María Cristina Ramos: “Quiero chicos que manejen la palabra creativa, lectores de poesía que sepan deslindar intencionalidad en los discursos políticos, por ejemplo”
En la segunda parte de la entrevista comenzamos hablando de la situación del pueblo mapuche, tan presente en la Patagonia, donde María Cristina Ramos vive, para luego hablar de lectura, de escuela, de Letras y, por supuesto, siempre, de poesía: en las escuelas primarias, en los profesorados, en las bibliotecas, en la vida.
Mario Méndez: Hablabas del pueblo mapuche… estuvo con nosotros Miguel Ángel Palermo.
María Cristina Ramos: Leí parte de la entrevista. Hermoso.
MM: Mucho, sí. Y una de las cosas de las que se habló en esa entrevista, fue de lo difícil que se hace a veces el contacto en las zonas donde hay mucho pueblo originario, con dichos pueblos originarios, precisamente. Más que lo que hoy pensamos de lejos. ¿Cómo lo ves vos ahí?
MCR: Yo me contacto con alumnas y maestras. Apellidos mapuches he tenido. Ahora no tanto, pero en la escuela nocturna donde trabajé, tenía muchos. Y cuando les preguntaba si su familia es mapuche me contestaban que no.
MM: Eso nos decía Miguel Ángel: algo del orden de la negación, del ocultamiento.
MCR: Porque fueron rigoreados y perseguidos durante tanto tiempo que si se alejaban de eso, mejor. De hecho, la abuela conservaba la lengua, la hija no la conservaba, y recién el nieto empezaba a tirar del hilito del habla de la abuela para poder recuperarla. Y nosotros, los maestros más o menos interesados en el tema les decíamos eso. Entonces tuve una alumna una vez, que me cantó una canción de cuna en mapuche. Y me la cantó al oído, porque no quería que las compañeras supieran. Es difícil. Algunos lo llevan con orgullo, pero muchos, no. Uno nunca sabe. Yo te cuento lo que vi en las escuelas, lo que sé por los maestros. Tampoco es que he hecho un gran recorrido por la cultura. Es más lo que he leído que lo que he vivido personalmente. En el libro de leyendas que publicó Sudamericana, Del amor nacen los ríos, pongo la fuente, que en general eran fuentes literarias, o de recopilación de relatos de ahora. Con respeto.
MM: Del amor nacen los ríos es el de la leyenda del río Negro, ¿no?
MCR: Neuquén y Limay, que forman el río Negro.
MM: Claro. Hermoso.
MCR: Ese va a salir en Ruedamares el año que viene.
MM: ¿Por qué? ¿En Sudamericana ya no?
MCR: Vendía muy poco. Cuando pasa eso, les pido que rescindan, lo publico yo.
MM: Claro, porque allá funciona…
MCR: Allá se vende bien.
Asistente: ¿Lo que contás de la canción de cuna que te cantó al oído es por el bullying?
MCR: Claro. No quieren exponerse a la burla o al maltrato. Pero yo creo que es más un temor ancestral a que alguien les diga algo ahora. Es algo heredado. Es que hemos insistido tanto en el respeto por las comunidades originarias, que es muy raro que alguien se burle, pero igual ellos tienen cierta reticencia.
MM: Desierto de mar y otros poemas, lo estuvimos charlando acá, en el Laboratorio. Nos llamó la atención y nos gustó mucho esto de partir de personajes de leyendas. El hombre lobo, por ejemplo. ¿Cómo surge Desierto de mar?
MCR: En realidad, viste que a mí el tema del lobo me pega fuerte. En todo. Y el lobisón era una experiencia que en Mendoza estaba muy cercana; en Neuquén también, sobre todo en las zonas rurales. Y acá no todo el mundo te cuenta, pero muchos creen. Ese fue el primero. Y después fueron surgiendo otros que tenían que ver con la leyenda y con el mito, y con lo desconocido. El ser humano vive buscando ese límite extraño y difuso hacia lo desconocido. Por ahí tiene que ver con la trascendencia, con lo no explicado, con el mundo de la muerte. Pero hay mucha necesidad de apegarse a algo que construya en el imaginario una especie de sostén, aunque esa figura te atemorice. Yo creo que convoca a ubicarlo en un objeto y saber que está ubicado y que está contenido. Me parece que eso ayuda a lidiar con los temores, y además, todo lo que metafóricamente puede implicar una figura como esa. ¿Puedo leer algo de ahí?
MM: Sí, cómo no…
MCR: Luna llena se llama. Tiene una página en gris que lo explica. Porque está pensado para primero o segundo año, o para séptimo grado, que no saben a qué me refiero. Y no podés explicarlo en un poema. Tiene algo explicativo en unas pocas líneas, que en general es serio (el del gato no es serio).
Asistente: ¿Sería un epígrafe?
MCR: No, forma parte de la edición del libro. Acordamos que necesitábamos dar información para que los lectores entraran informados al poema.
MM: Discutimos eso en el Laboratorio.
MCR: ¿Qué discutieron?
MM: Algunos decían que sí era un epígrafe. Lo charlamos.
