Iris Rivera: "Me gusta trabajar con artistas que tienen la mirada de la plástica. "
Lleno de riesgos, de negociación, acuerdos, propuestas y contrapropuestas. Así es el trabajo del escritor. Libro de arena presenta la entrevista a
Iris Rivera, en La Nube, el 1 de
septiembre pasado. En la charla, coordinada por Mario Méndez, la escritora, profesora y tallerista contó cómo es escribir literatura infantil. Cómo encara la relación con los ilustradores y editores, qué lugar le da a los encargos, y cómo es el proceso de elaboración al que somete su producción. Cada texto se transforma y va reformulándose en el diálogo contínuo con las imágenes que lo resignifican. La plasticidad de la imagen acompaña y da plasticidad a la escritura. La segunda parte de la entrevista aparecerá el viernes de la próxima semana.
Mario Méndez: Buenas tardes. Como cada vez que tenemos una entrevista, lo primero que quiero hacer es agradecerte por haber venido. Un placer que estés acá.
Iris Rivera:
Gracias a ustedes por la invitación.
MM: El lunes
pasado leímos bastante de tus libros. Muchos de los concurrentes,
maestros, bibliotecarios, narradores, ilustradores, gente a la que le
gusta la literatura infantil, te han leído, así que hicimos un
intercambio muy lindo. La idea es recordar muy brevemente, porque ya
lo charlamos el lunes pasado, tu biografía. Sos maestra, profesora
de filosofía, pedagoga…
IR: Profe,
digamos.
MM: Profe. Y
escritora hace ya unos cuantos años. Con mucha obra publicada, que
recorre la narrativa, la poesía, cuento, novela, no el teatro, ¿no?
IR: No publiqué teatro, eso está en el cajón.
MM: ¿Por
qué?
IR: Por
autocrítica.
MM: Empecemos
desde ahí. Yo sé que sos una escritora premiada, reconocida, de
esas con las que no hay objeciones. Yo sé que sos muy autocrítica.
¿Cómo te decidís a sacar algo del cajón?
IR: A veces
el cajón se abre solo y sale algo. (Risas). Una mano, dedos… es
como que algo te llama. Te acordás de algo que a lo mejor fue
escrito hace mucho, no te acordás demasiado de lo que decía… Y
cuando lo encontrás, pensás que se podría mejorar, y ahí es
cuando lo enfocás con una mirada distanciada. Muchas veces no me
acuerdo ni de qué se trataba, y entonces lo leo como si lo hubiera
escrito otro. Ahí puedo podar, cambiar, reconfigurar.
MM: Marechal
decía eso de las gavetas, que ponía las cosas en el último cajón
y después los iba subiendo y cambiado de cajón. ¿Es deliberado?
¿Tu obra espera un tiempo? ¿Escribís un cuento y lo dejás
reposando deliberadamente? ¿O sale enseguida del cajón?
IR: No, no
sale enseguida del cajón, salvo cuando eran colaboraciones para
revistas. Cuando tenía que publicar en Billiken, o en
Anteojito, o en AZ Diez, el compromiso era de una
entrega semanal. Se trataba de notas informativas, que salían
enseguida. Así me estresaba también… Es que no me gusta. No me
gusta trabajar contra el tiempo.
MM: ¿Cómo
hacés con los encargos? Todos saben que en el mundo de la literatura
infantil hay muchos encargos. Los manuales… ¿Vos aceptás hacer
cuentos por encargo?
IR: No en el
caso de libros para la escuela. En los manuales, acepto publicar algo
que tenga desde antes, pero si no va acompañado con actividades
didácticas. Llegó un momento en que les dije “basta” a las
actividades didácticas.
MM: ¿Te
pedían a vos que las hicieras?
IR: No, no.
Me empecé a pelear con las actividades didácticas desde el lado
docente, que sería mi otro costado. Entonces, si me piden algo que
va en un antología, o en un manual sin actividades didácticas, sí.
Si me piden algo sobre un tema y no tengo, digo que no tengo. Si
encuentro en el cajón, está la posibilidad de sacar algo y ver qué
pasa con eso.
MM: ¿Y si
te dicen que es para una antología? No el famoso: “Necesito el
ciclo del agua”…Bueno, justo para el agua tenés un cuento que se
llama “La gotera”, y se lo das para la antología. Pero si
la antología es sobre “Los meses”, por ejemplo… ¿trabajás
con ese pedido?
IR: No, no.
En todo caso me fijo si tengo algo que se relacione con lo que están
pidiendo. A veces, contrapropongo. Cuando me di cuenta de que la
contrapropuesta funcionaba, empecé a manejarme así.
