Albert Camus: una ética de la solidaridad
La compañera Verónica Dematey nos hizo llegar espontáneamente este excelente trabajo de Héctor Tovar que celebra la vida y la obra de Albert Camus, a 107 años de su nacimiento. El collage que ilustra la nota es un exquisito trabajo de Sol Crucitta Manes. Compartimos nota e ilustración con la certeza de que revivirán las ganas de volver a Camus, ese indispensable.
Imagen: Sol Crucitta Manes |
Por Héctor Tovar*
Hace ciento siete años, precisamente un 7 de noviembre, nacía en Mondovi, hoy República de Argelia —a la sazón colonia francesa—, este tremendo goleador del Racing Club de Argelia, aunque su carrera futbolística se viera abruptamente interrumpida por una tuberculosis de pulmón. Tuberculosis, la enfermedad de la miseria, de la que provenía Camus, un pied noir que conquistó no solamente a los lectores franceses sino a los del mundo entero en el breve lapso de cuarenta y seis años de vida.
Este comienzo del artículo sintetiza el hombre cabal que fue Camus. Hombre de acción y de espíritu, que jamás renegó de sus orígenes y de su vínculo germinal con la vida. Su obra, compleja e inquietante, evitó siempre escudarse en barroquismos estériles, por el contrario, ahondó en los grandes temas de la humanidad con el recurso de una prosa simple y bella, como sólo pueden lograrlo aquellos que son capaces de establecer un vínculo diáfano entre el pensamiento y la expresión escrita. Porque la obra de Camus está concebida in mente mucho antes de la aparición de hitos como El extranjero (1942), La peste (1947) o El hombre rebelde (1951); es el fruto de una lenta maduración cuya rica cosecha se apreciará a principios de la década del 40.
Para captar este concepto debemos remitir al lector a la lectura de las Bodas en Tipasa, en donde comienza a despuntar toda una estética de la frescura y la llaneza, en el mejor sentido de la palabra. Dice allí, en medio del sol y el mar argelinos: “La brisa es fresca y el cielo azul. Me abandono al amor por esta vida y quiero hablar de ella con libertad: ella me da el orgullo de mi condición humana… A menudo me han dicho que no hay de qué glorificarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul”. Será este fervor y este optimismo de juventud al que recurrirá una y otra vez para resolver el absurdo que representa la relación del hombre con el mundo.
Y es en El mito de Sísifo (1942) donde asoma la problematización la relación del hombre con el mundo. ¿Por qué vivimos? ¿Cuál es la razón de nuestra existencia? El hombre se levanta por la mañana, se peina, toma el subte a las corridas, ingresa a su lugar de trabajo, sale a las seis, cena cualquier cosa, descansa. Se levanta al día siguiente, y vuelta a empezar. Así, día tras día, año tras año. Hasta la última sílaba del tiempo, diría Macbeth. ¿Y todo para qué? Si algún día habremos de morir. Lo terrible ocurre cuando el hombre toma conciencia de ese estado de alienación. Se percata del sinsentido de esa existencia animal. Y entonces, ¿dónde está la salvación? ¿En el más allá? No. ¡Dios ha muerto!, ha proclamado Nietzsche. No existe vida después de la muerte de la carne. Entonces, para combatir el absurdo, el hombre se puede consagrar a la lucha por los grandes ideales, por la justicia, una justicia futura, pero que no será para él, sino para los otros, lo que le dará un sentido póstumo a su acción. Pero es absurdo, porque ya no verá esa justicia, será una justicia para otros. La humanidad es Sísifo que lleva a la piedra a lo alto de la colina para después asistir impotente a su caída barranca abajo. La condición humana es el absurdo de repetir una y otra vez las mismas acciones. Para Camus, a esta altura de su pensamiento, la única salida es el descubrimiento de ese estado animal, el percatarse de esa alienación nos libera de la autoaniquilación como vía de escape. El hombre debe aceptar que no es una divinidad y que está arrojado acá en el mundo junto con sus hermanos de existencia. La grandeza de ser hombre consiste en saber que es mortal, dice Camus.
