Sandra Comino:" Yo escribo mucho, y publico poco. "
Entre lectura, escritura, cursos y viajes aparecen los distintos temas sobre los que habla en la entrevista realizada en La Nube el 15 de septiembre, Sandra Comino. La escritora comentó acerca de su participación en la revista La Mancha, en Planetario, su trabajo como periodista, como docente, como crítica literaria, pero también habló de la libertad de decir su pensamiento, la censura y los temas que los editores consideran conflictivos. Estos fueron algunos de los ejes de la conversación coordinada por Mario Méndez, que forma parte del ciclo "Encuentros con escritores de literatura infantil y juvenil". Libro de arena publicará la segunda parte el viernes próximo.
MM: Buenas tardes. Tenemos hoy la visita de
Sandra Comino. Es una alegría estar hoy acá con ella. Es una amiga, y el lunes
pasado la hemos leído y charlado bastante. Voy a hacer, como siempre, un breve
repaso por la biografía, para los que no estaban el lunes pasado. Nació en
Junín, es escritora, docente, coordinadora de talleres de escritura… ¿Todavía
coordinás talleres?
SC: No, todos los años estoy por
empezar con un grupo… Lo último fue Casa de Letras, hace cuatro o cinco años.
MM: ¿En Promoción de la Lectura
era el mismo taller?
SC: Eran dos. Porque yo ahí daba
Lectura en Voz Alta, en el marco de un proyecto que se llamaba Dijo Alicia,
y Liliana Bodoc daba escritura. Éramos un grupo de gente. Liliana tuvo que
dejar a mitad de año, y yo tomé, con un susto que no te digo, el curso de sus
alumnos, que también eran alumnos míos en Lectura en Voz Alta, pero Escritura
es otra cosa. Lo que aprendí me encantó. Al año siguiente retomé. Después me
volvía un poco loca con los viajes. Porque a mí me encanta gitanear. Y tenía
que dedicarle mucho tiempo, porque un curso es un día por semana o por lo menos
cada quince días. Y por eso dejé.
MM: Lo de los viajes voy a
preguntártelo después, me imagino que son los del Plan de Lectura.
SC: Este año todavía no viajé por
el Plan de Lectura. Viajé por “Sandra Comino”.
MM: Bueno, coordinó la biblioteca
infantil de la Fundación El Libro de Buenos Aires, formaba parte de la Comisión
Directiva de ALIJA, y tuvo una experiencia periodística por la que este año
ganó El Pregonero por la labor periodística relacionada con la literatura
infantil. (Aplausos)
SC: Nunca en la vida me imaginé
que me iban a dar un Pregonero por periodista.
MM: ¿Por qué no?
SC: Porque si lo esperaba era por
otras cosas. Nunca supe que hacía periodismo. Después, cuando me pidieron el
currículum para que mostrara, dije: “¡Uy, era!”.
MM: Publicó en La Mancha, que fue
una revista importantísima de literatura infantil argentina, donde estuvo con
Graciela Montes… en realidad, un poco la heredaste. Contanos como fue.
SC: Eso fue “el sueño de la piba”.
La Mancha llegaba al número siete. Los que habían fundado la revista eran Laura
Devetach, Gustavo Roldán, Ema Wolf, Graciela Cabal, Graciela Montes, Silvia
Schujer, y Ricardo Mariño. Yo hacía las reseñas junto a Elisa Boland, Gustavo
Bombini y Nora Lía Sormani. Nos convocaba Graciela Pérez Aguilar. No quiero
olvidarme de nadie. A mí me llamó ella. Entonces, pensaron en quién podía
continuarla, y un día nos lo dijeron. Fue un sueño. Ya la revista tenía un
recorrido. Pero también fue un compromiso y un nivel de exigencia muy grande.
El editor siguió siendo el mismo, Eric Domergue. Ahí aprendimos un montón, en
una época en la que no había muchas opciones y hacíamos todo a pulmón.
MM: ¿La revista circulaba
comúnmente en los quioscos?
SC: Sí, y era boca a boca. No
teníamos mucha distribución, pero era
muy conocida por el período anterior, en el que estaban todos ellos.
MM: ¿Y desde que vos te sumaste,
cuánto tiempo?
SC: Hicimos hasta el veintidós.
MM: Tres veces más de lo que
había.