MCR: El epígrafe tiene más que ver con la inspiración en algo. Esto era una explicación, una información que queríamos que los chicos lectores tuvieran. Dice: Si bien es un personaje de la mitología guaraní, el lobisón está vigente en zonas rurales de toda la Argentina. Según la leyenda, es el séptimo hijo varón que los viernes o los martes de luna llena, se transforma en un ser peligroso. Puede ser un lobo o un cerdo salvaje, que se oculta en el monte y a veces ataca. La misma espesa sombra que lo cobija, devora cada vez su dimensión humana.
El poema:
En las noches de luna
deambula el lobisón;
(dicen que es una sombra
que pierde la razón).
Pudiera ser un hombre
mordido de serpiente
y que en ardua pelea
le ha ganado a la muerte.
Va sembrando un murmullo,
rumor desconocido,
de garganta que ensaya
guturales gruñidos.
Hay que cerrar las puertas,
no andar a cielo abierto,
apurar los cerrojos,
escuchar los silencios.
Se aparece cubierto
de pelaje bruñido;
todos temen sus pasos
de andar desconocido.
Su sed, que no se calma,
bebe en una oquedad
donde la gente mezcla
mentira con verdad.
Dicen que es responsable
de potros desbocados,
de ángeles perdidos,
de amores olvidados.
Ha devorado ciervos
y a algunos vagabundos
que, como el lobo, andaban
solitos en el mundo.
Los regueros de sangre
que dejó alguna vez,
se han ido con viruta
de tronco de ciprés.
¡Cuidado con la luna!,
su lentitud de plata
se asusta de los seres
que ella misma desata.
Se cobija en la sombra,
comienza a decrecer
y nos creemos solos
sin monstruo que temer.
(Pero alguien de nosotros
-y no se sabe quién-
lleva al lobo guardado
debajo de la piel).
(Aplausos).
MM: ¡Muy lindo!
MCR: Recién salió en España. Con unas ilustraciones muy lindas.
MM: Una pregunta un poco olfa, pero ¿cómo leés tan bien?
MCR: Bueno, siempre me gustó leer, pero en la secundaria tuve una profesora suplente de Literatura, Beatriz Albornoz, vino y dijo: “Vamos a leer”. Raro. Teníamos el libro de Fermín Estrella Gutiérrez. Se leía un texto, se leía la biografía del autor, el análisis del texto y demás. Era eso, en general. Esta mujer dijo que íbamos a leer, y leyó “La bailarina española”, de José Martí. Nunca lo voy a olvidar. Creo que fue una de las docentes más inspiradoras que tuve. Estuvo un tiempo cortito. Cuando escribí La casa del aire hablo de los maestros y menciono algunos. Por ejemplo, yo tenía una maestra que en quinto grado nos leía poemas de Juana de Ibarbourou. Poemas de amor, no Chico Carlo. Antes de ir al recreo, en quinto grado. Y nos encantaba, porque lo leía maravillosamente. Con esta profesora pasó esto también. Yo seguí leyendo, la quise incluir, empecé a buscar historias de docentes que fueran trasladándose de una ciudad de otra en Mendoza, y me enteré de que tuvo un accidente y murió. Una escuela de Maipú, en Mendoza, tiene su nombre. Fue muy conmovedor. Yo creo que con esas docentes en la memoria y movida por su apasionamiento aprendí a leer.
MM: No hiciste ningún curso…
MCR: No, no.
Asistente: Mucha lectura.
MCR: Sí. Además creo que tengo el don de una buena voz. Eso es un don. Uno lo recibe o no lo recibe. Y me gusta tanto la poesía que fui trabajando para ese lado, pero sin demasiada conciencia. En cuanto a la elección de Letras, te la tengo que contar…
MM: Dale.
MCR: Yo tuve un quinto año del secundario muy terrible porque mi papá falleció en la mitad del año, en épocas de prácticas docentes. Fue una cosa muy terrible. Quedamos muy mal. Éramos una familia de clase media baja. Entonces, los profesores se las arreglaron para conseguirme una media beca en el Profesorado de San Rafael, que tenía Psicología, Matemáticas, Filosofía, Letras e Inglés. A mí me gustaban todas, y tenía que ir a inscribirme. Me fui a inscribir. No sé en qué fila me puse. Había un montón de chicas y chicos, y siento que alguien me toma por los codos, me saca de esa fila y me instala en la de Letras. Miré… un profesor de quinto año. Que ni siquiera era de Literatura; sabía más que yo. Me enamoré de la carrera, pero además estos gestos docentes son muy conmovedores. Y me acompaña el recuerdo de una profesora que me llevó un libro donde estaba, entre otros, “Las sandalias del pescador”. Me lo llevó de regalo a mi casa. Mi papá había muerto el día de mi cumpleaños. Ella me llevó un sobre con un dinerito, para que me comprara el regalo que no había podido comprarme él. Esos profesores, existen. Yo estoy muy agradecida a la escuela que tuve. Y a los lectores. Y a la gente que viene y te hace una entrevista. (Risas).
Asistente: ¿Puedo hacer una pregunta?
MM: La que quieras, Juan.
Juan Serafini: Con respecto a esto de leerles a los chicos: yo tengo cuarto grado, estamos leyendo un poema a la mañana, todos los días. Y a veces los hago leer a ellos, para que prueben la musicalidad… A veces opto por leérselos yo primero y que lo lean ellos después, y a veces hacemos al revés. Pero la verdad es que todavía no le encuentro la vuelta.
