EL VIAJE DE LUCIA
Bienvenida a casa reúne notas, fotografías y cartas de Lucia Berlin, como una bitácora de lo que fue su increíble vida, permitiendo establecer enlaces entre estos documentos y los personajes y lugares de sus cuentos.
Por María Trombetta
Alaska. El Paso, en Texas, y Ciudad Juárez, a ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México. Santiago de Chile y alguna hacienda remota en ese mismo país. Idaho, Kentucky, Montana, New York, Albuquerque, Berkeley, Oakland. Acapulco, Jalisco, Teotihuacán, Chiapas, entre otros lugares y ciudades. Los cuentos de Lucía Berlin, editados en castellano por Alfaguara, en Manual para mujeres de la limpieza (2016) y Una noche en el paraíso (2019) transcurren en esos y muchos escenarios más. Lucía vivió una vida muy viajera, y sus cuentos dan prueba de eso: viajaba y se trasformaba. De hija mimada a señorita de la alta sociedad, de joven universitaria a esposa y madre, de ahí a amante fugitiva, de mujer de la limpieza a enferma de alcoholismo, de enfermera a turista, profesora universitaria, escritora…
Las vidas son viajes, los cuentos son viajes: las autobiográficas historias de Lucía viajan y hacen viajar. Por los escenarios más o menos exóticos que describen, porque la gente llega y se va, porque ella huye. Siempre hay algún auto, un avión, un lugar al que ella está yendo o alguien que llega desde lejos como sorpresa o amenaza. Muchos de sus cuentos tienen nombres de lugares o ciudades, los títulos instalan al lector en una geografía, un clima o un contexto determinado. Manual para mujeres de la limpieza, que da el nombre al primero de los libros, repasa los pensamientos de una trabajadora doméstica junto al itinerario de los transportes públicos que utiliza para ir de un trabajo a otro.
Cuando sus cuentos llegaron a nosotros, Lucía ya no estaba en este mundo. Parte de la estrategia editorial que acompañó la edición de su obra consistió en difundir información sobre la vida tan particular que tuvo, todas las formas en que se ganó la vida, sus amores, sus hijos, su adicción. Era inevitable, para mí al menos, preguntarme ante cada relato cuánto de aquello había sido real y qué parte correspondía a la imaginación de la autora. Me encariñé tanto con ella que cuando algo me parecía particularmente angustiante, o divertido, insólito o genial, decidía qué era realidad o ficción según fuera más conveniente.
Entonces llegó a mis manos Bienvenida a casa, el libro que reúne las notas, fotos y cartas de Lucía. Ahí está todo, su vida documentada, las caras de sus hijos y las de sus amores, la lista de las ¡treinta y tres! casas donde vivió a lo largo de su vida. La tía que se subía al techo de su casa en la semana de Navidad para no tener que soportar a la familia (el único episodio del que estaba segurísima de que era ficticio) y la dolorosa historia de su hermana Molly. Una foto con el hombre de la cabaña al que visitaban con su padre, otra mostrando a Lucía espléndida en su traje de falda y chaqueta rojos en las calles de Oaxaca. Una bitácora donde quedó registrada la memoria de una vida, recuerdos magistralmente enredados con ficción, ficción disparada desde los recuerdos más diversos.
Tuvimos a nuestro primer hijo para evitar que llamaran a filas a Paul. Volví a quedarme embarazada por accidente cuando Mark tenía solo unos meses. Paul dijo que la única solución era que se marchara, y eso hizo. Tenía una beca, un mecenas, una villa con fundición en Florencia y una nueva novia con la nariz recta.
La mañana que se marchó, lo primero que hice fue regalar los pájaros a una señora mayor que vivía al otro lado de la calle. Quité los cuadros de Mondrian, colgué mis girasoles y un póster de Elvis, eché una manta mexicana colorida encima del sofá color crudo. Me pinté los labios de rosa y me hice dos trenzas.
Estaba fumando cigarrillos que le había pedido a la vecina, descalza y con los pies encima de la mesa. Los platos seguían sin lavar. Mark gateaba alrededor con el pañal chorreando, sacando las sartenes del armario. Joe Turner estaba cantando blues en el aparato de alta fidelidad cuando Paul entró por la puerta. Llevaba solo veinte minutos conduciendo cuando se le había estropeado el coche. La escena no le hizo ninguna gracia. No volvimos a verlo en dieciséis años.
Bienvenida a casa
Lucía Berlin
Alfaguara, 2020.
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