SC: Sí. Y dejamos porque sentimos
que habíamos cumplido un ciclo. Y además, era mucho trabajo, y ad honorem. Temíamos repetirnos. Había
que dejar paso a que surgieran otras cosas.
MM: ¿Qué recordás, de las cosas
que hiciste en La Mancha, para destacar?
SC: No me acuerdo bien de cómo era
la distribución de las secciones. Yo tenía la parte de los libros. Hace catorce
años que digo que eso no lo voy a hacer más. Me dieron el Pregonero… Supongo
que el año que viene voy a hacerlo otra vez. Tenía a cargo la sección
Iniciación, que era un espacio para que distintas personas hablaran sobre su
recorrido lector. La primera que hice fue a Meijide. También a Fontanarrosa. Un
montón. Si agarran las revistas y ven esa sección, que antes me parece que la
hacía Graciela Cabal, no me acuerdo bien. También seleccionábamos artículos, a
veces escribía algunos.
MM: Cuando decís los libros te
referís a la reseña crítica.
SC: Sí. Pero no críticas. Si bien
eran reseñas bibliográficas, y teníamos absoluta libertad para decir lo que nos
parecía, eran recomendaciones de libros. Le dábamos mucha importancia a eso, y
a veces nos dividíamos el trabajo. También publicábamos ficción. Había un
suplemento que tenía otro color, en el que publicábamos fragmentos o capítulos
de libros, poesías… Y había un montón de secciones. Cuando nosotras tomamos la
revista no las respetábamos del todo. A veces seguíamos lo que era más
interesante. A mí me gustaba eso, y volvíamos loco al editor. Porque nos
permitíamos salirnos del formato.
MM: Ya que hablás de las reseñas,
y que hiciste la salvedad, el otro día surgió acá, por algo que circuló en
Facebook, ¿te parece que hace falta más
crítica literaria? ¿Y por qué no la hay, si es así?
SC: Es un tema sobre el que vengo
reflexionando hace un montón. Yo empecé en El Cronista Comercial haciendo
algunas colaboraciones. Estaban Silvia Hopenhayn Y Nora Lía Sormani. Después
estuve con Carolina Arenes en La Nación. Publiqué en muchos diarios del
interior, de Río Negro, de Junín, Misiones, hasta lo último que hice en
diarios, que fue en Página 12, donde estuve un año. Uno, a veces, tiene, según el medio, la
posibilidad de elegir. Por ejemplo, en Página, la única condición era que
fueran libros para chiquitos. Estaba condicionada al álbum, o a los ilustrados.
MM: ¿Te explicaron por qué esa
elección?
SC: No. Yo cada tanto mechaba algo
de juvenil, o lo mostraba ya escrito, que es como una estrategia. Pero los
medios en general, prefieren que las recomendaciones sean buenas (hay notas
para las que yo investigué en La Nube, cuando estaba en la calle Venezuela.
Mirá si pasó el tiempo; acá hice un par de reseñas). En la Mancha me di el
gusto de criticar a Araceli González.
MM: Un acto de justicia.
SC: Claro, pero si yo caía en un
medio con esa crítica, no me daban bola. Planetario, por ejemplo, es un lugar
en el que a mí no me dicen nada. Yo elijo, ya que hay poco espacio, hablar de
un libro bueno. Cuando empecé a hacer reseñas, no escribía tanto. Como soy
autora, a veces me cuestiono con qué autoridad voy a hablar de libros de otros,
si yo también escribo. Eso se me mezcla, a veces. Entonces, saco reseñas de
libros que me gustaron. A veces, me permito decir alguna otra cosa, por
ejemplo, que todos los libros que tienen ese dossier para docentes, lo pongo
como que está de más. Y nunca me sacaron un comentario así de una reseña.
Tampoco hay que adornar todo. Uno puede ser franco y decir, por ejemplo, de los
libros de Unaluna, que algunos son bellísimos, cuando llega la
parte de la moraleja, a mí me choca. Y ¿por qué no decirlo? Yo creo que al
decir, después uno tiene logros. Está bueno decir esas cosas en una reseña sin
defenestrar un libro. Araceli González sí se merecía que la defenestrara,
porque no puede ser. Yo veía la cola de la gente que iba para que le firmara el
libro, y después veía colegas que sabía que habían estado años con una novela…
Creo que tiene que haber justicia poética. Hay un límite. Entonces hice una
reseña que se llama “De eso no se habla”,
y me llamaron de todas las radios. Yo tenía un susto, porque pensaba que me iba
a agarrar Suar y me iba a matar.
