Fabián Sevilla: “Al periodismo le debo mucho, pero la literatura tiene que ver con lo que quiero ser: escritor”
Mario Méndez: Buenas tardes. ¿Cómo están? ¿Qué tal Fabián? Fabi es un colega querido, con el que hemos compartido colecciones, y a quien he tenido el gusto de editar. Siempre empiezo leyendo una parte formal, que es la biografía del invitado. No la voy a leer porque me acaba de avisar el zoom que mientras grabo no puedo minimizar esto. Y no estoy en casa, así que no tengo los libros para leerla, pero me la acuerdo bastante de memoria. Si no es así, vos me corregís. Fabián nació en Mendoza en 1970. Empezó su carrera como escritor dedicado a la dramaturgia. Lo primero que publicó fueron obras de teatro. Creo que a los dieciséis años ya habías publicado, ¿verdad?
Fabián Sevilla: A los dieciséis, junto con mi hermano gemelo Ariel, empezamos a escribir teatro musical, pero con una característica. Mendoza, junto con Rosario, era una de las principales ciudades en lo que era el teatro infantil. Estoy hablando del año ’87. Nosotros queríamos hacer teatro para la familia, no para niños y niñas. Yo tengo el honor de ser de la generación del regreso de la democracia. Lo digo con orgullo, de cuando empezó a reactivarse el teatro en Mendoza. Todos los fines de semana abrían un teatro: en un garaje, en una azotea, en una casa en construcción… Nosotros escribimos a los dieciséis años una versión de El Mago de Oz, que a los diecisiete puso en escena un elenco profesional. A partir de ahí empezamos a escribir y nuestras obras se representaron. Tanto es así que, siguiendo con mi biografía, cuando debí elegir una carrera universitaria quise estudiar para ser maestro, pero mi viejo no me dejó. Yo quería algo que me relacionara con la escritura, entonces elegí estudiar Periodismo, que de algún modo tenía que ver con eso. Comencé mis estudios como periodista, cuando cursaba segundo año de la carrera tuve la suerte de entrar a trabajar a los medios de comunicación y laburé como periodista hasta que empecé a publicar literatura… Uy…estoy diciendo mi biografía…
MM: Me encanta. La sabés mejor que yo.
FS: Bueno, yo hice lo que llamamos “periodismo para la infancia y la adolescencia”, también. Yo siempre hablo en plural porque lo hacíamos con mi hermano. Buscábamos meternos en los nichos que iban surgiendo, e hicimos periodismo para las adolescencias y las infancias. También me especialicé en periodismo para personas ciegas y ambliopes, en un periódico que salía en Braille y “en español”, por decirlo de algún modo. Después, empecé a escribí para revistas como Billiken o como la querida Imaginaria… A mediados del 2004 noté que se estaba publicando mucha literatura para las infancias y las adolescencias, agarré mi carpetita con cuentos y obras breves y empecé a viajar a Buenos Aires y a golpear las puertas de las editoriales. Porque era así. En ese momento no existía eso de enviar por WhatsApp, ni siquiera por mail. Y empecé a golpear puertas porque tenía cuentos, obras de teatro para chicos, cortas. A mí las docentes siempre me decían que tenían más de cuarenta pibes en el curso, y no encontraban obras. Pensé “vamos a ayudarlas”, entonces empecé a escribir obras breves. En lugar de hacer una obra larga, hacía cinco con diez personajes. Por la necesidad de las mismas docentes. Cuando me di cuenta de que tenía un cúmulo de material ya probado, empecé a golpear puertas en Buenos Aires. Hasta que tuve la suerte de que se me abriera la puerta de Aique, que estaba en su mejor momento. Ahí conocí a mi primera editora y hoy mi gran amiga Cecilia Repetti, quien se encargó de recomendarme a otras editoriales. Al mismo tiempo tuve la caradurez de ir a la casa de Adela Basch y presentarme, muerto de miedo, sin saber qué tipo de persona era Adela. Y descubrí que era como una gallina, que me puso bajo su ala y también empezó a proyectarme. Entonces, ahí, gracias a que tuve la valentía de quedarme en Mendoza y viajar a Buenos Aires, (yo no quería “triunfar en la gran ciudad”), y gracias a que me encontré con gente generosa, pude entrar en otras editoriales. Y las compañeras y los compañeros escritores, también me demostraron mucha generosidad pues me dieron la bienvenida y también me fueron