MM: Seguro.
Así salen los libros. También hay trabajos muy serios de
investigación. Yo pensé en dos, como para posibles caminos de
charla. Uno que me encantó, que es el de Mitos y Leyendas de la
Argentina.
IR: Pude
escribir en Quién soy, muchos años después, porque escribí
este libro.
MM: ¿Por la
investigación?
MM: Una, por
eso. Y otra, porque los mitos y leyendas de la Argentina son
trágicos. El Gauchito Gil muere degollado, la Difunta Correa muere
de sed, el Lobisón muere también en mi versión, a Santos Vega se
lo lleva Juan Sin Ropa. Antes de ese libro no había escrito
historias trágicas. Y cuando apareció la oportunidad de escribir
estas, que sí fue un encargo de hace mucho tiempo (no estaba peleada
con los encargos todavía: esto de la rebeldía no fue siempre así),
me dije: “Voy a ver”. Para mí, el episodio más tremendo para
narrar era la muerte del Gauchito Gil, porque lo cuelgan de un árbol
cabeza abajo y lo degüellan. En aquel momento pensé que si podía
contar eso, podía contar lo demás. Tampoco dije que sí. Dije que
iba a probar. Probé, y me pareció que podía, por el recurso de la
sugerencia. Decir sin decir. Que quede entrelíneas. “El sargento
sacó el cuchillo y lo usó. La sangre del Gauchito mojó la tierra”.
De esta manera el lector pone de sí y reconstruye la escena.
MM: Claro.
Hay mucha investigación en este libro.
IR: Estuve
investigando acá en La Nube. Pablo me facilitó mucho material. Y en
Internet, obvio, porque también tenemos esa herramienta.
MM: Además,
hay mucho trabajo con el lenguaje. Recuperás el relato oral. Se nota
que está contado como lo cuenta la gente.
IR: Me
gustan las diferentes voces que escucho por ahí. Presto atención.
En mi familia somos un poco así. Tengo un tío que tuvo un taller
mecánico y cuando se iba el cliente, apenas desaparecía de su
vista, empezaba a imitarlo. Y hablaba igual. (Risas). Desde niña yo
escuchaba esas cosas. Y esto de oír las voces y diferenciar a un
correntino de un cordobés, de un santiagueño, me gustó. Que, por
ejemplo, la historia del Lobisón la contara una voz correntina. La
del Pujllay, un jujeño. Me gustó eso. Iba conmigo, con mi forma de
ser y de escribir.
MM: ¿Cuánto
tardaste? ¿Te acordás?
IR: Estuve
alrededor de un año.
MM: Se nota
que hay muchísimo trabajo. El lunes pasado lo charlábamos. Entre
los muchos que me gustaron mucho, ese libro me encanta. Me parece una
maravilla. Después me fijé, y ahora que hablás de las actividades
didácticas, este es de la colección Azulejos, y no tiene
actividades. ¿Fue un pedido tuyo?
IR: Claro.
Hay una edición anterior en la que argumenté y argumenté para que
no pusieran las actividades didácticas, pero no me hicieron caso. Al
fin bajé la guardia y salió nomás con las actividades. Cuando se
reeditó, ahí volví a pedir que fuera sin actividades. Había otro
criterio en la editorial, también. Lo aceptaron y así salió la
reedición, por fin sin actividades.
MM: Recién
me hablabas de tu tío mecánico y de tu papá contador de cuentos.
¿Cómo llegaste a la literatura en general, y a la literatura
infantil en particular?
IR: En mi
casa se contaba, se narraba. Mi familia era grande: mis abuelos, dos
tíos, mi papá, mi mamá, mi hermano y yo vivíamos en la misma
casa. Todos eran lectores. Mi papá no tanto, pero era narrador
natural. Creaba las historias que narraba. Por ejemplo, nos contaba a
mi hermano y a mí, que él había hecho el servicio militar en la
Marina. Eso lo creíamos porque tenía la gorra del uniforme
guardada. Y era de la Fragata Sarmiento. Él contaba que un día se
había caído al agua en medio del océano. Ahí empezábamos a
desconfiar, porque mi papá no sabía nadar. Le fallaba el verosímil.
(Risas). Entonces, ante la desconfianza decía que se había salvado
porque lo había tragado una ballena. (Risas). Ahí saltaba mi
hermano, que era más desconfiado que yo, y le preguntaba cómo había
salido. Y mi papá decía que… por el chorrito. (Risas).