MM: Lo leímos acá el lunes pasado.
SC: Era en una Mancha, yo comparé
el cuento, que ni me acuerdo cómo se llama, con un capítulo de María Cristina
Ramos, de Azul, la cordillera. Hice
un análisis de lo que para mí era literario. El lenguaje literario es muy
distinto del lenguaje cotidiano. Puse un fragmento de la literatura de María
Cristina, que a mí me encanta, una narrativa además, llena de poesía. Y un
fragmento de este cuento de Araceli González, que no me acuerdo cómo se llama.
Ella, en un fragmento de siete líneas repetía como ocho veces, quién hablaba, y
quién escuchaba y lo forzaba. Había una cosa de subestimar al lector.
MM: Qué raro que falló tanto el
trabajo de edición…
SC: Es como si yo ahora me pusiera
a bailar. Fui a baile desde que me acuerdo, pero el cerebro no coordina los
pies con la cabeza. Si no hay un trabajo con el lenguaje y un trabajo de
escritura, no podés largarte a escribir.
MM: Igual, no sé si sabés que la
entrevista termina con una danza que tenés que hacer. (Risas). Con el tema del periodismo, una de
las cosas que me anoté en la charla, ¿tu primera entrevista fue a María Elena
Walsh?
SC: Sí.
MM: ¿Cómo fue esa experiencia?
SC: Yo estaba estudiando. Era una
revista de Junín que se llamaba Horizonte de Cultura. Yo era corresponsal.
Había un montón de autores para hacerles un reportaje, que vivían acá. Cuando
me dijeron de María Elena Walsh, me dio una cosa… Había que llamarla por
teléfono, no había mail, era, más o menos en el año ’92. Me acuerdo de que fui
con mi grabador, ella trabajaba en SADAIC y me citó ahí. A mí me temblaba la
mano, la voz, le pregunté todo lo que no hay que preguntar. Por ejemplo, le
pregunté si los chicos leían. Me quiso comer. Como cuando a mí me preguntan
ahora por qué los chicos no leen. Fui, me dio cinco minutos, y dio por
terminada la entrevista en tres preguntas. Yo no sabía qué hacer, porque era
doble página. Pasaba algo con María Elena Walsh, por lo que había que dedicarle
un montón de páginas. Entonces, hice un reportaje (estaba cursando Periodismo)…
lo que se llama reportaje narrado. Puse cuando llegué, cómo la vi… a mí me
había impactado mucho, porque ella tenía un suéter del mismo color de los ojos.
Era como ver un hadita. Y además, yo la admiraba mucho. Me mandé una
investigación impresionante, cumplí con todo, pero tuve una descompostura tan
grande al día siguiente… Y después me enteré de que estaba embarazada de
Martina. Así que nunca supe por qué fue la descompostura (si por el susto del
reportaje o por el embarazo). Fue todo un trabajo, porque si ustedes leen el
reportaje hay tres preguntas que ella me contesta. Nada más. El resto es
investigación. De su vida y de su obra. Me leí todo. Eso lo hago hasta hoy. Si
tengo que entrevistar a alguien leo todo lo que escribió o lo que leyó, las
notas que le hicieron. Tengo como una obsesión. Así que sabía todo de ella.
SC: Mmmmm. Me trató. No sé.
(Risas). Si me pongo en el lugar de ella hubiese hecho lo mismo, porque no fue
nada inteligente de mi parte. Fue una cosa horrorosa. (Risas).
MM: Además de haber participado en
La Mancha, como periodista estuviste
en Relalij, Fundalectura, de Colombia, y Vagón
Literario, de Alfaguara México. Ahora vamos a los libros. Así en la tierra
como en el cielo, de la que estuvimos hablando bastante el lunes pasado, es tu
primera novela, y fue finalista en el premio Norma Fundalectura, en el ’98. Comentaba el lunes pasado, y hace un
ratito lo charlaba con vos, hay una cosa muy fuerte del campo, de los pueblos.
¿Cuánto hay de autobiográfico en esta novela?
SC: Ahora puedo decirte que un
montón. Al principio pensé que nada. Cuando uno cuenta, siempre evoca algo.
