Crónica detallada del 24 de marzo de 1976, de Martín Kohan

Hoy se cumplen 46 años del último y sangriento golpe militar en Argentina. Dejó un saldo de 30.000 desaparecidos y más de 500 niñas y niños nacidos en cautiverio y privados de su derecho a la identidad. Conmemoramos la fecha con este cuento de Martín Kohan, publicado en Golpes- Relatos y memorias de la dictadura, una compilación de Miguel Dalmaroni y Victoria Torres.


Crónica detallada del 24 de marzo de 1976 - Martín Kohan

El día empezó muy temprano (empezó, habrá empezado). Madrugamos (habremos madrugado), entre rezongos y parsimonias, con el otoño recién empezado, con el desayuno ya esperando. Nos vestimos (nos habremos vestido) con el uniforme del colegio, mi hermana y yo (de ahí el plural que empleo: mi hermana estaba  ahí). La corbata me habrá molestado, el pantalón de franela también (porque siempre molestaban).

A mi mama le tocaba la arenga para que no se nos hiciera tarde, de modo que seguramente arengó: que tomáramos la leche, que tragáramos el pan. De fondo habrá sonado la ducha: una de esas largas duchas matutinas que mi papa destinaba, según creo, a cavilar amargamente sobre la desventura de la venta de muebles, que es a lo que se dedicaba.

El micro escolar pasaba a las ocho menos cuarto; ocho menos cuarto, seguramente, pasó. El hombre que lo manejaba tenía un apellido inolvidable: Zurzolo. Usaba boina y también bigote; si al doblar con el largo micro en una esquina apretada tocaba algún coche estacionado, meneaba la cabeza con aire de resignación, y con esa sabiduría (la de que no todo se puede en la vida) seguía adelante sin más. 

Los dias en el colegio transcurrían, y entonces puedo inferir que este transcurrió, divididos en dos mitades casi iguales: a la mañana, el castellano, la Argentina, los cuadernos forrados de azul; a la tarde, los cuadernos forrados de verde, el hebreo, Israel. La partición del día la operaban el almuerzo en el comedor escolar y el recreo al que se llamaba largo (denominación feliz que, no obstante, nos hacía sentir que todos los otros recreos, por comparación, eran cortos).

Volvimos a casa (habremos vuelto) a eso de las cinco de la tarde, y nos recibió (nos habrá recibido) Norma, la chica que nos cuidaba (ella fue la que me hizo hincha de Boca. Ese año estuvimos contentos, porque Boca ganó los dos campeonatos de la temporada: el Metropolitano, contra Unión de Santa Fe, en cancha de River; el Nacional, contra River, en cancha de Racing).

Hicimos los deberes en la mesa del comedor; a las seis mi mamá volvió del trabajo, después de un viaje en colectivo de una hora y media de duración; a eso de las ocho llego mi papá, apesadumbrado, desde la mueblería (habremos hecho, habrá vuelto, habrá llegado: son todas cosas que deduzco). Nos mandaron a

bañar, primero a mi hermana y después a mí, ya que es lo que solían; después de las nueve, cenamos, porque es lo que solíamos.

Delante nuestro, la tele. Puede que Kojak o puede que Starsky y Hutch: alguna del bien contra el mal.

No más tarde de las diez y media de la noche, supongo, nos fuimos a dormir.

Así paso, habrá pasado el día. Conjugo de esta manera porque la verdad es que no me acuerdo. No me acuerdo de cómo fue, para  nada. No por ser demasiado chico, porque de días anteriores sí me acuerdo, y muy bien (del día de la muerte de Troilo, por ejemplo, o del día de la muerte de Perón); pero este ha quedado en blanco, perdido o entreverado, en mi frondosa memoria de infancia.

Se diluyó, por lo que veo, en el fluir de los otros días. Colijo, por lo tanto, que ya estaba funcionando a pleno, en mi casa, en mi familia, en mi entorno, en mí, esa máquina tan poderosa, tan aceitada, tan decisiva: la de hacer que la vida y sus rutinas siguieran siempre adelante, como si tal cosa, como si nada.


Golpes: Relatos y memorias de la dictadura
Varios autores.
Seix Barral, 2016.

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