Cómo hablar con los chicos de la guerra, a 40 años de Malvinas y 13 mil kilómetros de Ucrania
Con emoción y verdad, cuentos, novelas y relatos de no ficción para niños y adolescentes tocan el tema del conflicto armado sin escaparle al dolor, la tristeza y la muerte.
¿Cómo hablar con los chicos de una guerra que sucedió allá lejos, en el sur del sur, hace cuarenta años? ¿Y cómo hacerlo cuando en la otra parte del mundo, hace más de un mes, las bombas destrozan familias, viviendas, escuelas y ciudades enteras? Son preguntas que rondan por estos días a padres, madres y docentes mientras se acerca el aniversario del desembarco argentino en las islas Malvinas, que marcó el inicio de una guerra tan dolorosa y absurda como todas las guerras.
Dos editoriales nacionales especializadas en literatura infantil y juvenil abrieron el camino para trabajar el tema Malvinas en las aulas con colecciones especiales y reediciones. Loqueleo, sello de Santillana, presentó a mediados de 2021 el proyecto #Hacemos Memoria, con un plan lector para la primaria y la secundaria, mesas redondas y materiales digitales a los que se accede desde su sitio web.
Norma, por su parte, publicó este año tres títulos nuevos: entre ellos, uno de no ficción, Postales desde Malvinas, del historiador y novelista Federico Lorenz. Se trata de una especie de diario de viaje personal con datos históricos y fotos tomadas por el autor en sus viajes. De la serie Torre Azul, sugerida para lectores a partir de 9 años, es quizás el único libro para chicos de edición reciente que habla sobre Malvinas desde la experiencia directa combinando pasado y presente.
La propuesta de Norma también incluye El secreto del abuelo, de Margarita Mainé, una autora que los pequeños lectores adoran (su saga “Días de…” fue uno de los booms infantiles en pandemia), y Las sonrisas perdidas, de Mario Méndez, autor de otro título cercano al tema, El que no salta es un holandés, reeditado en 2021 en la colección Memoria de Amauta.
Méndez, además, coordina el ciclo “Malvinas en nuestra literatura para niños y jóvenes”, organizado por el Programa Bibliotecas para armar, con el apoyo de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA) y la Biblioteca y Centro Cultural Roffo. Integrado por encuentros virtuales de análisis de obras y producción de textos críticos y entrevistas presenciales a autores relacionados con la temática, empezó el 14 de marzo y se extenderá hasta el 9 de mayo. En las charlas se leen y analizan títulos como Nadar de pie, de Sandra Comino; Nunca estuve en la guerra, de Franco Vaccarini; La lista, de Verónica García Ontiveros; La tía, la guerra, de Paula Bombara; la antología de cuentos Las otras islas; Como una guerra, libro álbum con texto de Andrés Sobico e ilustraciones de Paula Adamo; El secreto del abuelo, de Mainé, y Postales desde Malvinas, de Lorenz.
Consultado por LA NACION sobre en qué se asemejan y en qué se diferencian las miradas de los autores sobre la guerra de Malvinas y cómo abordan lo complejo de la cuestión desde sus respectivas ficciones, Méndez dijo: “Es notorio que cada autor o autora buscó tener una mirada original, un punto de vista diferente: desde los que relatan la guerra en pleno conflicto a los que cuentan desde el presente, y los que regresan a la mirada del niño que fueron en 1982. Quizás lo que más se repite es tratar de contar cómo lo veían los niños en ese momento, y las controversias que se dieron en la sociedad argentina, en cada familia, en relación, también, a la dictadura. Hay novelas que cuentan con bastante dureza los momentos bélicos, y otras que eligen un camino más sutil, sobre todo cuanto más chicos son los posibles lectores”.
Como autor, Méndez reconoce que el pedido de la editorial para sumar una ficción en el aniversario de los 40 años de Malvinas coincidió con sus intereses. “Tengo un par de cuentos juveniles, por ahora inéditos, sobre este tema. Cuando me llegó la invitación, pensé en escribir desde una mirada adolescente (tenía 16 años cuando estalló la guerra) y escribir para ese público, pero me sugirieron que querían contar la guerra, y contribuir a la memoria, para chicos de la primaria. Fue un desafío que tomé con mucho gusto y mucha responsabilidad: milito el tema de la memoria, creo que es fundamental hablar de Malvinas tanto como de la Patagonia rebelde, de la semana trágica, de los bombardeos del 55, de la dictadura para todas las edades. Es un lugar común, pero no hay que olvidar. No podemos correr el riesgo de repetir los mismos errores, los mismos horrores”.
En primera persona
Lorenz, que es historiador, docente e investigador y fue director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur entre 2016 y 2018, eligió narrar con el recurso de la no ficción. “La experiencia fue placentera y desafiante, porque traté de reponer la emoción y la curiosidad que a mí me despiertan las islas sin banalizar esos sentimientos, sino partir de ellos como el piso común de entendimiento entre el autor y sus pequeños lectores: ‘Vamos a dejarnos sorprender por la historia y las características de un lugar que es hermoso a pesar de que algunas cosas de él nos duelan’”, contó a LA NACION.
