Fragmento de Los que aman, odian, de Silvina Ocampo y Bioy Casares


Libro de Arena comparte un fragmento de la novela Los que aman, odian, de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, leída recientemente en el ciclo La literatura argentina en el cine del siglo XXI.

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“Se disuelven  en  mi  boca, insípidamente, reconfortantemente, los últimos  glóbulos de arsénico (arsenicum álbum). A mi izquierda, en la mesa de trabajo, tengo un ejemplar; en hermoso Bodoni, del Satyricón, de Cayo Petronio. A mi derecha, la fragante bandeja del té, con sus  delicadas  porcelanas  y  sus frascos  nutritivos.  Diríase  que  las  páginas  del  libro están gastadas por lecturas innumerables; el té es de China; las tostadas son quebradizas y tenues; la miel es de abejas que han libado flores de acacias, de favoritas y de lilas. Así, en este limitado paraíso, empezaré a escribirla historia del asesinato de Bosque del Mar.
Desde mi punto de vista, el primer capítulo transcurre en un salón comedor, en el tren  nocturno  a  Salinas.  Compartían mi mesa un  matrimonio  amigo diletantes  en literatura  y  afortunados  en  ganaderíay  una  innominada  señorita.  Estimulado por el consommé,  les  detallé  mis  propósitos:  en  busca  de  una  deleitable  y  fecunda  soledad es decir,  en  busca  de    mismo yo  me  dirigía  a  ese  nuevo  balneario  que  habíamos descubierto los más refinados entusiastas de la vida junto a la naturaleza: Bosque del Mar. Desde hacía tiempo  acariciaba  yo  ese  proyecto,  pero  las  exigencias  del  consultorio pertenezco, debo confesarlo, a la cofradía de Hipócrates, postergaban mis  vacaciones.  El matrimonio asimiló  con  interés  mi  franca  declaración:  aunque  yo  era  un  médico respetable sigo invariablemente los pasos de Hahnemann escribía con variada fortuna argumentos para el cinematógrafo. Ahora la Gaucho Film Inc., me encarga la adaptación, a la época actual y a la escena argentina, del tumultuoso libro de Petronio. Una reclusión en la playa, eraimprescindible.
Nos retiramos a nuestros compartimientos. Un rato después, envuelto en las espesas frazadas  ferroviarias,  todavía  entonaba  mi  espíritu  la  grata  sensación  de  haber  sido comprendido. Una súbita inquietud atemperó esa dicha: ¿no había obrado temerariamente? ¿No había puesto yo mismo en manos de esa pareja inexperta los elementos necesarios para que me arrebataran mis ideas? Comprendí que era inútil cavilar. Mi espíritu, siempre dócil, buscó  un  asilo  en  la  anticipada  contemplación  de  los  árboles  junto  al  océano.  Vano  esfuerzo.  Todavía estaba en la víspera de esos pinares... Como Betteredge con Robinson Crusoe, recurrí a mi Petronio. Con renovada admiración leí el párrafo.
Creo que nuestros muchachos son tan tontos porque en las escuelas no les hablan de hechos  reales,  sino  de  piratas emboscados,  con  cadenas,  en  la  ribera;  de  tiranos preparando  edictos  que  condenan  a  los  hijos  a  decapitar  a  sus  propios  padres,  de oráculos, consultados en tiempos de epidemias, que ordenan la inmolación de tres o más vírgenes...
El consejo es, todavía hoy, oportuno. ¿Cuándo renunciaremos a la novela policial, a la no vela fantástica y a todo ese fecundo, variado y ambicioso campo de la literatura que se alimenta de irrealidades? ¿Cuándo volveremos nuestros pasos a la picaresca saludable y al ameno cuadro de costumbres?
Ya el aire de mar penetraba por la ventanilla. La cerré. Me dormí.”


Los que aman, odian
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
Emecé, 1946.


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