Leer a Angélica Gorodischer. En búsqueda de la voz propia.
A lo largo del mes de marzo, en Libro de arena compartimos, desde diferentes miradas, la relación de la literatura con las mujeres. Para cerrar el mes, Diana Tarnofky nos acerca sus apreciaciones y su acercamiento permanente a la obra de la rosarina Angélica Gorodischer.
Por
Diana Tarnofky*
Los
cuentos y las novelas de Angélica Gorodischer, me han acercado historias
fabulosas. Algunos de los títulos que fueron huella en mi camino lector
son: Kalpa Imperial, Mala noche y parir hembra, Menta, Las nenas, La
cámara oscura, Trafalgar, Prodigios. Y A la tarde, cuando llueve en
donde reúne conferencias y ensayos que iluminan y nutren el camino de lecturas
realizado por ella y generan nuevas búsquedas lectoras.
Kalpa Imperial llegó a mí como regalo de un amigo que vivía en Málaga
(España), quien me ayudó a realizar una sesión de cuentos en aquellas tierras
lejanas cuando arrancaba mi camino en el oficio de contar historias. Comparto
algunos párrafos que son faro:
(…) para eso estamos en este mundo los contadores de cuentos: no
para frivolidades, aunque en ocasiones parezcamos frívolos, sino para contestar
a esas preguntas que todos nos hacemos, y no a la manera del que cuenta sino a
la manera del que escucha (…)
(…) un contador de cuentos es algo más que un hombre que recrea
episodios para placer e ilustración de los demás; (…) un contador de cuentos
acata ciertas reglas y acepta ciertas formas de vivir que no están
especificadas en ningún tratado pero que son tan importantes, o quizás más, que
las palabras con las que construye sus frases. (…) un contador de cuentos jamás
se inclina ante el poder y que yo tampoco lo haría (…) un contador de cuentos
no es nada más que un hombre/una mujer libre y ser un hombre/una mujer libre es
muy peligroso (…)
Libertad,
peligro, belleza, escucha atenta. Leer hasta encontrar qué contar. Leer
literatura y leer también la vida de esta escritora que se convirtió para mí
en “heroína” cuando fui madre de
mellizxs y creí que no volvería jamás a tener otra vida más que la de ser
madre.
Entonces
encontré las palabras de Angélica que me alumbraron. Me mostraron que era
posible en Argentina ser madre, esposa, trabajadora y desarrollar un camino
artístico.
(…) Yo quería escribir y no me animaba. Hasta que no sé cómo, en
el peor momento para ponerse a hacer esas cosas, con tres criaturas chiquitas,
un marido, una casa, un jardín, tres gatos, y un trabajo fuera de mi casa, no
sé cómo, sin lugar y sin tiempo, empecé a hacer el intento. (…) De noche, de
madrugada, en el ómnibus, en el trabajo, esperando turno en la panadería, en la
sala de espera del pediatra de mis hijos, revolviendo la sopa, en cuadernos
manoseados, en papeles sueltos, como podía escribía, escribía, escribía.
A Olga Orozco le preguntaron una vez si la poesía era una
bendición o una maldición. Ella contestó: “es una misión”. Escribir era mi
misión. Era el fervor, la necesidad, el destino, la ley y el deseo…”
Recuerdo
la tarde que encontré en una librería Mala noche y parir hembra, un
libro de cuentos que fue sostén y re-encuentro con el deseo de narrar.
Recuperar el lugar íntimo de ser la mujer que una es y va construyendo más allá
de los roles familiares y sociales.
El
título del libro ya era una puerta abierta a desafiar los mandatos e imposiciones
del patriarcado (“mala noche y parir hembra fueron las palabras del general
Castaños, que luego de esperar toda la noche el trabajo de parto de su esposa,
se enteró que la recién nacida era una niña). En ese libro leí por vez primera “La
cámara oscura”, uno de mis cuentos favoritos. Un cuento que leo y re-leo,
que comparto en los talleres cuando jugamos a narrar a partir de una foto
(motoriza la historia esa única foto donde aparece la abuela). Y siempre he
querido narrarlo, pero aún no ha llegado el momento propicio. Tal vez, porque
algunos cuentos necesitan madurar adentro de una. Quizá, porque parte del
recorrido como cuentacuentos, sea leer y leer y leer y leer... a veces en
reiteradas ocasiones un mismo texto y esperar que decante, que haga su trabajo
en una.
Y
otras veces, muchas veces, leer mucho más de lo que una finalmente selecciona
para trabajar, porque de ese modo también, entrenamos quienes contamos
historias.
En
Menta, encontré un par de cuentos que sí se volvieron parte de mi
repertorio cuentero: “La naturaleza es una madre cruel” y “El amor
eterno”. En todos los cuentos la muerte ronda y sin embargo una termina de
leer el libro y lo que más desea es vivir. Esa misma fuerza vital me genera
narrar esas historias en cada ocasión.
A
la tarde, cuando llueve es un libro compañero para tener a mano y re-leer una y
otra vez. Un libro necesario.
