Dostoievski, un clásico

Ni la conjunción de los hechos más desgraciados lograron alejar a Fiodor Dostoievski de su consagración a la literatura. Su genio trascendió su época y su geografía para convertirlo en una figura clásica del arte de escribir. Libro de arena publica una breve semblanza del escritor en el mes aniversario de su nacimiento.


Hay hombres para los que la sucesión y el cúmulo de desgracias parecen ser de un infierno inagotable. La necesidad, las deudas, y otros apremios llevaron por un camino impensado a uno de los escritores más relevantes del siglo XIX, cuya trascendencia llegó al siglo XX, hasta convertirse en una figura insoslayable. Por la indagación y búsqueda  en las profunidades del alma humana, por la capacidad para representar la sociedad de su época, y reflejar los conflictos existenciales, descontando el ejercicio de convertir toda su desdicha personal en una construcción superadora. Seguramente sería absurdo considerar que estos motivos fueran la causa de su literartura, pero sí fueron las condiciones a partir de las cuales la produjo. Fiódor Dostoyevski, que nació en Moscú, en 1821, se formó como ingeniero, fue parte de las filas militares, y vivió la opresión del régimen zarista, pero encontró su verdadera vocación en la literatura, a la que se dedicó de lleno abandonando sus otras actividades. Parece que la traducción de Eugenia Grandet, de Balzac, que le permitió saldar una deuda usurera, le produjo el entusiasmo que le faltaba para dedicarse a escribir sus propias obras, cosa que hizo, no sin todos los traspiés imaginables de una vida agitada. Cuando su padre murió a manos de unos campesinos que lo azotaron y torturaron fatalmente, la culpa lo carcomió por haber sido parte de su deseo la desaparición física de su progenitor, quien luego de muerta su madre se consagrara al alcohol en lugar de a su cuidado. Su participación en el grupo intelectual y político llamado Círculo Petrashevsky, opuesto al zar Nicolás I, le valió una condena al cadalso de lo que se salvó a último momento; en cambio, fue enviado a participar de una experiencia presidiaria en la Siberia por un periodo de cuatro años, que le sirvieron para reflexionar y conocer la otra cara de la desolación, al tiempo que  recababa la experiencia necesaria para escribir Recuerdos de la casa de los muertos (1861), y Memorias del subsuelo. Sin embargo, no conforme con esta colección de miserias, la salida del presidio se vio seguida de otros hitos en la seguidilla de experiencias tortuosas: su casamiento con una viuda de escasos recursos, en medio de lo cual escribió y publicó El jugador (1866), y la primera obra de la serie de sus  obras consagratorias, Crimen y castigo, (1866); su huída hacia Europa para alejarse de la persecución de los acreedores y deudas que lo ahogaban; la muerte de su pequeña hijita, que tuvo con una nueva mujer, fueron algunas de las desgracias que le tocó soportar. El idiota (1868), Los endemoniados (1870), Diario de un escritor, son otros títulos de su prolífica obra. En 1880 apareció Los hermanos Karamazov, la obra que condensa los temas más próximos al autor: los análisis psicológicos, los temas existenciales, la angustia moral del hombre moderno y la indagación acerca de las condiciones de libertad humana se presentan de la manera más refinada y aguda. La muerte lo encontró en San Petersburgo, en 1881.

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