“Hablás con deixis”, me diría mi hija Martina que está cursando Semiología. La
historia es ficción. Pero el contexto tiene mucho de mis vivencias. Obviamente
no es mi historia, yo no tengo padres desaparecidos, pero sí es biográfico lo
que pasaba en ese momento en el campo. Esa cosa, que todavía sigue pasando,
imagínense en esa época. Hay mucho recuerdo, mucha anécdota, muchas cosas que
yo llevo conmigo. Porque yo viví en el campo, a pesar de haber estudiado después
en Junín, casi hasta los dieciocho años. Es mucho tiempo. Entonces hay cosas
que me son muy familiares. Y otras que las escribí sin saber. Esa novela, la
escribí acá, en Buenos Aires, ni bien me mudé. Supongo que hay una nostalgia,
que yo no sabía, porque no me releí. Esta edición es de Sudamericana. Y la
primera es en Norma. Cuando se terminó el contrato, la llevé a Sudamericana. Yo
le iba a dar el archivo y Mariana me dijo que scaneáramos el libro. Me pareció
buena la idea, porque de esa novela tengo diez versiones. Para encontrar la que
era, iba a tardar un rato largo. Y encima la escribí en la Olivetti. Después la
digitalicé, pero imagínense que la empecé en el ’85. Cuando volví a leerla me
pareció un horror. No la quería reeditar. Después de diez años, no era que me
sintiera Borges, pero había crecido, había ido a talleres literarios, tenía más
lecturas, y la revisé. El argumento es el mismo, pero si cambié cosas de
estilo. Eso a mí me hizo mucho ruido, pero era necesaria esa revisión. Después
de esa vez, no la revisé más, y espero que la sigan reimprimiendo así, porque
es una manera de dejarla. Si llego a cambiarla de editorial, no sé si
sobrevive.
MM: Es todo un tema. Vos no
escribías en el ’92 o en ’85, cuando empezaste, como escribís ahora. Se reedita
en Sudamericana en 2008. Ponele que dentro de tres años te piden una edición en
otra editorial, ¿Hasta dónde uno no se traiciona un poco si está cambiando
tanto?
SC: El tema es este, me parece: si
viene una editora y me dice de cambiar, yo le digo que no, pero si yo veo que
hay algo que me hace ruido, sí. Pero en este sentido… por ejemplo, en La casita azul, te cambio de novela pero
viene a cuento, la vuelvo a leer, y ya está tan pulida que no la toco. No sé si
Así en la tierra como en el cielo no
estaba tan pulida, pero lo necesitaba.
MM: A pesar de que, como a todos
los escritores que están acá, un libro como La
casita azul que escribiste hace mucho, quizá hoy lo escribirías de otra
manera. Pero tocarla no, si ya está tan pulida, y publicada.
SC: No. No sé qué me pasará con Nadar de pie, que va a cambiar de
editorial. Creo que hay que darles revisaditas. Cuando escribo reseñas de
libros reeditados, lo primero que hago es ir a ver qué pasó con las ediciones
anteriores. Para ver si se revisó o no, y después investigar y preguntar.
Porque es un tema que a mí me preocupa. Me pasó con la editorial Astralib, con
Esteban Valentino, con un libro que se llama Perros de Nadie, una novela que me encanta. Cuando pasó a SM, tuvo
algunas revisaditas y quedó mejor. Le hizo bien al libro. A mí me parece que
eso está bien. Pero no la intervención por otra cosa del mercado. Sí por
necesidad de la novela o de la escritura. Hay una novela de Roald Dahl que se
llama Mi tío Oswald, que es de humor
negro. Hay una frase, casi al final de la primera hoja, que dice que una chica
era tan linda, que era irresistible. Es una frase fuerte. Yo la leo y pienso
que si viviera Roald Dahl y lo revisara, hay una palabra que no sé si no la
cambiaría. Dice: “Ese otro rescataba el descubrimiento de un perfume tan
potente que cualquier hombre que lo oliese en una mujer era incapaz de refrenar
el deseo de violarla allí mismo”. A mí me hizo un ruidazo. Eso no va en
desmedro de Roald Dahl, que a mí me encanta, pero ahora hay un contexto histórico,
político, social, en el que se están tratando estos temas. Entonces, tratarlo
así en una ficción, a mí, ideológicamente, me hace ruido. Yo sé que es
polémico, y si acá hubiera otros compañeros no lo cuestionarían, porque sé cómo
piensan y es válido. Pero esas cosas, en un libro, a veces hay que observarlas.