Esta idea será encarnada en las novelas El extranjero y La peste. El tono nihilista seguirá tiñendo las páginas de la primera de ellas, aun con la toma de conciencia de Meursault, después de que es condenado a muerte por homicidio. Pero en La peste hay una vuelta de tuerca más. Hay lugar para un mediano optimismo. Hay desolación, pero no todo culmina ahí, en la percepción del vacío de la existencia. La actualidad de esta novela no puede ser más evidente en 2020. Lo que Camus pergeñó en su ficción lo vivimos hoy todos los días. La muerte, la clausura de la vida social, el cierre de los negocios y de las fábricas, la suspensión de la vida detrás del miedo mientras un virus invisible se abate sobre el mundo. Todo lo que creíamos dado y normal en nuestras vidas, todo eso un día desaparece. Y en Orán, donde transcurre la novela, sucede lo mismo, desde el día en el que una rata muerta aparece vomitando sangre en la puerta de la casa del doctor Rieux, el protagonista del relato. La descripción del encierro en un clima canicular, pesado, crea una atmósfera mucho más densa, en la que los protagonistas emergen como en el medio de una niebla. Está el padre Paneloux, que proclama que la peste es el producto de los pecados de una ciudad entregada al vicio y que sólo se salvarán aquellos que se arrepientan. Está Tarrou, una especie de hedonista al principio, se unirá a Rieux para organizar una brigada de sanitaristas. Y Rambert, que sueña con volver a París y violar la cuarentena para salvarse él solo. Desiste y se une al ejército salvador. La novela es un fresco de lo que es la solidaridad humana ante la desgracia. Nuevamente, no será Dios quien nos salve de la calamidad sino el esfuerzo conjunto de los hombres. En La peste, Camus propone la salvación del hombre por el hombre, pero no como un acto mesiánico, sino como el esfuerzo de cada cual para hacer lo más beneficioso para el prójimo. Y esto, en un ateo como Camus, es realmente paradójico (aunque no tanto). En esa abnegación ciega y en esa fe por el hombre está la salvación: “No se trata de heroísmo, sino de honestidad”, dice el austero héroe doctor Rieux. Sólo hay una fraternidad silenciosa, honesta, sin ruido. Por encima del tendal de muertos que ha dejado la peste en Orán, por encima de los cementerios colmados de cadáveres purulentos, emerge la acción inmensa del hombre solidario. Como dice Maurois, el deseo de ser santo, pero sin Dios.
La publicación de El hombre rebelde inició una de las grandes polémicas políticas y filosóficas del siglo xx. Este ensayo significará la ruptura definitiva con Jean-Paul Sartre por su dura crítica al marxismo, al que considera una profecía mesiánica fracasada. Desde las páginas de Los Tiempos Modernos, dirigida por el padre del Mayo del 68, Camus es acusado de burgués y cómplice del anticomunismo en plena guerra fría y comenzará a ser vinculado a un pensamiento de derechas, más cercano a las ideas libertarias. Esta interpretación es cuestionable, a poco que se ahonde en su obra. Camus no justifica la lucha contra el sistema comunista desde una perspectiva netamente liberal, en el sentido de la realización de la plenitud individual sin la opresión del Estado. No, lo que busca es la felicidad a través de la solidaridad humana. En El hombre rebelde propone el espíritu de rebelión como condición metafísica de la lucha contra la injusticia. El cristianismo propone la salvación el reino de los cielos, allí no habrá más injusticias. Pero Dios ha muerto. ¿Entonces? Se abre paso el nihilismo, donde todo está permitido. No hay bien ni mal. Si Dios ha muerto, entonces debe surgir necesariamente un Übermensch, un superhombre que instaure un nuevo orden, tras lo cual se pueden abrir paso regímenes nefastos como el nazismo y su Estado terrorista. Por su parte, Hegel concibe el Estado como el fruto acabado y perfecto de la resolución de las contradicciones históricas. El verdadero dios humano será el Estado. Camus ve en el Estado estalinista la materialización de esta idea.
Pero si no hay reino de los cielos ni la realización perfecta del sueño prometeico del hombre a través del Estado, ¿dónde está la salida? La salida, dice Camus, debe estar a la medida del hombre, dentro de su escala mortal. Primero, renunciar a ser un dios. Renunciar al mesianismo. Ni cristiano ni marxista. Pero tampoco la salvación egoísta e individualista. Camus habla desde la atalaya donde aprecia la posguerra de una Europa destruida, con millones de muertos y países arrasados por la miseria y la destrucción. Desde allí dice: “Nuestra Europa destruida tiene necesidad, no de intransigencia, sino de trabajo y de inteligencia”. Para Camus, la verdadera generosidad para el futuro consiste en dar todo de uno en el presente. Y en esta sentencia resuena la ética implacable del doctor Rieux.
En el medio del absurdo causado por las guerras, la pestes y la destrucción, cuando ya nada queda en pie, se erigen la acciones comunes de los hombres, en silencio, con estoicismo, pero con amor infinito hacia al prójimo. Es esta la culminación de un largo derrotero de pensamiento, pero que ya estaba in mente desde las Bodas.
Y es como si pudiésemos verlo. En un momento el cuatro se escapa y, borde interno, tira con rosca un centro perfecto. La pelota gira frenéticamente sobre su propio eje como un planeta enloquecido buscando un destinatario. Y ahí está él. La ve venir. La espera… De pronto arranca y se frena, se hamaca y el defensor queda pagando. Y entonces va, va Bébert a buscarla bajo el sol enardecido de Tipasa, con su pobreza y miseria juveniles, con el corazón henchido de goce, pero ya con una fe inquebrantable en el ser humano.
* Héctor Tovar estudió Letras en la Universidad del Salvador. Es politólogo cum laude graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue responsable de la edición del proyecto en 35 volúmenes de las Obras Completas de Juan D. Perón (editorial Docencia). Ha traducido del francés al castellano obras de economía, filosofía y política del sello Presses Universitaires de France (PUF). Como periodista se desempeñó como columnista político para diarios de la provincia de Buenos Aires, como El Sol (Quilmes), El Debate (Zárate), Democracia (Junín) y Edición Nacional. En la actualidad se desempeña como editor y corrector libros de ficción y ensayos.
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