“(…) qué fue lo que mordió Eva? ¿Una manzana, una pera, un
kiwi, u otra manera de ver las cosas, maneras de las que nacieron las palabras?“
(…) tenemos la obligación, y la ejercemos, lo sepamos o
no, de reflexionar con palabras sobre las palabras. De escribir. De seguir
desobedeciendo. De conservar el signo de una identificación no realizada,
impedida y acallada, la huella críptica, recóndita, secreta, de un sistema de
significación que se va formando como el lecho de los ríos, debajo e invisible,
de un sentido lejano que a través de la historia se esfuerza por expresarse.
Tenemos que conservar la locura, esa flor en llamas,
frente a la patriarquía que insiste en encerrar a las mujeres en el silencio,
es decir en lugares, reales o virtuales, en los que no puede, no se debe usar
la palabra: loqueros, hogares, refugios, consultorios, lo que sea. Esos
ambientes que confinan la irracionalidad y la diferencia y en ellas lo
femenino.
Tenemos la obligación de la locura, de desentendernos de
lo impuesto, de ir hacia los márgenes, la obligación de hablar/escribir”
(…) ¿Cómo se hace para volver a ser, otra vez, dueñas de
las palabras? Convengamos que no es fácil, pero se puede”
(…) Hacedoras de significado, a eso hay que apuntar. Y
para eso es indispensable conocer la larga y rica, abundante tradición
literaria femenina que nos viene siendo escamoteada y de la cual conocemos poco
y nada”
Re-leyendo las páginas de este libro, buscando palabras
para escribir este artículo y compartirlo ,en medio de la cuarentena por la
emergencia sanitaria, llego al nombre de una poeta japonesa cuya lectura
propone Angélica: Shikibu Murasaki. Y me sumerjo en su
diario. Encuentro Tankas escritos tanto tiempo atrás y tan actuales hoy. Elijo
un “tankabombón poético” para convidarles:
“Envíame palabras
a través de las ocas salvajes
que vuelan al norte,
tan seguido como ellas volando pasan nubes.
escríbeme constante.”
a través de las ocas salvajes
que vuelan al norte,
tan seguido como ellas volando pasan nubes.
escríbeme constante.”
Así
es la lectura de la obra de Angélica Gorodischer, un mar inmenso que multiplica
lecturas.
Como
cierre, va un fragmento de uno de los capítulos de Kalpa Imperial que
siempre me conmueve. Se llama “Así es el sur”, y en estos días de
pandemia volvió con fuerza renovada:
(…) “Hace calor ahora
en el sur. Los días son largos y despiadados. Hay un sol blanco que levanta
nubes de vapor de los lagos y de los pantanos. Las gentes andan descalzas y
casi desnudas sobre la tierra y la hierba; se despiertan temprano; duermen
hacia el mediodía y vuelven a levantarse cuando el sol se pone morado sobre las
copas de los árboles enormes. Así es el sur, verde y sofocante; húmedo, lleno
de ira y de modorra. Los hombres y las mujeres no se reúnen alrededor de un
fuego sino bajo las palmeras que se van hacia arriba, huyendo de los helechos
que les aprisionan los troncos. Y no hay contadores de cuentos que expongan los
hechos del Imperio porque el sur se niega a reconocer que él también es el
Imperio. Escuchan sin embargo, pero escuchan otra cosa, algo que yo me pregunto
si no será un tesoro tan grande como la historia del Imperio más extenso y
poderoso que ha conocido el hombre, o si no será lo mismo pero dicho de otra
manera: escuchan las voces de la tierra mojada y caliente, los gritos del viento,
el canto de los ríos y lo que dicen los animales, las hojas, el aire.
Sí, siempre ha sido así, siempre. Emperadores hubo que soñaron con
someter al sur. Emperadores hubo que lo intentaron, y los hubo que creyeron
conseguirlo.
¿Pero con qué?, les pregunto yo, ¿con qué?
Con el poder, con las armas, con los ejércitos, el fuego, y el
terror. Y fue inútil, claro está, completamente inútil: el poder consigue hacer
callar a los hombres y a las mujeres, impide que canten, que bailen, que
discutan, que hablen, que peleen, que digan discursos y que compongan música.
Eso es todo. Ustedes me dirán que es mucho, pero yo les digo que no es
suficiente. Porque, ¿cómo se hace para que la tierra no les hable a los
hombres, a las mujeres?
¿Con qué armas se impide que el agua corra y las piedras rueden?
¿Con qué hogueras se acomete a las tormentas para que no se agazapen en el
horizonte, listas para saltar? Eso es algo que hasta ahora ningún emperador ha
conseguido. Al contrario en unas pocas ocasiones, buscando silencio, la
quietud, la sumisión del sur, no se logró sino el grito de guerra y la
rebelión.”
Alegría
renovada con cada re-lectura. Invitación a seguir re-leyendo para encontrar
entrelíneas, intersticios de lectura, deseos de escribir-narrar-leer en voz
alta o en íntima voz, necesidad de seguir buscando la palabra propia.
*Diana Tarnofky forma parte del equipo del Programa Bibliotecas
para armar. Coordinadora del taller de Narración oral y lectura en voz alta.
Excelente artículos. Abre a lecturas. Gracias
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