MM: Los
cuentos de Manos Brujas, parece que están tomados de esas
historias. El cuento de la gallina que pone cualquier cosa, es como
salirse por el chorrito. Jugar con eso. La gallina que no tiene por
qué ser gallina, no pone huevos. Pone cosas raras…
IR: Sí,
adornos de arbolitos, un sachet de leche, una azucarera, un hueso de
caracú, una guitarra eléctrica, paletas de ping pong…
MM: Manos
Brujas salió en esta colección de Quipu, muy linda.
IR: Sí,
ilustrado por Tania de Cristóforis. Ella ilustró Los viejitos de
la casa también. Nos llevamos muy bien con Tania.
MM: ¿Cómo
es la relación con los ilustradores?
IR: Hace
bastante tiempo que me junto con distintas ilustradoras con la idea
de hacer un libro, antes de saber si alguien lo va a querer. Pasó
con Haiku, con Los viejitos de la casa, con Lo que
escuchó un pajarito… Nos juntamos y que sea lo que Dios
quiera, a jugársela. Después lo empezamos a ofrecer ya terminado,
con formato y todo. O lo presentamos a un concurso y nos va mal, lo
llevamos a una editorial y no lo quieren, hasta que alguno lo acepta.
MM: ¿Y el
momento del trabajo con la ilustradora cómo es?
IR: Muy
lindo. Nos sentamos tomar pavas y pavas de mate, el tiempo que
necesite la cuestión, hasta que quedamos conformes.
MM: Te lo
pregunto desde la ignorancia total, nunca participé en una cosa así.
¿Vos no llevás el cuento terminado? ¿Se va modificando en el curso
del trabajo?
IR: En este,
por ejemplo (muestra Lo que escuchó un pajarito, ilustrado
por Claudia Degliuomini) el cuento no existía previamente. Lo fuimos
creando entre las dos. Haiku, ilustrado por María Wernicke,
parte de una historia que ya estaba escrita, lo mismo que Los
viejitos de la casa que ilustró Tania de Cristóforis y Maqueta
que ilustró Luciana Fernández. En el caso de que el cuento esté
escrito antes de juntarnos, yo miro ese texto como un borrador. Sé
que no va a ser el definitivo, porque va a empezar a dialogar con la
imagen, y en el diálogo, en lo posible tratamos de que no se
superponga lo que muestra la imagen con lo que dice el texto. Lo que
no dice la imagen, lo dice la palabra. Hasta ahora, casi siempre
trabajamos así.
MM: En la
primera fila tenemos a Natacha, una ilustradora, que asiente. Así
que el trabajo lo van construyendo juntas.
IR: Te
cuento una anécdota que tenemos con María Wernicke, de un libro que
todavía no encontramos quién lo quiera. En un momento, María tenía
todos los originales, los desplegó en su mesa, los miramos, y yo me
quedé viendo una de las imágenes, en la que hay unos árboles de
hojas grandes y hay una niña que junta hojas del piso. Pero las
hojas que junta son chiquititas. Y las hojas de los árboles, son
grandes. Entonces le dije a María: “¿Y estas hojitas de mierda?
¿De dónde salieron?” (Risas). Eso, generó que María fuera
llevando las hojitas para atrás en la historia, haciendo que
aparecieran antes también. A María se le ocurrió tramar la
historia de las hojitas con la historia de la niña, se le prendió
la luz con eso. Había que mostrar de dónde salían aquellas
“hojitas de mierda”. Así fue como tomaron tal protagonismo que
terminaron estando en la tapa, en las guardas, y se podría decir que
resultaron una de las claves más importantes de la historia. Lo que
aprendimos con ese libro es que conviene prestar mucha atención a
las hojitas de mierda. (Risas).
MM: No se
llamará así…
IR: Se llama
Las hojitas de mierda, por eso no lo quieren. (Risas).
MM: ¿Y por
qué pensás que los editores no lo quieren? ¿Es arriesgado?
IR: Es
arriesgado. Está bueno arriesgar, aunque corras el riesgo de que
salga mal. Ese riesgo está bueno. No ir a lo seguro, no ir a la
“satisfacción garantizada”. Ir a lo seguro significaría estar
proponiendo algo de lo que ya hay en el mercado. Hacer más de lo que
ya está. Cuando proponés algo que rompe con lo que ya está, claro
que vas a recibir rechazos. Ahora, también podés recibir rechazos
porque el trabajo es “berreta”, eso no está bueno, pero que lo
rechacen porque es bueno, pero no saben en qué colección ponerlo,
está buenísimo.
