Fragmento de Zama, de Antonio Di Benedetto
Haciendo un cruce triple entre el cine, la historia y la
literatura, en el encuentro de hoy del ciclo "La
literatura argentina en el cine del siglo XXI", se analizará la novela Zama, de Antonio Di
Benedetto, antes de proyectar la película homónima de Lucrecia Martel, el martes de la
semana próxima.
“Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.
Llegué hasta el muelle viejo, esa
construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron
dónde están, un cuarto de legua arriba.
Entreverada entre sus palos, se manea la
porción de agua del río que entre ellos recae. Con su pequeña ola y sus
remolinos, sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía
completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación
al viaje, que el no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono, El agua
quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito
y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.
Ahí estábamos, por irnos y no.
Con ser tan mansa, cuidábame de la
naturaleza de esta tierra, porque es infantil y capaz de arrobarme y en la
lasitud semidespierta me ponía repentinos pensamientos traicioneros, de esos
que no dan conformidad ni, por tiempos, sosiego. Hacía que me diese conmigo en
cosas exteriores, en las que, si a ello me resignaba, podía reconocerme.
Esos temas quedaban sólo para mí, excluídos
de la conversación con el gobernador y con todos, por mi escasa o nula facilidad
para hacer amigos íntimos con quienes explayarme. Debía llevar la espera
-y el desabrimiento- en soliloquio, sin comunicarlo. Como me lo decía ese a
veces insolente Ventura Prieto, que se me arrimó aquella tarde, por cierto que
no buscándome, sino yendo a lazar. Consideraba que en esta tierra llana, yo
parecía estar en un pozo. Me lo dijo una vez y más de una, lo dijo a otros, descuidándose
de lo que todos sabían: que fui gallo de riña o al menos dueño de
reñidero.
Apareció precisamente cuando me entretenía el mono y se lo
enseñe, para distraerlo y atajar que me preguntara qué esperaba ahí.
Y él, Ventura Prieto, que era inferior a mí, caviló un momento,
como sí buscara el medio de apabullarme en materia de curiosidades y
descubrimientos. Luego me refirió una de esas que él llamaba investigaciones y
yo ignoro si lo eran pero que, por sospechosas de insinuar comparación, me
desconcertaban, dejándome repercusiones que podían superar lo sufrible. Dijo
que hay un pez en ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe
pasar la vida, toda la vida, como el mono, en vaivén dentro
de ellas; pero de un modo más penoso, porque
está vivo y tiene que luchar constantemente con el flujo líquido que
quiere arrojarlo a tierra. Dijo
Ventura Prieto que estos sufridos peces, tan apegados al elemento que los
repele, quizás apegados a pesar de sí mismos, tienen que emplear casi
íntegramente sus energías en la conquista de la permanencia y aunque siempre
están en peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se les encuentra
en la parte central del cauce, sino en los bordes, alcanzan larga vida, mayor
que la normal entre los otros peces. Sólo sucumben, dijo también, cuando su
empeño les exige demasiado y no pueden procurarse alimento.
Yo había seguido con viciada curiosidad esta historia que no
creí. Al considerarla, recelaba de pensar en el pez y en mí a un mismo tiempo.
Por eso invité a Ventura Prieto a que regresáramos y retuve mis opiniones. Procuré
ocupar la cabeza en el motivo de mi caminata, en el hecho de que yo esperaba un
barco, y si un barco entraba, en él podría llegar algún mensaje de Marta y de
los niños, aunque ella y ellos no vinieran, ni nunca hubiesen de
venir”.
Zama
Antonio Di Benedetto
Alfaguara, 1992
Comentarios
Publicar un comentario