Otra cosa que es muy banal, en Navidad
Blanca, que lo escribí hace mucho tiempo… Yo hablaba de las fotos, y
hablaba del rollo de fotos. Y vender la foto era un tema. Salió en el ’95.
Cuando se volvió a editar en 2010, esa parte tuvimos que cambiarla,
actualizarla, porque la foto tenía que ser digital. Si no, había que agregar un
contexto. Esas cuestiones, a veces, hay que verlas, nos guste o no nos guste. Y
más en la literatura para chicos. Y no es subestimar, pero, por ejemplo, en Las gradas, hago una referencia a la
década del ’90, en la que no cobraban los jubilados. Y eso quedó, y en ese
momento era gracioso, pero ahora cobran los jubilados. Por eso, para mí es muy
importante la fecha en la que se escribió.
Estela Pérez
Lugones: No
podés modificar la esencia de un texto. En Cuentos
de la selva, de Quiroga, por ejemplo… es absolutamente incorrecto que un
cazador capture un coatí, o haga lo que haga con una tortuga. ¿No está
protegida la obra en sí misma cuando uno la lee en su contexto histórico?
SC: Sí, pero cuando está
descolgado… Como en Navidad Blanca.
Es un shopping, está Papá Noel y las nenas van a sacarse una foto con él. La
anécdota era cómo los padres, sin preguntarles a las chicas, hacen cola y se
pasan todo el día en el shopping para sacarse esa foto. Un día de calor,
entonces Papá Noel está todo abrigado, y
está la nieve de telgopor y todo eso. Hay un contexto, pero vos no te das
cuenta de si es ’90, 2000 o 2010, porque sigue pasando. En cambio, si vos
agarrás mi novela sobre Malvinas, sabés que transcurre en el ’82. Ahí yo no
tengo necesidad de decir que no había un control remoto y que el personaje se
levantaba a cambiar de canal. Porque hay datos a los que un escritor tiene que
estar atento. Si yo hubiese puesto “Verano del ‘95”, dejaba el rollo de fotos.
Para mí no es importante pasar la línea de la época. Para mí es importante la
verosimilitud y la coherencia. Que no quede como un error de hecho. Que es algo
que a veces se ve mucho en los libros. Y creo que no sólo es responsabilidad
del editor, sino también del autor.
MM: De los dos. Si el autor no se
da cuenta el editor tiene que señalárselo. Pero está clara esta cuestión acerca
de si el tiempo es importante. En Nadar
de pie, que es en el ’82, durante Malvinas está clarísimo que no había
cable, y había cuatro canales para ver. Pero si no hay una señalización de
tiempo… Me acuerdo que una vez me pasó con Brujas
en el bosque, una novela que tuvo problemas para venderse, porque las
maestras decían que el protagonista fumaba mucho. Y la cambié, pero no para
venderla más, sino porque en la nueva edición, en otra editorial, por la época,
ya no se puede fumar en los bares. Entonces era inverosímil. ¿Cómo iba poner
que prendían un pucho atrás de otro? Lo saqué, porque ya no era creíble. No
pueden fumar en los bares. Se van afuera.
SC: A eso voy. Si no hay un
contexto que respalde, queda inverosímil. Eso me preocupa, porque yo escribo
mucho, y publico poco. Y entonces tengo muchas cosas, viejas, novelas que hace
años que estoy escribiendo. Y a veces, con esta cosa de editar lo actual, es un
tema.