MM: Ya está
el título de la entrevista: “Las hojitas de mierda”. Estábamos
hablando del trabajo con los ilustradores, de la dificultad de que
acepten o no lo que vos llevás. Obviamente, estamos hablando de las
editoriales. ¿Cómo es la relación con las editoriales? ¿Qué hay
de bueno? ¿Qué hay de malo? ¿Qué cosas son criticables?
IR: Depende
del libro y de la editorial. Me fue de diferentes maneras. A veces mi
manera de plantear las cosas les cae o no les cae. Con los años,
aprendí a contraproponer, siempre. Y a estar muy atenta a la
edición. Te puede pasar que falle la edición de un libro. No por
falta de conocimiento del editor, sino porque intervienen muchas
personas para hacer un libro: el que diagrama, el que ilustra, el que
edita, el que corrige… Por ejemplo: te cambian una palabra porque
no es muy académica, pero vos está planteando un narrador de nivel
coloquial. El editor corrige… ¿cómo diríamos, Sebastián?
Sebastián
Vargas: El editor tiene sus criterios de corrección, y la pauta
editorial con la que se maneja. El editor debería chequear la
corrección con el autor. El último paso no debería ser el del
corrector.
IR: Bueno,
pero algunas veces me ha pasado, en treinta años, que no me
mandaban la última corrección, y ahí, cuando en el libro impreso
aparecen cosas con las que el autor está en desacuerdo, se quiere
matar. Después me di cuenta de que, como autora podía pedir que
figurara en el contrato de edición el derecho a ver el libro antes
de que salga para la imprenta. Igualmente, a veces se pasan cosas.
MM: Me llama
la atención, porque planteás un nivel se seguimiento del trabajo de
la edición, que por lo general, la mayoría de los autores que
conozco, no hacemos. Sí al final, algunas correcciones… “pedrada”
por “piedrazo”, como cosa típica. El pibito no tira pedradas.
Entonces hay que explicarle al corrector ese tipo de cosas. Pero no
todo el resto que estás planteando ¿Cómo hacés? ¿Te permiten en
las editoriales?
IR: Es como
dice Sebastián. La última mirada es entre el editor y el autor. En
algunos casos, como el de Sebastián, los editores respetan esto, y
en otros casos, no. Me pasó hace poquito. Me vuelvo persecuta hasta
con la contratapa. Me pasó hace poco, que la contratapa contaba la
historia… Pregunté si podía redactarla yo. Aceptaron, me mandaron
el último PDF, y ya no miré la contratapa porque la había hecho yo
misma. La había redactado buscando generar intriga, como un
anzuelito para dar ganas de leer. Pero resulta que, cuando apareció
el libro, encontré que le habían agregado dos líneas… ¡donde
contaban el final! Como autora dije: bueno, ya está. Pero cuando
pregunté por qué, me respondieron que era para que los mediadores
supieran de qué trataba el libro. Esto me afectó como mediadora que
también soy. ¿Qué pasa? ¿Los mediadores no leen? ¿No leemos? ¿Un
mediador va a elegir un libro por la contratapa?
MM: ¿Quiénes
serían esos mediadores? ¿Quiénes te imaginás?
IR: Los
docentes, los bibliotecarios, yo misma cuando recomiendo libros…
MM: ¿Los
promotores también?
IR: También,
sí. A los promotores les dan charlas. Hay editoriales que forman a
los promotores. Hacen que lean. Los acompañan para volverse
lectores. No quiero decir “imponen”, pero muchas veces, sí.
(Risas). No está bueno contar el final. Es como ir al videoclub y
que te cuenten la película.
MM: Así que
tenés una relación bastante “negociada”.
IR: Sí.
Asistente: ¿Y
con el diseño y las ilustraciones?
IR: Si
trabajamos las dos autoras juntas, estamos ambas metidas y
comprometidas con eso también. En el libro Mitos y Leyendas de la
Argentina, como está poco ilustrado, no me metí para nada. En otros
casos sí, porque si no, ya me pasó que en uno de los libros estuvo
a punto de fracasar la historia. Había sido interpretado como un
libro ilustrado, no como un álbum. Y es un álbum. Necesitaba el
acompañamiento de las imágenes para decir lo que no estaba dicho.
Eso no había sido comprendido de entrada, y la historia no se podía
leer. No tenía coherencia.
MM: ¿Repetís esa definición? Me parece que es muy buena y deja bastante claro. ¿Cuál es la diferencia entre libro ilustrado y álbum?