MCR: La casa del aire. (Risas). Con los docentes me pasa lo mismo, pero son distintas las cosas que les decís a los chicos. Hay una cosa que a mí me salva mucho. ¿Viste los Limericks de María Elena Walsh? Zoo Loco…
MM: Voy a interrumpir: hablando de Limericks, estos son de Griselda Martínez. Por ahí, alguno sirve para ejemplificar lo que dice Cris. Es una escritora que ella conoce mucho, que es además, tallerista y es un talento, Y es ¿quién?
MCR: Es mi hija. (Risas).
MM: Así que hablando de Limericks…
MCR: A veces presenta el libro sin decir que es mi hija porque le gusta que después lo diga yo. (Risas). Voy a leer algunos y después te digo, Juan. ¡Qué lindo, cuarto grado! Por ejemplo:
Cuentan que alguna vez llovieron sapos
y que otra vez llovieron gusarapos.
¿Y cuando anunciaría
la meteorología
una lluvia de flores o zapatos?
Hay algunas palabras difíciles, como “gusarapos” o meteorología. Entonces se las hacemos deletrear, y después lo pasamos, y les recordás que lo bueno es leer la pausa del final de verso. No tenés que leerlo en prosa. Porque la poesía tiene un eje rítmico, que el poeta cuando escribió, lo tuvo en cuenta. La música que recibís del poema está cifrada en los versos. Otra posibilidad es preguntarles quién se anima a leer susurrando. Así se van familiarizando con el texto, se dan cuenta de que pueden hacer variaciones. Y si son más grandes (chicos de primer año o maestros), les digo que después de que lean, miren las vocales. Y que cuando yo les lea piensen en las vocales, y en que tienen distinta apertura. Yo uso un texto que me encanta, que a lo mejor alguna vez me o escucharon, que es de Juan Ramón Jiménez, el autor de Platero y yo. ¿Cómo escribió ese libro? Juan Ramón Jiménez era poeta. Entonces, cada fragmento de Platero y yo es poesía, chicos. Y está trabajado con esa orfebrería de las palabras que tienen los poetas. Leo un fragmento del capítulo que se llama “El pozo”. Dice:
¡EL pozo! Platero, ¡qué palabra tan honda, tan verdinegra, tan fresca, tan sonora! Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra obscura, hasta llegar al agua fría.
Entonces les digo ahora: piensen en las vocales. Dice “el pozo”; no dice “el charco”. Hay palabras en la lengua que se adaptan en su sonido, a su sentido. “El pozo”. Dice “El pozo, Platero”. Predominantemente vocales abiertas. “qué palabra tan honda, tan fresca”… ahí se afina…“tan verdinegra”. Ahí se abre de nuevo: “Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra obscura, hasta llegar al agua fría”. Si vos lo decís bonito, cuando decís: “hasta llegar al agua fría”, el agua corre. Pero si decís (lo lee con desgano). “¡El pozo! Platero, ¡qué palabra tan honda…”·. Ahí asesinaste a Platero, a la literatura… Y lo que lamento, es que la mayoría de los chicos de nuestra escuela, a la literatura la reciben así. Eso es lo que me duele en el alma. Por eso el maestro tiene que leer en voz alta, maravillosamente. En casos como estos, yo puedo decirle al docente que leyó muy bien, pero que tiene que leer excelente. Es así, exigite un poquitín, metete al disfrute del texto. Desde lo musical, desde lo rítmico, y desde el sentido. Te tiene que gustar, tiene que ser un material interesante, que pegue en alguna de las aristas de tu sensibilidad. Tiene que ser algo que te convenza de que es literatura. Si no, elegiste mal el texto. Hay cosas que son tan malas que aunque las leas bien no pasa nada. (Risas). Circulan, ojo porque circulan. Y más en el tema del texto poético. Por ejemplo, fui a una escuela de San Juan en la que estaban trabajando bien, poesía y literatura en general en las aulas. ¿En las galerías qué había? Textos fotocopiados de revistas que vienen para los docentes, que no traen material malo… traen material lamentable. (Risas). Entonces le saqué foto. La directora me preguntó por qué. Y le dije que tenían que fijarse, porque estaban trabajando maravillosamente, pero que eso no era poesía. Es lo que en La casa del aire llamo “textos de estafa”. ¿Por qué? Porque tienen una apariencia de poema, y no son ni de cerca poesía. ¿Saben? Esto es algo que tenemos que desterrar de las escuelas, desde nuestra capacidad autocrítica. Pensar qué material les damos a los chicos, habiendo cosas tan hermosas. Cuando le dieron el Cervantes a Ana María Matute, yo estaba deprimida, porque no sé qué maltrato había tenido en una editorial, y me preguntaba qué pasaba con mi literatura… Una entra en esas crisis. ¿Y qué dijo Ana María Matute, esa noche, para mí? Yo estaba en Buenos Aires, creo que para una Feria del Libro. Y dijo: “Ahora me dicen que hay problemas porque los jóvenes no leen. ¡Pobres jóvenes! ¿Qué van a leer, con la porquería que están publicando?” Así. Premio Cervantes, en una entrevista.
MM: Ahí hay un hueco grande en el profesorado, ¿no? Porque las maestras tienen que leer excelente, como vos decís. Y tenés razón…
MCR: Y los profes, por supuesto.