recomendando, asesorando, guiando. Así fui publicando de a poquito, se fueron abriendo las puertas de editoriales más grandes. Llegó un momento en el que ya llevaba veinte años en los medios y me estaba yendo bien en las editoriales. Y tuve que decidir qué quería hacer. Si el periodista escritor, que no cuajaba mucho, porque encima me encargaba de hacer policiales, o quería ser solamente escritor. Un día me fijé cuánto dinero tenía en el banco, y tenía horrados diez mil pesos, que eran una locura. Tenía para cuatro sueldos, porque dos mil quinientos pesos por mes era lo que cobraba yo en el diario en año 2012. Y decidí que si renunciaba y no me iba bien volvía al periodismo. Entonces, renuncié pero no volví al periodismo: me dedico exclusivamente a escribir literatura desde hace casi una década y la verdad es que no me arrepiento. Pero como me quedé con las ganas de ser maestro, ahora, a los cincuenta y un años, acabo de pasar a tercer año del Profesorado de lengua y Literatura. Me tomé la revancha con la vida, y mientras escribo, estudio. Aparte de los talleres de escritura que dicto, apunto a concretar mi sueño de estar en el aula o de generar algún cambio desde el aula. Ahora seré escritor docente, como muchos de ustedes.
MM: Una cosa más que compartiremos. De esta pasada rápida por tu biografía que hiciste, me quedo con varias cosas que voy a utilizar. La primera, porque me llama muchísimo la atención, y te la tengo que preguntar, ¿cómo es eso de que tu viejo no quería que fueras maestro? ¿Por qué?
FS: Porque yo vengo de una familia de excelentes vendedores. Mi hermano mayor te puede vender el obelisco. Mi mamá, que partió el año pasado, podía venderte el obelisco y cuatro cuadras a la redonda. Mi viejo, que era hijo de turcos que llegaron y pusieron un mercachifle en Mendoza, y después tuvieron una de las grandes tiendas… mi viejo te podía vender la ciudad de Buenos Aires completa. En cambio, Ariel y yo fuimos las ovejas negras de la familia. Yo no puedo vender nada. Sí una idea o un proyecto. Pero no otra cosa. Mi viejo me dijo que primero estudiara una carrera que me sirviera, y que después estudiara para maestro. Pero no porque fuera un tipo autoritario, sino porque esa era su cultura. Estamos hablando de fines de la década del ochenta, cuando ya los varones no estudiaban para ser docentes, el sueldo docente siempre era el segundo ingreso del hogar, y mi viejo consideraba que había que estudiar para ser perito mercantil. Lo hice y no tengo la más pálida idea de qué estudié. Hubiera querido hacer algún bachillerato. Siempre me gustó la docencia. A mí me gusta mucho compartir lo que aprendo, y ahora lo estoy haciendo. Tengo excelentes profesores y profesoras, ya estoy en el aula. Mi viejo no veía que un varón pudiera dedicarse a la docencia. Entonces empecé a estudiar Abogacía. Después me dije que no tenía nada que ver conmigo, me pasé a Comunicación Social, una carrera que me llevó al periodismo y a escribir, que era lo que yo quería. Yo quería una carrera en la que pudiera desplegar la creatividad, la escritura, la lectura, las que creo que son las herramientas del docente para poder transmitir y formar lectores. No diría “formar escritores”, pero sí chicos que puedan expresarse a través de la escritura creativa. Como periodista tuve una muy buena carrera, no puedo quejarme. Me enseñó mucho para la literatura. Yo escribo muy rápido. Y escribo en cualquier lugar. Siempre digo que puedo escribir con un elefante bailando la tarantela al lado mío o en el medio del campo. Porque cuando uno ha trabajado veinte años en la redacción de un diario, con setenta tipos gritando, teléfonos que suenan, se acostumbra a concentrarse para trabajar rápido y lo mejor posible. Entonces al periodismo le debo mucho, por más que cuando lo dejé por la literatura lo hice convencido de que tenía que ser escritor. Pero además, porque ya no me gustaba cómo se estaba haciendo periodismo en la Argentina. Siempre digo que yo soy como de la última camada de periodistas que no cometía errores de ortografía. Y aunque a veces me agarra melancolía con esa profesión, la literatura tiene que ver con lo que quiero ser: escritor. Así que acá estoy, escribiendo, y estudiando para ser docente.