IR: Los
libros-álbum son una clase especial de libros ilustrados. En un
álbum, las imágenes dicen algo más que no está en el texto. Hay
muchos libros ilustrados que no son álbumes. Por ejemplo: en Mitos
y leyendas de la Argentina, las imágenes ilustran, pero no
aportan algo que no esté dicho en el texto. Por ejemplo: en esta
página está la imagen del diablo porque el cuento trata sobre el
diablo. Esta otra imagen es el Sombrerudo escondido en el horno y el
texto dice: “El Sombrerudo estaba escondido en el horno”. La
imagen y el texto dicen lo mismo. En un álbum, en cambio, por
ejemplo en este, El cazador de incendios que ilustró María
Wernicke, no se nombra en el texto a una muchacha que acá, en la
imagen, se ve detrás de todos los periodistas. El texto dice que el
cazador de incendios vio saltar chispas hacia él, pero no menciona a
la muchacha. Sin embargo, en la imagen, ella está. La imagen sugiere
que las chispas vienen de ella. Están las chispas, está ella, está
el cazador: “las chispas venían hacia él, y tras de las chispas,
dos cañitas voladoras que lo alcanzaron”. Tampoco se dice en qué
parte del cuerpo lo alcanzaron, pero en la imagen está.
MM: Lo
alcanzaron en mitad del corazón.
IR: Eso
decía el borrador del texto antes de que María lo ilustrara. Como
en la imagen se ve que lo alcanzaron en el corazón, entonces la
frase desapareció del texto. Ese detalle de la historia ahora lo
cuenta la imagen. Así dialogan texto e imagen en un álbum. Por eso
no cualquier libro, por muy ilustrado que esté, es un libro-álbum.
Para serlo se necesita que texto e imagen se superpongan lo menos
posible al contar la historia. Si seguimos leyendo texto y leyendo
imagen, descubrimos que el cazador trata de cazar este incendio como
cazó tantos otros, pero no puede. El texto dice “entendió que era
un incendio diferente, entonces se abrió paso hacia la dueña de las
chispas.” Recién ahora se nombra con palabras a la muchacha,
siendo que la imagen la había mostrado diez páginas antes. Si el
lector vuelve las páginas hacia atrás, ve que la dueña de las
chispas es la misma muchacha que aparecía con un micrófono en una
mano y una carta en la otra cuando el cazador bajó del avión. El
personaje de ella ya estaba en la trama del cuento, pero no estaba
como palabra, sino como imagen. El texto dice que el cazador se abrió
paso hacia ella y la imagen sugiere llamas que se entrelazan. La
imagen sugiere incendio entre los dos. Con este libro y algún otro
me “gané” la etiqueta de “autora erótica”. (Risas).
MM: Es
cierto. Ese es bastante fogoso.
IR: Sí, ya
ves que la imagen lo muestra, y encima el texto dice que estaban a
punto de abrazarse… o de abrasarse. (Risas).
MM: Ese libro está para chicos a partir de cinco años. ¿Fuiste a escuelas o jardines con este? ¿Qué onda?
IR: Los
niños hacen lecturas diversas. Los jóvenes y adultos hacen otras.
Cada persona lee lo que lee. Los niños, cada niño, percibe lo que
percibe. Los niños son gente que está creciendo. En las escuelas y
Jardines se descubre cómo se van apropiando de las palabras y de las
imágenes a la vez. Y cómo dicen lo que les pasa con eso que leen o
les leen. No hace falta que les preguntemos: ellos dicen. Los adultos
también estamos creciendo y no dejamos de crecer por el hecho de
haber llegado a una estatura tope. Que existan lecturas diversas está
tan bueno porque muestra que las personas somos diversas. Comprobar
esto cada vez es lo que me pasa en los Jardines y en las escuelas.
Por eso algunos libros incluso lo provocan. Nuestro trabajo como
autores no es inocente. Eso de que puedan hacerse lecturas diversas,
en mi caso al menos, es un efecto buscado.
MM: Hay otro
libro en el que rozás cierto erotismo, que es Los viejitos de la
casa. Hay una búsqueda y un logro con estos dos viejitos. En
general, la literatura, y menos la infantil, no los muestra en este
plano de encontrarse y de abrazarse. ¿Qué respuestas tuviste con
Los viejitos…?
