5 de junio-120 años del nacimiento de Federico García Lorca
Hoy se cumplen 120 años del nacimiento de Federico García Lorca, el gran
poeta granadino. En 1933, Lorca estaba en Buenos Aires, adonde había
llegado para el estreno de Bodas de sangre. Ese año vivía
también en nuestra ciudad Pablo Neruda, recién designado como cónsul de
Chile. Los dos poetas fueron invitados por el PEN Club de Buenos Aires a
dar una charla, en la que conmemoraron a Rubén Darío. Libro de Arena
comparte con sus lectores, un fragmento de Confieso que he vivido, en el que Neruda recuerda las características de esa charla.
“En
1933 me designaron cónsul de Chile en Buenos Aires, donde llegué en el mes de
agosto. Casi al mismo tiempo llegó a esa ciudad Federico García Lorca, para
dirigir y estrenar su tragedia teatral Bodas
de sangre, en la compañía de Lola Membrives. Aún no nos conocíamos, pero
nos conocimos en Buenos Aires y muchas veces fuimos festejados juntos por
escritores y amigos. Por cierto que no faltaron las incidencias. Federico tenía
contradictores. A mí también me pasaba y me sigue pasando lo mismo. Estos
contradictores se sienten estimulados y quieren apagar la luz para que a uno no
lo vean. Así sucedió aquella vez. Como había interés en asistir al banquete que
nos ofrecía el Pen Club en el Hotel Plaza, a Federico y a mí, alguien hizo
funcionar los teléfonos todo el día para notificar que el homenaje se había
suspendido. Y fueron tan acuciosos que llamaron incluso al director del hotel,
a la telefonista y al cocinero—jefe para que no recibieran adhesiones ni
prepararan la comida. Pero se desbarató la maniobra y al fin estuvimos reunidos
Federico García Lorca y yo, entre cien escritores argentinos.
Dimos
una gran sorpresa. Habíamos preparado un discurso a alimón. Ustedes
probablemente no saben lo que significa esa palabra y yo tampoco lo sabía. Federico,
que estaba siempre lleno de invenciones y ocurrencias, me explicó:
"Dos toreros pueden torear al mismo tiempo el
mismo toro y con un único capote. Esta es una de las pruebas más peligrosas del
arte taurino. Por eso se ve muy pocas veces. No más de dos o tres veces en un
siglo y sólo pueden hacerlo dos toreros que sean hermanos o que, por lo menos,
tengan sangre común. Esto es lo que se llama torear al alimón. Y esto es lo que
haremos en un discurso."
Y
esto es lo que hicimos, pero nadie lo sabía. Cuando nos levantamos para
agradecer al presidente del Pen Club el ofrecimiento del banquete, nos
levantamos al mismo tiempo, cual dos toreros, para un solo discurso. Como la
comida era en mesitas separadas, Federico estaba en una punta y yo en la otra,
de modo que la gente por un lado me tiraba a mí de la chaqueta para que me
sentara creyendo en una equivocación, y por el otro hacían lo mismo con
Federico. Empezamos, pues, a hablar al mismo tiempo diciendo yo
"Señoras" y continuando él con "Señores", entrelazando
hasta el fin nuestras frases de manera que pareció una sola unidad hasta que
dejamos de hablar. Aquel discurso fue dedicado a Rubén Darío, porque tanto
García Lorca como yo, sin que se nos pudiera sospechar de modernistas,
celebrábamos a Rubén Darío como uno de los grandes creadores del lenguaje
poético en el idioma español.
He
aquí el texto del discurso:
NERUDA:
Señoras...
LORCA: ...y
señores: Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada "toreo del
alimón", en que dos toreros hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma
capa.
NERUDA: Federico
y yo, amarrados por un alambre eléctrico, vamos a parear y a responder esta
recepción muy decisiva.
LORCA: Es
costumbre en estas reuniones que los poetas muestren su palabra viva, plata o
madera, y saluden con su voz propia a sus compañeros y amigos.
NERUDA: Pero
nosotros vamos a establecer entre vosotros un muerto, un comensal viudo, oscuro
en las tinieblas de una muerte más grande que otras muertes, viudo de la vida,
de quien fuera en su hora marido deslumbrante, nos vamos a esconder bajo su
sombra ardiendo, vamos a repetir su nombre hasta que su poder salte del olvido.
