Viaje al corazón de un niño
Por María Pía Chiesino
Uno de los libros más leídos y
releídos de la ya mítica Colección Robin Hood a la que tanto le debe mi historia
como lectora, fue Corazón, de Edmundo De Amicis. Con el formato del
diario personal, se nos cuenta la historia de un chico, durante un año escolar.
En este recorrido, además de las
historias cotidianas que acontecen en la escuela, se les presentan a los
lectores las “historias del mes”, que relata el maestro, y que en general,
refieren historias heroicas protagonizadas por niños.
Una de estas historias es “De los
Apeninos a los Andes”. Un relato de viajes que en su momento me llamaba la
atención, porque Marcos, el protagonista que viaja buscando a su madre, llegaba
a la Argentina, un escenario nada habitual para la literatura infantil y
juvenil, por esos años. Las historias sucedían en la selva, en el mar… en el
fondo del mar, inclusive, pero no en las “rutas argentinas”. En este relato de
un autor italiano, aparece nuestro país como el escenario de la aventura. Era
novedoso, sorprendente, que un personaje que viajaba lo hiciera por Buenos
Aires, Rosario, Córdoba, Tucumán…
Probablemente la extrañeza que sentí
como lectora en ese momento, tuviera su origen en mi desconocimiento por
entonces, a mis diez años, de la importancia del aporte de la inmigración en la
construcción de nuestra cultura.
La Argentina ya era un horizonte
posible y esperado en muchos países de Europa, cuando se publica Corazón,
en 1886. Y de esa realidad da cuenta este relato, en el que acompañamos a un
chico de trece años que llega desde Génova para buscar a su madre, llegada un
año antes en busca del trabajo que en su país se le negaba.
El viaje de Marcos incluye el
traslado inicial en un barco, rodeado de compatriotas, que hablan su misma
lengua y que en la medida que pueden, lo protegen y alientan en su proyecto.
Desde que desembarca en el puerto de Buenos Aires, el recorrido va a estar
marcado por sensaciones de extrañeza y de orfandad, que se van a ver mitigadas
por encuentros por otros personajes, en muchos casos, italianos como él.
La percepción que se tiene de la
Argentina en la novela, da cuenta de la importancia y del peso de la
inmigración italiana en nuestro país: el argumento decisivo para que el padre
de Marcos autorice el viaje, es que, habiendo tanta población de ese origen en
Argentina, el chico sólo debe llegar y preguntar la dirección de la casa en la
que se supone que su madre vive y trabaja, para reencontrarse con ella.
Tanto Marcos como su padre
desconocen la magnitud de las distancias a recorrer. Acostumbrados a su pequeño
pueblito, creen que la mayor extensión que los separa de la ausente es la del
océano. No es así, claro. Y desde que desembarca en Buenos Aires, el chico
advierte que en Génova el viaje apenas había comenzado. En la Argentina, Marcos
tiene que agregar a su viaje uno anterior y del que no tenía noticias : el de
la familia de los patrones de su madre a Tucumán.
En su búsqueda, el pequeño viajero
va a llegar a Rosario navegando por el Paraná, va a seguir hacia Córdoba, y
desde ahí va a encarar el trayecto final de su viaje, en una caravana de
carretas.
Uno de los aspectos interesantes
que se nos presentan a los lectores mientras acompañamos a Marcos, es la
solidaridad de sus compatriotas. Tanto en el barco como en tierra, el chico
pasa por momentos de abandono y desesperanza. Y siempre sale adelante y
fortalecido gracias al estímulo de otros italianos que le recuerdan la
importancia de la valentía para la vida de tantos genoveses que se encuentran
lejos de casa.
Otro aspecto interesante es la
visión del protagonista desde que llega a la Argentina, de esos paisajes que se
caracterizan por la desmesura. Ya sean las ciudades, el Paraná, el desierto en
Santiago del Estero o el monte tucumano, el paisaje que rodea a Marcos se
presenta como inmenso e inabarcable. Esto se traduce para el chico en la
sensación de que está embarcado en un proyecto casi interminable y de final
incierto y por momentos, descorazonador. En semejantes distancias, encontrar a
su madre comienza a parecerle un imposible.
A pesar de estos estados de ánimo
que Marcos siente con fuerza en varios momentos del viaje, no abandona su
camino: la necesidad de un reencuentro con la mujer para llevarla
nuevamente a Italia es más fuerte que el frío, el calor o la distancia.
Cuando lo necesita, pide ayuda, y
siempre la encuentra. Al fin al cabo, nadie se niega a ayudar a un chico. En
este punto la mirada europea es interesante: en el relato del viaje de un chico
de trece años que atraviesa media Argentina, no se le presentan situaciones de
peligro. Siente temor en algunos instantes, pero este miedo aparece como
infundado. En todos los momentos en los que Marcos recurra al mundo de los
adultos para que lo ayuden a seguir su viaje, va a encontrar ayuda: dinero,
comida, trabajo, abrigo, un sitio donde dormir.
Lo que se interpone entre el
protagonista y su madre son las distancias geográficas, no los obstáculos
humanos.
Cuando finalmente se produce el
reencuentro, las personas para las que su madre trabaja van a seguir en esa
línea, y van a colaborar, en este caso ocupándose de devolverle la salud
perdida, último escollo a sortear en el fin de este largo viaje.
La madre de Marcos se salva.
La llegada imprevista del chico, al decir de los médicos, ha sido fundamental
para devolverle las ganas de vivir, y permitirles ayudarla. Desde ese momento,
solamente le deberá recuperarse, y emprender junto a Marcos el regreso a
Italia, en un nuevo viaje, que esta vez, quedará librado a la imaginación
de los lectores.
Edmundo De Amicis
Buenos Aires, Acme, Col. Robin Hood, 1958
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