“Tenemos que elevar el techo”
La crítica e investigadora Laura Vázquez, a propósito del Día de la
Historieta, pone en cuestionamiento la búsqueda de una esencia “argentina” en
las historietas locales, indaga sobre los aportes de Héctor Germán Oesterheld
al campo y resalta el surgimiento de una “voz femenina muy fuerte”.
Las
preguntas de Mafalda, el humor de Clemente e Inodoro Pereyra, la
historia inoxidable de El Eternauta, la picardía de Isidoro en contraste
con la inocencia de Patoruzú… Ciertos personajes se han vuelto
referentes ineludibles en la galería de la historieta argentina. Como
para reafirmar aquella vieja frase de Quino, “¿No es increíble todo lo
que puede tener adentro un lápiz?”.
Puertas
adentro de la academia, la historieta cobra cada vez más relevancia
para consolidarse como campo de estudio. “Hoy el panorama cambió: las
universidades, los centros de investigación, los institutos y congresos
científicos tienen a la historieta presente como de unos objetos
privilegiados de indagación teórica. No hace falta de un diagnóstico
riguroso para advertir que hay tesis de grado y posgrado,
investigaciones, seminarios y una masa crítica de textos en revistas
académicas sobre historieta y humor gráfico”, resalta Laura Vázquez,
doctora en Ciencias Sociales, crítica, investigadora del Instituto Gino
Germani de la UBA y docente en UBA y en UNA.
Guionista
y crítica de historietas, Vazquez afirma que cierta victimización o
calificación de “cenicienta” sobre el llamado noveno arte “ya es
obsoleta y responde a una estrategia de posicionamiento que aplana antes
que provocar el desafío; tenemos que elevar el techo y ensanchar las
paredes de nuestro confortable dormitorio”. Además, pone bajo la lupa el
panorama actual e histórico, los nuevos modos de circulación y consumo y
los vínculos entre la historieta y la política.
–¿Hay intentos, a lo largo de la historieta local, de captar lo nacional o la esencia argentina?
–Sí,
con distintos enfoques y grados, pero siempre aparece la búsqueda de
captar lo argentino. Incluso desde el inicio, cuando las historietas
eran importadas y aparecía cierto interrogante por lo nacional, en ese
caso en las traducciones o con los intentos muchas veces forzados de
relocalizar las tramas y personajes para interpelar a los lectores. En
los años 40 y 50, la preocupación de los historietistas ya está bien
centrada en lo popular, en lo argentino y en la siempre controvertida y
polémica idiosincrasia. Por supuesto, se trata de una operación que
también es ideológica y que en otros lenguajes y medios se dio con mayor
o menor autonomía. La historieta no podría haberse librado de ese
problema que atraviesa discusiones amplias sobre la construcción de
imaginarios nacionales. Ya en los años ‘60, en un momento en que la
industria cae, hay historietas argentinas retratando problemas
argentinos y tal vez sus dibujantes trabajaban también para el exterior.
En muchos casos, no tenían una industria nacional o casas editoras para
publicar su trabajo. En realidad ya la palabra industria de por sí es
problemática y por momentos, antojadiza.
–¿En qué sentido?
–Hablamos
de industria nacional de la historieta con editoriales locales que
editan autores y editan 500 o 1000 ejemplares. Pero no hablamos de
industria nacional cuando otros autores publican series o sagas en
Estados Unidos que venden millones de ejemplares. Me incomoda cierto
maltrato o mejor dicho, “destrato” que divide el circuito mainstream del
de autor. Una cosa es que el mercado lo haga, pero otra muy distinta es
que los actores del campo sigamos esa premisa valorativa. ¿Es menos
autor un artista cuyo reconocimiento está basado en el personaje y no en
la firma? En los eventos de historieta, se intenta romper está lógica
pero al mismo tiempo vemos que la convivencia entre “los que hacen
superhéroes” o dibujan “para el mercado yanqui” están de un lado del
mostrador, y del otro lado, los autores y dibujantes que con sus novelas
gráficas y sus producciones “menos comerciales”. Es una falacia si lo
pensamos bien. La industria es una mentira. Lo que hay detrás de todos
esos tableros, en definitiva, es la mano de un dibujante con ganas de
contar un mundo. Cuánto se pague por página, si tiene los derechos o no,
si firma, si no firma o si le pagan más o menos regalías no hace que un
trabajo sea producto o no. La diferencia no la hace la industria, sino
el dibujante. Hay dibujantes de novela gráfica profesionalizados, y
profesionales que dibujan como novelistas gráficos. Es un tema que me
preocupa e interesa últimamente….romper ciertos prejuicios.