MM: ¡Qué bueno! Me alegro muchísimo. Hacen falta docentes, todo el tiempo. Que se renueven los docentes que den de leer. Así que un docente escritor también suma. Y ¿cómo es esto del periodismo policial? Supongo que te sirvió, porque hemos leído algunas de tus novelas, en las que el detective interactúa con los cuentos de hadas. ¿Qué otra experiencia policial te sirvió para tu escritura de ficción?
FS: Creo que el periodismo policial es uno de los modos periodísticos más narrativos. Porque cuando uno hace una nota política, salvo poner lo que el político dice, no hay nada de narrativa. En cambio, el género policial te permite narrar. Desgraciadamente, en un asesinato, un robo, o un accidente hay mucha potencialidad narrativa. El policial te permite hacer un periodismo narrativo. Por eso yo agradezco, si bien no es ningún placer, al periodismo policial, el haberme enseñado a narrar con orden y a armar una trama policial a partir de haber investigado en las fiscalías o fisgoneado expedientes. Por eso, cuando uno escribe un policial, siempre digo que, en lugar de una sinopsis, uno hace un expediente. De quién y cómo son los sospechosos, los móviles y todo eso. Me enseñó bastante. Además, es muy descriptivo, es muy literario, lo cual no quiere decir que sea ficcional. Es como el modo deportivo. Yo siempre digo que el periodista deportivo es melancólico y es poético cuando te describe un gol o una jugada. Estoy hablando como un futbolero de aquellos. Mis compañeros de la sección de deportes escribían unas crónicas que leías por el simple placer de leer la poesía con la que describían un partido. Entonces, el periodismo deportivo también es formativo del escritor. Al policial le debo eso, pero no volvería a hacer policiales. Una semana antes de renunciar tuve que cubrir un accidente en el que había muerto un niño de una manera muy trágica. Era un choque muy fuerte: pensar en que a la tarde escribía para los chicos, y a la mañana describía el asesinato o la muerte de un niño. Me hizo muy mal. Y decidí apostar por escribirles a los chicos que van a leer. No escribir sobre chicos que son víctimas de algo. Eso pasó un domingo y al viernes siguiente renuncié. También me había cansado un poco: yo empecé trabajando en medios de comunicación y terminé trabajando en empresas de comunicación.
MM: Una sutil diferencia, o no tan sutil. Y eso no tiene mucho que ver con el eje de nuestra charla, pero me gustaría que nos lo cuentes. Esa cuestión de los errores de ortografía que decías, ¿tiene que ver con no pagarle a los correctores? ¿Qué pasó, que el periodismo ya no prestó más atención a la corrección de lo escrito?
