Hotaru, de Sancia Kawamichi
Por Kekena Corvalán
Debería usar categorías críticas, pero la primera impresión que tengo al terminar de leer Hotaru es:
impresionante esta novela, un texto de la hostia. Y me parece que esta
primera impresión marcará el tono de todo lo que se me ocurra escribir
en esta nota.
Publicada por editorial Del Nuevo Extremo en 2014, ganó el premio del Concurso Extremo Negro – BAN! de ese mismo año.
Hotaru, palabra japonesa que es muchas cosas, significa luciérnaga, y también aparece referido en el universo del manga
y es una de las Sailor Moon. Cruces, muchos, en el perfil japonés más
occidentalizado, digno fruto de un más que digno narrador/autor, al que
pronto espero entrevistar, citándolo en alguna plaza de Villa Celina, su
barrio preferido. En efecto, Sancia Kawamichi es de origen japonés,
nació en 1973, estudió cine y publicó dos libros anteriores de
literatura infantil.
La novela, reitero, es impresionante, por lo
que instaura y por lo que insinúa. Instaura un diálogo montonero-nipón
que aún me deja mudita. Instaura un juego entre la poesía y la crónica
policial, sembrando relatos enmarcados que tuercen dramáticamente las
situaciones que se viven en relato mayor. Instaura una tensión entre
periferias semirurales, baldías, abichadas y el centro. Entre música
étnica, exquisita, y cantantes populares. Entre refinamiento y
rusticidad. Entre luz y sombra, desnudez y envoltorio. Insinúa que dos
mujeres pueden amarse intensamente, como solo nos amamos las mujeres, en
el pliegue potencialmente infinito de un origami.
Y algo no
menor, que pone a Sancia en un lugar potente, y espero que la estrella
lo acompañe y lo ilumine y esté escribiendo, porque me quedé manija.
Afirma la línea enrevesada y feliz del cruce de escenarios, locaciones,
culturas, que parece ser el nuevo género literario vernáculo de la
literatura más fresca. Digo, japonesas en el conurbano, militantes
montoneros de cuarta línea que no cazan un fulbo, pobrecitos, y como
buenos militantes que hicieron y hacen nuestra noble historia, los guía
la lucha por el pueblo y el amor por las bellas mujeres, junto a los
peronistas leales de las barriadas laburantes que dieron la vida por
Perón, hijas abusadas por la gran familia oligarca, periodismo gris y
corruopto. Todo ello conviviendo con poesía de la más exquisita, haikús…
y todo eso, comiendo guisos que se llaman gyüdon y se cotejan
con los guisos carreros que se hacen en Derqui, que es ruta 3 al fondo,
que en el ambiente setentista de la novela es una zona industrial de
empresario argentino y clase laburante, y contrasta tiernamente con el
hoy, donde ahora está llegando el Metrobús que le planificó la gestión
de Cristina y comenzó Randazzo pero construye Dietrich e inaugurará
Vidal, todo pintadito de amarillo, que por supuesto, se puede.
Hacia el final de mi no crítica entusiasta pintó la política. Me falta la poética, pero para eso está Hotaru,
que inscribe a ambas, en ese contenedor mayor de curvas y luchas caídas
y retomadas que es la literatura, además y a no dudarlo.
En fin,
la recomiendo con fervor, se la pienso regalar para el cumpleaños a mis
mejores amigxs. Al resto, vayan, cómprenla, leánla y después me dicen.
Fuente: leedor.com
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