Wakolda. O el viaje de Lucía Puenzo de la literatura al cine



¿Qué transformaciones se operan en una historia que cambia de "envase"? Los distintos soportes expresivos de cada ámbito de producción artística inciden en los aspectos del relato que más se explotan, en las características que se resaltan del ambiente, en el protagonismo de los personajes. El tratamiento estético altera el objeto creado. Así ocurre cuando se transita del cine a la literatura o viceversa. Mario Méndez escribe para Libro de arena una reseña acerca de la novela Wakolda, de Lucía Puenzo, que la propia autora llevó luego al cine.



Por Mario Méndez



Lucía Puenzo es escritora y cineasta. Lucía Puenzo es cineasta y escritora. ¿Por qué así, en capicúa? Porque como muy pocos escritores que han hecho cine (Antonio Skármeta, Peter Handke, Paul Auster, por ejemplo) o cineastas que han escrito (Woody Allen, Pedro Almodóvar, entre otros), con Lucía Puenzo uno no sabe qué oficio, qué arte está antes, si es la literatura, en la que se mueve con soltura y gracia, o el cine, donde demuestra un manejo y una ductilidad propia de una directora ya fogueada. Lucía Puenzo escribió, primero, una muy interesante novela. La historia se basa en una posible -aunque no probada- residencia del criminal nazi Josef Mengele en Argentina, y su ficcionalizada visita a una muy alemana Bariloche. En el sur de la Argentina el doctor alemán interactúa con una familia en la que encuentra campo para trabajar con algunas de sus más caras obsesiones: una nena –Lilith, co-protagonista de la novela-, niña de unos doce años que padece problemas de crecimiento, y un par de gemelos recién nacidos. Con los tres, Lilith y los gemelos, Mengele volverá a experimentar, volverá a abusar de su poder y de la debilidad de los que lo rodean. Volverá a ser el monstruo que fuera en los campos de Auschwitz, el que nunca dejó de ser, desde luego. En el camino a Bariloche, cuando conoce a Lilith y a su familia, aparecerá Wakolda, una muñeca aborigen, que ha pertenecido a los mapuches que refugian a Mengele y a la familia en una tormenta. El nombre de la muñeca parece remitir a Alemania (o a Europa del Este), pero al investigar uno se encuentra con que ese nombre remite a nuestra América: Wakolda era la mujer del cacique (el toqui, para mejor decir) Lautaro, guerrero que, como es sabido, lideró una de las resistencias más heroicas a la invasión española. 
Lucía Puenzo armó, en la novela, una narración circular. La muñeca y sus dueños mapuches reaparecerán al final, para cerrar una de las líneas que la historia ha propuesto: la de la relación entre el exterminio perpetrado por los nazis y el que se hiciera en el siglo anterior en la Patagonia argentina, contra los pueblos originarios. Para escribir el guión de la película, y luego dirigirla, Lucía Puenzo tomó decisiones difíciles. La línea mencionada, los aborígenes y su Wakolda –la muñeca que esconde algún secreto relacionada con los brujos o machis tribales-, desaparece. La película, por las necesidades diferentes que plantea un arte que es diferente, se centra en la relación de Mengele y la familia de Lilith, donde, a diferencia de la novela, padre y madre toman una preponderancia nueva. No es casual: las figuras de Natalia Oreiro y Diego Peretti no pueden permanecer en un segundo plano, son figuras demasiado pregnantes como para dejarlas en la zona gris en la que se mueven en la novela. Puenzo decidió, también, que el relato cinematográfico no le permitía desviar la atención de Mengele y la búsqueda que de él hacen los cazadores de nazis, con las reminiscencias del pasado mapuche y su exterminio. Por eso, la figura de Nora Eldoc, que en el filme se nos presenta claramente como una espía de los servicios israelíes -no es así en la novela- cobra en la película una importancia nueva, para convertirse en una de las figuras principales de la historia. Lucía Puenzo sabe trabajar con una misma materia en dos artes que a veces comparte necesidades y características, y otras veces no. Cuando la pasa de la literatura al cine, la misma historia queda modelada de una manera sutilmente diferente. Este modelado desigual implica elecciones que, sin duda, subrayan que la escritora y cineasta sabe muy bien lo que hace y por qué lo hace. Si no han visto la película ni leído la novela, recomiendo que lo hagan. Quizás leyendo la novela primero. Pero como sospecho que quizás los lectores de esta reseña doble ya hayan visto la película (que fue estrenada en 2013 y fue bastante exitosa), y –me temo- no hayan leído aún la novela, me permito proponer que emprendan la lectura a la luz de la película que ya han visto, para descubrir, entre las semejanzas, las diferencias que destaco. Será un buen ejercicio de disfrute literario y cinematográfico.






 Wakolda

 Lucía Puenzo

 Buenos Aires, Emecé, 2013

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