popular y la poesía no. Casi nadie
lee poesía y eso es culpa de los poetas, que escriben una poesía que no
interesa. Son herméticos y no se entiende ni es para entender, y por lo tanto
no es para interesar a la población. Yo siempre quise hacer una poesía que se
entendiera y que comunicara”.
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