En su libro hay fotos personales: no sólo las típicas imágenes de las islas como el faro, las ovejas y las cruces blancas para los soldados caídos sino también otras más curiosas como el patio de una casa de una isleña, donde se alojó, repleto de enanitos de todos tamaños y colores.
Dice Lorenz que cuando le llegó la propuesta de la editorial hubo una sintonía entre el pedido puntual del libro y sus ganas de escribir sobre un tema tan complejo pero que conoce muy bien. “Creo que sintonizamos una forma de comunicación muy sugerente con un momento personal, como autor especialista en Malvinas, en el que me siento de regreso de un viaje: cuando uno cuenta un viaje que dura mucho -como profe, padre, maestro, tío- lo que quedan son las emociones ancladas a lugares y personas. Es verdad que el libro es de no ficción, pero ese toque hace que información estricta pueda tener la forma de los libros de viajes y aventuras: yo quería que cualquiera que lo lea se sienta en el lugar y escuche el viento como yo lo hice. Entonces, la idea del relato breve e intenso (lo que entra en el dorso de una postal) y una imagen (que no condensa, sino que es más información) es especialmente eficaz”.
Autor también de libros para adultos, como la novela coral Para un soldado desconocido (publicada recientemente por Adriana Hidalgo), Lorenz agrega: “Digamos que quise transmitir un amor y distintas emociones por un tema que es complejo y diverso y ofrecer, desde distintas escenas, la posibilidad de que muchas y muchos sintieran eso mismo. Así que es un libro pensando en que ojos menos condicionados que los nuestros (los de aquella guerra, los de este presente tan dividido y complejo) se asomaran de forma desprejuiciada a esos escenarios”.
Desde el dolor, sin golpes bajos
El plan lector de Loqueleo incluye dos antologías de cuentos. Una de ellas, Donde se acaba el viento, está sugerida para chicos desde los diez años e incluye textos de Laura Ávila, Martín Blasco, Ricardo Mariño, Elsa Bornemann y Gustavo Roldán. Los dos primeros cuentos son recientes (estaban inéditos), pero los otros son rescates valiosos ya que reflejan cuestiones como el poder, el autoritarismo y la fuerza del accionar colectivo con humor e irreverencia.
Con prólogo de Edgardo Esteban, excombatiente, autor de Iluminados por el fuego y actual director del Museo Malvinas, la antología Las otras islas es una edición aniversario a diez años de su publicación original, cuando se cumplían treinta del inicio de la guerra. Reúne cuentos de Marcelo Birmajer, Liliana Bodoc, Pablo De Santis, Juan Forn, Pablo Ramos, Eduardo Sacheri, Patricia Suárez, Esteban Valentino e Inés Garland, cuyo relato da título al libro. En esas páginas, las islas que conoce la narradora no son las Malvinas sino las del delta y los ingleses no son soldados piratas sino unos vecinos.
“En abril de ese año estalló la Guerra de las Malvinas. Yo no quiero hablar de política, del imperialismo o de las maniobras de un lado y de otro para retener el poder. Yo quiero hablar de Tatú y de Yagu. Los gobernantes de allá y de acá, los que tomaron las decisiones, están en los libros de Historia. Yagu y Tatú, no. De ellos, si no hablo yo, no habla nadie”, escribe Garland.
Desde la emoción y la verdad
A mediados de marzo, en la jornada “Pensar Malvinas desde la literatura infantil y juvenil”, organizada por Loqueleo en el auditorio del Museo Malvinas, Bombara y Garland hablaron sobre cómo escribir sobre la guerra en ficciones que leen chicos y adolescentes. Las dos coincidieron en resaltar: “Desde la emoción y la verdad”.
Es lo que hace Bombara en La tía, la guerra, que propone un juego de palabras y sentidos desde el título (“Latía la guerra”) y eligió ubicar los recuerdos de la guerra en las grietas de la memoria de una tía abuela anciana. Hay un chico que hace preguntas, una madre que intenta explicar el contexto de dictadura militar en el que se dio la guerra y una mujer mayor que se olvida de ciertas palabras, pero no del dolor que causa la ausencia de un hijo que fue a la guerra y nunca volvió.
Mientras intenta con miles de tretas que lo dejen adoptar un perro, el protagonista empieza a entender (de a poco) de qué habla la tía cuando parece que se pierde en el pasado. “Ahora sé que el tío abuelo Eduardo fue a la guerra cuando tenía diecinueve años y que se murió en el hospital del sur unos días después de cumplir veinte. Ella siguió siendo su mamá porque una vez que sos mamá, ya está. Sos mamá para siempre. Esa es la parte triste”, dice el nene.
Cuentos, novelas, relatos de no ficción, textos poéticos ilustrados: si algo tienen en común los libros sobre Malvinas para chicos y adolescentes es que los autores no le escapan a hablar del dolor, de la tristeza, de la muerte que provoca la guerra, ese “monstruo grande que pisa fuerte”.
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