FS: Lo que pasa es que nosotros veníamos con una formación periodística muy sólida. Teníamos como docentes a periodistas de la vieja escuela. Nosotros estudiábamos, por ejemplo, los textos periodísticos de Gabriel García Márquez y de otros grandes articulistas latinoamericanos, entre ellos argentinos. Lo que noto ahora, y lo digo porque siempre vivo criticando desde una perspectiva profesional pero también ciudadana, hoy hay un copy-paste de lo que escribieron otros o enviaron de una agencia de noticias y vamos andando. Nosotros nos embarrábamos hasta las orejas para conseguir la data con la cual después escribíamos una nota. Yo lo que veo es que hoy el periodista está muy cómodo desde su casa, o en la redacción, le llegan los datos por mail o le pasan la información por teléfono y redacta sin siquiera salir a confirmarlo con sus propios ojos. Además, hay títulos y cuestiones sintácticas que si yo se las hubiera presentado mi jefe de redacción, me suspendían. O me echaban, directamente. Hoy noto una falta de cultura general en los periodistas. Nosotros veníamos con una cierta base general sobre determinadas temáticas. Y hoy, estos periodistas millenialls o centenialls escriben sobre una cosa, mañana escriben sobre otra. No profundizan. Hoy, en un diario online sale una noticia que mañana desapareció porque ningún cronista siguió el tema. Nosotros seguíamos una noticia, entonces te volvías experto en ese tema. Te pedían que lo siguieras. En cambio, fíjate que lo que hoy primerea, a los cinco minutos pasó abajo y nadie se acuerda de ese tema. Si fue primera plana a la mañana, a la seis de la tarde ya no es título principal. Yo creo que ha habido una forma de hacer periodismo que ya se perdió y que en la falta de formación de los periodistas ha hecho que haya periodistas, como yo los sintetizo, con errores de ortografía.
MM: Está muy bueno lo que decís. Y forma parte como de un deterioro cultural bastante generalizado.
FS: Sí. Nosotros discutíamos mucho, incluso sobre el periodismo como profesión. Qué era ser periodista, fue siempre un tema recurrente en esas discusiones entre colegas. Si yo le pregunto eso hoy a lo que se considera periodista junior, creo que vamos a tener grandes discrepancias. Nosotros discutíamos y reflexionábamos mucho sobre la profesión. Nos dábamos cuenta de cuándo no nos permitían hacer periodismo dentro del mismo medio en el que trabajábamos y buscábamos el modo de hacer trampa para poder informar sin que nadie lograra guiarnos la mano. Sobre todo, a los gerentes cuando querían manipular la realidad. La última etapa, cuando los gerentes empezaron a manejar los medios de comunicación, pretendían usarnos de mensajeros y no como periodistas. Y me encantaba hacerles trampa. Hicimos cosas grosas, como cambiar tapas a último momento. Después de que el gerente, que no tenía por qué ver la tapa, la aprobaba, había algunos jefes que eran cómplices, y ponían otra tapa con otros títulos que se ajustaban a la realidad objetiva y libre de intereses. Después venía el reto, la llamada de atención, pero uno ya llevaba varios años en carrera y podía enfrentar a los gerentes. Aparte, me encantaba enfrentar gerentes.
MM: “Matando gerentes a garrotazos”. Lo podríamos parafrasear a Laiseca.
FS: Claro. Me venía a hablar un pendejo de veinticinco años sobre un tema que yo ya estaba tratando cuando él era chico. Entonces, que no me vinieran a hablar a mí de cómo escribir o cómo titular o dónde buscar para encontrar la noticia. “No creas que yo no me doy cuenta de que me querés manipular, hermano”, pensaba. Cuando uno tiene cierta edad y cierto recorrido, como era mi caso, me sentía envalentonado y me encantaba hacerlos sudar.
MM: Está muy bueno eso. Bueno, antes de hablar de los libros vamos a otro detalle de la biografía que hiciste a vuelo de pájaro, que quisiera destacar, que es que compartimos “hada madrina”, con Adela Basch, como muchos de los escritores que hoy publicamos. Y pienso que vos, en algunas de las líneas de lo que escribís, lo hacés bastante parecido, porque el humor y el teatro son dos de tus ejes. ¿Qué destacarías de lo que te enseñó Adela?
FS: Primero, Adela me enseñó sobre qué temas no hacer humor. Por ejemplo, me dijo que no hiciera chistes de suegras porque las suegras eran las abuelas de los lectores.
MM: Está bueno.