MM: Pero ¿qué pasa con el profesorado, que no enseña literatura o enseña poco? Por supuesto, no hay estas prácticas de lectura…
MCR: Alguien tendría que analizarlo; esto viene de larga data.
Asistente: Yo hice el profesorado en los ochenta. Tenía Lengua, pero no vi Literatura. La literatura que a mí me llegó y me apasionó fue la del secundario. Pero después, nunca.
MCR: Es complejo el tema, pero yo sigo apostando. Por ejemplo, no sé qué pasa acá con las bibliotecas escolares. ¿Hay bibliotecas en todas las escuelas?
MM: Sí, en Ciudad sí. Acá cada escuela tiene una biblioteca.
MCR: Bueno, es fundamental. En Neuquén no hay. Creo que se han conseguido treinta cargos nada más.
Asistente: Hay bibliotecas de aula, también.
MCR: ¿Por qué digo esto? Porque las maestras son muchas, van pasando. A veces, dos o tres maestras estupendas están un año y se van. Tiene que haber (ojalá hubiera), un docente bibliotecario en la biblioteca, acompañando la lectura de los chicos. En un Programa que coordino, Lecturas y navegantes, iba a un taller el otro día en Plottier, en el que estoy acompañando a los mediadores. Se había traspapelado el texto de cierre, entonces, ¿qué hice? Era una buena biblioteca con material del Ministerio. Saqué una antología de poesía de Pedro Cerrillo. Y les dije que habíamos estado hablando de príncipes y de sapos, y de ranas. Y está “El casamiento del sapo y la rana”. Le pedí al mediador que me ayudara a leerlo; lo leímos de a dos… Bueno, este poema está en este libro que lo dejo aquí, dije. Se van, y se vuelve uno de los chicos… Me pregunta en qué libro estaba y si se lo puede llevar. La bibliotecaria le dijo que no podía llevárselo, pero que podía ir en el recreo. Él le preguntó si podía guardárselo. Entonces se lo acerqué al escritorio, para que se lo guardara, porque lo quería leer de nuevo. Es perfecto que haya un proyecto de lectura en la escuela. Pero también, esas incidencias de lectura y de enamoramiento… mi profesora leyendo “La bailarina española”, de José Martí, en un momento… No fue la que me dio clase cinco años. Estuvo tres meses. Me marcó. Creo que de esa manera se va modelando el posible perfil lector de una sociedad, con pequeños chispazos, con gente capaz, con gente apasionada, con docentes. ¡Aplausos ya! (Risas- Aplausos).
MM: Ahora, para que tengas material para el próximo La casa del aire, voy a dejar que pregunte la gente; entonces llegás a tu casa y escribís. Una sola, la última, que no lo dije cuando leí tu biografía, y ahora me acordé porque vinieron compañeras de ALIJA. Sos la candidata de este año al Premio Andersen. (Aplausos). Y no es la primera vez. Esta no es la primera entrevista que te hago; te hice una cuando todavía Tecnópolis se usaba para el Encuentro de la Palabra y no para otras cosas. Y ahí vos estabas muy orgullosa de eso. ¿Qué significa ser candidata al Andersen?
MCR: Es difícil. Primero porque me sorprende. A mí me sigue maravillando que haya gente en ALIJA, trabajando ad honorem, con la seriedad con la que lo hacen. Y me conmueve que sean colegas los que proponen. No sé… Hay muchos grandes escritores en la Argentina. Yo creo que soy una. (Risas). Pero digo: es bastante azaroso, y creo que es una responsabilidad, porque estás representando a un país. No importa quién salga. Si sirve para que se lea más, es maravilloso, y lo agradezco. Pero a la vez, saber que hay gente que ha traducido tus libros es algo extraño y bello a la vez. No lo sé… Creo que se sabrá en marzo o abril.
Asistente: Primero tiran una lista corta y después se anuncia en la Feria de Bologna. Pensá que por haber sido candidateada, ahora te están leyendo en los cinco continentes. (Risas).
MCR: Ah, qué bueno…
MM: Bueno, abro las preguntas.
Silvina Rocha: No es una pregunta sino un reconocimiento. El año pasado, recibiste de la Fundación Cuatro Gatos, por el libro Duraznos, un reconocimiento, como uno de los veinte de literatura infantil y juvenil de Iberoamérica.
MCR: UN “Recomendado” por Duraznos, que no lo traje ahora. Está en Quipu.
SR: Perdón pero además vos ganaste un premio a la trayectoria de SM…
MM: Ese lo dijimos al principio, Silvina; llegaste tarde… (Risas).
MCR: Les cuento. Alija me había presentado a este concurso, que es el Premio Iberoamericano SM a la trayectoria; cumplí con el papeleo, con todo, después me olvidé. Entonces un sábado me llaman por teléfono, me preguntan si hablaba la maestra María Cristina Ramos, y me dicen que hablan de editorial SM. Yo pensé en si había mandado algo. (Risas). Pensé en la editorial, pero era por el premio. Me dijo que se imaginaba lo nerviosa que estaba, pero quería poner la llamada en altavoz, así que cortaba y llamaba de nuevo. Vuelve a llamar y me dice que me habían dado por unanimidad el premio a la trayectoria, que estaban todos los jurados ahí. Yo pensé que tenía que decir algo inteligente, un sábado al mediodía… (Risas). Y dije que era una emoción, y les dije que para mí era una maravilla, que lo recibía en nombre de la Argentina, y que estábamos pasando un momento muy triste para la cultura y la educación. Perdón, pero ya que estábamos…
Asistente: Ya estaba otorgado… (Risas).
