Campaña del Colectivo LIJ
El martes pasado fue el Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Se conmemoraron 44 años del último golpe militar. En ese momento se instaló en el país una dictadura sangrienta, que violó de manera sistemática todos los Derechos Humanos. Compartimos una nota de pagina 12 publicada el pasado martes.
24M: Al
rescate de los libros censurados.
Diversos autores leen fragmentos
de títulos prohibidos, o simplemente alusivos al contexto de la última
dictadura.
Por Candela Gomes Diez.
Lo que hoy es un derecho
incuestionable, como leer un libro, en tiempos de dictadura era percibido como
una amenaza. Y esa persecución a la literatura, como a todo el campo cultural,
fue tan brutal que llegó a los ejemplares destinados a los lectores más pequeños. En
1977, un decreto militar prohibía el clásico infantil Un elefante ocupa
mucho espacio, de Elsa Bornemann, acusado de contener “cuentos destinados al
público infantil con una finalidad de adoctrinamiento que resulta preparatoria
para la tarea de captación ideológica del accionar subversivo”. Y dos años
después, se censuraba La torre de cubos, el primer libro para chicos de
Laura Devetach, por “simbología confusa, cuestionamientos ideológicos-sociales,
objetivos no adecuados al hecho estético e ilimitada fantasía”.
Paula
Bombara, por su parte, eligió leer unas líneas de Caso Gaspar, su
cuento preferido del libro de Bornemann. Fue ella quien impulsó la
actividad donde también se recuerdan cuentos como El deshollinador que
no tenía trabajo y La planta de Bartolo, de Laura
Devetach; La ultrabomba, de Mario Lodi; El pueblo que no
quería ser gris, de Beatriz Doumerc y Ayax Barnes y Mocho y el
espantapájaros, de Alvaro Yunque, entre otros, con lecturas de las que
participan Laura Avila, Márgara Averbach, Verónica Carrera, Mercedes Pérez
Sabbi, Julia Cittá, Alma Rodríguez, Silvina Rocha, Verónica García Ontiveros,
Sandra Comino, Alejandra Erbiti y Mario Méndez.Cuarenta y cuatro años después
de esa dictadura cívico-militar, el Colectivo LIJ, integrado por autoras y
autores de literatura infantil y juvenil, emprenden una campaña que va al
rescate de aquellos textos censurados como aporte al ejercicio colectivo
de memoria, verdad y justicia, en un año particular en el que la histórica
movilización no podrá realizarse. “Esto se gestó antes de que se supiera que no
iba a haber marcha el 24”, cuenta Silvia Schujer, quien forma parte del
colectivo que armó un canal de YouTube para difundir una serie de videos donde
cada autor lee fragmentos de títulos prohibidos, o simplemente alusivos a ese
contexto político, y otros escritos por autores perseguidos. Precisamente, ese
último caso es el que eligió Schujer, quien recupera el cuento Pájaros
sin cielo, de Luis Salinas, preso durante siete años bajo el régimen militar.
“El escribía cuentos que después les leía a los hijos de otros presos”, revela
la autora.
“Muchas
veces pasa que una tiene una buena idea pero no encuentra la escucha atenta y
el deseo de llevarla a cabo. Y este colectivo que formamos es muy contenedor
porque lo que se formula se sopesa, se repiensa y, si hay acuerdo, se hace con
toda la calidad y el compromiso posible. Eso es muy reconfortante. Lo mismo
encuentro en el equipo de difusión y educación de Abuelas de Plaza de Mayo, con
quienes colaboro asiduamente, colegas que, como yo, tienen los Derechos Humanos
como bandera”, asegura la escritora, hija de Daniel Bombara -primero
desaparecido y luego asesinado por el terrorismo de Estado- y miembro de
H.I.J.O.S.