IR: Tengo
una anécdota en un colegio en donde los padres se rebelaron contra
este libro. Las maestras habían pedido que lo compraran para los
niños de primer grado. Era interesante esa apuesta que hicieron
ellas. Estas maestras, en lugar de un libro de texto, pedían varios
libros de literatura. Uno fue Los viejitos de la casa que
ilustró Tania de Cristóforis. Bueno, pero los padres de una
de las secciones de primer grado “se amotinaron”, empezaron a
contactarse por mail y por mensajitos, y se fueron a la escuela a
decir que ese libro no lo iban a comprar porque llamaba “viejos”
a los viejos y porque el viejo le decía “malas palabras” a la
vieja. ¿Dónde están esas “malas palabras”?, preguntaron las
maestras. Y el asunto venía porque el texto dice que el viejo le
habla a ella “con voz de lija gruesa”. (Risas). Otra cuestión
que escandalizó a los padres fue que los viejitos, afuera de la casa
se dan un beso, y adentro se dan un abrazo y “se les encienden los
ojos como lamparitas”.
MM: Terrible.
(Risas).
IR: Parece
que sí. Al menos, fue por eso que lo censuraron. Lo interesante fue
que las maestras lo defendieron. Lo conversaron con los padres en
reunión, tuvieron esa paciencia, y finalmente se ve que los
convencieron de que aquella era una de las lecturas posibles. Les
propusieron que fueran y que escucharan qué era lo que leían los
niños. Y la experiencia les salió bien.
IR: Sí...
pero no estaban los padres. (Risas). Fue muy lindo encontrarme con
esos niños y con esas docentes, muy emocionante. Todavía conservo
el vínculo con algunas de ellas.
MM: Es muy
bueno. Este cuento, para los que no estaban el lunes pasado y no lo
leyeron, los viejitos se pelean, se amigan, se besan afuera, y
adentro se les prenden los ojitos y son “más dulces que el pan
tierno”.
IR: “Más
tiernos que el pan dulce, más dulces que el pan tierno”. Acá pasó
una cosa que también tiene que ver con el libro-álbum. No me
acuerdo qué decía el borrador del texto cuando los viejitos volvían
a llevarse bien después de pelearse, pero Tania dibujó esto (en la
imagen se ve varias veces a los viejitos tomados de la mano bailando,
girando como burbujas en el aire). Me acuerdo que al ver la imagen,
cambié el texto. Ahora dice: “No les salen rezongos a los viejos,
sino suspiros.” Cambié lo que había escrito. Y la palabra
“suspiros” me la sugirió esta imagen de Tania. Por eso me gusta
tanto trabajar con artistas que tienen la mirada de la plástica,
justamente porque es otra mirada. La imagen es tan capaz de provocar
palabras como la palabra de convocar imágenes. Ni Tania ni yo nos
sentíamos “la” dueña de la historia. La historia había pasado
a ser de las dos. Por eso nos resultaba fácil dialogar. Lo
interesante es que eso se refleja en el libro. Nuestro diálogo
persona a persona, se volvió diálogo texto-imagen en el álbum. Y
de eso se trata.
MM: Es muy
lindo que la imagen convoque las palabras. Uno de tus libros de los
que más charlamos el lunes pasado y les gustó mucho (algunos lo
habían leído y otros lo conocieron ahí), es tu novela El mono
de la tinta, que está convocada, esta vez no por ilustraciones,
sino por lo que llamamos intertextualidad. Están los relatos de El
libro de los seres imaginarios, de Borges, y te atrevés a usar
de personaje en una novela para chicos a Borges, a Fanny, la famosa
empleada de su casa, y a la mamá, que es como una imagen oculta, es
más una voz.
IR: Y
Adolfito Bioy Casares.
MM: Que está
mencionado, sí.
IR: Y el
gato Beppo. Sí, tuve miedo de que cayera sobre nosotros y los
editores la heredera, María Kodama. Pero se ve que todavía no lo
descubrió. O, si lo hizo, lo habrá tomado como lo que es: un
homenaje.
MM: Está
escondida. (Risas).
IR: Se ve
que no se enteró. En un momento se pensó en que podría aparecer en
tapa la reproducción de la firma de Borges en los papeles donde está
parado el mono. Pero los editores dijeron que mejor, no. Tenían
razón (Risas).
MM: ¿Qué
experiencia tuviste con esta novela? Con meterte con estos personajes
y con este libro tan emblemático de Borges. Con vos y con los
chicos, ¿qué pasó?
IR: El
libro de los seres imaginarios a mí siempre me voló la cabeza,
porque es una recopilación de los seres de la mitología universal
de todos los tiempos y cada uno es más fantástico que el otro. De
esos, me atrajo mucho como personaje, el mono de la tinta. Es un mono
que está sentado en la mesa de trabajo del escritor, del escriba
chino. Es un mono chino. Entonces está esperando que termine de
escribir para tomarse la tinta china. De eso se alimenta. Me pareció
muy interesante eso, me dieron ganas de ponerlo como personaje. Y ¿en
el escritorio de quién iba a estar? De Borges, el recopilador de los
seres imaginarios. Y fue apareciendo esto: la familia. Estuve
investigando la manera de decir de Borges en las entrevistas, cómo
hablaba, qué latiguillos usaba. “Curioso”, “¿verdad?”, “oh,
sí” , “ciertamente”, “pues verá”, “caramba”... Tuve
la ayuda de Walter Romero, mi vecino de enfrente, un apasionado
lector de Borges y escritor él también, por ahora inédito.