MM: Colón agarra viaje a toda costa.
FS: Le dije lo difícil que era trabajar sus textos desde lo escénico. Queríamos hacerla musical y ella me dijo que me escribía las letras. Eso ilustra un poco la generosidad de Adela para con sus colegas y los que están abriéndose camino en el mundo editorial. Porque, como yo hace más de quince años, muchos escriben para publicar y tienen la fortuna de encontrarse con “consagrados” que te ayudan a abrir puertas, pero también comparten lo que saben. Puedo nombrar a otros, como Olga Drennen, la querida Liliana Bodoc, Fernando de Vedia, Franco Vaccarini, Silvia Schujer, vos mismo Mario…
MM: ¿Cómo recibiste tu reciente experiencia con el libro Leer x leer?
FS: Espero que en las librerías se compren mis libros, pero también dono mucho de mi trabajo a proyectos que me parecen muy útiles, por ejemplo el Leer x leer del Plan Nacional de Lectura, donde tengo el honor de tener un cuento. Me pueden preguntar qué gano con eso. Y bueno, estoy en un libro en el que aparece desde Javier Villafañe hasta Liliana Bodoc. Y yo estoy en el mismo libro con ellos. Estos proyectos son muy democráticos. Porque a veces en las librerías uno no está en el mismo anaquel que Liliana Bodoc o Roald Dahl. Tenés otro lugar. En cambio, en estos proyectos estás en el mismo libro con los grandes. Así, los lectores te conocen. Así como entran a leer a Bodoc o a Tejada Gómez, entran a leerte a vos. Entonces, estoy en muchos proyectos de esos, y no busco más que eso. Aportar.
MM: Los volúmenes de Leer x leer son tres hermosos libros. Estoy muy contento, porque formé parte.
FS: Cuando hablé de la generosidad te incluí a vos, Mario, porque siempre has sido muy generoso conmigo en el sentido de convocarme para muchos proyectos. Lo que decía que cuando me llegó el ejemplar, veo que estoy en un libro con gente que uno admira y que en ese sentido, esas antologías son muy democráticas. Igual que las plataformas en las que hay cuentos y a las que uno contribuye con material. Yo no siento que estoy regalando lo que hago. Y esas plataformas están dirigidas al laburo de los docentes. Igualmente, no creo que un docente vaya a dejar de pedir que se compre o se lea un libro porque vos hayas donado tres cuentos. Es más, creo que de esa manera te conocen.
MM: Es verdad.
FS: Además de Leer x leer, puedo citar la plataforma de la Municipalidad de Godoy Cruz, que es el departamento de Mendoza donde vivo, y que se llama Leamos más, en la cual hay material muy valioso porque brindan literatura de muchos autores y autoras que son conocidos o están empezando, pero siempre apuntando a que lo que ofrecen tenga calidad estética.
Asistente: ¿Tuvieron algún apoyo directo? ¿Fue una iniciativa privada?
FS: A nosotros siempre nos gustó mucho la historia argentina. Soy un fanático de la historia argentina y de la historia mendocina, y la idea, cuando nos propusieron generar un proyecto desde editorial Salim, fue escribir narrativa histórica para las infancias. Ahí surgió una colección en la que hubiera un personaje particular, que viajara en el tiempo para ayudar a que ciertos hechos de nuestra historia, que por equis cuestiones se ven alterados, puedan concretarse como en realidad ocurrieron. Eso nos permitió trabajar la relación entre literatura (o la ficción), y la historia para que los lectores más jóvenes entiendan la diferencia pero a la misma vez, disfruten de la llamada ficción histórica. Es decir, que con una novela no se puede estudiar historia, pero una ficción puede ocurrir en una época real y tener como protagonistas a personas que existieron sin que lo que se narre haya ocurrido verdaderamente.
MM: me imagino que ya tenían la costumbre, porque empezaron con el teatro desde chicos, pero ¿cómo fue trabajar con tu hermano, que es el historiador del dúo? ¿Fue fluido?
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