MCR: Después me dijeron que no tenía que contarle a nadie, porque recién el lunes iba a haber rueda de prensa. Cuando se hizo la rueda de prensa, el libro que más comentarios y del que incluso uno de los jurados leyó un cuento, fue Azul, la cordillera. En México, en un premio hispanoamericano. Eso para mí fue maravilloso, pero a la vez es extraño. Casi todas las preguntas fueron relacionadas con esto, con la experiencia en la escuela rural. Fue muy bonito.
MM: ¿Quién tiene una pregunta para que se lleve para el tomo cuatro de La casa del aire?
SR: Yo quería preguntarte por tu experiencia como editora. ¿Cómo pasaste de escribir a editar? ¿Por qué?
MCR: No pasé nunca; sigo siendo escritora, es simultáneo.
SR: Vos sumaste eso.
MCR: Igual que fui docente toda la vida y a la vez escribí, esto se sumó. Lo que pasa, Silvina, es que esto ya lo conté, y vos no estabas. (Risas).
Juan: ¿En los libros de ensayos que escribís hay propuestas para los chicos y las chicas para hacer taller literario? Es algo que a mí me interesa mucho. Proponer juegos…
MCR: Son todos ejercicios de escritura, más de cien. Para todos los niveles, Juan. Desde Nivel Inicial para trabajar con la palabra, el imaginario y lo poético, hasta formación docente y Adultos. Y lo están utilizando. Este es el número tres. Está lindo; estoy contenta porque he tenido buenas devoluciones.
MM: Miren esta delicatessen…
MCR: Son diseños para la lectura de poesía. Otras maneras de presentarla; entonces viene para recortar y armar. Directamente. Estos son Los abanicos del viento… que son greguerías como las que escribía Gómez de la Serna. Por ejemplo, una greguería es decir: “Un tornillo es un clavo peinado con raya al medio”. Buscalo si no lo conocés, Juan. Viene muy bien para trabajar. A la manera de las greguerías escribí Los abanicos del viento. Entonces, por ejemplo, para armar un abanico: “El suspiro es una voz que aún no se anima”, “La brisa anida en las caracolas, hasta que el viento se duerme”, “Con una flauta de pan, juega el viento en el trigal”, “El árbol abre los brazos y cuida el plumaje del verano”, “El agua croa y croa, para que no se cansen los sapos”… Viste que son de distintos colores, hay greguerías distintas, para que los chicos las tengan y escribir a partir de ahí. El abanico se puede armar o no. Lo importante es tomar la idea. Hay que sacar de la escuela consignas que ni los adultos pueden cumplir. Vos no podés pedirle a un chico en la escuela, que escriba un cuento. Yo no doy consignas así, que digan “Escriban un cuento”. Escriban a partir de tal juego. Después se verá si es una prosa poética, si es un texto en verso, si es un relato, y un cuento, mucho más adelante, cuando sea posible. Porque tiene una estructura lógica de funcionamiento que además empalma con lo ficcional y con el pulso narrativo, que no cualquiera puede hacer. Y no hace falta. No quiero autores de cuento ni de poesía, quiero chicos que manejen la palabra creativa. Que puedan expresarse, que se habiliten para leer otro tipo de textos más densos, más sustanciosos, con contenidos más solapados. Quiero lectores de poesía para que sepan deslindar intencionalidad en los discursos políticos, por ejemplo. (Aplausos). Otra cosa que no me gusta es cuando dicen que un chico es un poeta, escribe poesía. Decir que un chico que se está formando en la escritura es un poeta, es subestimar una profesión. Yo hago dibujitos en el margen de la hoja, no por eso soy artista plástica. Es más o menos así. Pero además, desalienta a los que no escriben. Ojo con eso. Cada uno escribe y crece en la escritura teniendo en cuenta una serie de factores. Si el ambiente está bueno, si la coordinación fue positiva, si la consigna de trabajo estuvo bien… Hay una serie de factores que hacen que escriba o no. El resultado obtenido es el único posible. Va a haber chicos que escriban muy poquito, y chicos que escriban mucho. Les cuento una experiencia de talleres de escritura. Un nene que se llamaba Daniel. Ahora debe tener treinta años. Yo recibía a los chicos en el taller, y les pedía a las madres que no me hablaran de sus chicos, ni de por qué los traían. Eran chicos de seis a doce años. Éste era el tipo de nene que se trepa por las paredes. Yo, en esa época, llevaba muchos objetos. Empezaba el otoño: hojas, palitos, piedritas; hablábamos de las hojas y después les daba consignas. Les preguntaba si se animaban a escribir: “Ese día la hoja se fue a pasear”. Daniel escribía: La hoja se fue de viaje por el río y se encontró un pez. Después se cayó y se lastimó. Vino la ambulancia y se la llevó al hospital”. Yo le decía que me había encantado. Segunda clase, trabajábamos con relojes. “El reloj era bonito y tenía números brillantes. Un día se cayó, se lastimó, vino la ambulancia…” (Risas). Siempre llegaba la ambulancia. Reiterativo. Esto empezó en marzo, abril… era preocupante… Algo pasaba. Yo podría haberle dicho: “Ay, ese final Daniel, pero, no… Vino la mamá, le mostré lo que escribía, le pregunté si le gustaba lo que estaba escribiendo Daniel y me dijo que le encantaba. Le pregunté si el final reiterado le decía algo y me dijo que sí, porque Daniel había nacido con una cardiopatía severa, y había estado los primeros cuatro años de hospital en hospital. En el mes de junio, Daniel dejó ese final trágico y empezó a escribir otras cosas. ¿Qué hubiera pasado si yo le decía “¿Otra vez ese final”?