MM: Cómo se
queja Fanny del regalo que le hicieron, es muy gracioso, el enojo
que tiene la empleada.
IR: Sí, el
enojo con el mono. Porque el mono ensucia y revuelve todo.
MM: Y la
rivalidad con Beppo, que también está buena. Con el gato que lo
persigue, como buen gato.
IR: Sí, yo
no quería dirigir la historia hacia un final previsto de antemano,
pero se me imponía todo el tiempo que el más fantástico de todos
los seres era el lector. Esta novela está escrita hace unos ocho
años, y no circulaba, no era leída. No pasaba nada con el libro, la
verdad, hasta que hace un par de años, me llaman de golpe de tres
escuelas distintas para el mismo día, por El mono de la tinta.
¿Qué pasó? Lo que pasó fue que declararon el 24 de agosto como
“día del lector” en honor… a Borges. La novela tiene como
personaje a Borges y como al más fantástico de los seres
imaginarios… al lector. Por ese motivo ahora la novela circula en
las escuelas. Si la hubiera escrito después, sería sospechosa de
oportunismo.
MM: Hiciste un estudio de mercado. (Risas). Hoy decíamos de la importancia de las efemérides. ¿Y la importancia de la escuela en la literatura infantil? ¿Cuál es?
IR: La
literatura infantil entra en la escuela en los años ochenta, cuando
vuelve la democracia, con gente como Graciela Montes, Gustavo Roldán,
Laura Devetach, Silvia Schujer, Graciela Cabal, Ema Wolf, en el
primer Plan Nacional de Lectura, que dirigió Hebe Clementi. Yo tuve
la suerte de empezar a querer publicar en ese momento. Y cruzarme con
esa gente. Y ser maestra. Yo era maestra de grado. Y llegaban a mi
escuela los libros del Pajarito Remendado, Los libros Del
Quirquincho, a través de Don José, un librero que nos vendía a las
maestras lo que a él le gustaba. Lo que no le gustaba no te lo
vendía. Vos se lo podías encargar, pero no te lo traía, lo tenías
que conseguir en otro lado. Don José era un lector de muy buen
paladar. Así empezó a entrar la literatura en las escuelas, de una
manera muy fresca. Por fuera de los manuales. No sacaría a relucir
acá lo del placer de leer, porque la cuestión de leer por placer
está muy trajinada y desvirtuada también. Hablaría más bien del
interés que despierta una buena historia, un poema, una novela.
Interés en el sentido de su etimología en latín: “inter esse”.
En el interior del ser. Eso significa la palabra interés. Meterte,
zambullirse en algo que te atrae. Es mucho más que placer. La
palabra placer puede entenderse como algo muy superficial mientras
que el inter-esse nunca lo es. En aquellos años, los maestros
abrimos las puertas de la escuela a la literatura. En mi caso, Don
José traía los libros del Pajarito Remendado, y yo los ponía
sobre el escritorio para que los chicos eligieran. Muchos los habían
leído yo antes. Otros, no. Los chicos elegían y se los llevaban a
su casa. Una vez, viene un pibe y me dice: “Señorita, en mi libro
dice “puta””. ¿A ver?, dije yo. (Risas). Y decía eso. Él
agregó “también dice reputa”. Y era cierto. Yo, maestra,
guardapolvo, institución, le dije que me lo diera, así se lo
cambiaba. (Risas). Y me lo llevé en el bolso a casa.
MM: Estaba
fallado. (Risas).
IR: ¿No te
digo que la literatura entró a la escuela de una manera muy fresca?
El autor de ese libro era un fresco. Yo era maestra de cuarto grado.
Y en mi casa tenía a mi hijo que también estaba en cuarto grado.
