30 años de la muerte de Raymond Carver

Se cumplen treinta años de la muerte de Raymond Carver. Para recordarlo, Libro de Arena comparte un comentario sobre el gran escritor estadounidense, y uno de sus poemas.



Por María Pía Chiesino

Hoy se cumplen treinta años de la muerte de Raymond Carver. A la hora de las clasificaciones la crítica lo ubica en el llamado “minimalismo”, y se señala a Hemingway como uno de sus grandes maestros. Personalmente, aun reconociendo la pertenencia de ciertos autores a cierta estética, prefiero tratar de tomar la menor distancia analítica posible y sencillamente, disfrutar de su lectura.

Es lo que me pasa con Carver, quizá uno de los mejores narradores estadounidenses del siglo XX. Sus relatos narran sobre todo, historias de grandes fracasos, que son el resultado de un fracaso mayor: el del Gran Sueño Americano, hecho pedazos sobre todo, después de la guerra de Vietnam. En los cuentos de Carver nos cruzamos con los desempleados, las parejas que naufragan por el hastío cotidiano y el desamor, personajes que se juntan a compartir ciertos momentos pero que en realidad preferirían estar solos…

Los personajes de Carver están en las antípodas del “self made man”, porque justamente, están deshechos por el hastío de los días que se suceden sin que pase demasiado.

Quizá una excepción sea Parece una tontería, publicado en Catedral, uno de los cuentos más dramáticos que haya leído, del que no querría adelantar una sílaba a ningún posible lector o lectora de semejante maravilla. Porque aunque no narra el triunfo de nadie, es uno de los pocos relatos en los que un  personaje nos permite mirar con un poco más de benevolencia la condición humana.
Raymond Carver también escribió poesía. Como vemos, en el poema que sigue a estas líneas, independientemente del formato que elija, la escritura de Carver nos pone a frente situaciones cotidianas, que nunca terminan de resolverse, que llevan en sí mismas la marca de la insatisfacción.

Tu perro se muere
Lo atropella una furgoneta.
lo encuentras a la orilla de la carretera
y lo entierras.
te sientes mal.
te sientes mal por ti mismo,
pero te sientes peor por tu hija
porque era su mascota
y lo quería mucho.
Solía canturrearle
y lo dejaba dormir en su cama.
Escribes un poema sobre ello,
lo titulas un poema para tu hija
y trata del perro al que atropella una furgoneta,
de cómo te ocupaste de él,
lo llevaste al bosque
y lo enterraste hondo, muy hondo,
y el poema sale tan bien
que casi te alegras de que hayan atropellado
al pobre perro, si no, no habrías escrito
nunca ese poema.
entonces te sientas a escribir
un poema sobre la escritura de un poema
que trata de la muerte de ese perro,
pero mientras escribes oyes
a una mujer gritar
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se para.
dejas pasar un rato y vuelves a escribir.
ella grita de nuevo.
te preguntas cómo va a terminar esto.

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