MM: No escribe más.
MCR: La escritura tiene que servirte también para eso. En Chos Malal, había un señor que se enfermaba a cada rato. El médico le dijo que hablara con el psicólogo de hospital. “¿Qué es el psicólogo?” “Bueno, es un señor que va a hablar con usted acerca de los problemas que tiene, tal vez le va a sugerir alguna cosa”; “Y me va a dar unos remedios”; “No, no le da remedios, conversa”; “Ah, cura de palabra”.
MM: Tal cual.
MCR: Cura de palabra. La palabra también te cura. Igual, no te sirve para hacer psicología de revista Hola. Pero tenés que saber eso. Que a veces la escritura revela, chicos. Es una revelación. Y en la medida en que das espacio para que esa palabra pueda expresarse. Estás abriendo el mundo de los chicos.
MM: Otro aplauso. (Aplauso). Bueno, vamos a hacer las últimas, porque está cansada.
María Rosa: ¿Cómo es la cocina de tu escritura creativa? ¿Te viene la inspiración o tenés una disciplina? Al tener tantas actividades… Principalmente en los textos poéticos. Dijiste que entra una luz por la ventana y te ilumina un muñequito, o escuchás una conversación en el colectivo.
MCR: Eso; mucho de oído. Yo tengo mucha memoria auditiva. Y conservo frases que dice la gente. De hecho, esto fue así. Esto es una transcripción ficcionalizada de la oralidad. De lo que dice la gente y de lo que se transcribe de lo que dice la gente. Frases que me llegan de una manera especial. Por ejemplo, Ruedamares, pirata de la mar bravía, es una novela que escribí hace un tiempo y empezaba diciendo: “Unicanuez navegaba en alta mar”. Yo lo escribí porque se me ocurrió esa frase, pero no es porque supiera qué era Unicanuez… sabía que era un barco… tal vez una barcaza. Pero de pronto aparecía un personaje que se llamaba Baltasar Ruedamares de Margagritones y Aguafuertes, para servir a usted. Era un pirata fantástico que tenía un enemigo que se llamaba Bárbaro Pescuezo. Ese sí era malo, malo. En cambio, a Ruedamares, los pescadores le decían “el pirata más querido”. Porque era una figura buena en las islas Azares, estaba lleno de tatuajes, cuando desembarcaba, todos los chicos se arremolinaban al lado de él para que les contara alguna aventura, para ver el dibujo que hacía el humo de la pipa. Pero una vez llega una amenaza seria, una flota que venía del reino de Bruma. Esos eran piratas en serio. Entonces, Ruedamares organizó a los pescadores, para que no los saquearan, como tantas veces nos han saqueado. Esto empezó con una frase, pensé que iba a ser un cuento y fue mi primera novela. Se la presenté a Antonio Santa Ana cuando estaba en Norma. La mandó a Bogotá, salió en tres meses. Rarísimo, porque siempre la edición lleva más tiempo. Salió en tres meses, y lo ilustró Ivar Da Col, que no podía ilustrar, era como Istvan, tenía muchísimo trabajo. Leyó la novela y la ilustró. Fue otro regalo, yo no lo conocía. Eso pasa también. Hubo ilustradores a los que no conocí nunca. Fortín, por ejemplo, que ilustró Un sol para tu sombrero para Sudamericana. Hizo un trabajo precioso, busqué su número para agradecerle, me lo facilitaron, y nunca pudo atenderme porque ya estaba enfermo. No pude agradecerle, y es todo un tema, porque de ese acompañamiento depende que el libro llegue maravillosamente o no.
MM: Después, Antonio Santa Ana fundó un grupo musical que se llama Unicanuez.
MCR: Sí, y musicalizó poemas míos.
Asistente: De ahí viene el nombre de la editorial…
MCR: Claro. Cuando decidimos ponerle un nombre a la editorial, le pedí permiso a Tony. Y me dijo que por supuesto, podía ponerle ese nombre. Recuperé derechos de Norma y ahora lo edité en Ruedamares, como corresponde.
Asistente: Ella te peguntó por la cocina. Yo no sé si hay recomendaciones o sugerencias para el que quiere escribir.
MCR: Cuando una situación de la realidad te asombra… ahí. Ojo que hay muchas maneras, pero para mí es el impacto emotivo.
Asistente: Se escucha la lluvia y algo te dice…
MCR: Sí, pero sobre todo, a nivel humano. Ves un chico llorando sentado en el umbral. Ya está. A mí me conmueven mucho las soledades rurales. Escenas de lo rural que te cuentan… Adolfo, de Azul, la cordillera, es una historia que me contó una maestra. ¿Cómo no lo vas a escribir? ¿Ustedes la leyeron? Es medio larga, no sé cómo estamos…
MM: Vos sos la que después se va a San Isidro. (Risas).