Llevé el libro a casa y le dije a mi hijo, que tenía la misma edad:
mirá este libro, está buenísimo. Se trataba de La canción de las
pulgas, de Gustavo Roldán. En la escuela, para mí, estaba el peso
de la institución. Los padres, y toda esa cosa. Eso a mí, en aquel
momento, me puso en conflicto, y calculo que a muchas otras maestras
también. Creo que hoy mismo
muchos libros ponen en conflicto a los mediadores. Lo que pasó con
Los viejitos de la casa es una prueba, y la reacción de
aquellas maestras que defendieron el libro no fue la mía con La
canción de las pulgas. Pasaron casi 30 años y no pasaron en
vano, por suerte. Sin embargo, una maestra, la vez pasada contó que
la echaron de un colegio privado porque leyó con sus alumnos “La
gallina degollada”, Horacio Quiroga. Hubo y hay docentes
que se la juegan, otros que todavía no están enterados de que
existe la literatura infantil y juvenil, y siguen con las propuestas
de actividades de los libros de texto. Hay maestros que se volvieron
lectores leyendo literatura infantil. Hay maestros que todavía no
son lectores. En el campo de la LIJ hay muchos actores. Entre ellos
estamos los mediadores, que tomamos postura, nos vamos formando o
deformando, según con qué nos vayamos encontrando en nuestro
“camino lector”, como diría Laura Devetach.
MM: ¿Vos te
definís como mediadora por tu rol como tallerista, por tu trabajo
como docente en su momento, o como autora?
IR: Digo que
soy mediadora porque me interesan los lectores. No es que escribo y
ya. Yo escribo y presento libros a las personas que están creciendo,
y elijo lo que presento, y tengo motivos para elegir y presentar
determinados libros. Trato de entusiasmar, de contagiar, entonces
estoy en el medio, entre los lectores y los libros. En el medio se
puede estar como una medianera o como un puente. En el momento en el
que me doy cuenta de que estoy tratando de ser un puente, para que
otra persona se acerque a los libros, confirmo que soy mediadora.
MM: Recién
te preguntaba si como tallerista, vos tenés una fuerte relación con
el taller literario, ¿verdad? Como participante y como coordinadora.
Contanos un poco.
IR: Yo me
formé en literatura con Laura Devetach. Hubo un grupo que se
mantuvo casi igual, en cuanto a las integrantes, durante diez años.
Hasta que Laura nos dejó. (Risas). Ese grupo fue fundante para
todas. Éramos todas mujeres. No éramos todas escritoras, pero todas
resultamos mediadoras. Y yo, con ganas de ponerme en el lugar en el
que estaba Laura. No hacer lo que ella hacía porque eso me sigue
resultando inalcanzable, pero sí probar su rol. Me gustaba la manera
zen que tiene Laura de que vos escuches mañana lo que te dijeron
ayer. Ella tiraba cosas y a veces la ficha te caía dos años
después. Me siguen cayendo fichas ahora, y aquella experiencia fue
en los años noventa. Eso fue lo que me atrajo, y me hace trabajar
ahora como tallerista. Acompañar a otras personas que se están
formando. Provocar que surjan cuestiones que tengan que ver con la
palabra y el trabajo con la palabra. Que de eso se trata la
literatura.
MM: ¿Cuál
es la idea en tu taller? ¿Acompañar mediadores o acompañar futuros
escritores?
IR: Todos
quieren escribir y escriben. Algunos buscan volverse escritores
profesionales. Unos pocos. Otros, por ahora, no. Escriben,
escribimos, pero no les interesa publicar. Sí, escribir. A todos les
interesa mucho leer… Siempre digo que lo que aprendí con el grupo
de Laura Devetach fue a leer. Laura no insistía con la escritura,
pero con ella nos volvimos lectoras muy finas. O todo lo finas que
cada una de nosotras podía. Seguimos vinculadas, miramos unas los
trabajos de las otras, nos hacemos críticas, no somos complacientes.
Laura nunca fue complaciente con nosotras. Ese es un reaseguro con
el que está bueno contar. Mi escritura está expuesta cuando se
publica, pero no estoy sola. Me siento acompañada, respaldada en la
corrección de los borradores, especialmente por María Inés
Bogomolny que no me perdona una, como debe ser.
MM: ¿Hace
mucho que tenés tu taller?
IR: En
Palermo, hace ocho años. En Longchamps, hace como veinticinco.
MM: ¿Y
sigue viniendo la misma gente?
IR: Hay un
par que sí. Acá en Capital hay mucha gente “del palo” de la
LIJ. En los talleres de Longchamps, les interesa la literatura en
general, entonces viene un odontólogo, una directora de escuela, un
jardinero, un maquinista de tren, un ex - ferroviario de noventa
años, una muchachita que estudia Bellas Artes, dos psicólogas, un
profe de matemáticas, una inspectora jubilada. Son grupos
heterogéneos, muy lindos. Tomamos café, mate… les pongo unos
yuyos (chiste)… es maravilloso.
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