–¿Qué cambios advierte en los modos de consumo de la historieta, con la inclusión de soportes digitales, por ejemplo?
–En
Argentina no cambió tanto el soporte como el modo de circulación.
Seguimos leyendo occidentalmente, comprando revistas o libros en papel
en quioscos y librerías. En otros países, con culturas distintas, ya se
acostumbra a leer historietas en tablets, por ejemplo. El pasaje a lo
digital lo sigo viendo como una proyección, una posibilidad, pero no
como una situación fáctica por la que atraviesa la historieta
actualmente.
–¿Y cuáles fueron los cambios más significativos en este sentido en los últimos años?
–Hay
un dato interesante: en cualquier fin de semana vas a librerías
porteñas muy de moda y siempre hay alguna presentación de libros de
historieta, y esto tal vez hace unos años no pasaba. También con las
novelas gráficas, en ambos casos hay un circuito de consumo muy “entre
nos”, donde el autor se encuentra con el lector y lentamente ese
circuito se va ampliando. Estoy convencida de que los talleres de
historieta, los seminarios académicos, los editores independientes y
los encuentros y festivales son los responsables de la ampliación de ese
circuito de consumo. Los medios de comunicación, hacen poco y nada para
ello.
–Hay
un nombre que cobra suma relevancia en la historia de la historieta:
Héctor Germán Oesterheld. ¿Dónde radica la importancia de su figura?
–Muchas
veces se afirma que revolucionó el género de aventuras, y tal vez eso
suponga ponerle una mochila en la espalda demasiado pesada. Por supuesto
que hizo un aporte muy importante, como domiciliar la aventura en
espacios conocidos para sus lectores, Juan Sasturain lo analizó muy bien
ya esto del “domicilio de la aventura”. El mejor ejemplo de ello es
Buenos Aires en El Eternauta (1957), o también en humanizar al enemigo.
En todo caso, la figura de Oesterheld va cobrando espesor en la doble
cuestión de lo biográfico y lo autoral. No se puede prescindir de la
biografía para leer al autor porque es, ante todo, un guionista
desaparecido por la dictadura. Leer toda su obra es leer un itinerario
de su radicalización política, del pasaje de la aventura a la acción. Y
sólo se entiende la dimensión al leer su obra entera, desde los cuentos
que hizo para niños hasta la última versión de El Eternauta o sus
historietas más radicalizadas.
–¿Cuáles fueron, y son, los vínculos entre historieta y política en la Argentina?
–Más
allá de los aportes de Oesterheld, me interesan dos proyectos en
particular, como intervención crítica. Uno es el de Historietas por la
Identidad, un cruce entre fotografía, historieta y memoria iniciado por
las Abuelas de Plaza de Mayo. Allí participaron grandes dibujantes de
distintas generaciones. Por otro lado, en humor gráfico, se destaca la
obra de Sergio Langer con una mirada picante y controversial en relación
a temas de memoria, por dar un ejemplo. Son dos puntas bien importantes
para pensar lo político. Sin embargo, la revolución más fuerte en
términos políticos es la presencia de mujeres dibujantes y guionistas.
Hay cada vez más una voz autoral de mujeres fuertísima en los eventos,
en los congresos y en las jornadas. De hecho, me pasa ahora de reseñar
libros de historietas hechos por mujeres. No es ya un síntoma…es una
transformación radical del campo. Y vino para quedarse.
* Agencia CTyS-UNLaM.
Fuente: Página/12
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