MCR: ¿Quieren que leamos?
Asistentes: ¡Sí!
MCR: De Azul, la cordillera, voy a leer “Adolfo”, que está ambientado en una escuela albergue, en la que los chicos viven.
“Adolfo no está contento. De a ratos llora un llanto calladito. Una lluvia de goterones se abre paso en la carucha gastada por el viento. La lluvia llega hasta la pera y cae hacia el bolsillo del guardapolvo, o se hace punto mojado en el piso del aula. Un día una lágrima de aferró de la hilacha de una manga, y se quedó columpiándose en el abismo. Como las golondrinas cuando tironean hilitos pata hacer el nido. Era una lágrima de escuela, que había corrido ya muchas veces caminos parecidos. Le gustaba mirar la mano de Adolfo apretando el lapicito mordido. La mano se movía apenas sobre en cuaderno, dibujando hileras de hormigas despeinadas. Le gustaba salir al patio y sentir el trote de Adolfo entre las plantas, buscando bichitos de colores. Las vaquitas de San Antonio son como una lágrima caminante, se decía. Una lágrima, salpicada de amarillo por un girasol, salpicada de rojo por una clavelina. “¿Cuántos días faltan, pues, maestra para que venga mi papá?” “Tres días, Adolfo. Así. Estos deditos.” “Entonces mañana van a faltar nomás éstos, pues, maestra.” Y la lágrima sabía entonces, que no iba a brillar sola, que otras correrían lentas o tal vez atropellándose. Las iba a ver pasar con su transparencia. Y les iba a dar consejos de lágrima sabia. Cuidado con las orillas, si se quedan sobre la piel de Adolfo, escuchen la vez de río con que golpea su corazón. Desde las solapas se ve el vuelo de las hojas del cuento que les cuenta la maestra. Desde el balcón del bolsillo, se oye el murmullo de las semillas que trae Adolfo para ayudarse a contar.
Adolfo se ha olvidado el atadito de lápices de colores. Azul, verde y celeste. Cada vez que hace un campito de alfalfa llora, porque le falta verde y la vaca del cuento no podrá comer. Cada vez que dibuja un cielo llora, porque no tiene celeste para sostener el amarillo que el sol tampoco tiene. “Tengo que irme a la casa por los colores, maestra”, dice Adolfo, mirando los botones del alto guardapolvo. “Usá los del tarro grande, Adolfo. Son de todos”. “¿Cuánto falta para que venga, maestra, mi papá?” Detrás de un remolino de pelo negro está en la puerta del aula el hermano chico de Adolfo. Eso quiere decir que es hora de salir al recreo largo. El hermano chico sale al patio con Adolfo, y juntos juegan con una bolita lechera que les ha regalado la maestra. Después, el hermano chico le pide prestado el pañuelo, y lo ayuda a llorar un poquito. Pasa una bandada de loros. Un bochinche verde que sacude el aire y remueve el corazón. En el recreo largo Felipa sirve mate. Mate cocido a los maestros. Menos al maestro Carlos, que se ceba un mate como Dios manda. “¿Cuándo tenemos tortas fritas, Felipa?” “Capaz que mañana, don Carlos, si tengo tiempo para el amasijo” dice Felipa, y acerca un pan casero para que se reparta. Carla va, charla viene, veinte minutos de recreo, y se hace la hora de retomar el trabajo. Cada cual a su aula, con un poco más de tierra en los dibujos de las orejas, y la frente brillando, con el sudor que suelta el sol. Claudia espera que entre Adolfo para empezar la clase. Mientras, hace palmas y canta la canción de la blanca paloma. Devuelve los cuadernos que ya están corregidos. El de Matías, el de Dora, el de Luciano, el de Adolfo. Pero Adolfo no llega.
Un loro remolón pasa gritando, llamando a la bandada. “Seguro está en el aula del hermano”, piensa. Se asoma hasta la puerta: “¡Adolfo! Patricia, ¿Adolfo está en tu salita?” “¿Adolfo? No. SE habrán quedado en el patio porque Juancito tampoco volvió del recreo”. Claudia sale a buscarlos. En el baño, en el patio de adelante, en el patio de atrás. No están. “Felipa, ¿no vio a los chicos Salazar?” “No, señorita. Nomás estuve en la cocina y por acá no anduvieron”. Patricia llegó y se unió a la búsqueda. Y Carlos. Y los demás maestros. Pero no los encontraron. Marta salió a mirar al camino, pero el camino a poca distancia cambiaba de rumbo y se ocultaba tras el monte. Carlos puso en marcha la camioneta y no dijo nada. Porque ya Claudia había subido y cerrado la puerta justo en el momento en el que el vehículo entraba de lleno en el polvo de la calle. Después de la curva, anduvieron un buen trecho sin hablar. Hasta que los divisaron. El hermano grande y el hermano chico. De la mano. Caminando por la orillita en que la tierra se entreteje con yuyos ralos. Levantando una nube suave, con las zapatillas. A cierta distancia. Carlos detuvo la camioneta y dejó que Claudia hiciera su trabajo. Un poco tuvo que correr, porque estaba casi llegando al puente chico. Parecían dos semillas de la misma planta, flaquitas y juntas sobre el camino. “¡Adolfo, Juan, esperen!” Ya castigaba el sol de la mañana. Adolfo giró su mirada redonda sin soltar la mano del compañero de viaje. “¿Usted también viene, maestra?” “¿Adónde, Adolfo, adónde se iban?
