Ladrona de libros
¿Cómo convertir el ruido en un sonido armónico, qué mágica transformación se produce para dar lugar a la articulación de la palabra? Cuando la palabra se vuelve refugio, la lectura es un espacio de liberación y expansión. Libro de arena publica un fragmento de Ladrona de Libros, de Markus
Zusak, novela publicada en 2005, que trata del descubrimiento de esta posibilidad que dan las letras en un escenario signado por la destrucción y el horror de la segunda guerra mundial.
“La amortiguada sintonía de las bombas llegó
incluso hasta el sótano. La presión del aire los aplastó, como si
el techo les cayera encima, como si quisiera estamparse contra el
suelo. Las desiertas calles de Molching recibieron un mordisco.
Rosa apretaba furiosamente la mano de Liesel.
El machacón llanto de los niños perforaba los
oídos.
Incluso Rudy estaba completamente rígido,
fingiendo despreocupación, tensando los músculos para combatir la
tensión. Brazos y codos luchaban por hacerse sitio. Algunos adultos
intentaban calmar a los niños. Otros ni siquiera conseguían
calmarse a ellos mismos.
-¡Haz callar a ese crío!- gritó frau
Holtzapfel, aunque su voz no fue más que otro desventurado reproche
en medio del frenético caos del refugio.
Mugrientas lágrimas asomaban a los ojos de los
niños y el olor a alientos nocturnos, el sudor de sobaco y ropa
sucia de varios días, se mezclaba y bullía en lo que en esos
momentos era un puchero donde flotaban humanos.
A pesar de que estaban una al lado de la otra,
Liesel no tuvo más remedio que alzar la voz.
-¿Mamá?-insistió-: ¡Mamá, me estás
destrozando la mano!
-¿Qué?
-¡La mano!
Rosa la soltó, y para sustraerse al barullo
del sótano, Liesel abrió uno de sus libros y empezó a leer en
busca de consuelo. El primer libro de la pila era El hombre que
silbaba, y lo leyó en voz alta para concentrarse. El primer
párrafo llegó entumecido hasta sus oídos.
-¿Qué has dicho?- rugió su madre, pero
Liesel la ignoró para no perderse ya en la primera página.
Al pasar a la siguiente, Rudy reparó en ella.
Se fijó en lo que estaba leyendo y llamó la atención de sus
hermanos con un golpecito en el hombro para que hicieran lo mismo.
Hans Hubermann se acercó y pidió silencio. A la tercera página,
todo el mundo estaba en silencio menos Liesel.
El crujir de las páginas los cautivó.
Liesel continuó leyendo.
Compartió la historia durante unos veinte
minutos. Su voz tranquilizó a los niños más pequeños y los demás
imaginaron al hombre que silbaba huyendo de la escena del crimen.
Liesel no. La ladrona de libros sólo veía la mecánica de las
palabras, sus cuerpos varados en el papel, derribadas a golpes para
que ella pudiera pisotearlas. En algún lugar también estaba Max, en
los espacios entre un punto y la mayúscula siguiente. Recordó
cuando le leía mientras estaba enfermo. ¿Estará en el sótano? ¿U
otra vez al acecho de un pedacito de cielo?
UN PENSAMIENTO AGRADABLE.
Ella era una ladrona de libros.
Él asaltaba el cielo.
Todo el mundo esperaba el temblor del suelo.
Seguía siendo inevitable, pero al menos, ahora
la chica del libro los tenía distraídos. Uno de los niños pequeños
pensó en echarse a llorar, pero Liesel paró un momento e imitó a
su padre o a Rudy, elegid. Le guiñó un ojo y retomó la lectura.
Sólo se interrumpió cuando las sirenas se
colaron en el sótano.
-Ya pasó-anunció el señor Jenson.
-Silencio-ordenó frau Holtzapfel.
Liesel alzó la cabeza.
-Sólo quedan dos párrafos para acabar el
capítulo- informó.
Y continuó leyendo sin mayor énfasis. Sólo
palabras.
DICCIONARIO DE DEFINICIONES
DEFINICIÓN Nº 4
Wort- Palabra: unidad de
lenguaje con significado/ una promesa/ un comentario, una afirmación
o una conversación. Palabras relacionadas: término, nombre,
expresión.
Por respeto, los adultos obligaron a que todo
el mundo guardara silencio, hasta que Liesel finalizara el primer
capítulo de El hombre que silbaba.
En el momento de salir, los niños pasaron a
su lado como un vendaval, pero casi todos los mayores-incluso frau
Holtzapfel y Pffiffikus (qué apropiado, teniendo en cuenta el título
del libro)- agradecieron a la niña la distracción, a medida que
pasaban junto a ella, con ganas de salir de la casa para ver si
Himmelstrasse había sufrido algún daño.
Himmelstrasse estaba intacta.
El único indicio de la guerra era una nube de
polvo, que viajaba de este a oeste, escudriñando las ventanas para
encontrar un lugar por el que colarse. A medida que se espesaba y
expandía, convertía la estela de humanos en apariciones.
Ya no había gente en la calle.
Sólo rumores arrastrando fardos.
La ladrona de libros
Markus Zusak
Buenos Aires, Lumen, 2005
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