LORCA: Nosotros
vamos, después de enviar nuestro abrazo con ternura de pingüino al delicado
poeta Amado Villar, vamos a lanzar un gran nombre sobre el mantel, en la
seguridad de que se han de romper las copas, han de saltar los tenedores,
buscando el ojo que ellos ansían, y un golpe de mar ha de manchar los manteles.
Nosotros vamos a nombrar al poeta de América y de España: Rubén...
NERUDA: Darío.
Porque, señoras...
LORCA: y
señores...
NERUDA: ¿Dónde
está, en Buenos Aires, la plaza de Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde
está la estatua de Rubén Darío?
NERUDA: Ël amaba
los parques. ¿Dónde está el parque Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde
está la tienda de rosas de Rubén Darío?
NERUDA: ¿Dónde
está el manzano y las manzanas de Rubén Darío?
LORCA: ¿Dónde
está la mano cortada de Rubén Darío? NERUDA: ¿Dónde está el aceite, la resina,
el cisne de Rubén Darío?
LORCA: Rubén
Darío duerme en su "Nicaragua natal" bajo su espantoso león de
marmolina, como esos leones que los ricos ponen en los portales de sus casas.
NERUDA: Un león
de botica al fundador de leones, un león sin estrellas a quien dedicaba
estrellas. LORCA: Dio el rumor de la selva con un adjetivo, y como fray Luis de
Granada, jefe de idiomas, hizo signos estelares con el limón, y la pata de
ciervo, y los moluscos llenos de terror e infinito: nos puso al mar con
fragatas y sombras en las niñas de nuestros ojos y construyó un enorme paseo de
gin sobre la tarde más gris que ha tenido el cielo, y saludó de tú a tú el
ábrego oscuro, todo pecho, como un poeta romántico, y puso la mano sobre el
capitel corintio con una duda irónica y triste de todas las épocas.
NERUDA: Merece su
nombre rojo recordarlo en sus direcciones esenciales con sus terribles dolores
del corazón, su incertidumbre incandescente, su descenso a los espirales del
infierno, su subida a los castillos de la fama, sus atributos de poeta grande,
desde entonces y para siempre e imprescindible.
LORCA: Como poeta
español enseñó en España a los viejos maestros y a los niños, con un sentido de
universalidad y de generosidad que hace falta en los poetas actuales. Enseñó a
Valle Inclán y a Juan Ramón Jiménez, y a los hermanos Machado, y su voz fue
agua y salitre, en el surco del venerable idioma. Desde Rodrigo Caro a los
Argensolas o don Juan Arguijo no había tenido el español fiestas de palabras,
choques de consonantes, luces y forma como en Rubén Darío. Desde el paisaje de
Velázquez y la hoguera de Goya y desde la melancolía de Quevedo al culto color
manzana de las payesas mallorquinas, Darío paseó la tierra de España como su
propia tierra. NERUDA: Lo trajo a Chile, una marea, el mar caliente del Norte,
y lo dejó allí el mar, abandonado en costa dura y dentada, y el océano lo
golpeaba con espumas y campanas, y el viento negro de Valparaíso lo llenaba de
sal sonora. Hagamos esta noche su estatua con el aire atravesada por el humo y
la voz y por las circunstancias, y por la vida, como ésta su poética magnífica,
atravesada por sueños y sonidos.
LORCA: Pero sobre
esta estatua de aire yo quiero poner su sangre como un ramo de coral agitado
por la marea, sus nervios idénticos a la fotografía de un grupo de rayos, su
cabeza de minotauro, donde la nieve gongorina es pintada por un vuelo de
colibríes, sus ojos vagos y ausentes de millonario de lágrimas, y también sus
defectos. Las estanterías comidas ya por los jaramagos, donde suenan vacíos de
flauta, las botellas de coñac de su dramática embriaguez, y su mal gusto encantador,
y sus ripios descarados que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos.
Fuera de normas, formas y espuelas queda en pie la fecunda sustancia de su gran
poesía.
NERUDA: Federico
García Lorca, español, y yo, chileno, declinamos la responsabilidad de esta
noche de camaradas, hacia esa gran sombra que cantó más altamente que nosotros,
y saludó con voz inusitada a la tierra argentina que posamos.
LORCA: Pablo
Neruda, chileno, y yo, español, coincidimos en el idioma y en el gran poeta
nicaragüense, argentino, chileno y español, Rubén Darío.
NERUDA y LORCA:
Por cuyo homenaje y gloria levantamos nuestro vaso.
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