Integrante
del colectivo formado en 2015, y que realizó su primera acción formal luego de
la represión a la murga Los Auténticos Reyes del Ritmo, en la Villa 1-11-14, a
mediados de enero de 2016, Mario Méndez también suma su voz leyendo Avenida
Luro 7229, un microcuento de su autoría y los primeros párrafos
de Un elefante ocupa mucho espacio y de El golpe y los
chicos, de Graciela Montes, libro escrito a pedido de Página/12,
por los veinte años del golpe, en 1996. “El 24 de marzo es un día de
recordación obligatoria en los colegios, y estos últimos cuatro años con el
macrismo salió el negacionismo de abajo de las piedras, y se vio que muchas
maestras, padres y escuelas, aunque por suerte no la mayoría, tenían ese
fastidio de tener que recordarlo. Creo que tenemos que pelear para que nunca
más haya negacionismo, y que las nuevas maestras y maestros que nacieron en
democracia y los chicos de todas las edades tengan este material a mano y
tengan presente esta fecha”, señala el escritor.
Los tres coinciden en la esencia audaz de la
literatura infantil y juvenil. “Es muy coherente que haya sido prohibido lo que
ellos llamaron un exceso de fantasía, porque la fantasía es lo único
transformador. En ese sentido, siempre pensé que eran muy brutos los militares,
pero ahí pegaron en el palo, porque efectivamente la imaginación es
transgresiva y es lo que te permite vislumbrar la posibilidad de modificar un
mundo que es profundamente injusto. Entonces lo que hicieron es espantoso, pero
tiene sentido”, reflexiona Schujer. “No dejaron hueco sin controlar. Controlaron
la televisión, la música, el cine, toda la literatura, y todo aquello que ellos
consideraban sedicioso o revolucionario entraba en la censura, sin
distinciones. Es increíble que creyeran que podían tapar el sol con las manos.
Qué ilusos fueron al creer que esos cuentos, novelas, escritores y artistas no
iban a escapar de esa torpe censura. Porque lo que prohibían se escuchaba y se
divulgaba más”, aporta Méndez.
“Los pensamientos de los niños y las niñas son
verdaderamente revolucionarios -apunta Bombara-. Y la literatura escrita con la
mirada que tenían Laura Devetach, Graciela Montes o Elsa Bornemann, que se
dirigían a esa curiosidad infantil, era subversiva, pero en el mejor sentido de
esa palabra. La infancia tiene que ser así. Yo estoy cien por ciento a favor de
los niños inquietos y preguntones. Y cuando una elige escribir y publicar
textos para jóvenes y para niños, el espíritu siempre es el de mantener despierta
esa curiosidad y esa inquietud que están tan a flor de piel en la infancia y en
la adolescencia.
TEXTOS ACTUALES
Márgara Averbach escribió por su lado Los
que volvieron (Sudamericana) otra novela destinada a jóvenes lectores,
e inspirada también en el caso real de una investigación sobre dos NN
enterrados realizada por un grupo de estudiantes de una escuela santafesina. Y
Osvaldo Soriano hizo su aporte con El negro de París (Seix
Barral), sobre un chico que debe exiliarse en Francia junto con su familia
durante ese tiempo oscuro. Entre las novedades más recientes, el grupo musical
Canticuénticos lanzó este año su último libro Pañuelito blanco (Gerbera
Ediciones), ilustrado por Estrellita Caracol y escrito por Ruth Hillar y
Sebastián Cúneo, como un homenaje a las Madres y Abuelas, un objetivo que
comparte junto con Antiprincesas de Plaza de Mayo (Chirimbote),
escrito por Nadia Fink y Pitu Saá, Viqui Veronesi y Diego Abu Arab. Para hablar
de algunos de estos títulos, la librería Donde viven los libros realizará un
taller hoy (24) a las 11.30, por su canal de YouTube, junto con la escritora
Carola Martínez Arroyo.Los libros infantiles que siguen hablando del horror de
la dictadura se multiplican en democracia. En El que no salta es un
holandés (Atlántida), Mario Méndez escribió un relato de cierta forma
autobiográfico sobre un niño de 12 años que disfruta de la alegría futbolera
del Mundial 78, hasta que conoce la tragedia. El escritor, además, junto con
Paula Bombara y otros autores, participó de la escritura de ¿Quién soy?
Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros (Calibroscopio), que
reúne relatos de ficción basados en la vida real de hijos de desaparecidos.
Bombara, a su vez, publicó hace 15 años un clásico como El mar y la
serpiente (Norma), su primera novela que narra la experiencia de una
niña cuyos padres son secuestrados por el gobierno militar. En esa línea
también transcurre Manuela en el umbral (Edelvives), de
Mercedes Pérez Sabbi.
Los tres coinciden en la esencia audaz de la
literatura infantil y juvenil. “Es muy coherente que haya sido prohibido lo que
ellos llamaron un exceso de fantasía, porque la fantasía es lo único
transformador. En ese sentido, siempre pensé que eran muy brutos los militares,
pero ahí pegaron en el palo, porque efectivamente la imaginación es
transgresiva y es lo que te permite vislumbrar la posibilidad de modificar un
mundo que es profundamente injusto. Entonces lo que hicieron es espantoso, pero
tiene sentido”, reflexiona Schujer. “No dejaron hueco sin controlar. Controlaron
la televisión, la música, el cine, toda la literatura, y todo aquello que ellos
consideraban sedicioso o revolucionario entraba en la censura, sin
distinciones. Es increíble que creyeran que podían tapar el sol con las manos.
Qué ilusos fueron al creer que esos cuentos, novelas, escritores y artistas no
iban a escapar de esa torpe censura. Porque lo que prohibían se escuchaba y se
divulgaba más”, aporta Méndez.
“Los pensamientos de los niños y las niñas son
verdaderamente revolucionarios -apunta Bombara-. Y la literatura escrita con la
mirada que tenían Laura Devetach, Graciela Montes o Elsa Bornemann, que se
dirigían a esa curiosidad infantil, era subversiva, pero en el mejor sentido de
esa palabra. La infancia tiene que ser así. Yo estoy cien por ciento a favor de
los niños inquietos y preguntones. Y cuando una elige escribir y publicar
textos para jóvenes y para niños, el espíritu siempre es el de mantener despierta
esa curiosidad y esa inquietud que están tan a flor de piel en la infancia y en
la adolescencia.
TEXTOS ACTUALES
Márgara Averbach escribió por su lado Los
que volvieron (Sudamericana) otra novela destinada a jóvenes lectores,
e inspirada también en el caso real de una investigación sobre dos NN
enterrados realizada por un grupo de estudiantes de una escuela santafesina. Y
Osvaldo Soriano hizo su aporte con El negro de París (Seix
Barral), sobre un chico que debe exiliarse en Francia junto con su familia
durante ese tiempo oscuro. Entre las novedades más recientes, el grupo musical
Canticuénticos lanzó este año su último libro Pañuelito blanco (Gerbera
Ediciones), ilustrado por Estrellita Caracol y escrito por Ruth Hillar y
Sebastián Cúneo, como un homenaje a las Madres y Abuelas, un objetivo que
comparte junto con Antiprincesas de Plaza de Mayo (Chirimbote),
escrito por Nadia Fink y Pitu Saá, Viqui Veronesi y Diego Abu Arab. Para hablar
de algunos de estos títulos, la librería Donde viven los libros realizará un
taller hoy (24) a las 11.30, por su canal de YouTube, junto con la escritora
Carola Martínez Arroyo.Los libros infantiles que siguen hablando del horror de
la dictadura se multiplican en democracia. En El que no salta es un
holandés (Atlántida), Mario Méndez escribió un relato de cierta forma
autobiográfico sobre un niño de 12 años que disfruta de la alegría futbolera
del Mundial 78, hasta que conoce la tragedia. El escritor, además, junto con
Paula Bombara y otros autores, participó de la escritura de ¿Quién soy?
Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros (Calibroscopio), que
reúne relatos de ficción basados en la vida real de hijos de desaparecidos.
Bombara, a su vez, publicó hace 15 años un clásico como El mar y la
serpiente (Norma), su primera novela que narra la experiencia de una
niña cuyos padres son secuestrados por el gobierno militar. En esa línea
también transcurre Manuela en el umbral (Edelvives), de
Mercedes Pérez Sabbi.
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