MM: El otro día, leímos “Esto no es para vos”, que fue una ponencia que hiciste en un congreso, y uno de los temas interesantes que me anoté, tiene que ver con esto que estás diciendo de la actualización. Voy a leer dos cositas: “Voy a comenzar leyendo las respuestas dos preguntas que responde Gustavo Roldán, en una entrevista para el suplemento Cableniños. ¿Cuáles son los temas tabúes en la literatura infantil?”. Y la respuesta de Gustavo: “el sexo, la muerte, las malas palabras, Los “grandes temas” que les interesan a los chicos, la política. Vivimos en un mundo de políticos perversos que aparecen todos los días en los diarios, y de eso nadie habla con los chicos”. Y luego sigue: “¿Hay censura? La censura se ejercita de maneras muy perversas, porque está oculta. Un libro que queda en el cajón de un escritorio, que no puede ser ni visto ni leído por ningún niño, no existe.”, dice Sandra, o lo decía hace doce años. “Roldán y sus palabras resumen un aspecto de lo que sucede en el campo de la literatura infantil y juvenil hoy en nuestro país. Ya habla de lo oculto, y dice que aquello que queda oculto, no tiene defensa posible. ¿Serán la muerte, el sexo y la política, temas prohibidos en la literatura infantil? ¿Será que hay que ocultar esos temas? En todo caso, ¿alguien prohíbe hablar de eses temas? ¿Qué se puede decir y qué no en la ficción, en el 2002?” Y yo me anoté: “Actualizar”. ¿Qué se puede decir y qué no, en la ficción, en 2014?
SC: Mejor que no te respondí lo de
la crítica antes, porque tiene que ver con esto. Yo creo que ahora no hay
crítica. Hay, en medios especializados, gente que se dedica. En blogs o
revistas. No en los medios. En ese punto, estamos como antes. Todo lo que se
había logrado en un momento, de tener presencia en suplementos culturales,
pasó, porque hora hay pastillitas, o apenas menciones, o tapitas de gente que
no lee. Yo también leo menos suplementos culturales ahora. En este punto pasa
algo parecido, en algunos temas que cito en ese capítulo tal vez haya que
actualizar. Por ejemplo, en la temática sobre sexo en ficción no avanzamos. Les
da como un horror a los editores. Lo de política, no sé si aparece. Gustavo Roldán
tiene un cuento muy ideológico que hace poco me llamó una mamá para contarme
que lo habían prohibido en Junín, uno de los del Sapo, que cuenta cómo son los
políticos. Está en Sapo en Buenos Aires, no me acuerdo de cómo se llama el
cuento. Eso pudo publicarlo, porque él era el editor de la colección.
Asistente: “Las Reglas del Juego”
SC: Ese. Léanlo esta noche. Yo no
digo más… me da miedo porque me están grabando… Ahora hay un mercado, que
supuestamente puede publicar todo. Pero no sé si es así. Creo que se jugaban
más en el boom de los ochenta. Por eso, siempre insisto en volver a esa
literatura, en la que realmente se jugaban los editores y los escritores. No sé
si ese nivel de profundidad está ahora. Si yo voy a una editorial, ahora, no sé
si publican ese cuento. Puede ser que piensen que el promotor no va a
promocionarlo, o el mediador no va a leerlo. La censura por omisión. No
solamente la del mediador, sino del escritor, es peligrosa. Porque nadie va a
decirte que hay algo que no publicás. Pero sabés que si escribís sobre ciertos
temas, no te lo publican. Con Nadar de
pie estuve años. Y se publicó en el 2010. Porque había un contexto
histórico que permitía hablar de Malvinas. Pasó con el tema de la dictadura,
también. Hasta que no hay lugar para hablar de ciertos temas, no aparecen en la
literatura. Claro que se publicaron cosas como Quién soy, o El mar y la serpiente, o Piedra, papel y tijera, o el de Sobico,
que me encanta, Como una guerra. Pero en otros temas como
erotismo o sexualidad no.
MM: Vos misma: en Así en la tierra como en el cielo,
desaparece un papá. Y al poco tiempo, la mamá, que fue a reclamar, también
desaparece…
Sí, pero no es lo central en la novela, porque en realidad
eso no nació para hablar de la dictadura. No es como lo de Malvinas, que nació
con la historia. Lo fui armando después, es otra cosa. Me costó más publicar La casita azul.
MM: Por la violencia…
Asistente: También está eso de que tienen
que llegar a la estación de tren a comer…
MM: Sí, pero además, el papá la
faja.
SC: Mirá vos… cómo van cambiando
las cosas… La estación de tren de mi pueblo es un centro cultural. Ahora te
sale otra novela sobre cómo recuperar las estaciones de tren. No sé si la
palabra es recuperar, pero en relación con el contexto.
MM: Recién dijiste: “yo no quería
hablar de”. No querías hablar de los desaparecidos, y fue un tema lateral.
Estábamos hablando de los temas tabúes. Yo veo que en varias de tus novelas hay
una cosa temática muy fuerte como parte de la propuesta. Por ejemplo, en La casita azul, los padres golpeadores.