El sauce columpiaba su ramaje con un ruido de caricia. El pollerón del sauce largando sombra sobre los chicos y la maestra. “Nos dieron tremendo susto, chiquitos. Si saben que no se pueden ir.” El pañuelo de la maestra es blanco y tiene perfume. La nariz de Adolfo lo conoce. “Por aquí hay una planta de yerba buena, maestra.” “Sí, Adolfo, pero volvamos a la escuela.” Cuesta un poco caminar cuando uno está clavado en la tierra. Cuesta un poco, un tiempo de buenas palabras, dichas con la intención de los amigos. “¿Qué tenés en esa mano, Adolfo?” “Un panadero que venía volando con nosotros, pues, maestra.” “¿A verlo? Uh, qué lindo. ¿Y si le pedimos tres deseos y lo dejamos ir?” En la camioneta se llega ligerito, y la tierra del camino va quedando atrás y se tranquiliza hasta asentarse. “Ya mañana vendrá el papá de ustedes porque es viernes, chicos” dice el maestro Carlos. “¿Por qué salieron de la escuela, Adolfo, si saben que solos no se tienen que ir?” pregunta Claudia mientras lo peina con los dedos. “Es que mi hermano miraba lejos pues, maestra, y decía: Caminemos, Adolfo, caminemos.”
(Aplausos).
Ana Padovani: Quería ofrecerte algo para vos.
MCR: Ay, bueno… Dale. Solo termino el relato. Esto lo escribí sobre todo con relatos del norte neuquino. Cuando salió el libro lo envié a los maestros que me habían contado parte de los relatos. Éste está casi tal cual sucedió. Se llamaba Adolfo… Cada vez que voy a hacer capacitación al norte, siempre viene Claudia. Y no todos saben que pasó, ya. Entonces presento a Claudia, leemos el libro, y el cuento. Una vez, hace dos años, fui y había ochenta maestros del norte, más o menos. Leímos, la presenté a Claudia como maestra… El relato sucede en Manzano amargo, una comunidad chiquitita. Y se levanta una mano por allá atrás, y dice: “Adolfo está ahora en el puente chico”. Todos mirándose. “¿Vos lo conocés? “Iba conmigo a la escuela. Yo era compañera de Adolfo cuando marchó de la escuela”. La maestra se dio vuelta y le preguntó si era Antonia; hacía un montón de tiempo que no se veían. Eso pasó: una maestra, una compañera de Adolfo, contándonos la historia de Adolfo que ahora vive en el puente chico.
Asistente: Mágico. Lo debe haber leído.
MCR: Sí, yo mandé el libro cuando salió, y después quise sabe qué había pasado. Dice que la maestra Claudia lo llevó a la biblioteca, se lo leyó, y él lloró un poquito. Y después le pidió el libro prestado a la maestra, para leérselo al papá. Es muy conmovedor. Eso es lo que me hace “click”. A mí me desesperaba la idea de que los niños chiquititos tuvieran que estar lejos de los padres porque sus escuelas están muy distantes. Es terrible, y sigue pasando, y los maestros hacen magia en esas escuelas. A ver Anita… ¿la conocen?
MM: Ana Padovani, gran narradora.
(Aplausos).
AP: Quería contar un cuento, pero es un poco tarde y ya que han hablado de los romances, va un romance.
Tristes nuevas, tristes nuevas
se contaban por Sevilla
Que se casa el duque de Alba
Con dama de gran valía.
Se metió para su cuarto
Donde lloraba y gemía,
Sus blancas manos retuerce,
Los collares se rompía.
Vio venir al Duque de Alba
Con otros, en compañía.
“Duque de Alba, duque de Alba,
Duque de alba, vida mía,
Que me han dicho que te casas
Y que yo no lo sabía.
Quién te lo viene a decir
Que mentira no decía,
Pues que me caso mañana
Y a convidarte venía.
Al oír estas palabras
Cayó muerta la niña.
Por ver de qué se había muerto
Determinaron abrirla
Y tenía el corazón,
Lo de abajo para arriba.
¡Ay! Qué malos son amores
Y que yo no lo sabía,
Que se vuelve el corazón,
Lo de abajo, para arriba.
(Aplausos).
AP: Paso un aviso parroquial; yo tengo una actividad para que los chicos les cuenten historias a los chicos. A veces la hago en la Feria. La pongo a disposición de ustedes. Después les paso mis datos y me escriben a info@anapadovani.com.ar. No tengo ningún apoyo institucional, lo pongo a disposición de ustedes.
MM: ¡Muchas gracias Ana! Chicas y chicos, es tarde. Dije que iba a ser una tarde de sorpresas. ¿Tienen la página de María Cristina?
Asistentes: no.
MCR: Está en Facebook, pongan en el buscador En un claro del mundo (que es este libro de poesía para adultos). Enunclarodelmumdo, y encuentran mi página. Y si no, por mi nombre. ¿Cómo lo pasaron?
Asistentes: ¡Bien! (Aplausos).
MM: Muchas gracias querida Cris.
MCR: Gracias a ustedes.
Comentarios
Publicar un comentario