En Así en la tierra como en el cielo
puede ser la cuestión del peso familiar, el autoritarismo de esa abuela y, sin
dudas, en Nadar de pie, Malvinas.
¿Cómo surgen tus historias? ¿Hay un peso en el tema? ¿Vos querés hablar de un
tema previamente? ¿O surgen?
SC: No. Yo escribo sobre lo que me
preocupa, lo que quiero sacarme de encima, lo que me atraviesa, lo que me
conmueve, lo que me angustia… Cuando empiezo a escribir, no sé qué quiero contar.
Soy muy desordenada, muy caótica. Escribo tres o cuatro cosas de ficción al
mismo tiempo, y tres o cuatro notas. Y soy muy dispersa. Voy a hacer mate, y
hago zapping, me cuesta concentrarme. Una vez que lo hago, voy a fondo. Pero,
por ejemplo, ahora estoy con dos novelas, nada más. Voy picoteando. Cuando me
doy cuenta de qué quiero contar, me meto de lleno. Pero me viene el tema, y no
me animo a decir un tiempo, pero a veces pasan años. Con Nadar de pie, estuve como diez años, pero ahí sí que quise contar
Malvinas. Pero, por ejemplo en La casita
azul, no sabía lo que quería contar. Empecé con la historia de Ailín y
Joaquín, la leyenda. Y después fue apareciendo. Ahora retomé una que empecé en
el 2005, que se llama Antes era mío.
Y es la historia de un chico que ve una casa en un country, donde antes estaba
la villa en la que él vivía. Antes del desalojo. Y eso empecé a escribirlo hace
muchos años, cuando vi una nota sobre un desalojo en el diario. En 2005 empecé
a armarlo como novela, y desde ese momento me está esperando una editora a la
que le mostré lo que había empezado a escribir y le gustó el principio. No me
propongo el tema. Se impone. El protagonista hace malabares en los semáforos,
entonces empiezo con toda una cosa de ir a ver a los chicos, de ponerme a
charlar, o de escucharlos mientras espero el colectivo. Eso se va armando en la
cabeza, y a veces se me interrumpe con otra historia, o con otro cuento que
estaba por terminar. Así de caótico. Por eso no lo veo como temático. A veces
tengo miedo de repetirme en ciertas cosas. Cuando siento que tengo ganas de
contar algo, y ya lo conté… Por ejemplo, ahora está por salir la otra parte de La casita azul. Siempre que termino una
novela se la doy a gente más cercana, para tener una devolución. A alguien que
sepa, que me corrija y que me diga. Se la di a tres personas y después la
revisé.
MM: ¿Ya tiene editorial?
SC: Sí. Va a salir en Comunicarte.
Ya tiene colección. La iba a mandar a un concurso, no creo que sea una novela
que se venda mucho, creo que es de concurso. Es una novela fuerte. Yo pensé
mucho en esa nena a la que le ha pasado esto, me la imaginé de adulta, y me la
imaginé refugiada en la literatura, entonces hay una intertextualidad con la
literatura clásica, que hace que todos los editores que la leyeron me dijeran
que es aburrida para un adolescente. Y yo no sé si es para adolescentes o para
adultos. Yo escribí la segunda parte. No les molesta tanto lo fuerte, (porque
la violencia no se termina), sino el temor a darles algo que cueste leer. Y yo
quiero sostener el intertexto cueste lo que cueste, porque es lo más rico de la
novela. Si yo en los setenta me las arreglaba para saber quién era Charles
Tritten, que había escrito Los hijos de
Heidi, y Heidi lo había escrito
Juana Spyri, con el Larousse naranja, y en el campo… ¿Cómo ahora un adolescente
no va a poder saber resolver el intertexto? Se pasará el día en Wikipedia, ¿qué
mejor que haga un recorrido lector por otro lado? Me parece que si me adapto a
la facilidad cada vez vamos a saber menos y va a escribir Araceli González.
Empecé a pensar esta novela, a raíz de que los chicos me preguntaban dónde
estaba la mamá de Cintia. Ahí me di cuenta de la crueldad que uno puede tener,
porque lo usé como recurso literario. Necesitaba que Cintia fuera huérfana,
para que se refugiara en la literatura. Y que fuera sufrida. No pensé en qué
tenía que hacer con la madre. Y no pensaba seguir esa historia. Me pareció que
matarla era como en Bambi. La deja. Y después me metí en un berenjenal, porque
hasta las maestras me preguntaban qué pasaba. Y yo les decía que no sabía. Una
vez, fui a una escuela y la habían leído en segundo grado, y me preguntaban qué
pasaba con la madre, y yo no tenía idea. Después empecé a preguntarme yo… y así
salió la segunda parte.
MM: Esto que acabás de decir lo
mencionabas en este trabajo que leímos el lunes pasado.
SC: Eso no lo leí nunca más.
MM: Escuchá, porque parece que no
ha variado tanto: “A la hora de escribir, la censura parece que no existe.”
¿Qué pasa a la hora de publicar?, te preguntabas “La censura a veces se ejerce
por omisión.” Esto que decís, acerca de
la duda para publicar este libro, ni siquiera por un tema fuerte, sino por una
cuestión de llegada al público lector, que quizá se aburre si hay demasiadas
citas del Quijote, o del libro que sea que esté en la casita. Es una censura
comercial, ni siquiera hay un tema problemático…
SC: Va a salir como yo quería,
pero en una nueva colección, que no sé cómo se llama, pero que está en una
frontera. No es ni juvenil, ni adulto. Pero yo siempre estoy en la frontera, en
los bordes…
MM: Puede ser el título para la
entrevista. (Risas). Va a salir en Comunicarte, donde salió La casita azul, donde salió Seis años después, que era La panza usada…
SC: Esta novelita (Canela me diría
que tengo que decir nouvelle, no
novelita), se llamaba La panza usada. Soy muy mala y muy poco original
para los títulos. Son muy pocos los títulos que me salen como Nadar de pie, que me encanta. Pero después…
La casita azul, no dicen nada los
títulos. Y la editora me dijo que quedaba mejor Seis años después. Y a mí, la idea de la panza usada me quedó.
Entonces hice como un test. Cada vez que voy a un colegio, les preguntó qué
título les gusta más (y si está la editora, mejor). Y los chicos me dicen que
les gusta más La panza usada.
Entonces, me hacen caso en la editorial, y dije que si se reimprime, me
gustaría que se ponga en algún lado La
panza usada. Porque es de lo que trata la novela. Una hermana le dice a su
hermanita que es hermana de panza usada, porque la panza era de ella que fue la
primera. Y así quedó ahora, Seis años después: La panza usada.
MM: Eso es biográfico, me
contaste.
SC: Sí, era lo que le decía mi
hija mayor a la más chica. Que la panza era de ella. Y la más chiquita lloraba
como una loca.
MM: Además de La casita azul, de Seis años
después-La panza usada, del nuevo de La
casita… que me dijiste que se va a llamar La noche más larga, de El
pueblo de Mala Muerte, de Las gradas,
que no lo tengo, tengo la primera versión, ¿cómo es la experiencia de trabajar
en relación con una editorial que no es porteña? Tu editorial más fuerte, donde
tenés más obra publicada y que más te mima, es una editorial cordobesa, pequeña
o mediana. Vos vivís acá. ¿Cómo es?
SC: Voy mucho a Córdoba. Tuve el
honor de que María Teresa Andruetto me dijera que en Córdoba me leían un
montón. Creo que es en Junín y en Córdoba donde más me leen. Tengo el mismo
vínculo que uno puede llegar a tener con una editorial de acá. Ahora, todo lo
hacés por mail. Cuando es la corrección de galeras y todo eso, nos juntamos.
Creo que veo más a mi editora de Córdoba, que a editoras de acá. Por cómo es la
comunicación ahora, casi no vas a la editorial, y a mí, Comunicarte me da mucho
espacio. Hoy me preguntabas si viajaba por el Plan… Yo viajo mucho por
Comunicarte. Porque al tener varios libros, cuando te leen uno, y quieren
seguir con el autor, al estar en la
misma editorial, es fácil para el autor, el editor, y el promotor. Me han
llevado a Bahía Blanca, por ejemplo. Y a lo mejor estoy tres días y voy a
diferentes escuelas. Ahora me están leyendo en Neuquén. Yo sé que voy a ir a
Neuquén, que voy a estar dos o tres días. Y así, fui a un montón de lugares. En
la provincia de Córdoba, a muchos.
¿Alguien tiene la dirección de mail de Sandra Comino?
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